No le perdonó que tomara decisiones económicas sin consultarlo y en lugar de ayudarla a componer el error le prohibió educar a sus hijos.
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Cuando el marido se enfermó de tuberculosis, los médicos le prescribieron un viaje a una ciudad mediterránea para que intentara curarse en un clima más favorable. El estado de salud del hombre era delicado y preocupante. Aunque la situación del matrimonio no era holgada, Laura asumió la misión conseguir el dinero. Pero no quería ofender a su marido ni importunarlo de ninguna manera. Deseaba evitarle mayores preocupaciones que pudieran debilitarlo más de lo que estaba. Por eso, desesperada buscó ayuda y, viendo que la única opción viable era pedir un préstamo, asumió el riesgo, a espaldas de su marido y firmó una garantía para conseguirlo.
Hicieron el viaje, el enfermo se recuperó y la armonía se restableció en la familia. Podía decirse que eran felices otra vez. Pero al momento de tener que cancelar la deuda y viendo que no contaba con el dinero para afrontar el pago del crédito, Laura falsificó un cheque para intentar engañar al banco. Esto provocó un fuerte escándalo y, al enterarse de la situación, en vez de tratar de ayudarla, el marido repudió a su esposa y quiso quitarle la custodia de sus hijos.
A esta altura del relato, es probable que el lector afín a la dramaturgia sepa de qué estamos hablando. Sí, es correcto: se trata de la historia de Casa de Muñecas, escrita por Henrik Ibsen a fines del siglo XIX, en Noruega y considerada una de la obras más transgresoras en la historia del teatro.
Cuando se estrenó el 21 de diciembre de 1879 en el Teatro Real de Copenhague provocó una enorme conmoción entre el público y en la sociedad noruega. Un desconcierto comparable, tantos años después, al estupor que genera el lenguaje inclusivo y los reclamos feministas en 2022, que siguen dividiendo aguas en la sociedad.
La pieza teatral critica fuertemente las normas matrimoniales del siglo XIX y, aunque Ibsen negó que su obra fuera feminista, lo cierto es que al exponer en clave dramática un fenómeno que, por entonces, era habitual (las mujeres que caían en estafas o malversaban el uso del dinero solo por carecer de educación financiera, viviendo bajo la tutela marital) muchos críticos la consideraron la primera obra teatral verdaderamente feminista.
La obra sigue estudiándose en escuelas, universidades y talleres de formación actoral. También continúa representándose en todo el mundo. En Buenos Aires, por estos días, se puede ver todos los sábados a las 19 en Border Teatro, una nueva puesta de Casa de Muñecas, dirigida por Lizardo Laphitz, con las actuaciones de Gabriela Puig, como Nora y Santi Vicchi, como Torvaldo Helmer.
Laura Petersen, la verdadera Nora terminó en un psiquiátrico
Aunque hoy es una obra clásica del teatro universal, el drama creado por Ibsen fue, sin embargo, una historia real. Una, que no terminó de forma tan alentadora como la que se vio en las tablas, donde al menos, la mujer termina tomando una decisión propia. Mientras que Nora, la protagonista de Casa de Muñecas, decide dejar a su marido para encontrarse con sus verdaderos deseos de mujer adulta -cuando gracias al conflicto se da cuenta de que su vida había sido como la de una muñeca, cuya función era solo entretener a sus seres queridos- la protagonista de la historia real terminó sufriendo una crisis de ansiedad que la llevó a quedar internada en una institución psiquiátrica. Tuvo que pasar allí un mes y, después, esforzarse en convencer a su marido de que la perdonara para volver a la vida en común.
Pero, a todo esto: ¿Quién fue Laura Petersen y cómo se metió en un lío semejante?
Laura Peterson fue una escritora noruega, como ya dijimos, contemporánea a Ibsen. Nació como Laura Anna Sophie Müller, de padre noruego, Morten Smith Petersen von Führen, y madre danesa, Anna Hansine Kjerulf Müller. Cuando tenía diecinueve años, escribió una respuesta a la obra de teatro Brand de Henrik Ibsen que, por la osadía de ponerse a la altura de un autor consagrado, la hizo ganarse el cariño del escritor y su esposa. Ibsen vio con buenos ojos las ambiciones literarias de la joven escritora y así se convirtieron en buenos amigos.
En 1873, Peterson se casó con Victor Kieler, un maestro de escuela, quien contrajo tuberculosis poco después de su boda. Al igual que el personaje de Nora, Laura Kieler pidió prestado dinero con falsos pretextos para financiar un viaje a Italia para que su marido pudiera curarse, ya que tal había sido la recomendación del médico. Algunos años más tarde, en un intento desesperado por pagar el préstamo, la escritora falsificó un cheque. Victor Kieler no respondió bien cuando se enteró de la falsificación de su esposa. La trató como a una criminal y la separó de los hijos, diciendo que nunca más se le permitiría cuidarlos. En eso, Laura sufrió un colapso nervioso y Víctor la hizo internar en un manicomio. Una solución muy del siglo XIX al “inconveniente” de una esposa problemática. Laura finalmente convenció a su esposo para que la aceptara de vuelta por el bienestar de los chicos, pero cuando Ibsen conoció su historia, empezó a escribir Casa de muñecas.
¿Qué pasó cuando vio que eso que le había contado en secreto a su amigo terminó siendo material teatral? ¿Ibsen le pidió permiso para tomar su historia o, en todo caso, acordaron cómo proteger su identidad para que no pudiera ser identificada por los espectadores?
Según los biógrafos de Ibsen, la novelista se puso furiosa. Sintió que Ibsen había expuesto su historia a la sociedad, sabiendo que reconocerían su destino ya que la experiencia de Nora era casi idéntica a la que ella había vivido. Prácticamente no habían sido cambiado los detalles.
Un error que Laura pagó mucho más caro que Nora
Laura Kieler experimentó la creación de Nora como una traición. Los diarios y revistas la comparaban con su personaje. Fue ridiculizada y humillada, desprestigiada y acusada por lo que había hecho. Es una verdadera paradoja que lo que muchos interpretado como un guion de lucha por la liberación feminista se haya creado a expensas de una mujer que no había dado su aprobación para hacer pública su tragedia.
Más adelante en su vida, Laura Kieler confrontaría a Ibsen con su traición. Le pidió negar que negara públicamente los rumores de que ella era Nora. Pero Ibsen se negó. Los escritores no volvieron a encontrarse hasta 1881 en Copenhague cuando apenas se saludaron cordialmente. A finales de los 80 Laura le había enviado el manuscrito de su obra “Hombres de honor” para conocer su opinión, a lo que Ibsen respondió con una carta cálida y elogiosa. La obra finalmente se representó en el Casino Theatre de Copenhague y cosechó fuertes críticas dado que se la consideró dirigida a uno de los peores detractores de Kieler tras el desfalco por el que había sido acusada.
Los medios nórdicos se habían ensañado con la escritora: el periódico radical “Política” publicó un articulo que la retrataba como “una mujer ecuánime, sin talento pero con educación literaria”. Otro crítico, Edvard Brandes, escribió que la obra “arruinó el estado de ánimo benévolo de la gente” y, en sus memorias, el crítico literario danés Georg Brandes quien se sintió afectado personalmente por la obra, se defendió: “en el Casino se jugó una tonta pieza en mi contra, escrita por una señora”.
En la edición de agosto de “Verdens Gang” (el periódico más importante de Noruega) de 1889, Georg Brandes había publicado un agresivo artículo en el que alegaba que la mujer en la que se inspiró el personaje de Nora había estado mucho más involucrada en la malversación de fondos, de lo que Ibsen había imaginado para su protagonista. Laura Kieler respondió al artículo en la edición de noviembre pero no logró acallar los viejos chismes que se habían reanudado. Muchos aseveraban que el dinero del préstamo no había sido usado para curar a su marido sino para comprarse joyas y adornos. Entonces le pidió a Ibsen explicara públicamente su posición, pero Ibsen, que estaba en plena labor componiendo “Hedda Gabler”, pensó que el señor Kieler, que ya había dudado demasiado, era el verdadero responsable de tener un gesto reparatorio para con su mujer. Pero eso no sucedió.
¿Se puede contar la vida de los otros sin juzgarlos?
Así como Ibsen quedó sin duda impactado por la absoluta tragedia en el destino de la joven su historia también se encontró con una fuerte tensión en su propio mundo de pensamiento: la que suele haber entre la persona y el artista. ¿Se sintió culpable Ibsen al haber revelado la historia de su amiga sin permiso? ¿Se justificó su traición por un supuesto bien mayor -el de exponer la hipocresía de la sociedad-? ¿Estaba el hombre listo para soportar las críticas que le hicieran al artista?
A todas estas cuestiones tuvo que enfrentarse el autor de Casa de Muñecas por haber presentado una forma de leer a la sociedad que estaba lejos de ser condescendiente. Ibsen había ideado para Nora una resolución al conflicto completamente revolucionaria para la época, una solución distinta a la que tomó Laura Kieler Petersen (rogar al marido que la volviera a aceptar): Nora decide alejarse del hogar, dejando a su marido y a los hijos al cuidado de este para ya no ser un adorno y devenir una mujer íntegra. Por este final Ibsen fue duramente criticado en la época, a lo que decidió responder con una nueva obra, Espectros, que habla de una mujer que soporta la infidelidad de su marido para guardar las apariencias hasta que él fallece y se descubre un secreto trágico que impactará en la vida de su hijo.
“Que el espectador decida por sí mismo”
Según Lisardo Laphitz, director de la puesta de Casa de Muñecas, actualmente en cartel, la única forma de contar la vida de los otros en el teatro tiene que ser sin juzgarlos. “Que el espectador decida por sí mismo”, propone, y destaca que justamente esta es la fortaleza de la obra.
“Ibsen es un autor que me gusta mucho por dónde pone el acento, ya sea en las cuestiones sociales, es lo que ocurre en Casa de Muñecas, cómo revela un pensamiento de la época que, para mi gusto, hoy sigue siendo vigente”, cuenta a LA NACIÓN. “Más allá de la lucha por el crecimiento, el desarrollo, el espacio que está ganando la mujer, sigue costando mucho, el machismo sigue estando presente y el patriarcado también, hay mujeres que ganan menos que los hombres haciendo el mismo trabajo. Esto me parece que es parte de lo que planteó Ibsen, porque él habla de la igualdad, del crecimiento del ser humano. Por eso, la premisa de la que parto para poderla llevar adelante es que solo quien se enfrenta con su verdad puede encontrarse a sí mismo”, agrega el dramaturgo argentino.
“Y en la obra esto está demostrado porque todos los personajes en algún momento se enfrentan con su verdad y a partir de ahí se produce un giro, un cambio, un crecimiento. A ese pensamiento es al que adhiero. Es extraordinario lo que Ibsen plantea en cuanto a lo que es un ser humano viviendo en sociedad. Hace poco alguien me preguntaba ‘¿vos sos machista?’ Y respondí que sí, por supuesto, y que trabajo diariamente para poderlo modificar. Creo que negar lo que tenemos no está bueno, el aceptarlo es lo que hace que uno pueda trabajarlo y modificarlo. Por eso es tan extraordinaria esta obra, porque Ibsen, ya en esa época planteaba el peso de la hipocresía en las personas y hoy seguimos luchando con esto”.
La visión de Laphitz para la nueva puesta de la obra es fiel a la estrenada hace 140 años pero el conflicto de Nora no será el único que le interesa mostrar: todos los personajes logran en un punto cambiar sus circunstancias y retomar el compromiso con su propia verdad. La amiga, Cristina Linde, interpretada por Agustina Sáenz, Krogstad, el prestamista personificado por Alejandro Holm, Elena, la criada, encarnada por Luciana Lamota y el Dr. Rank, a quien le da vida Richard Courbrant, todos terminan por sincerarse consigo mismos y corregir los errores del pasado.
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