Franco Davin amó el tenis, aun padeciéndolo. Al filo de los 50 años, cuando mira hacia atrás, el zurdo de Pehuajó se encuentra con una promesa en la década del 70, un prodigio precoz en la del 80 (ganó un torneo ATP con 15 años) y un talentoso que venció a Boris Becker y a Andre Agassi. Retirado de manera precoz a los 27 años, desplegó una vida nueva al costado del court. "Me encanta competir", dice en el libro Game Set Math (KEL Ediciones), donde habla de tensiones y presiones: ser profesional de este deporte es como sentir que estás a punto de perder el trabajo y convertirte en padre de trillizos. Todo junto, todo el tiempo.
Su carrera de entrenador fue intensa desde el principio, en 1998, cuando tomó la capitanía del equipo argentino de Fed Cup, la competencia mundial femenina. Al año siguiente se hizo cargo de los varones de la Davis, que a los dos años lograron el ascenso al Grupo Mundial. Dejó el puesto en octubre de 2001 para trabajar junto a un joven Guillermo Coria, que ganó el ATP porteño y empezó a consolidarse como un gladiador del polvo de ladrillo. Entre 2003 y 2015 ganó la fama que lo precede: el kingmaker de estrellas como Gastón Gaudio y Juan Martín del Potro, campeones de Roland Garros y el US Open.
Promesa del tenis a los 15 años cuando ganó su primer ATP, a los 27 se retiró para pasar del otro lado del
Con dos décadas de recorrido, Davin tiene claro qué pasa por la cabeza de sus jugadores. Adivina cuándo necesitan un descanso, están bajoneados o se pelearon con la novia. "Andá a resolverlo y después vení a entrenar", ordena. Porque en el tenis repercute todo. Nadie puede pedir el cambio: la presión siempre está ahí. "Me motiva empatizar con los más jóvenes, entendiendo lo que sienten y sus deseos, sus miedos, sus frustraciones, sus euforias, sus dudas, sus ganas de comerse la cancha y, al instante, de tirar la toalla", escribe en el libro, un proyecto que impulsó el publicitario Pablo del Campo, ideólogo de la "Batalla de las superficies" entre Roger Federer y Rafael Nadal en 2007.
Davin entrenó a adolescentes de 17 que iban a presentarle a su novia y a un par de top ten con parejas famosas. Muchas veces, su mujer Mariana y sus hijos Juanita y Nacho se convierten en la familia alternativa de los jugadores, incluidas las exnovias de Gaudio o los amigos de Tandil de Del Potro. Todo pasó –y todo pasa– en su casa de Miami, adonde esta tarde de septiembre acaba de llegar desde Montreal.
El italiano Fabio Fognini, a quien entrena desde fines de 2016, terminó con complicaciones en un tobillo después de caer con Rafael Nadal. Cuando los jugadores están lesionados, Davin trabaja más: consultas médicas, resonancias, gestiones varias. Es parte del trabajo silencioso que recortó su figura como uno de los entrenadores top ten del circuito mundial. Buena parte de su vida transcurre en un avión y se lleva bien con eso. Está lejos de Argentina en más de un sentido. La ciudad del sol y el anticastrismo, "el centro geográfico del mundo occidental", le permite vivir en un país donde "funciona todo, se vive increíble y te ayudan en lo que quieras hacer".
Cuando mira hacia atrás, también ve al chico que se fue de Pehuajó a los 14 y recaló en Tandil para perfeccionarse con el clan Pérez Roldán. Empezaba una vida de giras europeas que lo obligó a dejar el colegio y cargarse una educación autodidacta: Krishnamurti, psicología, filosofía. Hoy busca textos online sobre inteligencia emocional. Lo ayudan a meterse más y mejor en la cabeza de sus jugadores. Para fomentar la concentración y la rapidez, diseña ejercicios de ajedrez por tiempo. Hay que tomar decisiones rápidas, esperar lo inesperado. "Los grandes campeones son especialistas en el manejo de la incertidumbre", justifica.
Desafío Gaudio
Le dijeron que sería imposible, que el jugador se iba a deprimir y que él se iba a frustrar. Pero cuando tomó el desafío de entrenar a Gastón Gaudio, Davin se encontró con algo más que un talento inestable. Ahí había un tenista con hambre de gloria, dispuesto a luchar contra sus fantasmas. "Se mataba entrenando", recuerda. "Tenía un físico superdotado: ha jugado desgarrado, con un umbral de dolor y una recuperación impresionantes".
Ser profesional de este deporte es como sentir que estás a punto de perder el trabajo y convertirte en padre de trillizos. Todo junto, todo el tiempo.
Bajo su tutela, el de Adrogué no faltó a ningún entrenamiento. Davin entendió que su frase lacerante –"¡qué mal que la estoy pasando!"– era una catarsis que lo volvería ganador a partir de la honestidad absoluta. Lo había leído en Krishnamurti: evadir un problema solo sirve para intensificarlo. Gaudio tenía estándares demasiado elevados: no valoraba ganar jugando mal. Le llevó un tiempo entender que, como mucho, el timing perfecto solo aparece 30 días al año, y que esos días no necesariamente iban a coincidir con los partidos. Había que implementar planes B, C y Z.
De fondo de cancha, le hacía partido a cualquiera. Muchas veces puso contra las cuerdas a Juan Carlos Ferrero, Gustavo Kuerten y Carlos Moyá. Pero en esas maratones a cinco sets, los rivales parecían tener una marcha más sobre el final. Después de ocho meses de trabajo duro, empezó a atacar con otra determinación: menos lujos y más efectividad. Se volvió un animal confiado. "Jugaba con una intensidad terrible –recuerda Davin–. En el circuito era conocido porque se la pasaba llorando en el partido, pero después corría todas". En el polvo de ladrillo parisino, hace ya 15 años, combinó fortaleza física y mental en batallas que tuvieron su pico en la inefable final con Coria. Recibió el trofeo de manos de Guillermo Vilas, dedicó el triunfo al entrenador y dijo: "Yo no gané, no puede ser que yo haya ganado". Pero había sido él. O ellos. Y habían ganado.
Hombre de datos
Davin respetaba el trabajo de Marcelo Albamonte, aunque no terminaba de creer. Cuando el entrenador, contador y matemático le comentó lo que hacía, respondió que no usaba mucho los números. Solo los jugadores muy estructurados podían hacer algo con ellos. Pero un día, mientras hablaban sobre los puntos fuertes y flacos de un jugador del circuito, Albamonte confirmó con cifras la imagen mental que Davin se había formado mediante la experiencia y la intuición. A partir de ese momento empezó a pedirle datos específicos y fueron armando una base de datos para cada jugador de su órbita de interés. El hombre de los números se sumó al equipo y esa herramienta se volvió un secreto ganador.
Los datos son fundamentales para tolerar la frustración y manejar la incertidumbre. Agassi no se enojaba cuando erraba una derecha: era consciente de que lo haría 10 veces en el partido. Federer entra a la cancha sabiendo que el saque asegura el 33% de sus puntos. Cuando los datos se abordan con creatividad, "pueden transformarse en herramientas que nos ayudan a entendernos más, tomar mejores decisiones, explorar nuestras fortalezas, aprender de nuestros errores", escribe Davin. El desafío es transformarlos en información. Por ejemplo: "Ganar el 70% de los puntos con el saque hace que te puedan quebrar solo uno de cada 10 games […]. Si ganás el 69%, tenés altísimas probabilidades de que el rival te quiebre dos de cada 10. Y ahí cambia todo".
La alta competencia es un entorno de sintonía fina, de pequeños ajustes que llevan a enormes logros. En la mayoría de los partidos entre rivales parejos, la diferencia total es menor a 12 puntos. Sacar apenas 5 es vital: lo que hace subir en el ranking. ¿Cómo se consiguen? Davin tiene que haber pensado en Gaudio cuando escribió esto: "Yendo a cerrar esa volea a la que antes no nos animábamos. Reduciendo los enojos o, a pesar de los enojos, enfocándonos en ganar el punto que sigue". O esto: "Si un jugador comete los mismos errores en el mismo momento, es psicológico. Pero si dejás al psicólogo solo, se le hace muy difícil trabajar".
Obsesión Del Potro
Juan Martín del Potro era un pelilargo desalineado con una derecha explosiva y algunos movimientos imperfectos. La temporada 2008 había empezado mal: dolores de espalda, dos meses de inactividad. Davin tomó el desafío. "En un jugador como él, que puede ser número uno del mundo, tenés una motivación grandísima", explica ahora. Pero no todos lo veían así. El tandilense de 1,98 y 90 kilos debía competir contra jugadores más rápidos y más ágiles. Había que insistir en la sintonía fina. Davin buscó introducir algunas ideas básicas: si Delpo sacaba al punto A y a la velocidad B, el 90% de las veces la devolución caería en el punto C. El tandilense podría cubrir solo una parte de la cancha, evitando rallies desgastantes.
Esos pequeños ajustes derivaron en un segundo semestre soñado: Del Potro ganó, en una seguidilla inolvidable, los ATP de Stuttgart, Kitzbühel, Los Ángeles y Washington. La explosión llegó en la final del US Open 2009, cuando venció a un Federer que venía de cinco títulos consecutivos. Tres años después, con el bronce de Londres, se convirtió en el primer argentino en conseguir una medalla olímpica en individuales de hombres. En el medio, el cuarto lugar del ranking y una seguidilla de lesiones que no le impidieron ganar otros 11 torneos bajo la órbita de Davin. "Trabajando con él me volví todavía más obsesivo –escribe–. Además de que responde a las consignas como nadie, su actitud y la certeza de que es un jugador sin techo te llevan a seguir buscando aportes todo el tiempo".
Si un jugador comete los mismos errores en el mismo momento, es psicológico. Pero si dejás al psicólogo solo, se le hace muy difícil trabajar.
Entre ellos, la base de datos de Albamonte, que apela a la física para explicar por qué la derecha de Delpo lastima tanto: viaja plana y con poca parábola; pica abajo y sigue penetrando; se dispara después de tocar el piso. Si el rival la deja corta o la levanta demasiado, repite el ataque. Cinco años atrás, el socio de Davin ya había echado mano de las matemáticas para confirmar una sospecha: el argentino tenía el drive más violento del circuito. Con el Teorema de Pitágoras, un cronómetro y un programa de imágenes en cámara lenta, determinó una velocidad de 177,5 kilómetros por hora, muy por encima de Nadal (138,8), Djokovic (132,3) y Federer (128,6). El "martillo de Thor", como lo describió el propio suizo, había convertido a Del Potro en la bestia negra que todos odiaban enfrentar.
La mente de Fognini
¿Qué hacía infeliz a Fabio Fognini? El italiano tiene un rostro tallado por Miguel Ángel, un don para el tenis y más de US$13 millones en ganancias. Pero después de perder un punto caía en una espiral de furia y derrotismo. Davin, que empezó a entrenarlo hace tres años, encontró una primera respuesta. El de Liguria debía disfrutar la normalidad: festejar un punto, un set, un partido; aun jugando mal. "Se ve muy parecido a Gastón", revela el entrenador. "Le salen muy bien las cosas difíciles". Durante sus primeros encuentros detectó un problema en la derecha: Fognini perdía el control del tiro. Fue a la base de datos y buceó en el historial, a la pesca de continuidades y rupturas en momentos específicos. Entonces entendió que debía concentrarse en las frecuencias, los tiempos y la ubicación de los puntos rápidos: el primer tiro después del saque y la primera devolución. Esos desaciertos provocaban un efecto dominó en los demás golpes.
Después de sistematizar la información, propuso a Fognini focalizarse en esas correcciones. Como tampoco solía arrancar bien los partidos, intervino un psicólogo. "Fuimos cerrando ventanas", explica Davin, que armó una planilla que combinaba matemática con la ciencia de la mente. "Cuando empezó a sentir confianza, empezaron a pasar cosas: venía con ganas a entrenar, veía todo desde otra perspectiva", explica. El italiano golpeaba con control, ganaba más puntos y se enojaba menos. En junio de este año, después de ganar el Masters de Montecarlo al filo de los 32, llegó al décimo puesto del ranking y se convirtió en el debutante en el top ten más veterano desde 1973.
Mientras celebra esos logros, Davin se pregunta hacia dónde va el tenis: qué físicos, talentos y partidos veremos en el mediano plazo. Por estos días busca pistas en el circuito femenino, que atraviesa un momento inestable, con Serena Williams (37) en retirada y dos jugadoras menores de 24 disputándose la cima. Aunque no logra precisar qué lo atrae de ellas, intuye que la japonesa Naomi Osaka y la australiana Ashleigh Barty traen algo potente entre manos. Sea como sea el futuro, los datos siempre viajarán en su valija. Fantasea con usarlos para imitar el movimiento de los felinos, descifrar la elongación inverosímil de Djokovic o inventar un golpe que sorprenda al mundo. La próxima revolución está a la vuelta de la esquina.
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