Felicitas Guerrero y Enrique Ocampo: una historia de amor que terminó en tragedia (el femicidio que se convirtió en leyenda)
Ella fue la mujer más rica de la Argentina a fines del siglo XIX, y terminó asesinada por uno de sus pretendientes; ¿cómo fue su historia y cuál es su relación con el Castillo de la Ruta 2?
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Sobre la Ruta 2 que va hacia la Costa Atlántica, a la altura de Castelli ―a unos 160 kilómetros de Buenos Aires―, se puede ver por un instante el famoso castillo que caracteriza el paisaje que miles de personas ven cuando se van de vacaciones. Entre los árboles, se aprecia cómo se asoma una torre de color salmón y una cúpula puntiaguda gris. Para muchos, este punto en su trayecto marca que están cerca de su destino, pero ¿qué historia permanece guardada en ese lugar?
El castillo que captura los ojos de todos los que miran por la ventana mientras viajan por la ruta pertenece a la estancia La Raquel, que cuenta con 80 hectáreas sobre la vera del río Salado, y se destaca por su chalet, cuyo estilo remite a la belle époque francesa. Este hito arquitectónico fue construido en 1894, aunque su torre fue terminada años más tarde.
Cecilia Guerrero es una de las dueñas de esas tierras, que aún hoy la trasportan a su infancia. En ese entonces, su padre tenía el campo de al lado, por lo que ver la imponente casa era algo de su vida cotidiana. “Para mí era normal, no me resultaba llamativo; pero en la secundaria fui a un colegio en Buenos Aires, y ahí descubrí que la gente lo relaciona con un momento de sus vacaciones, de su viaje, de sus padres, de un tío que le contaba el cuento de una ‘princesa’... Cada uno tiene un recuerdo muy lindo [del castillo]”, señaló al conversar con LA NACION. Aún hoy, cada vez que le llegan comentarios de este tipo, siente mucha alegría de que un lugar que le trae tanta paz al cruzar la tranquera toque las vidas de tantas personas.
Allí se encuentra la Fundación Manuel Guerrero, Juan Pablo Russo y Valeria Guerrero Cárdenas de Russo, que se encarga de cuidar el patrimonio cultural de la localidad y mantener el espíritu emprendedor de sus antepasados. De hecho, actualmente, se realizan eventos sociales y empresariales en los jardines de la estancia. Además, la institución trabaja para conservar el valor histórico que tiene el chalet: todos los muebles y la decoración de principios del siglo XX siguen intactos, ya arreglaron el exterior y ahora buscan recomponer el interior para que sea habitable.
El femicidio de Felicitas Guerrero: un crimen que se convirtió en leyenda
Sin embargo, más allá de todo esto, muchos relacionan ese lugar con una tragedia: el 30 de enero de 1872, Felicitas Guerrero ―la mujer más rica de la Argentina en ese entonces— festejaba su compromiso cuando fue asesinada, bajo su propio techo, por un hombre a quien no correspondió su amor. Esto, que hoy se considera un femicidio, se catalogó como un “asesinato pasional”. Una historia marcada por el amor, el dolor y aquel crimen que ahora, más de un siglo después, es una leyenda.
A diferencia de lo que se cree, ese acontecimiento que impactó a la sociedad porteña de fines del siglo XIX no ocurrió en La Raquel. Es más, ella nunca vio esa casona porque murió unos 20 años antes de su construcción. De todos modos, algunas de las personas que visitan ese lugar aún siguen preguntando por ese hecho.
Cecilia Guerrero es pariente directo de Felicitas y su apellido sigue teniendo mucho peso en la localidad de Castelli, hasta el punto de que le da nombre a la estación del tren. Ella entiende que, como aquella estancia es el lugar más conocido de la familia, al día de hoy se siga asociando ese asesinato con La Raquel.
Esta estancia se sitúa en una porción de lo que fue La Postrera, propiedad de la joven Felicitas. Su nombre hace alusión a que, en ese entonces, esas eran las últimas tierras antes de llegar al territorio dominado por los indígenas. Se extendía desde el Río Salado hasta el Mar Argentino, donde hoy se sitúan las ciudades balnearias de Pinamar, Cariló y Valeria del Mar.
A pesar de que el drama que vivió la familia Guerrero es de público conocimiento, Cecilia recién supo lo que ocurrió cuando tenía 20 años. “Me enteré por mi papá porque, cuando estábamos trabajando con cosas de la estancia, me empezó a contar como si yo supiera. Lo que pasa es que antes había temas de los cuales los mayores no hablaban, y este era uno de esos mandatos que quedaban de generación en generación. Además, para la familia, por mucho tiempo, fue un tema muy difícil. Recién hace unos años empezó a conocerse”, reflexionó al respecto. Ella, una de las herederas de la estancia, hoy se encaraga de explicarle qué fue lo que ocurrió a las personas curiosas que visitan el campo y preguntan por ese fantasma.
La trágica historia de Felicitas Guerrero
Felicitas Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto nació el 26 de febrero de 1846 en Buenos Aires, en el seno de una familia adinerada y con grandes conexiones. Considerada la “mujer más bella de la Argentina” en su adolescencia, se convirtió en el objeto de deseo de varios jóvenes, que se morían por pedir la mano de la “joya de los salones” en los que se movía la clase alta porteña. “Era una chica muy inquieta, sumamente culta, a quien le gustaba el teatro”, describió Cecilia Guerrero a partir de lo que le contaron sobre ella.
A sus 18 años, sus padres, Carlos José Guerrero y Reissig y Antonia Reissig Ruano, arreglaron que contrajera matrimonio con su amigo Martín Gregorio de Álzaga y Pérez Llorente, quien le llevaba 32 años. Ellos consideraron que ese era un detalle menor, ya que de Álzaga poseía una gran riqueza y varias extensiones de tierras, y esto permitiría asegurar el futuro de Felicitas (y del resto de la familia), a pesar de los ruegos de la joven para impedirlo. “No podía hacer mucho por la edad que tenía. La puso muy triste, pero la sociedad marcaba esos mandatos que eran terribles”, indicó Cecilia Guerrero.
Sin más, ambos se casaron el 2 de junio de 1864. A partir de esta unión, Felicitas empezó a dividir su vida entre la ciudad (principalmente lo que hoy es el barrio de Barracas) y el campo, en La Postrera, donde acompañaba a de Álzaga y aprendía sobre el manejo de las estancias.
“Ahí empezó a conocer la vida de campo y empezó a funcionar ese matrimonio, porque surgió cariño entre ellos y por la actividad en la estancia”, relató Cecilia. De ahí vino Félix, su primer hijo, que llenó de alegría y propósito a Felicitas. Sin embargo, a los pocos años, el niño murió por la epidemia de la fiebre amarilla que arrasaba a la ciudad. Ese también fue el destino del segundo hijo de la pareja, Martín, quien falleció al poco tiempo de nacer.
El 1° de marzo de 1870, cinco meses después de la pérdida de Félix y un día antes de que naciera Martín, murió el esposo de Felicitas, Martín de Álzaga, por la gran tristeza que le provocó la partida de su hijo. De esa forma trágica, a sus 24 años, la joven quedó viuda y dueña de una de las riquezas más grandes del país. Sin embargo, esa triste historia no es la razón por la que se la recuerda, sino por su violenta muerte.
Al enviudar, la joven se tuvo que encargar de administrar las tierras, pero como no estaba bien visto en esa época que una mujer realizará ese tipo de tareas, su hermano Carlos Francisco la empezó a ayudar. Además, fue rodeada por muchos pretendientes, entre los cuales estaba Enrique Ocampo, quien sería tío abuelo de las escritoras Victoria y Silvina. Él estaba enamorado perdidamente de la joven heredera, por lo que la visitaba seguido con la esperanza de que algún día se comprometieran.
La familia Guerrero señala que él “estaba obsesionado con la pasión que sentía por ella” y que “la abrumaba y perseguía” desde antes de su matrimonio con Martín de Alzaga. En ese mismo sentido, seis meses después de que Felicitas haya enviudado, Enrique le declaró su amor y todas las semanas le mandaba cartas manifestando su “pasión” por ella.
Victoria Ocampo escribió en El archipiélago —el primer tomo de su autobiografía— lo que su abuela, Angélica, le había contado acerca de Enrique. Allí se refirió a una “ópera dramática”, una “tragedia shakesperiana” y un “doble homicidio”, y escribió: “Felicitas (según dicen) no parecía indiferente a las declaraciones de amor del joven Ocampo. Sin embargo, un buen día (malo para los dos) se enfriaron las relaciones”. Así fue cómo ese compromiso nunca llegó y, por el contrario, marcó su destino.
Según se pudo saber, a fines de 1871, la joven salió a caminar con algunos amigos por el campo, cuando de repente los sorprendió una lluvia torrencial y se perdieron. Por casualidad, apareció un hombre a caballo. Se trataba de Samuel Sáenz Valiente, vecino de Felicitas. Guerrero se acercó a él y le preguntó si sabía dónde estaban, a lo que él respondió: “Es mi estancia, que es la suya, señora”. Entonces, él le ofreció alojamiento en su casa durante la noche tormentosa y se dice que, desde aquel momento, se volvieron inseparables. Al poco tiempo de conocerse, decidieron casarse.
Tal como escribió Victoria Ocampo, la noticia no tardó en llegarle a Enrique, quien se llenó de fueria: “Cuando se enteró de que un rival afortunado la había arrebatado a Felicitas, enloqueció de celos”. Incluso, al poco tiempo de que se diera a conocer el compromiso, se cruzó al padre de la novia en la calle y le hizo entender que la iba a matar. Nadie tomó en serio esa amenaza.
El 29 de enero de 1872 se organizó la inauguración de un puente de hierro hecho especialmente en Europa para poder cruzar el Río Salado, el cual permitiría unir los actuales partidos de Lezama y Castelli. La fiesta se llevaría a cabo en la quinta de Felicitas en Barracas, y la feliz pareja aprovecharía la ocasión para anunciar el compromiso.
Aquel día, la joven se atrasó por hacer algunas compras en la ciudad y, al llegar, se encontró con que Enrique la estaba esperando en una sala. A pesar de las advertencias de amigos y familiares, que advirtieron que lo veían “ofuscado y nervioso”, ella decidió atenderlo. “Felicitas era frontal. Les dijo: ‘Yo tengo que hablar con él y tiene que comprender que yo estoy enamorada de otro señor’”, contó Cecilia Guerrero. Entonces, luego de saludar a su prometido y a los invitados, se dirigió a la sala donde Ocampo la esperaba.
Allí tuvieron una fuerte discusión, en la que él la acusaba de engañarlo y hacerle creer que lo amaba, mientras ella negaba todas las acusaciones. Según trascendió, la pelea escaló hasta tal punto que él le inquirió a Felicitas: “¿Te casas con Samuel o conmigo?”, pero al no recibir la respuesta que esperaba, sacó una pistola de su bolsillo y amenazó a la joven. ”O te casas conmigo o no te casas con nadie”, sentenció.
Felicitas intentó escapar, pero al tratar de huir del salón, recibió un disparo en su espalda, a la altura de la médula espinal. Al escuchar los tiros, su hermano Antonio y su primo Cristian —quienes estaban en el patio atentos a la situación—, entraron corriendo a la habitación y encontraron a la joven ensangrentada, agonizando en el suelo.
La Justicia determinó que Enrique Ocampo se suicidió después de atacar a Felicitas, pero hay varias versiones sobre lo que ocurrió con él: mientras que algunos creen que, tras dispararle a la joven, dirigió el arma hacia él y tiró el gatillo; otros sostienen que lo asesinaron los familiares de ella tras encontrarla herida. Específicamente, se dice que Cristian fue el que forzó ese mismo disparo.
En su autobiografía, Victoria Ocampo describió a su tío abuelo como un “demente por pasión amorosa”; y descartó que haya querido casarse con Felicitas por su herencia, al argumentar que “quienes sueñan con un casamiento ventajoso no matan a la mujer que se les rehúsa”. “No defiendo la locura de mi pobre tío, de cuya historia no se habló más entre los míos; a tal punto que solo supe de su existencia cuando era una mujer hecha y derecha. Pero confieso que mi simpatía va hacia él y no hacia el otro”, concluyó.
La herida de bala fue fatal para Felicitas Guerrero, pero vivió unas agonizantes horas más después del disparo y, finalmente, murió durante la madrugada del 30 de enero de 1872 en el hospital, pocos días antes de cumplir 25 años. “Alguien cuenta que preguntó por Enrique [antes de fallecer]”, deslizó Victoria Ocampo en su texto.
Tras ser velada en la casa familiar de los Guerrero en San Telmo, sus restos fueron trasladados al Cementerio de la Recoleta, donde aún permanecen. Las vueltas de la vida hicieron que se encuentre allí una vez más con su femicida: cuando su cortejo fúnebre llegó a las puertas de la necrópolis, también estaba ingresando el cuerpo de Ocampo.
Como no tenía herederos, los padres de Felicitas recibieron las fortunas de la joven y la repartieron con el resto de sus hijos. En honor de su hija, mandaron a construir un templo en la propiedad donde la habían matado y, entonces, el 30 de enero de 1879 abrieron las puertas de la iglesia de Santa Felicitas, sobre Isabel La Católica 520, frente a Plaza Colombia, en Barracas. Se cree que el espectro de la joven pasea por allí y hay quienes dicen que se la pudo ver en el aniversario de su muerte.
Felicitas se volvió un símbolo para las mujeres que desean casarse y se acercan a las rejas de la iglesia para recuperar a su amor pérdido.
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