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Una amiga en común fue el nexo. No se trató del típico flechazo de las novelas, no sintieron mariposas en la panza pero algo cambió ese día en que se vieron la cara por primera vez. A él le llamó la atención su onda, su risa contagiosa, el desparpajo para decir las cosas. A ella le gustó su inteligencia, la capacidad para recordar datos de música y de películas, un nerd muy diferente a los motoqueros con los que había salido.
En el verano de 2009 Alejandro, de un pacífico perfil bajo, se encontró con la personalidad extrovertida de Luz. Y le encantó. A ella le hizo bien hablar con él. Faltaban algunos meses para que esa incipiente amistad mutara a otro vínculo. Primero tendrían que pasar algunas barreras. Una, que a la amiga que los había presentado le gustaba Alejandro. Otra, que Luz entró a trabajar en la misma empresa que él. Y si bien no había reglas escritas sobre los amores de oficina, tal vez no era la mejor idea estar juntos en un espacio laboral. Pero el amor suele contradecir a la prudencia y en una fiesta de fin de año, después de varios tragos cerca de la pileta, el beso fue inevitable.
“Uno siempre busca lo que le falta”, dice Ale. Desde aquella noche en que la llevó a su casa, después de la fiesta, algo cambió entre ellos, una cuestión física, la de los polos opuestos que se atraen. Esa misma energía transformó sus individualidades en tiempo compartido. Entre salidas y besos pasaron los meses y a los 29 años decidieron que ya estaban preparados para dar el siguiente paso: vivir juntos.
Trece años de pareja; viajes, crecimiento y amor más allá de los mandatos
Podría decirse que en los trece años de pareja hicieron el típico camino pero eso sería faltar a la verdad, los vínculos suelen ser complejos y transcurrir más allá de los mandatos sociales. Eso sí, hubo muchos viajes, salidas y recitales, cumpleaños en familia, nacimientos, muertes y un casamiento feliz. Cada uno aportó al crecimiento laboral del otro, tuvieron sus espacios juntos pero también independientes.
Ella, que había estudiado Administración de Empresas, se dedicó al Marketing y creció como profesional, sin dudar en tirarse a la pileta para obtener nuevos logros. Confiaba en su intuición y supo ganarse un lugar en territorios competitivos mientras disfrutaba de integrar nuevos equipos, en épocas de reuniones y after office. Él trabajó como diseñador audiovisual en algunos de los medios de comunicación más grandes del país al mismo tiempo que su pasión por el cine dejaba de ser solo un hobby para transformarse en crítico y abrir un canal de Youtube. Con Hoy sale cine cumplió el sueño de viajar a festivales y conocer a los artistas que admiraba, como el director Steven Spielberg. Luz entendió lo importante que era para él su colección de La guerra de las galaxias, y aprendió los mil detalles escondidos detrás de la película Tiburón. Ale respetó la importancia que tenía para ella su familia y sus amigos. En la primera época, que él tuviera amigas la intimidaba. “Estaba re mal, celosa, mal. Pero era una inseguridad personal. No entendía sus códigos, no sabía de películas, directores, premios. Pero me di cuenta de que, nada, que compartíamos otras cosas que él no compartía con sus amigas”.
Atravesaron cuatro mundiales y una pandemia, fueron cómplices, amigos y pareja. Se contaron sus secretos y temores más profundos. Se entendían con la mirada. Tal vez por eso la noticia de su separación fue una sorpresa para la mayoría de los que al pensar en uno de ellos, pensaba en los dos. En un posteo de Instagram, el 18 de julio de 2022, nueve años exactos del casamiento, Alejandro citaba a Fito Páez, “tendré que hacer el bien y hacer el daño”, para anunciar que habían decidido continuar por caminos separados “romper algo para intentar un bien mejor, superador”.
Por qué terminar si hay amor, y otras cuestiones
“Ale me conoce mejor que nadie”, asegura Luz. “Nunca tuve una relación tan fuerte con otra persona, ni siquiera con mis hermanas. O sea, lo que viví con él no lo viví con nadie”. Él agrega: “Seguimos en contacto, todas las semanas por algún motivo nos cruzamos o nos mandamos algún mensaje. A la gente le parece raro que nos llevemos bien. Es como que la gente tiene una percepción muy negativa respecto de la separación”.
Claro que no fue una decisión fácil la de separarse. La tomaron después de reflexionar y darle vueltas a la idea. Se tomaron un tiempo, el tiempo se extendió, fueron a terapia.
—Mi psicóloga me preguntaba si estaba enojado con Luz, si no la quería insultar. Pero, ¿por qué? ¿Por todo lo que habíamos planeado? Como que la gente a veces no entiende que en una separación son responsables los dos. Ninguno buscó ponerse en el rol de víctima, los dos asumimos virtudes y falencias.
—Yo empecé también a hacer terapia. Entonces, ahí me escuché un poco hablar de mi relación. Y se empezaron a disparar todas esas cosas, a reflexionar sobre hechos que pasaban que, capaz, si no las hubiera hablado, habrían seguido adelante.
Lo que quisieron evitar era, entonces, la olla a presión que tarde o temprano habría explotado. No se sentían felices, no como antes. El tema de tener hijos siempre había estado latente, era un plan, una posibilidad a futuro, pero el futuro no llegaba y cada vez se hacía más difícil. Así lo explica Luz:
—Fue determinante. Porque en un principio sí, pero después yo no quise. Fue una de las cosas que nos separó.
—Las cosas se volvían críticas, digamos, y no podíamos resolverlas. En mi caso, yo no quería quedarme con esa resignación. Sea por mala suerte o lo que sea, como que nunca encontramos el momento. O cuando las cosas entre nosotros estaban bien, no lo estaban tanto económicamente. O al revés —agrega Ale.
Cuando el factor de la edad empezó a pesar
Todavía eran jóvenes pero planificar un embarazo implicaba una energía extra, mientras cada uno intentaba concretar sus proyectos laborales. Con cierta inestabilidad laboral en un país ya de por sí poco estable, depender de contratos renovables era una apuesta que podía salir mal.
Para ella, la infancia había sido difícil, como para muchas familias de clase media entre los 80 y los 90. Eran tres hermanas y su mamá siempre tuvo apoyo para poder mantenerlas.
—Yo no quería eso. Me doy cuenta racionalmente que uno le puede dar a sus hijos cosas que no son materiales. Pero yo descubrí que para mí tener hijos es siempre el símbolo mismo de tener una buena posición económica, o por lo menos tener para darles cosas que yo no tuve. Estar bien es estar “muy bien”, porque solo bien es respirar y tener un techo, y ya estás mejor que mucha gente. Pero para tener un chico me parece que no alcanza.
Alimentos, salud, educación, tiempo libre. Se requiere de dos partes bien organizadas. O familias extendidas, abuelas, tías. Una red nada fácil de conseguir, tampoco era lo que querían. “Nunca quisimos que nuestras decisiones estuvieran apoyadas en terceros. Ni siquiera cuando decidimos casarnos”.
La terapia fue clave. Puso las cosas en claro. Permitió encontrar las palabras para escribir un ensayo del final.
—Luz fue la que trajo el tema. Ya hace un tiempo que venía sintiendo que bueno, tarde o temprano nos íbamos a terminar separando. Tener hijos o no cambia tus planes. Otra posibilidad que en su momento barajamos era vivir en otro país, pero eran cosas que chocaban, Si hacíamos una, no hacíamos la otra.
Mudarse a otro país implicaba arrancar de cero. Se lo plantearon seriamente pero no tanto como para mover las fichas y hacer los papeles de ciudadanía. Por su trabajo, Alejandro siempre estuvo pendiente de los tiempos y procesos. Sabía que establecerse en el extranjero podría llevar varios años hasta lograr la posición deseada.
La pandemia cambió las prioridades a nivel global y sobrevivir fue la primera. Con trabajo remoto la pasaron juntos, una sociedad necesaria para afrontar la incertidumbre y los bajones anímicos. Las decisiones quedaron en suspenso, la economía se adaptó y cumplieron eso de “en la prosperidad y en la adversidad”, que se habían prometido en el casamiento.
Siempre habían tenido claro que podían tener espacios propios y compartidos. No eran de las parejas pegadas, nunca dejaron de hacer las cosas que les gustaban. Pero al principio compartían más salidas y recitales y eso se hizo menos frecuente.
—Últimamente me pasaba que yo no tenía ganas de ver lo que él veía, por ejemplo. Entonces yo me iba a la pieza. Igual nosotros siempre fuimos súper independientes. Era una relación sana, digamos. O sea, ninguno absorbía al otro.
Nunca el problema fue una tercera persona, no fue necesario charlar sobre infidelidades o parejas abiertas. Estaban cómodos, se querían, pero entendieron que estaban girando sobre el mismo círculo, sin poder modificar ningún elemento de fondo. Como el guión de una película, o se adaptaban a los deseos del otro, o elegían caminos opuestos antes de llegar a sentir rencor por los anhelos no cumplidos. Por eso, cuando reflexionan sobre su historia, recomiendan hablar, hacerle frente a la incomodidad. Escucharse sin enojo.
—Nos separamos con la certeza de que hicimos lo que pudimos, que llegamos donde llegamos y fue hasta ahí —dice Luz, con una sonrisa triste.
—Pasamos por miles de cosas y entonces es como que tenés un montón de experiencias lindas que siguen estando. Es triste desarmar tu vida, a pesar de eso el balance es bueno —concluye Ale.
Para muchas personas es probable que la separación sea vista como un fracaso. Fracaso —creen ellos—, sería no intentar cumplir sus verdaderos deseos en esta vida. Sus familias seguirán en contacto porque los lazos van más allá de la pareja, ambos vieron crecer a sus sobrinos como si fueran propios. El amor no se termina, se transforma, por eso pueden juntarse a contarlo; ninguno se arrepiente de la decisión, que era necesaria aunque todavía duela.
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