Fabio Alberti. “Mi lema es vivir con menos y vivir mejor”
Instalado desde el principio de la pandemia en Mataojo, el actor decidió quedarse a vivir ahí, donde solo hay 50 habitantes y funciona su restaurante-hospedaje, llamado Choto
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Cuentan los libros que en Pueblo Edén, departamento de Maldonado (Uruguay), hay más animales que personas. Slow town le dicen los modernos. Porque en este oasis de sierras y carqueja, habitado por solo cincuenta personas, lo único que corre es el viento. Y a veces.
Ahí, instaladísimo, está Fabio Alberti. El actorazo de Cha cha cha y Todo x dos pesos. Leyenda por sus personajes increíbles como Coti Nosiglia (Boluda Total) o el sacerdote Peperino Pómoro.
Ahora su lugar en el mundo es ese, Mataojo, donde vive y funciona su restaurante-hospedaje, llamado Choto.
–El nombre no coincide con lo que popularmente significa. La tapera es muy chic, se come camembert tibio bajo la luna, hay carne wagyu y el dulce de leche tiene tonka...
–Y sí, la idea es ofrecer lo que a mí me gusta. Los quesos son mi orgullo: completamente artesanales, sin aditivos ni químicos, de fermentación láctica hechos con leche cruda. Pasaron extranjeros diciendo que son un viaje a Francia. Y conseguí que me desvíen unas cajas de carne que es solo de exportación. El dulce de leche es un emprendimiento que me encanta. Se llama Minivaca, porque tengo una vaca y un toro que son enanos. Está hecho de manera antigua, ocho horas a fuego directo, sin conservantes y aromatizado con haba tonka, que es una semilla que se ralla y aromatiza. Una especie de nuez moscada que queda muy bien en pastelería.
–¿Cuándo empezó tu flirteo con la cocina?
–Toda la vida me gustó. Tenía dieciséis años y ya hacía la mousse de chocolate que hoy tengo en la carta, receta de Paul Bocuse. De chico pensé en dedicarme a la gastronomía, pero eran otros tiempos. Solo existía la escuela del Gato Dumas y yo veía que la cocina era muy esclava. La realidad es que a esa edad estaba más para boludear que para meterme a laburar de esa manera. Por eso hice teatro.
–¿Y cómo manejás ahora el tema de la actuación? ¿Salís del paraíso si el trabajo lo amerita?
–Más bien. En tiempos normales yo puedo viajar, grabar, hacer cualquier trabajo que me interese y volver. Antes de la pandemia participé en algunos shows de Alfredo Casero, y acá también salieron cosas. Hice presentaciones en Solanas, en el International College Punta del Este... Además de la radio. Estoy en La X, una emisora online. Hago Choto Gourmet y participo en otro programa junto a Ronnie Arias, Anita Álvarez de Toledo, Florencia Raggi, Maxi de la Cruz y otros artistas uruguayos.
–Instaladísimo en el pueblo, y ya todo el año. ¿Cómo fue?
–Siempre veraneé en Uruguay; me gustaba mucho José Ignacio. Cuando fue el despelote de la Argentina, perdí parte de mis ahorros y con lo poco que me quedó compré un terreno en La Juanita, que queda ahí nomás. Pero enseguida empezó a crecer, a poblarse. Construir ahí era una locura porque me cobraban precio José Ignacio. Estaba cansado del tumulto y pensé: tiene que haber algo. Un día supe que vendían seis hectáreas con monte autóctono, cañada, tajamar y una tapera. Pueblo fundado como Villa de Mataojo, junto al arroyo Pintado, a 30 kilómetros de la costa. Era ideal.
–Al principio ibas y venías.
–Sí, lo hacía en temporada, pero también durante el año. Arreglé la casa. Después vino la huerta, un par de cabras, la vaca enana, la yegua (que hace unas semanas se le vendí a mi vecino porque necesitaba la plata para arreglar la chata). Pero ahora me estoy achicando. Es mucho trabajo, demasiado esclavo, y tampoco quiero problemas con los vecinos. Mi lema es vivir con menos y vivir mejor. Por lo tanto pongo todo el amor en el restaurante, que abro y cierro cuando quiero. Lo inauguré hace cuatro años y es un lugar a puertas cerradas. Hasta hace seis meses funcionaba en casa, pero ahora lo mandé a la tapera, un lugar precioso, que tiene doscientos años de antigüedad. Me manejo con grupos chicos. Más que nada amigos y conocidos de ellos. Va de boca en boca.
–Cuentan en el pueblo que honrás la luna...
–Eso es el Moonchoting, sí. Como todos curran con la luna no quería quedarme afuera. Pero acá la idea no es abrazar árboles y ese tipo de cosas (aunque pueden hacerlo si quieren), sino comer a cielo abierto los días de luna llena. Estoy arriba del cerro; la experiencia es lindísima. Se hacen comidas informales, sandwichitos interesantes y un dispenser de vino... Y si alguien quiere quedarse para experimentar, o simplemente porque tomó de más, lo puede hacer. Armé una casita bien equipada, para eso.
–¿Pensás quedarte mientras dure la pandemia o ya es una decisión vivir en Uruguay?
–Me agarró acá y me quedé. Además no hace mucho que me separé y las casas quedaron para mis hijos, que ya están grandes, y mi exmujer. No tenía sentido alquilar en Buenos Aires teniendo esto. Además, ¿qué hubiera hecho yo del otro lado del charco un año entero, parado laboralmente? Porque tampoco funcionaba mi food truck de hamburguesas, que desde hace años manejo en la Argentina.
–¿Vivís solo?
–Vivo aislado, como hoy se recomienda. Soy como Calamaro, que dice que cuando vio el Estadio Azteca se quedó duro, pero que ya estaba duro mucho antes. Bueno, a mí me pasó algo parecido. Porque cuando me dijeron que debía aislarme me di cuenta de que ya estaba aislado desde siempre. La realidad es que los hábitos, excepto el gel y el tapabocas, no cambiaron mucho. Solo siento que algo cambió cuando voy al supermercado, a pagar una cuenta o cargar nafta.
–Ese es otro tema. Porque tu camioneta es famosa.
–Sí, porque manejamos una relación de amor-odio, ya que suele dejarme a pata. Es una Chevrolet de 1953 y ahora está en el mecánico. Tengo para diez días, por lo tanto quedo oficialmente encuarentenado. El pueblo está a siete kilómetros y no tengo cómo llegar. Decí que abundan los amigos y vecinos buenísimos. También hay un muchacho, una especie de remisero, al que puedo llamar y encargarle cosas.
–Nombraste a Casero y uno piensa en sus declaraciones, en la grieta. ¿Te interesa la política?
–Sí, me divierte porque les veo los hilos a todos los políticos. Compruebo día a día que todos son cartón pintado, que rascás un poquito y no hay nada atrás. Se nota mucho la mentira. Por eso jamás defendería a nadie. ¿Pelearme con gente por política? Es lo último que haría. Pero el caso de Alfredo es distinto. Yo creo que hasta lo divierte.
–Ya que estamos en tema. ¿Qué plato le harías al Presidente?
–A Alberto lo veo comiendo buena carne. Le haría un wagyu.
–¿ Y a Macri?
–Ya debe haber comido tantas cosas... Pero la mujer tiene huerta, entonces le haría un rico puré de boniato zanahoria y mucho vegetal a la plancha.