Farah Diba, la última emperatriz de Persia
Viajó por el mundo en busca de obras para formar la primera colección de arte moderno de Medio Oriente, que por primera vez saldrá de Irán: se expondrá en Berlín, después de 36 años oculta en los sótanos de un museo de Teherán
WASHINGTON
Pocas mujeres han generado tanta fascinación en los últimos tiempos como Farah Diba, la tercera mujer de Mohammad Reza Pahlavi, el último Shah de Persia y protagonista de uno de las pasajes más tristes y desgarradores de la historia de la realeza. En tan sólo 20 años, Farah pasó de ser una entusiasta estudiante de arquitectura en la École Spéciale d’Architecture de París a su majestad imperial, la Shahbanou (emperatriz) de Irán.
Protagonista de un verdadero cuento de hadas, nunca imaginó cuando dejó Teherán, con 18 años, que sería tocada por una varita mágica y que acariciaría el cielo con las manos al ser la elegida de uno de los hombres más poderosos del mundo. La historia de amor entre el Shah y Farah comenzó a escribirse durante una recepción celebrada en la embajada de Irán en París para agasajar al monarca durante una visita oficial que realizó a Francia en 1958. Esa noche, la vida de aquella jovencita perteneciente a una familia católica acomodada de Teherán cambió para siempre y, junto con ella, la historia de Irán, un país enriquecido por el boom petrolero que se convirtió en un ejemplo de secularismo dentro de Oriente Medio tras mantener buenas relaciones con Occidente en un mundo regido por la Guerra Fría.
Como un adolescente, el Shah quedó obnubilado cuando le presentaron a Farah, quien era poseedora de una gran personalidad y de una belleza digna de una emperatriz persa. Hacía pocos meses que el matrimonio entre el monarca y su segunda mujer, la princesa Soraya, había terminado, por lo que era tiempo de darle una nueva reina consorte al pueblo persa, que aún seguía esperando la llegada de un heredero al Trono del Pavorreal.
Tras un segundo encuentro en la residencia de la princesa Shahnaz, fruto del matrimonio entre el Shah y Fawzia de Egipto, su primera mujer, Mohammad Reza se dio cuenta de que había encontrado a la mujer indicada. Esa misma noche le pidió a Farah que fuera su mujer y así comenzó un período de esplendor, fiestas y viajes que ilustraron por décadas las páginas de las revistas más leídas del mundo. Millones de personas adoraban verla lucir sus joyas y los modelos más exclusivos de las principales casas de moda del mundo.
Al igual que sucedió con la boda entre Raniero de Mónaco y Grace Kelly, la unión entre Mohammad Reza Pahlavi y Farah Diba generó una enorme expectativa. Con sólo 19 años y enfundada en un fabuloso vestido de Christian Dior, creado especialmente para ella por Yves Saint Laurent –quien era entonces el director creativo de la célebre maison–, dejó a todos boquiabiertos cuando llegó en un Rolls-Royce a las puertas del Palacio de Mármol para convertirse en la mujer del rey de los persas. No cabía duda: Farah era la reina perfecta por su juventud, por su estilo, porque era iraní, pero sobre todo porque había recibido una educación europea y era el ejemplo perfecto de la mujer moderna.
No pasó mucho tiempo para que el pueblo persa cayera rendido a los pies de su nueva reina, un hecho que se aceleró gracias a que el Shah le otorgó a su mujer un protagonismo sin precedentes en la corte iraní. Desde el primer día como Su Majestad Imperial luchó por los derechos de las mujeres –en 1963, y tras el apoyo explícito de la emperatriz, las mujeres iraníes obtuvieron el derecho al voto–, el cuidado de los niños y de los enfermos, pero sobre todo por dar una imagen positiva de Irán en el mundo. Con ese espíritu viajó por el planeta buscando obras para formar la primera colección de arte moderno de Medio Oriente.
Asesorada por expertos, adquirió piezas de Monet, Picasso, Miró, Bacon, Ernst, Braque, Giacometti, Pollock, Rothko, Judd, Magrite, entre otros. Su ímpetu fue tal que incluso Andy Warhol le pidió que posara para él y que incluyera ese retrato entre la nueva colección que estaba formando. Una colección que pronto saldrá por primera vez de Irán y que el mundo podrá contemplar en la Galería Nacional de Berlín después de 36 años de haber permanecido oculta en los sótanos del Museo de Arte Contemporáneo de Teherán.
Pero no todo en la vida del Shah y de su familia fue dicha y felicidad. En enero de 1979, y tras 20 años dedicados a modernizar Irán a través de su Revolución Blanca, un movimiento político presidido por el Ayatolá Jomeini los llevó a abandonar el país y comenzar un itinerante exilio en el que el sufrimiento y el miedo a ser perseguidos y asesinados por los líderes de la revolución islámica siempre estuvieron presentes. Y no podía ser para menos: vivieron como nómadas en un itinerante recorrido que incluyó cinco países (Egipto, Bahamas, los Estados Unidos, México y Panamá); además, el Shah sufrió un cáncer galopante que en menos de dos años terminó con su vida. El 27 de julio de 1980s el último monarca de los persas murió en El Cairo rodeado por el cariño de su mujer y de sus cuatro hijos: Reza Ciro, Farahnaz, Alí Reza y Leila. Hasta el último día, Farah siempre estuvo a su lado.
La emperatriz permaneció en la capital egipcia hasta el asesinato del presidente Annuar el-Sadat, en 1981, tras lo cual decidió instalarse con sus hijos en los Estados Unidos, después de recibir una cariñosa carta del presidente Ronald Reagan en la que la invitaba a residir en suelo norteamericano. Por varios años parecía que la tranquilidad y la felicidad volvían a la vida de Farah. Pero en junio de 2001, la desdicha volvió a los Pahlavi. La hija menor del matrimonio, que padecía depresión, ingirió una dosis letal de barbitúricos y murió, a los 31 años, en una suite del lujoso hotel Leonard de Londres. Diez años más tarde, la desgracia regresó: Alí Reza, su hijo menor, que también padecía depresión, se suicidó con 44 años, en enero de 2011, en Boston. Su mujer, Raha, estaba esperando a Iryana, su primera hija, quien nacería siete meses después de la tragedia.
Desde entonces, Farah se convirtió en el rostro de la resistencia y en el símbolo de una dinastía que amó profundamente a su tierra y que a la distancia lucha para recuperar un país en el que las mujeres tenían los mismos derechos que los hombres y en el que Occidente era visto como un aliado. Desde entonces, ha estado a caballo entre Francia y los Estados Unidos, donde su hijo Ciro Reza, hoy jefe de la Casa Imperial, vive con su mujer, la princesa Yasmine, y sus tres hijas, las princesas Noor, Iman y Farah.
Rodeada por toda su familia, la emperatriz Farah abre las puertas de su casa Washington y, en una entrevista con la nacion revista habla de todo: la dureza del exilio, la ausencia de sus dos hijos menores, pero sobre todo acerca de la nueva etapa que encara Irán tras su acercamiento a Occidente.
La reina de la cultura
La colección de arte contemporáneo que usted formó durante los años 70 viajará muy pronto a Alemania y será exhibida por primera vez desde 1979 en la Galería Nacional de Berlín. ¿Cómo surgió la idea de formarla?
Cuando tuve el privilegio de casarme con el Shah, me di cuenta de lo importante que era que el Estado se involucrara en la preservación de la cultura y de los monumentos, así como apoyar a los artistas jóvenes que decidían dedicar su vida al arte. Un día, la artista Iran Darroudi me sugirió crear un museo para exhibir las obras de artistas iraníes. La idea me pareció fantástica, así como una buena oportunidad para formar una colección de arte contemporáneo que pudiese convertirse en patrimonio del pueblo iraní. Porque debo aclarar que la mayoría de nuestro arte antiguo estaba en posesión de museos y coleccionistas fuera de Irán y era totalmente inaccesible, por lo que volcarse al arte contemporáneo me resultaba una decisión acertada. Así fue que a principios de los años 70 tuve la idea de armar una colección con obras de los artistas más importantes del siglo XX y comencé un proceso fascinante en el que me ayudaron mucho Mehdi Kowsar, director del museo, y Kamran Diba, su arquitecto.
¿Tiene una idea en qué condiciones está hoy la colección?
Tuve mucho miedo de que después de la revolución la colección se estropeara y perdiera su valor. Pero, afortunadamente, el señor Kowsar, director del museo de aquel entonces, tuvo la visión de empacar y clasificar toda la obra para ponerla a resguardo en bodegas. También debo mencionar a los empleados del museo, que se preocuparon. Es así que, y gracias a ellos, hoy la colección sigue casi completa. Desafortunadamente, he escuchado que algunas obras no están en las mejores condiciones, ya que no se han ocupado apropiadamente de su preservación. Como el caso de mi retrato pintado por Andy Warhol, que fue cortado con un chuchillo por los revolucionarios. Pero a pesar de todo, no puedo negar que me pone inmensamente feliz que la colección que formé con tanto cariño y esfuerzo viajará a Alemania próximamente y después a Italia.
¿Estuvo el Shah involucrado en el proceso?
Mi marido me dio todo su apoyo siempre, y así fue como también pude crear el Museo de Alfombras y un Museo de Cerámica y Vidrio, cuya colección era fantástica y abarcaba casi toda la historia persa, y también el Museo de Arte Islámico.
¿Cómo comenzó a armar la colección?
Mi despacho estuvo en permanente contacto con los museos y las galerías más importantes del mundo, así como con casas de subasta y coleccionistas privados, con la intención de poder acceder a las mejores obras que estaban en el mercado. Una mujer, la estadounidense Donna Stein, estuvo muy involucrada en el proceso y nos ayudó enormemente. El director y el arquitecto también me brindaron una gran ayuda, por supuesto. Comencé comprando piezas de impresionistas, porque adoro la obra de Monet y de Manet. Después fuimos incorporando obras de artistas como Magritte, Erst y Warhol. En total, la colección se formó con alrededor de 300 piezas, de las cuales algunas han podido ser exhibidas. Y no tiene una idea de lo feliz que me hace cuando alguien me habla sobre el tema. Hace poco una mujer iraní me dijo un día que cuando estuvo frente a un Rothko, que es parte de la colección, comenzaron a salir lágrimas de sus ojos de la emoción que le provocaba verlo.
Hablemos de la historia detrás del retrato de Andy Warhol…
Andy era muy amigo del embajador de Irán ante las Naciones Unidas, quien se puso en contacto con nosotros para transmitirnos su interés por hacer algunos retratos de mi marido, de mi cuñada, la princesa Ashraf, y de mi persona. Así fue que viajó a Teherán para conocernos. Lo recuerdo como un hombre muy amable, algo tímido, pero muy interesante. Después nos reencontramos en Nueva York. Afortunadamente, también pude conocer a artistas como Salvador Dalí, Henry Moore, Paul Jenkins y Marc Chagall.
¿Asistirá usted a la inauguración?
Por supuesto, no fui invitada a la inauguración. Pero estaré encantada de visitarla en forma privada y ver exhibida de nuevo una colección de la que todo el pueblo iraní debe sentirse muy orgulloso. Me llena de satisfacción poder mostrarle al mundo que Irán algún día fue no sólo un país libre y tolerante, sino también un lugar en el que el arte fue intensamente impulsado y valorado.
Recordando al shah
El pasado julio se cumplieron 36 años de la muerte de su marido. Después de haber tenido que exiliarse en 1979, ¿cómo se siente al ser vista hoy como el símbolo de Irán durante ese período de la historia?
Estoy muy agradecida con todos los iraníes, incluso los más jóvenes, que después de toda la propaganda en contra de mi familia que han escuchado desde 1979 me escriben de la forma más cálida y amable para darme fuerzas. Ha sido ese afecto recibido de mi pueblo lo que todos los días me da coraje para seguir adelante. Veo a las nuevas generaciones de mi país y me doy cuenta de que cuando las semillas se han sembrado con amor y apego a la verdad, nunca mueren.
¿Qué es lo que más extraña del Shah?
Extraño la presencia de mi rey todos los días. Sin embargo, él siempre ha permanecido cerca de mí gracias a la gente que cuando habla de su persona lo hace con una sonrisa. Afortunadamente, y cuanto más pasan los años, es cada vez más difícil que el pueblo de Irán siga sin saber cómo era verdaderamente el Shah y lo mucho que amaba a su país y a su pueblo. Porque, aunque parezca mentira, muchas personas que estaban en contra de él políticamente ahora vienen con gran valentía hacía mí para decirme que la revolución de 1979 fue un gran error y que es imposible seguir mintiéndole a la gente. Me encantaría que el Shah aún estuviese entre nosotros para que pudiese recibir el cariño y el afecto de sus nietas, pero sobre todo para transmitirles su gran amor por Irán.
Hablemos de su personalidad. ¿Cómo fue como padre y marido?
El Shah era realmente muy bueno con sus hijos. Cuando estaban a su lado no había reglas: saltaban en su cama, se presentaban de improviso en su despacho si necesitaban hablar con él o hacerle una consulta, jugaban entre una audiencia y otra tirados en el piso. Fue un hombre que estuvo muy cerca de su familia, sobre todo durante las vacaciones que pasábamos en el mar Caspio y en las costas del Golfo Pérsico. Los príncipes adoraban estar con él. El Shah ha sido el hombre más amable que conocí en mi vida. Fue un marido realmente considerado, un caballero con todas las letras, pero sobre todo un ser con un inmenso corazón. Cuando me casé, siendo una jovencita, él se convirtió en una gran ayuda y siempre estuvo a mi lado para darme sus consejos. Además de haber sido un gran padre, fue un gran líder y un hombre que amaba a su país por encima de todas las cosas. Siempre me impresionó su gran visión política del mundo.
¿Imaginó que se convertiría en la emperatriz de Persia? ¿Cómo se sintió al recibir su propuesta de matrimonio?
Nunca olvidaré cuando el Shah me pidió que nos casáramos. Viéndome a los ojos con su profunda mirada, me dijo: “Cuando te conviertas en reina, tendrás una gran responsabilidad hacia tus compatriotas. Y será el amor de tu pueblo lo que te dará fuerzas para trabajar todos los días incansablemente”. Mis primeros recuerdos del Shah son de cuando era una niña y mi madre me llevaba a verlo desfilar por las calles de Teherán. Jamás imaginé que años después sería yo la mujer que desfilaría a su lado como reina consorte.
¿Cómo había sido su primer encuentro con el Shah?
Lo conocí en 1959. En ese entonces yo era una joven estudiante de Arquitectura y no pude disimular mi ilusión el día que recibí la invitación la embajada de Irán en París para conocerlo. Recuerdo que le escribí a mi madre para contárselo y decirle que usaría mi vestido más bonito. Cuando me encontré con él de cerca, me sentí la mujer más feliz del mundo. Hablamos algunos minutos y quedó muy impresionado cuando le dije que estudiaba Arquitectura. Lo que más me marcó de ese primer encuentro fue su triste mirada. Después supe por algunos amigos que cuando nos despedimos, él me siguió con sus ojos hasta perderme de vista.
¿Cómo se sintió al recibir su propuesta de matrimonio tan sólo una semana después?
El Shah me propuso matrimonio en casa de su hija mayor, la princesa Shahnaz. Tras una cena que se había organizado en su honor, y mientras algunos invitados estaban despidiéndose, se sentó a mi lado y me preguntó: “¿Te gustaría ser mi mujer?”. Sin dudarlo y con el corazón sobresaltado, solamente pude responderle: “¡Sí!”. Años después le pregunté: “¿Por qué me elegiste a mí?”. Con una gran sonrisa me respondió: “Por tu naturalidad y tu simpleza.”
En sus memorias, el Shah se refiere a usted como la mujer que “se preocupaba por un gran número de instituciones sociales, otorgándoles la imaginación del corazón”. Hablemos sobre el papel que usted jugó como emperatriz de Irán...
Después de nuestra boda comencé a involucrarme poco a poco en diferentes actividades, ya que para ese entonces Irán estaba atravesando un intenso período de reformas en muchos campos, como la reforma agraria, los derechos de la mujer y el desarrollo cultural. Con gran orgullo hoy puedo decir que fui parte de la Revolución Blanca, la etapa en la que más ha progresado Irán.
¿Qué opinión le merece el reciente levantamiento del embargo sobre Irán? ¿Usted cree que esto ayudará a mejorar la imagen de su país en el mundo?
El fin del embargo me llenó de esperanza. Espero que la imagen de mi país mejore en los próximos años porque la mayoría de su gente es realmente hospitalaria y muy amable. Me llena de tristeza ver la imagen tan negativa que ha tenido Irán a lo largo de los últimos 35 años. Estoy convencida de que mi pueblo no es igual que sus líderes.
¿Cree que algún día volverá a pisar suelo iraní?
Mi mayor deseo es poder volver a pisar suelo iraní algún día. Sueño con un Irán íntegro, libre y democrático. Espero que este régimen termine algún día y que mi país vuelva a tener un gobierno secular, ya que eso es lo que hoy se necesita en esa parte del mundo. Le ruego a Dios todos los días para que así sea.
¿Qué es lo que más extraña de su tierra?
Los días que más extraño a Irán, cierro los ojos y pienso en su hermoso cielo, en sus ríos y en sus árboles, en sus pastores y en la naturaleza que los acoge sin esperar nada a cambio. También me pongo a escuchar música iraní tradicional y folclórica, la cual fue prohibida desde 1979 y actualmente se sigue escuchando solamente en la clandestinidad. Aunque cueste creerlo, hasta el día de hoy las mujeres no tienen permitido cantar enfrente de los hombres..
Fotos Andrea Savini y archivo