Flotar por horas, como volver al vientre materno
En una casona de Boedo funciona un flotario, una cabina cerrada con agua cálida y 500 kilos de sal, donde es posible aflojar tensiones y sentir algo parecido a la vida intrauterina
Un colchón de agua. Ése era el sueño de mi infancia. Una amiga mía tenía en su casa uno y nosotras nos pasábamos ahí, saltando y tiradas sobre él, sintiendo el arrullo del agua. Tenía 9 o 10 años, pero poco después cambié de colegio y desde entonces nunca más volví a pensar en ese colchón. Hasta ahora.
Esa imagen de mi infancia volvió a mi mente como un flashback cinematográfico. Fue esta semana, mientras flotaba en una cabina cerrada con 500 kilos de sales epsom (sulfato de magnesio) en una típica casona de Boedo. Allí funciona un flotario, uno de los pocos que hay en el país y casi el único que queda en la ciudad de Buenos Aires.
Flotar sin esfuerzo, sin sentir el peso de la caprichosa gravedad que quiere arrastrar, indefectiblemente, hasta el fondo. Flotar por horas en la serenidad del silencio, en la oscuridad, sostenido por el agua cálida (siempre entre 35 y 36 grados), densa, salina, que envuelve el cuerpo como si fuera un vientre materno. Porque estando ahí la asociación con la vida intrauterina se vuelve casi obvia. Y es fácil imaginar por qué un bebe se siente seguro y a salvo en la panza materna.
La primera vez que leí sobre los flotarios fue hace años, en alguna revista de divulgación científica. Después, lo vi en Dr. House , en el capítulo "House's head", en el que el irreverente médico se mete en un tanque de aislamiento para tratar de recordar algo sobre un accidente de ómnibus en el que estuvo. Y por supuesto, está la película Estados alterados, en la que el protagonista, luego de ingerir sustancias psicotrópicas, se mete en uno de estos tanques para investigar en profundidad la psique humana.
Ahora, lejos de los orígenes de experimentación psíquica que el científico John C. Lilly, el padre de los tanques de aislamiento, le dio a su invento, y a tono con las terapias que buscan sumar bienestar, los tanques de flotación están asociados a la relajación y al alivio del estrés. Entre los beneficios, el flotario ayuda a paliar dolencias (circunstanciales y crónicas), relaja y disminuye las contracturas, alivia el insomnio y mejora la circulación.
Pensé que el momento de iniciación no podía ser mejor. Desde hacía unos días venía arrastrando muchos dolores, consecuencia de una clase de gimnasia demasiado intensa para mi cuerpo poco entrenado.
Además del flotario, en la casona de Boedo funciona el consultorio del doctor Jorge Janson, un médico clínico formado en el Hospital Italiano, que está convencido de que la medicina debe ser más humanística y de que la única forma de lograr bienestar es cultivando la salud. Hay muchas formas de hacerlo. El flotario, dice, es una de ellas. La acupuntura, técnica en la que se especializa, es otra.
Llegué cuando caía la tarde. Me recibió Elvia, la secretaria, con una amplia sonrisa y enseguida me acordé de mi abuela y de todas las abuelas, porque Elvia se parece un poco a todas. Me explicó que debía ducharme antes y después del flotario. También me proveyó de todo lo necesario: una bata, unas ojotas con motivos hawaianos y dos toallas (una grande y otra chica para el pelo). Casi todo, menos la malla que, por supuesto, había traído desde casa. Pero ella pareció leerme la mente y me dijo: "Si querés ponerte la malla no hay problema, pero la mayoría de la gente flota sin ropa". También me dijo que debía ubicar la cabeza en el lado opuesto de la puerta, donde estaba el sistema de circulación de aire.
Le di las gracias y seguí sus indicaciones. Antes de meterme en la cabina, Elvia me dio una última recomendación: "Al entrar no hagas olas para que no te entre agua en los ojos". Así lo hice, pero por desgracia, una vez adentro, me olvidé de su consejo y lo lamenté.
Entré. Elvia cerró la puerta no sin antes asegurarme de que podía abrirse desde adentro cuando yo lo quisiera. No es que no lo creí, imposible no hacerlo con esa sonrisa franca, pero quise comprobarlo yo misma. Y sí, la puerta podía abrirse con sólo empujarla. Eso me dio confianza.
Los primeros minutos son pura adaptación. No sólo al agua, sino al silencio y a la oscuridad. Algunos optan por flotar sin siquiera un halo de luz. Yo, por ser la primera vez, decidí dejarla prendida. Pero enseguida me sumí en la oscuridad que surge cuando los ojos se cierran. Lo primero que noté fue que ahí adentro todos los sonidos del cuerpo se potencian. Los latidos, la respiración y el simple acto de tragar saliva se magnifican. Sentí cómo la sal empezaba a adherirse a mi piel, formando una fina película blanca. "Mi cuerpo se confunde con la sal", pensé.
Quise calcular las medidas de la cabina. Estiré los brazos hacia arriba. Mis dedos no llegaban a tocar el techo, pero estaban muy cerca, apenas a diez centímetros. Después, estiré los brazos hacia los costados. Mis codos se doblaron. Hacia abajo, no había más de 30 centímetros porque se podía tocar sin dificultad el fondo de la cabina. Efectivamente las dimensiones eran pequeñas, no aptas para claustrofóbicos, pero con los ojos cerrados las paredes se agrandan. Con el movimiento natural del agua parece que se recorren metros cuando apenas el cuerpo se mueve centímetros.
También la noción del tiempo se distorsiona. Sabía que iba a estar ahí una hora, pero hubiera jurado que fueron dos, o veinte minutos. Es extraño: uno vive pendiente del tiempo, sólo para poder sentir la libertad de olvidarse de él. Intenté dormirme, pero no lo logré. En cambio, diversos flashbacks e imágenes acudieron a mi mente. El colchón de agua de mi amiga de la infancia. Una cinta rebobinándose, volviendo al minuto cero. Un gran paréntesis. Un pozo oscuro y húmedo. Un campo de girasoles desierto. El vientre materno.
Todo se sucedía sin ninguna conexión aparente, como si fueran retazos de mi conciencia, que pareció despertar de un largo letargo. Porque aunque parezca contradictorio, cuando uno se aísla en este tipo de cabinas experimenta el despertar de la conciencia. Sólo allí, en el aislamiento sensorial más absoluto, se es consciente de las presiones que el cuerpo y la mente soportan.
En un momento decidí abrir la puerta de la cabina. Sentí que ya era suficiente por esta vez. Allí estaba Elvia, que venía a buscarme. Tardé en acostumbrar mis ojos nuevamente a la luz, y mis oídos a los sonidos. Pensé que así se sentiría un bebe al abandonar el vientre materno. La gran diferencia es que yo sabía qué me esperaba al salir de ahí. Un mundo ruidoso, alocado, frenético, pero conocido.
Esa noche soñé que dormía en un colchón de agua.
Flotarios en la ciudad de Buenos Aires
Para conocer más sobre esta experiencia, ingresar en www.flotario.com.ar . El flotario funciona martes y jueves, a partir de las 9. La hora de flotación tiene un costo de 150 pesos.
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