Fisonomía de la siesta
No es que haya que retroceder en el tiempo pretendiendo volver a instalarla donde ya es inviable. Tan solo nos proponemos rescatarla en su sentido reparador
Aplastada por el apuro, la exigencia de eficacia y de alto rendimiento, la siesta fue restringiendo su alcance hasta caer en el desván del desuso.
Acotada a los bordes de la vida, son los niños pequeños y los adultos muy mayores quienes no vacilan en mantenerla vigente. Injustamente asociada a una pérdida de tiempo, la siesta fue sacrificada, y su sentido quedó eclipsado por una organización socio-económica epocal que la sacó de cartel.
Así fue como las grandes ciudades la han abolido. Y no es que haya que retroceder en el tiempo pretendiendo volver a instalarla donde ya es inviable. Tan solo nos proponemos rescatarla en su sentido reparador. Dificultades crecientes para viajar a los lugares de trabajo y largas distancias para recorrer la borraron de la cotidianeidad. No así en las provincias del interior de nuestro país, donde la cuidan con recelo y mantienen aún tiempos generosos de descanso. Allí, como escribiera Borges, "muchedumbres de sol bloquean la casa y el tiempo acobardado se remansa detrás de las persianas". En cada pueblo el silencio es respetado luego del almuerzo; todo se cierra, se interrumpe y se retoma con vigor un par de horas más tarde. "Aquí tenemos otros tiempos", me recordaba un amigo que vive al pie del cerro Champaquí, mientras yo intentaba precisar horarios con nuestro implacable pulso capitalino. Allí, como bien lo retrató el pincel de Antonio Berni en su obra Siesta (1932), hasta los perros duermen.
Siestas largas, muy breves, de tiempo indefinido o de frazada, como me gusta llamar a aquellas que se saborean imaginariamente de antemano, todas tienen en común la pausa, el corte y marcar un contrapunto entre las distintas partes del día. Algo así como los signos de puntuación en un texto: lo ordenan, lo vitalizan, potencian la fuerza de su contenido.
Deleite de fin de semana para muchos que no se resignan del todo a darla por perdida. Y en el descanso sabático, dominical o de vacaciones, los sentimientos de culpa no la contaminan con cuestionamientos críticos.
Quienes pese a todo pueden conservarla durante la semana saben que su función energizante se consigue tan solo con unos veinte minutos de sueño. Cápsulas de sueño y siestarios son los nuevos inventos que buscan regenerar espacios de descanso que grandes empresas, como Google en California, ofrecen a sus empleados. Una nueva evidencia de que entre la siesta y el rendimiento productivo hay una indudable relación. La vieja y sabia siesta clásica retorna, de este modo, en formato posmoderno.
Tiempos muy breves son suficientes para despejar la cabeza, descansar, soñar y despertar fresco, con más vigor. Porque en torno a la siesta no es verdad que cuánto más dure mejor será. Las siestas largas suelen ser traicioneras justamente porque ponen en riesgo el buen humor y la lucidez posterior. Hay quienes desisten de siestear para no enfrentarse al embotamiento que los atonta luego de un dormir placentero. Según Borges, "la hora sin metáfora, la siesta que nos disgrega y pierde".
El tiempo de siesta plantea algunos condicionamientos según las edades. Nada peor en la infancia que una siesta tardía, de aquellas que rozan el atardecer y entorpecen la conciliación del sueño nocturno, empujando a trasnochar a quienes no están en condiciones de hacerlo.
En los jóvenes, en cambio, la siesta no viene después del almuerzo, sino antes de la medianoche, es decir, antes de salir con amigos. O sencillamente consiste en entregarse a Morfeo quedándose dormidos sin haberlo programado. Palmé, así dicen cuando se desploman a cualquier hora y en cualquier lugar. Lógicamente, el singular trato que tienen los adolescentes con el tiempo hace que los desencuentros horarios en la convivencia familiar sean mayúsculos.
La ruta del sueño tiene en la siesta una escala posible, un recreo saludable, que en tanto nos aleja momentáneamente de las tensiones de la vigilia, relaja y distiende, y sin somníferos que la activen. Un hábito muy tentador pero poco frecuentado.