Fito Páez. “Llega una edad en que no podés no disfrutar”
Antes de iniciar una gira por ciudades de América Latina y Estados Unidos para presentar La ciudad liberada, Fito Páez (Rosario, 1963) publicó su tercer libro, Los días de Kirchner (Emecé), que está protagonizado por un intelectual lúcido y feroz, el Mono Vargas, y por Mercedes Botana, joven abogada y militante kirchnerista. La nouvelle de Páez transcurre en los largos años de los gobiernos kirchneristas y se extiende, en un salto metaliterario, hasta el mes de publicación del libro: mayo de 2018. Comedia erótica, novela de espías y thriller narcopolítico en el que intervienen factores concretos del poder actual en la Argentina, la breve novela asume riesgos al referirse tanto al contexto social, donde se superponen luchas simultáneas, como a las preocupaciones centrales que atraviesan la propia trayectoria artística de Fito Páez.
–¿Estás contento con la publicación de Los días de Kirchner?
–Muy contento. No puedo ser objetivo con determinadas cosas, pero fue hermoso escribir la novela. Me llevó muchos años. Las primeras ideas aparecieron en 2013. En un momento habíamos armado un libro que se iba a llamar "Doce cuentos y una novela corta". Al editor le gustó mucho y me sugirió que la publicáramos aparte. ¿Y por qué no? Los doce cuentos se van a editar este año o en 2019. Al quedar sola, la nouvelle, que para mí era un cuentito, me dio la posibilidad de poder expandirme un poco más; recién ahí apareció realmente.
–¿Varió el proyecto original?
–Era una historia pasional, y de golpe, al tener más tiempo y espacio, jugué un poco más fuerte. Y como pasa siempre, cuando te metés más, las cosas funcionan mejor.
–¿Ahí sumaste el thriller a la comedia erótica entre un escritor y una militante política?
–Eso es lo más reciente y lo que terminó de entusiasmarme. No estaba seguro antes. Me tomé unos días y me metí a investigar e hice jugar más fuerte a los personajes. El monólogo del Mono Vargas, que al principio ocupaba una página, pasó a ocupar cuatro o cinco. El desarrollo del caso del glifosato adquiere un protagonismo más espeso y eso me permitió llevar todo al terreno de la novela negra. Al final, termino mostrando las influencias de Dashiell Hammett y los libros de detectives que había leído cuando era más pibe.
–¿Qué quisiste condensar en el título de la novela?
–El título me evocaba la película Nos habíamos amado tanto, de Ettore Scola, o Verano del 42, de Robert Mulligan. Como cuando se dice "aquello que pasó"; un momento de la vida, una época, un romance. Para cada persona resuena de distinto modo. Y por otro lado nunca sé lo que estoy escribiendo. En un sentido literal te lo digo, yo, que odio la literalidad. Ahora mismo estoy escribiendo el guion de un film. Tengo la idea de lo que quiero que suceda con los personajes, hasta un posible final, pero también me dejo andar; como el río, dejo que el agua vaya pasando. Dejo que vaya sucediendo y hay un momento donde te empieza a interesar. He conocido a escritores que trabajan con mucho método y se arman sus esquemas. Los respeto muchísimo, pero es una vida muy lejana a la mía. Posiblemente esa libertad provenga de la música.
–¿Escribís por raptos?
–Escribo cuando tengo tiempo. Hoy me levanté a las nueve de la mañana y escribí hasta hace una hora. A la noche otra vez, y van a ser cuatro o cinco horas que ya las estoy esperando. Depende del día. No me pongo loco; como no tengo necesidad de entrega, disfruto la escritura. Llega una edad en la vida en que no podés no disfrutar, es casi una falta de respeto hacia la vida. Tenés todo para disfrutar, ¿qué te agobia? Tenés el tiempo, tenés a tus hijos bien, tenés la pluma afilada, podés tocar los instrumentos.
– Elegiste varios núcleos de la época kirchnerista como ejes de la novela.
–A ver, lo del glifosato es muy actual también. Es algo que sigue haciendo daño. Creo que de alguna forma la novela es una especie de crítica a la máquina política universal. Como si la política fuera una máquina que está preparada para recibir vanidades de todo tipo y para, excepcionalmente, ofrendar el objetivo final, que sería la búsqueda del bien común. El Mono, desde su "francotiradorismo", dice todo. Sin filtro. Es un francotirador lúcido, no estos francotiradores que encontrás en la política moderna que dejan bastante que desear. Cuando lo escribía pensaba que a Fogwill le gustaría ese personaje. El libro habla de las frustraciones de la vida política. En un momento, el Mono les dice algo duro a los pichones, les dice que se la pasan operando y que van a generar comisiones para que nada suceda. La política termina ahogada en ese tipo de mecanismos, extremadamente irreales y muy difíciles de rebatir.
–¿Compartís con el personaje la mirada desencantada?
–Sí, me la dio la vida, pero por otro lado también me gustan todas las situaciones que jueguen a favor de la mayoría. Ahí tengo algo del abrazo que viene de la música. "Esto es para todos, repartámoslo". Sobra esto, tomá. Bajamos cada noche con la comida que sobra y la repartimos con los muchachos que están en la calle. Esa es mi vida. Lo más hermoso está en el mundo, en la experiencia, en los conciertos. Entonces a lo mejor intelectualmente soy un ácrata, un pesimista, pero por otro lado también construyo o intento construir una suerte de amabilidad que no sea correcta, donde todos podamos reír y decir lo que queramos sin que a nadie se le caiga ningún anillo.
–Comenzaste como artista en una época en que el arte, la música y la literatura tenían otro significado social. ¿Cómo lo vivís actualmente?
–Tengo una teoría que desarrollé en Diario de viaje. Antes vivíamos en un mundo sin redes, sin Internet, un mundo en los años sesenta, setenta, donde las dictaduras militares se instalan en América, y la figura del cantante popular pasa a ser de alguna forma, en todo el continente americano, esa voz que te hablaba al oído y te decía: "Flaco, dale para adelante, va a estar todo bien". Cuando todo eso se empieza a desvanecer, en el medio de la revolución tecnológica ya no necesitás más que nadie te diga al oído: "Che, la libertad está por acá". Hoy, la libertad es la Red. En la Red está la libertad. ¿Querían libertad, muchachos? Ahí la tienen. Es genial porque al final te quedás con la vieja pelea: la forma y el fondo. A mí dame las formas. Me gustan las formas. En el arte, se trata de espadear. Y de divertirse.
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