Frank Brown: el payaso admirado por Sarmiento cuyo circo fue prendido fuego
Nacido en Inglaterra, llegó a la Argentina en 1884, donde logró consagrarse como “el rey de los clowns”; “Cuando distribuía los chocolatines, muchas veces, pero muchas, lloré de felicidad”, llegó a admitir
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Amado por niños y admirado por adultos, el payaso Frank Brown llegó a convertirse en sinónimo de diversión, entretenimiento y altruismo en la Buenos Aires de fines del siglo XIX y principios del XX. Además de hacer reír a varias generaciones de porteños, fue elogiado por distinguidas figuras, como Domingo F. Sarmiento y Rubén Darío.
Pero fue justamente el clamor popular lo que lo llevó a ser víctima de una traición, cuando durante los festejos por el Centenario de Mayo, un grupo de estudiantes, molestos ante el emplazamiento de un circo en pleno centro porteño, decidió prender fuego la carpa del clown para dejarle un mensaje claro: la estética de su acto no era bienvenida.
A pesar de la aterradora experiencia, el clown continuó con sus espectáculos durante varios años más, finalmente se retiró y, un día como hoy, pero hace 80 años, falleció.
Clown desde la infancia
Frank nació el 6 de septiembre de 1858 en Brighton, Inglaterra, y el oficio de clown corría por sus venas. Su padre, Henry Brown, era un reconocido bufón y su abuelo también practicaba el arte circense. Se inició en el mundo del espectáculo a los 12 años y pronto aprendió ejercicios de circo, donde logró consagrarse como un hábil acróbata.
Realizó presentaciones en varios lugares del mundo, como Moscú y México, hasta que en 1884 llegó a Buenos Aires sin saber que aquí se convertiría en el “rey de los clowns” del teatro argentino. Su debut fue en el teatro Politeama, pero pronto la sala le fue quedando chica. Luego, participó en el circo de los hermanos Carlo y también trabajó con el famoso payaso criollo José Podestá, quien era conocido como “el 88″.
Frank no tardó en hacerse famoso como “el payaso inglés”, en referencia a su origen, y cada vez fue ganando más adeptos, aunque su vida no estuvo exenta de tristeza.
Uno de los hechos más sombríos sucedió justamente, durante un acto circense. Según recordó el propio Brown años más tarde, el más trágico de los momentos que vivió en el escenario fue durante una presentación en La Plata. “Mi primera mujer trabajaba esa noche haciendo ejercicios de equitación, pero cayó del caballo, fracturándose un brazo y sufriendo contusiones que determinaron su fallecimiento. Me tuve que presentar, no obstante, en cinco números...”, recordó, en referencia a que el show continúo como si nada hubiera pasado, ante las ovaciones del público.
Su vertiginoso ascenso y los halagos más importantes
Como acróbata, sus pruebas más famosas eran “El Lucero del Alba” y el “Salto de las bayonetas”. Sus actos consistían en saltar sobre 30 soldados con bayoneta calada, distribuidos junto a una viga de 12 metros de largo. En el año 1887, llegó al Teatro San Martín, donde maravilló a todos con su arriesgado juego al realizar un doble salto mortal sobre 12 caballos y una pirámide humana compuesta por cinco hombres. Frank Brown había llegado para quedarse.
Su show era para grandes y chicos por igual: saltaba, volaba y hacía reír a todos. Formaban parte de su performance la famosa ecuyére criolla Rosita de La Plata, quien se convertiría en su segunda esposa, personas de talla pequeña, que realizaban ejercicios gimnásticos, saltarines y equilibristas. Además, tenía un perro amaestrado y un caballo de tres patas.
Tan solo dos años después de su llegada al Río de la Plata, el espectáculo del payaso fue elogiado por el entonces expresidente Domingo Faustino Sarmiento, quien en una reseña del 24 de julio de 1886 para el periódico El Censor —citado por Caras y Caretas— lo definió como “el clown más espiritual y más simpático que pueda imaginarse”. Sobre sus habilidades como acróbata, el padre del aula describió: ”Las leyes de a gravedad le son completamente indiferentes: trepa como una mosca el palo más alto y más jabonado: caminaría en un cielorraso, si quisiera; y si no vuela, es por pura coquetería”.
A su vez, Sarmiento ponderó su aspecto al observar: “Es imposible ver músculos más elegantes, un pescuezo más atlético, una estructura más fuerte y más liviana; todo coronado con una cabeza hermosa a la que sabe darle un aspecto estrafalario capaz de hacer estallar la risa con una mueca”.
También el poeta nicaragüense Rubén Darío llegó a alabar no solo la performance del clown, sino también su cultura: “Los que le conocen fuera de la pista saben que ese payaso es un gentleman; y que un artista, o un hombre de letras, tiene mucho que conversar con él. Sabe su Shakespeare mejor que muchos hombres que escriben”.
Frank había llegado a lo más alto del fervor popular.
Sus días más felices
“Indudablemente, es Frank Brown uno de los hombres más importantes de Buenos Aires en estos momentos”, llegó a describir en 1901 la revista Caras y Caretas, donde las andanzas del payaso formaban parte habitual de sus páginas. Su fama era tal, que hasta era objeto de inspiración para cuentos. Como un capítulo dedicado a él en un manual de enseñanza para leer y escribir de 1906.
Debido a su arrollador éxito, el bufón convenció a un inversor para que creara un teatro para él y su compañía: en agosto de 1905, ante una sala colmada, Frank y su troupe estrenaron el Teatro Coliseo.
Aclamado por los niños, el bufón solía participar de eventos solidarios en hospitales de niños y hogares de huérfanos, donde además de hacer reír repartía juguetes y bombones. Su labor fue tal, que el Patronato de la Infancia le otorgó el título de socio honorario.
“Fan Bon, Fan Bon”, le gritaban los niños, exaltados ante su presencia. Y esos eran los momentos más felices del clown. “Cuando distribuía los chocolatines, muchas veces, pero muchas, lloré de felicidad”, llegó a admitir años más tarde el payaso.
El brutal incendio
Pero pronto todo quedó opacado por una fechoría inimaginable. Con motivo de la celebración por los 100 años de la Revolución de Mayo, el entonces intendente de la Capital Federal, Manuel J. Güiraldes, decidió destinar fondos para la instalación de una carpa gigante en la interesección de las calles Florida y Córdoba. El objetivo era que Frank ofreciera un espectáculo gratuito para los sectores populares.
La noticia no fue bienvenida por algunos sectores de la sociedad, quienes consideraban que tanto la carpa como el público que asistiría a la presentación causarían “mala impresión” en los festejos por el Centenario.
El 4 de mayo de 1910, como señala una publicación de la revista de la Universidad Nacional de las Artes, un grupo de jóvenes de clase alta vestidos de frac, al grito de “Viva la patria”, roció bidones de combustibles e incendió las instalaciones del circo. Incluso, impidió el trabajo de bomberos, lo que generó la destrucción total del lugar.
La revista Caras y Caretas también cubrió la noticia, pero no condenó los hechos, al publicar: “Por la noche, un grupo de jóvenes, encabezados por los estudiantes, asaltaron y destruyeron aquel circo, pegándole fuego después”.
A pesar de la tristeza por el incendio, Frank declaró que estaba feliz por haberle salvado la vida a los animales al no haberlos llevado ese día.
El ocaso de un artista
Tras el incendio intencional, Frank realizó una gira por Sudamérica y en 1912 volvió a las tablas. Más tarde según señala el historiador Felipe Pigna en su página oficial, en donde hoy está el Obelisco, levantó una carpa similar a la que le habían incendiado y, el 5 de mayo de 1917, inauguró el Hipodromme Circus.
Su amor por el arte fue tal, que a los 66 años decidió fundar una nueva compañía y despedirse formalmente del público. Pero ya nada era lo mismo. En 1924 debutó en una sala en Carlos Pellegrini y Corrientes y, según las crónicas de la época, su labor en ese show “se reducía al jubiloso reparto de chocolatines”. Ese año, Frank se alejó para siempre de los escenarios.
Consciente de lo alta que había dejado la vara para la siguiente camada de payasos, cuando casi 10 años después de su retiro le preguntaron si volvería a los escenarios —además de esgrimir que su salud ya no le permitiría realizar ciertos actos― su respuesta fue contundente: “Integrar una troupe digna de mi reputación es imposible”.
Tras su retiro, Frank se fue a vivir a Colegiales, donde residió con su esposa, Rosita de La Plata, hasta que falleció el 9 de abril de 1943. El payaso fue enterrado en el Cementerio Británico.
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