Fernando Ruiz Díaz, nunca en calma
Fernando Ruiz Díaz vive en una hermosa casona de estilo art-déco, en el límite entre Villa Crespo y Caballito, a cuatro cuadras nomás del monumento a Don Ruiz Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Un Ruiz Díaz que, cuenta la historia, llegó a ganar su última batalla contra los moros después de muerto: sus soldados ataron el cuerpo de Ruiz Díaz a su caballo para amedrentar a sus enemigos, temerosos de su gran figura.
Coincidentemente, nuestro Ruiz Díaz, el rockero, viene cultivando su perfil de guerrero desde su infancia de niño terrible, cuando al grito de "Fernandoooo", una de las primeras palabras que aprendió a decir, se lanzaba contra las sillas dadas vueltas arriba de la mesa del living comedor de su casa, como si se trataran de enemigos, monstruos o molinos de viento. Quién sabe.
Desde entonces, Ruiz Díaz siempre dio pelea. Sea en las calles del barrio de Versalles para enfrentar a quienes osaran burlarse de su hermana mayor, afectada con el síndrome de Down; o en la escuela primaria, ya corpulento, para salir en defensa de "los más desvalidos". "De chico flasheaba con el Zorro, que tiene un compañero sordomudo y, en un punto, es medio Batman. Los dos son millonarios que utilizan ese poder para defender a los desprotegidos y combatir el mal", dice ahora, sentado en el estudio que construyó en el fondo de su casa, rodeado de cascos, máscaras, espadas y figuras de acción de Star Wars, una debilidad que parece haberle transmitido a su hija Lila, de seis años, que corretea por el hogar e interrumpe la charla para pedir que le pongan "la película en la que matan a los tíos de Luke".
Su hija Lila, que es la palabra en árabe para la noche, es un torbellino que va de aquí para allá, "un vendaval" como insinúa su papá Fernando, y es también el centro a través del cual giró la génesis del nuevo proyecto musical de Ruiz Díaz: Vanthra, un power-trío tracción a bombo legüero con el que acaba de editar un álbum, el primero sin el ala protectora de la banda de toda su vida, Catupecu Machu.
"Vanthra Lila" se llama el tema que le compuso a su hija cuando nació, una suerte de mantra de cuna para niños rockeros de donde, varios años después, tomó el nombre para esta nueva aventura. Lila es la que camina con paso firme y mirada segura al frente de un grupo de albinos en el primer video oficial del grupo, "Canción sola". Y, por supuesto, Lila es la musa inspiradora de buena parte del cancionero del debut discográfico de Vanthra. "A Lennon le pasó de tener un hijo y dejar la guitarra colgada por cuatro años. Yo no puedo parar. No me agarraron ganas de no hacer música cuando pasó el accidente de mi hermano, menos ahora con el nacimiento de mi hija. Yo siempre decía que no quería ser padre, pero desde chico me acostumbré a que las cosas llegan como llega la desembocadura de un río. Ella fue eso y vino cuando mi espíritu estaba preparado y por eso se llama Lila, que en sánscrito es el juego de dios, el juego libre, el juego sagrado. Ella es eso, vino y, como dice Aristimuño, fue "un vendaval, un corazón y un plan fugaz. Es todo lo que tengo, es todo lo que hay". Viste que dicen que los hijos vienen con un pan bajo el brazo, bueno, Lila vino con un libro de partituras".
"Escucho el viento que respira tu voz y silbo canciones al mismo viento. Luego respiro las canciones de amor. Todas. Y es que he venido a llorar un dolor. Soltar. Que se vaya más de un recuerdo. Y es que he venido a curar mi canción sola", canta Ruiz Díaz, uniendo en una misma canción aquel dolor y esta emoción. "Lila es la contracara del accidente de Gabriel, es lo máximo que me pasó en la vida. Así como convertí aquel momento en un tema como ‘Viaje del miedo’, ahora este momento lo convertí en Vanthra".
Días atrás se cumplieron doce años del accidente automovilístico que dejó a Gabriel Ruiz Díaz en silla de ruedas y con severos problemas neurológicos. Un drama que, en 2006, se cruzó en la vida de Catupecu Machu en lo más alto de su ola, con el ímpetu de un poder creativo avasallante como no se veía hacía tiempo en el rock de acá. "Te resucito en el sueño, es lo que espero encontrar. Entro en el viaje del miedo, abro la puerta al cerrar", le cantaba Fernando a su hermano en aquel "Viaje del miedo", incluido en Laberintos entre aristas y dialectos, la primera producción de Catupecu sin Gabriel, editada apenas un año después del accidente. "A los veinticinco días del accidente de Gaby, estábamos tocando en Obras, con Diego Arnedo y Zeta Bosio como bajistas invitados. Mi vieja fue la que nos pidió que tocáramos. Y desde ahí no paramos. Pero no por alguna circunstancia en especial, sino porque somos así, somos medio imparables, es nuestra dinámica, nos vamos últimos de los lugares a los que vamos y porque nos prenden las luces; si no, seguiríamos ahí. Ese fue siempre el espíritu. Por eso digo que Vanthra es mi forma de parar: una meditación, pero en movimiento".
Si se le preguntara a una y otra punta del arco generacional del rock argentino, de Charly García a Santiago Motorizado digamos, e incluyendo músicos de edades intermedias como pueden ser Juanchi Baleirón y Lisandro Aristimuño, muy probablemente todos coincidan en que Fernando Ruiz Díaz es el músico más intenso que hayan conocido.
Para bien o para mal (es conocida la anécdota de cuando Charly se puso furioso en una reunión de colegas de la que participaron ambos, porque Ruiz Díaz le había robado el protagonismo y tuvo que pedir a los gritos que "hicieran callar al de Machuca la Hiena", en irónica referencia al exótico nombre de su banda). Él y su hermano Gabriel fueron una aparición inesperada para el rock local allá por mediados de los años 90, dispuestos a entregarse en cuerpo y alma arriba y abajo del escenario, sin poses, con irreverencia, comiéndose al mundo de un bocado, con actitud rebelde y creyendo solo en sí mismos, en su propio sueño. Al grito de "¡dale!" y en formato trío, se instalaron primero como una versión 2.0 de la aplanadora del rock y, enseguida, en una banda en búsqueda constante, en cambio permanente. "El día que te diga que estoy tranquilo, no me creas más nada", repite Ruiz Díaz como un mantra personal que lo mantiene siempre en estado de alerta.
Entre el primero y el último encuentro para esta entrevista, pasaron seis meses. Los mismos seis meses que separan al primer concierto semipúblico de Vanthra, en noviembre del año pasado, en el estudio de Ruiz Díaz y para una audiencia compuesta por apenas ocho personas, a esta charla relajada en su casa, con Lila yendo y viniendo, pidiendo sushi para cenar y jugando en el suelo con sus muñequitos de Yellow Submarine. En el medio hubo una suerte de inmersión en la génesis misma de este proyecto, con el objetivo de ver de cerca y ser testigo presencial de esa intensidad de la que todos hablan, en el momento justo de un nuevo comienzo, buscando reinventarse a más de veinte años de aquella noche que se subió por primera vez a un escenario para no bajarse nunca más. Hubo charlas íntimas en la comodidad de su hogar, anécdotas apuradas en camarines eufóricos, viajes en auto escuchando El Mató a un Policía Motorizado, zapadas extendidas en lugares impensados, paseos copa en mano por entre los viñedos de una bodega mendocina, pequeños shows adrenalínicos para un público que aún no conoce las nuevas canciones, la grabación de un DVD en vivo a los pies de la Cordillera de los Andes e inclusive una fiesta de cumpleaños con amigos de amigos de amigos.
Y sí, Ruiz Díaz es extremo todo el tiempo, cantando para un puñado de fans trasnochados canciones de Sui Generis a las cuatro de la mañana en el lobby de un lujoso hotel o puteando en medio de un concierto a los mismos productores que los llevaron hasta allí; cocinando en una Master Class junto a músicos y chefs o tocando la guitarra con quien se atreva a seguirle el ritmo. Un artista las veinticuatro horas por día, pasional y efervescente. "Yo soy muchos Fernando, inclusive en el mismo día puedo ser varios. Soy el que me levanto a la mañana con resaca y sale a correr, soy un motociclista que puede recorrer 5000 kilómetros, soy el que se va de vacaciones al sur solo con su hija. De hecho, con cada guitarra que toco soy otro y según con la lapicera que escribo también soy otro. Los tiempos se miden más cuánticamente para mí y siento que al artista con el que convivo, que me encanta, pero que es bravísimo en muchos sentidos, todo esto de Vanthra lo está recontra alimentando".
Fernando dice que el arte lo pasó por arriba desde chico, que no quiso ser músico, que lo fue y listo, que no estaba buscando nada, que siempre tuvo todo. "Es más, sé que es una locura, porque con Vanthra todavía ni siquiera empezamos y yo siento que ya está completo. Si Vanthra terminara hoy, ya está, misión cumplida. Hay dos frases que escuché de chico y que me marcaron para siempre. Una es de Dalí, que dice "pintor pinta". La otra es de Da Vinci: "La escultura ya está dentro de la roca, solo hay que quitar lo que sobra". Me siento muy identificado con las dos, porque siempre hice eso, pinté, me dediqué a sacar las partes que sobraban".
Vanthra grabó un disco de once canciones que presentará oficialmente el 8 de junio en La Trastienda, por el momento únicamente editado completo en formato vinilo, con la mitad de los temas disponibles en las plataformas digitales y una próxima edición en CD que incluirá un DVD con la filmación de un show en vivo realizado dos meses atrás, en Mendoza y con la Cordillera como telón conceptual. Así, Ruiz Díaz volvió al formato trío, acompañado por "Pape" Fioravanti y Charlie Noguera, con un set percusivo que marca a fuego el sonido del grupo, compuesto por un bombo legüero, un ton de batería de diez pulgadas intervenido que, al igual que el bombo, está conectado a una Octapad y apenas dos platos. Desde allí, Fioravanti, productor, guitarrista y bajista, bombea el corazón telúrico de Vanthra. "Tenía en la cabeza que el pulso tenía que ir por ahí, que estaba muy relacionado con el norte, con parajes como Amaicha del Valle. Pape y Charlie fueron muy importantes para llegar a ese sonido y para que Vanthra exista. Siempre me dediqué a descubrir músicos, por eso me gustan los grupos, las conjunciones de músicos. Fue muy grosso lo que vivimos con ellos. Charlie empezó siendo mi asistente a los 17 años y siempre flasheé con su manera de tocar. Vos pensá que él tiene un mandala tatuado con el símbolo de Gaby. Y Pape es el cuñado del "Búho" (Agustín Rocino, baterista de Catupecu), que toca cualquier cosa y es un tremendo violero, pero yo quería que tocase la percusión. En cierto punto, volví a vivir un proceso medio parecido a lo que viví con Catupecu. Podría no haberme pasado nunca más algo así y por eso estoy muy agradecido con ellos".
Desiertos, montañas, ríos y mares son hoy la escenografía que pinta Ruiz Díaz en sus letras, en donde dioses y demonios siguen peleando entre sí, pero con un optimismo y una épica aún más presentes que en sus últimas producciones. Paisajes poéticos que se entrecruzan con el pulso folclórico-industrial que construye el trío en escena. "Tuve muchos disparadores para componer estas canciones, pero un amigo me regaló un ukelele y comencé a tocarlo y me salieron un montón de cosas que, por primera vez, sentí que no podían ir para Catupecu, que iban para otro lado. Ahí comenzó mi viaje vánthrico. En mi cabeza primero era yo solo con el ukelele en el estudio y eso me liberó mucho para componer. Pero después les dije a los chicos de hacer algo juntos y todo mutó".
Suena su celular. Es Aristimuño para preguntar cómo anda. "Nos cuidamos mucho mutuamente", dice. Consciente o inconscientemente, Aristimuño es otra de las presencias que sobrevuelan aquí y allá este proyecto. Sus vidas se cruzaron en los camarines de un show de La Portuaria, hace tiempo ya, ambos invitados a cantar, y tras varios vasos de whisky sellaron una amistad para siempre.
"Nos hicimos hermanos, la hija de él se hizo amiga de mi hija y nos gusta zapar juntos. Creo que una de las grandes cosas que compartimos con Lisandro es nuestra soledad. Por fuera de esa hermandad que siempre fue Catupecu, hubo dos personas muy importantes en todo esto que fueron Leandro (Spatola, de Sick Porky) y Lisandro. Él dice que yo lo tranquilizo, ja, ja. Lo cierto es que cuando nos juntamos nos retroalimentamos y para mí, él es el mejor artista que salió en los últimos diez años. Con Lisandro me pasó de encontrar a alguien contemporáneo con esa cosa íntegra y salvaje y tremenda, que personalmente solo me había pasado con músicos más grandes, como Daffunchio, Arnedo, Mollo o Spinetta. Tenemos cosas grabadas y algún día vamos a hacer un disco juntos", promete.
Conversador serial, Ruiz Díaz dice que no le teme a la muerte, que siempre vivió al límite, que nunca tuvo ansias de descansar, de tomarse unas vacaciones. "El pintor pinta", repite. "Cuando ven que ahora estoy a full de acá para allá, algunos me preguntan: ¿pero no era que querías bajar un cambio? No, cambié la caja de cambios y este auto anda con otras velocidades, es un coche distinto, pero yo sigo. Para mí la vida es muy larga para estar haciendo siempre lo mismo. Vamos cambiando de forma. Es mentira que la vida es corta. Por eso yo no tengo miedo, no le temo a la muerte, yo creo que voy a vivir mucho y si vivo menos, será porque me necesitan arriba o abajo para hacer quilombo ahí. Algo debe haber, seguro, porque a mí me bajan las canciones y no sé por qué ni de dónde. Algo hay. Por eso toda esta vida es tan excitante y alucinante. Nosotros vivimos al límite. Cuando pasó el accidente de Gaby yo venía viendo signos de que algo iba a pasar, que algo iba a terminar mal para nosotros. Pero igual seguimos y dimos todo. Si querés te miento y te digo que todos marcamos nuestro destino y eso, pero no. Gaby no quería tener el accidente, pero en la última entrevista que hizo, para una radio de San Juan, él se ríe de la muerte. El accidente de Gaby es parte de toda esta locura que vivimos. Yo hubiera preferido que no ocurriera, pero eso me llevó a componer un disco como Simetría de Moebius, que es un gran disco y una de las cosas artísticamente más grossas de las que participé. Ojalá algún día pueda escribir otra canción como 'Cosas de goce'. Hay muchas cosas que se generan con la inercia y la dinámica para nosotros siempre fue el movimiento y en ese movimiento pasó lo que pasó".
La última charla con Ruiz Díaz ya lleva más de tres horas de grabación y el músico invita a seguir hablando, sin importar si los temas tratados vayan o no a la nota, abrir un vino y celebrar el estar aquí y ahora. Los basamentos de su obra, su vida y su discurso parecen extraídos de los diez principios esenciales de la filosofía zen: Vive aquí y ahora. Presta atención a todo lo que haces. Sé fiel a tus sentimientos. Ámate a tí mismo. Aprende a soltar. Sé honesto contigo mismo y con los demás. Ten en cuenta tus deseos. Sé responsable de ti mismo y del mundo. No te opongas a la corriente de la vida, fluye con ella. Encuentra la paz interior.
–¿La filosofía zen es un camino para vos?
–Sí, desde chico. Yo nací católico, pero mi viejo nos abría la cabeza con la cábala judía, con el budismo. Cuando fui a ver Star Wars, cuando se estrenó en mayo de 1977, yo tenía 7 años y mi viejo me dijo que Obi Wan Kenobi era un maestro zen. ¿Qué es un maestro zen?, le pregunté y él me explicó. Desde entonces, mientras mis amigos estaban fascinados con las naves, yo me quedé loco con el maestro zen.
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