Una nueva charla de Clubes TED- Ed para escuchar lo que piensan los adolescentes
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Hace unos meses fui a una fiesta. Era en la casa de un amigo de la escuela. Fui con mis amigos de la división a ver qué onda. La fiesta estaba buena: había buena música, no había demasiada luz y conocía a mucha gente. Era un lindo ambiente. Un rato después de llegar, nos acercamos a hablar con unos chicos, y vi a alguien que me gustó, pero no le presté mucha atención al principio. Después, me acerqué a hablarle porque era la única persona que no conocía a nadie en la fiesta.
Me atrajo su buena onda y facilidad para sacar temas de conversación. Pasamos juntos lo que quedaba de la fiesta. La persona que conocí era “Juan”. Esa noche cuando volví a casa tenía una ensalada en mi cabeza. Porque nunca antes me había pasado esto de relacionarme con un chico. Cuando yo voy a una fiesta no voy pensando con qué “clase” de personas me voy a relacionar sino que lo que busco es pasarla bien y disfrutar. Sin embargo, no pensé que me podría llegar a gustar, porque no era típico para mí relacionarme con un chico. Yo creo que por culpa de la influencia de la sociedad en la que vivimos, no porque me salga naturalmente. Es lo que las generaciones pasadas nos transmiten, nos imponen.
Esa noche muchas preguntas daban vueltas en mi cabeza: ¿Cuáles son los criterios que tengo en cuenta al momento de determinar si me gusta alguien? ¿Su personalidad? ¿Su físico? ¿Su género? ¿Una combinación de características? Tampoco entendía muy bien por qué me estaba haciendo estas preguntas, si con otras cosas similares, este tipo de dudas no tienen lugar porque no tienen respuesta. Como, por ejemplo: “¿Por qué me gustan taaanto las milanesas?” ¡No sé, me gustan y listo!
Toda esta situación -preguntas y respuestas- me llevó a pensar en 2 cosas: 1. ¿Por qué tenemos la necesidad de clasificar y encasillar a las personas en cuanto a las características físicas culturales, de personalidad y de género? 2. ¿Por qué se llega a determinar que nos gusta a alguien por esas cualidades? No lo tengo muy claro, pero creo que funcionamos con una especie de filtros, que van marcando lo bueno y malo de una persona respecto al criterio de cada uno.
Concluí, después de mucho pensar, que mi criterio se basa, simplemente, en determinar si me gusta una persona o no, y si me siento cómodo o no a su lado. No me importa quién es esa persona, qué le gusta, si es hombre, mujer u otra cosa. Si esa persona gusta de mí y yo de ella, no hay nada más de que preocuparse.
“Sin el filtro del género no habría lugar para la discriminación”
Yo veo a la orientación sexual, no como el género de preferencia, sino como el conjunto de filtros con los que cada uno elige vivir. No existe para mi tal cosa como ser gay, o bisexual, o lo que sea, porque no entiendo el concepto de sexualidad o género.
No entiendo qué es lo que te hace hombre o mujer, por lo tanto tampoco la sexualidad “como se la suele conocer”. Estamos condicionados para elegir lo que a cada uno nos gusta con libertad porque se nos inculca, consciente e inconscientemente, una cierta idea del amor: estar casado a eso de los treinta, en una relación monogámica, con una pareja de tu sexo opuesto, y tener un hijo mayor y una hija menor.
Afortunadamente esos filtros se fueron modificando, cambiando y flexibilizando. Hoy estamos viviendo en un momento muy particular en el que existe un replanteo amplio de ellos. Lo veo todos los días, en las marchas, en la calle, en el colegio… en todos lados! Y es algo buenísimo, porque cada vez somos más los que pensamos así; es la continuación de una lucha por el derecho a la libre expresión sexual.
Yo no tengo el filtro de género; puede que, dentro de 5, 10 o 20 años tampoco lo tengan muchas otras personas. Si este filtro no existiera en la cabeza de nadie, entonces no habría más lugar a la discriminación, la desigualdad y a la inequidad de derechos por ser quién sos.
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