Expedición a la Antártida
A la hora de planear unas vacaciones, es normal que aparezcan distintas restricciones: tiempos, distancias, clima, familia, niños, presupuesto, gustos, costumbres, ¡hay de sobra! Estas últimas fiestas fueron para mi marido y para mí una excepción: los chicos pasarían las fiestas con amigos, mi familia estaría desperdigada por distintos lados y nosotros podríamos viajar solos a donde quisiéramos. Nuestros requisitos eran: algo extremo, que no se pudiera hacer con niños, y que hiciera calor. Recién regreso del viaje más increíble de mi vida, la Antártida.
Rara vez uno termina haciendo lo planeado, o por lo menos ese suele ser mi caso. Durante años escuché hablar sobre la increíble belleza de este lugar, pero los cuentos sobre las turbulentas aguas del Mar de Drake siempre me mantuvieron distante. A mediados de diciembre llamé a mi asesora de viajes predilecta (mi mamá) y le pregunté cuál era la mejor manera para ir al continente blanco. A pesar de ser un viaje que se reserva con un año de anticipación, conseguimos dos lugares (gracias a una cancelación de último momento) con Antarctica XXI, que opera cruceros con entrada y salida en avión desde Punta Arenas a la Isla Rey Jorge en la Antártida, sin tormentas ni mareos.
Para nuestra sorpresa este destino resultó ser menos extremo de lo que creíamos: el verano nos recibió con toda gloria y disfrutamos de días radiantes y mar cristalino, que por momentos parecía el Lago Espejo. El sol brilló incansablemente, y lo vimos bajar tarde en la noche, recibiendo a la luna llena para Navidad. Rodeados de apasionados exploradores de todos lados del mundo, y liderado por dos jóvenes barilochenses, Loli y Mariano, vivimos una experiencia inolvidable y cálida como una vacación en familia en la playa. Los chicos hubieran disfrutado cada minuto de este viaje lleno de ballenas, pingüinos y orcas, además de un barco lleno de niños y constantes excursiones.
A la hora de descubrir nuevos destinos, muchas veces hay mitos que nos privan de elegir bien nuestras vacaciones. Con este viaje terminé de comprobar mi teoría: uno no conoce nada de un lugar hasta que lo vive. No hay descripción que pueda expresar lo que es amanecer entre icebergs, glaciares y montañas. Hay que vivirlo.