El extraño origen de los primeros billetes argentinos, con próceres extranjeros, canguros y dioses de la mitología griega
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Fue, de alguna manera, lo más cerca que estuvo la Argentina de la “dolarización”. En 1827, cinco años después de que comenzase a circular el papel moneda en el país, el billete de 1 Peso Moneda Corriente tenía estampada la cara de George Washington. Exactamente el mismo retrato que hoy ilustra el billete de un dólar, pintado por el norteamericano Gilbert Stuart, pero invertido. Estaba ubicado en el costado derecho del billete, enfrentado al retrato de Simón Bolívar.
El billete era tan norteamericano como el dólar: se imprimía en Nueva York, en la American Bank Note Co. Pero llevaba el sello del Banco de Buenos Ayres y la firma de sus autoridades. No era verde: variaba del blanco al negro, con distintos tonos de grises.
Pero Washington y Bolívar no fueron los únicos próceres extranjeros impresos en el dinero argentino. El billete de cinco Pesos Moneda Corriente, del mismo año, también tenía los rostros de otros dos forasteros. Por un lado, estaba el escritor y religioso británico William Penn, fundador de Pensilvania (Pennsilvanya, en inglés). Su cara se haría conocida en todo el mundo algunos años más tarde, a partir de 1909, cuando los fundadores de la empresa Quaker decidieron grabar el rostro de William Penn en su caja de cereales. Del otro lado del billete, enfrentado, tenía el retrato más conocido -e impreso- en el mundo: el de Benjamin Franklin, “Padre Fundador” y presidente de los Estados Unidos, que está presente en el billete de cien dólares (”cara chica” y “cara grande”).
El de 10 Pesos Moneda Corriente, que repetía a Washington y Bolívar, incorporó por primera vez la imagen de un animal. No se trató de una especie autóctona: por el contrario, los diseñadores eligieron el águila calva, el ave representativa de los Estados Unidos.
Un poco de contexto
En 1822, el general Martín Rodríguez, gobernador de la provincia de Buenos Aires (que aún incluía a la ciudad de Buenos Aires), creó el Banco de Descuentos. Fue, durante 20 años, la única entidad bancaria del país. Su propósito fue contar con una institución capaz de descontar letras, pagarés y obligaciones, recibir depósitos y, aquí la novedad, emitir papel moneda. Hasta entonces, las operaciones se hacían con metales: principalmente, plata y oro.
Los primeros billetes fueron concebidos en Buenos Aires, cerca del Cabildo, a una cuadra de la Plaza Mayor, en el local de un francés llamado José Rousseau que era reconocido como “un maestro de grabados”. No tenían valor nominal, debajo de una cinta que identificaba al papel con el “Banco de Buenos Ayres”, Rousseau colocó un texto que decía: “Promete pagar a la vista y al portador la cantidad de ... pesos en moneda metálica”. En el espacio en blanco un funcionario público debía escribir la cantidad. Funcionaría, en definitiva, como un pagaré.
La primera tirada, de 7002 billetes, fue impresa en el taller de un tal Pedro Ponce. Entraron en circulación el viernes 6 de septiembre de 1822, día de apertura del banco.
El primer falsificador
Los billetes eran tan rudimentarios que no tardaron mucho en ser copiados. En 1824 fue arrestado en Buenos Aires, el ciudadano chileno Marcelo Valdivia, un artista plástico formado en Europa que hoy es reconocido como “el primer falsificador de billetes argentinos”. Su leyenda cuenta que se había enamorado de una muchacha de la alta sociedad y que, para seducirla, no tuvo mejor idea que multiplicar su riqueza fabricando sus propios billetes. Tuvo una condena ejemplar: ocho años de prisión y destierro por el resto de su vida. Y para que la medida resultase ejemplificadora, lo pusieron “en exhibición” en la plaza pública, entre dos guardias, con los billetes colgados del cuello. La humillación pública duró ocho días, con sus noches. Luego fue trasladado a la cárcel.
El encierro de Valdivia duró poco más que un suspiro: “el primer falsificador de billetes argentinos” falsificó también su orden de libertad. Pero fue descubierto y condenado a la pena de muerte. El 21 de julio de 1824 fue ejecutada con un método muy difundido en España: el garrote vil (consistía en un collar de hierro atravesado por un tornillo que, al girarlo, causaba a la víctima la rotura del cuello).
Pesos, “a la inglesa” y “a la norteamericana”
Para evitar nuevas falsificaciones, se ordenó la producción de billetes argentinos en países que contaban con maquinaria sofisticada. El primer productor extranjero de moneda nacional fue Londres, en la casa Henckell & Du Buisson. No hicieron grandes innovaciones en cuanto al diseño, pero agregaron el escudo nacional.
En 1827 el Banco de Buenos Ayres firmó contrato con un nuevo proveedor: la American Bank Note Co. de Nueva York. Allí se imprimieron por primera vez rostros en los billetes argentinos: Washington, Bolívar, Penn y Franklin. En los años nacientes de la patria pero el pedido fue incluir los retratos de “los héroes de la independencia americana”.
Animales y, por fin, un prócer argentino
Los billetes fueron evolucionando con el tiempo. Llegó luego, en 1841, la primera serie de billetes con animales autóctonos: el billete de 5 Pesos Moneda Corriente tenía un ñandú, el de 10 llevaba dos ovejas, el de 20 mostraba un potro salvaje, y el de 50 estaba decorado con dos vacas.
Le siguieron alegorías femeninas, más animales, gauchos, paisajes urbanos (el puerto de Buenos Aires, el Cabildo...), leyendas políticas (”Viva la confederación, mueran los salvajes unitarios”), niños, herramientas de granja, un canguro, el Dios Poseidón de la mitología griega, alegoría de Mercurio...
Finalmente, en 1869, se imprimió la primera serie de billetes con retratos de próceres argentinos. No por casualidad, todos los elegidos resultaron referentes de los Unitarios. El billete de 10 Pesos Moneda Corriente reflejó el rostro del escritor y político Florencio Varela; el billete de 20 trajo al general Juan Lavalle; el de 50 al general Juan Gregorio Las Heras; y el de 100 al general José María Paz.
Las imágenes de José de San Martín y Juan Manuel Belgrano, los más repetidos en la numismática argentina, recién se imprimieron en los billetes a fines del siglo XIX.
La obsesión por el dólar creció en idéntica proporción a la pérdida de valor del peso. Los economistas coinciden en que la “fiebre verde” llegó a la calle a mediados de la década del 40, cuando la inflación anual se instaló en dos dígitos. El billete norteamericano se convirtió entonces en la primera opción como “reserva de valor”. El Indec asegura que los argentinos tenemos hoy 260.000 millones de dólares atesorados fuera del circuito económico.
Obsesión verde
“La rúcula” -una de las aceptaciones del lunfardo para “dólar”- también inspiró alguna frases que se grabaron a fuego en el inconsciente colectivo nacional.
* El 21 de agosto de 1948, frente a una reunión de obreros ladrilleros, Juan Domingo Perón acuñó una de sus frases más famosas: “Dicen algunos traficantes que existen dentro del país, que no tenemos dólares. Yo les pregunto a ustedes ¿han visto alguna vez un dólar? La historia de los dólares es, simplemente, la presión externa para que nosotros no aseguremos nuestra independencia económica”.
* El 29 de marzo de 1981, al asumir el cargo de ministro de Economía, en cadena nacional, el ministro de Economía Lorenzo Sigaut (sucesor de José Alfredo Martínez de Hoz), pronunció la frase que haría historia. Con el objetivo desalentar maniobras especulativas, dijo: “El que apuesta al dólar, pierde”. Sin embargo, pocos días después, dispuso una devaluación del peso del 30 por ciento. Y fue apenas la primera devaluación de su gestión... Es decir que los que apostaron al dólar ganaron como nunca. Su frase hoy se usa como ejemplo de la poca credibilidad de los políticos.
* En 1989, frente a una corrida cambiaria, José Luis Machinea, entonces presidente del Banco Central de la República Argentina, advirtió: “Si el mercado quiere dólares, le vamos a dar con el látigo”. Su amenaza no causó el efecto deseado. Por el contrario, le siguieron más devaluación e hiperinflación.
* A fines de 1991, Domingo Felipe Cavallo hizo, en términos económicos, el anuncio más importante de su vida. En cadena nacional, ante el gran público, presentó su más ambiciosa creación: el Peso Convertible de Curso Legal. Se trataba de una moneda nueva que tendría el mismo valor nominal que el dólar. Un peso, un dólar. Sin embargo, en su presentación deslizó un furcio que hizo historia: “El peso, que a partir del primero de enero valdrá igual que el dólar, es una ment... (sic) moneda destinada a perdurar con ese valor por muchos años. Me atrevo a decir, por décadas”.
* En enero de 2002, al asumir como presidente, frente al Congreso, Eduardo Duhalde disparó una frase que se convirtió en símbolo de una promesa jamás cumplida: “El que depositó dólares, recibirá dólares”.