Acababan de mudarse a una casa más grande, pero un trabajo nuevo transformó todo, y sobre todo sus vidas
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Le tomó tan solo quince días instalarse en su nuevo destino, Caracas, la capital de Venezuela. La oportunidad laboral que le habían ofrecido a su marido había aparecido de la noche a la mañana y no quisieron desaprovecharla. “En nuestra pareja siempre habían estado las ganas de probar algo distinto, de migrar y vivir una experiencia fuera. Pero del dicho al hecho, hay un largo trecho… Y nunca imaginé que lo concretaríamos tan rápidamente. Pensaba que quedaría en el orden de la fantasía, y no fue así. Cuando llegó la propuesta laboral para viajar a Venezuela, tomamos la decisión de irnos en tres días. ¿Nos vamos?, preguntó mi marido. Y yo, conteste, ¡pero nos acabamos de mudar a una casa más grande!”.
Efectivamente, Cecilia Pellegrini y su esposo Federico se habían mudado hacía poco a un nuevo departamento en el barrio de Palermo de la ciudad de Buenos Aires. Con la llegada de Rocío, de casi un año en ese momento, querían una vivienda con un cuarto para que su hija tuviera más espacio.
“La verdad teníamos una muy buena vida en Buenos Aires. Me había consolidado como psicóloga y técnica en recursos humanos luego de mucho estudio, dedicación y esfuerzo. Por la mañana trabajaba en una empresa de medicina laboral realizando entrevistas y psicotécnicos, y por la tarde atendía pacientes en mi consultorio privado, realizaba psicotécnicos para empresas de forma freelance, como así también psicodiagnósticos para un juzgado laboral en CABA. Y mi marido, un excelente consultor SAP, trabaja para una gran empresa”, recuerda Cecilia.
Por entonces, solo tenían a Rocío, de casi un año, la cuidaban los abuelos, casi toda la jornada laboral. Esto les permitía salir a trabajar y estar tranquilos de que estaba en buenas manos. No se podían quejar, tenían trabajo, salud, amigos, familia. Y además estaban recién mudados, en un departamento más grande, para que Rocío tuviese su propio cuarto.
Aprender a despojarse
En Argentina dejaron mucho. Familia, amigos, casa, trabajo estable, comodidad, recuerdos y tantas cosas más. “Migrar me enseñó a desapegarme, a disfrutar más intensamente cada persona, situación o cosa. Cuando abrazo a alguien, lo abrazo fuerte, le digo que lo quiero ya que no sé cuándo lo veré nuevamente. Es fuerte, porque pueden pasar años o un nunca más verlo. Lo mismo con mis cosas: vendí, regalé, y tiré infinidades de pertenencias. Y, al fin al cabo, si uno no le da valor, en el fondo no lo tienen. Todavía mi mamá me sigue recordando que dejé en su casa algunas cosas, yo le digo que lo tire, que ni me acuerdo que dejé y ella lo guarda, lo envuelve hasta volverme a ver, como si guardara un pedacito de mí y la espera se hiciera más corta”.
Al llegar a Caracas, Cecilia sintió que estaba de turista, como de vacaciones. Es que, en realidad, no entendía muy bien qué hacía ahí. Hasta que a los pocos días se produjo un estallido social. Corría enero de 2014 y todo cambió. Tuvo un golpe de realidad. Venezuela tenía otra forma de hacer las cosas y ella y su familia debían entenderlo rápidamente para adaptarse y sobrevivir. “Gracias a la calidez humana de la gente, me hice de un círculo social en pocos días. Con esos amigos hacíamos intercambio de víveres por la escasez que se vivía para entonces y nos cuidábamos mucho entre nosotros ya que la realidad social y política era muy grave y lamentablemente lo sigue siendo”.
Sin embargo, en la ventana de su casa que daba al cerro Ávila, Cecilia encontraba paz, observaba la belleza de esa tierra y lo lindo que era Caracas, con un clima templado todo el año, con gente maravillosa y cálida. Pero también era inevitable que pensara: “¿Qué hacemos acá? ¿Si teníamos todo allá? ¿Qué paso conmigo?, ¿Quién soy ahora? Aquí nadie me conoce, ni tengo historia por estas calles, ni mis antepasados caminaron por aquí, ¿Cómo me apropio de esta gran experiencia? ¿Cómo crecerá mi hija sin sus abuelos? ¿Cómo haré yo sin red de contención?”. Ahí, en ese vacío existencial y profundo, Cecilia estaba despersonalizada, ya no era todo lo que era en Argentina, aquí tenía que crear nuevamente su historia y comenzar un capítulo nuevo.
Una experiencia reveladora
Pero la estadía en Caracas fue absolutamente reveladora para Cecilia: le enseñó y dio herramientas nuevas que por otros caminos jamás hubiese alcanzado. Sobre todo, se volvió a reencontrar con su esencia, sin tanto nombre o título encima. Y en ese camino nació Mamá Expatriada Como Tú, un proyecto que le devolvió identidad y vocación de servicio, que le dio un nuevo desafío y propósito. Se especializó en duelo migratorio y comenzó a trabajar con personas y familias migradas para ayudarlas a dar forma a su proyecto migratorio, acompañarlas y lograr una buena adaptación a su nuevo lugar. ¡Fue totalmente gratificante y reparador!
El duelo migratorio, asegura Cecilia, es un tema poco explorado y apasionante. Conlleva un gran número de microduelos definidos por el Dr. Joseba Achotegui como los siete duelos de la migración: la familia y los amigos; la lengua, la cultura, la tierra, el estatus social, el grupo de pertenencia y los riesgos físicos. “Toda psiquis que ha migrado intentará elaborarlo, de forma consciente o no, lo importante es que no ocupe gran parte de nuestro día. Elaborarlo generará más espacio psíquico para dedicar a otras cosas e impulsarte en tu nuevo lugar. Se trata de llegar a un balance entre las pérdidas y las ganancias, un equilibrio entre lo que dejaste y en donde estás”.
Luego de unos meses, y con el proyecto bajo el brazo, Cecilia y su marido recibieron la noticia de un segundo embarazo. “Decidimos que naciera en Argentina por temas sanitarias -entre otras cosas, no nos garantizaban contar con medicación en caso de necesitarlo- y para tener mayor apoyo familiar. Volvimos seis meses a Buenos Aires, y en ese impasse surgió nuevamente la idea de migrar, pero esta vez a Treviso, Italia, nuevamente por una propuesto laboral de mi marido. Creía que esta vez la migración no me tomaría de sorpresa, pero no fue así”.
Construir la propia identidad
Con Lucía de pocos meses, finalmente partieron los cuatro hacia nuevo rumbo. Aprendieron italiano y se insertaron en la sociedad con esfuerzo, paciencia y mucho amor. “Treviso es hermosa, y la gente aún más. Al poco tiempo de llegar, nos hicimos de amigos, aunque no tan rápido de cómo fue en Caracas, pero con la misma calidez y fidelidad. La escuela de las niñas ayudó mucho a sociabilizar, a organizar la familia y el trabajo. Entendí que la escuela es un factor sumamente importante en la migración, ya que a través de ella nuestros hijos se inscriben en la sociedad de acogida aprendiendo su cultura, idioma, idiosincrasia y tantas cosas más. Por efecto rebote, los padres, al participar, entran por la misma puerta y logran mayor sentimiento de pertenencia en el nuevo lugar”.
En Italia y a través de la maternidad, Cecilia se conectó con muchas madres migradas que transitaban su maternidad en el expatrio, en soledad y sin red. Allí extendió su mano, su experiencia y su vocación para ayudarlas a adaptarse al nuevo lugar. Al cabo de tres años, el proyecto laboral de su marido y por el cual se habían ido a Italia, finalizó. Por lo tanto, tuvieron que reformular, una vez más, su proyecto migratorio. En ese proceso nació la idea de migrar a España, Barcelona. Se instalaron en Barcelona, en la zona Eixample (centro).
Actualmente las hijas del matrimonio tienen 6 y 8 años. Ambas hablan catalán perfectamente ya que es el idioma primordial en Cataluña. “Un día típico nuestro, es como el de cualquier familia, pero sin mucha red de contención y ayuda, por lo cual nos encargamos prácticamente de todo. Llevar las niñas al colegio, trabajar, buscarlas, llevarlas al parque, al médico, a la casa de una amiga, también limpiar la casa, hacer las compras, etc. Y sábado y domingo también juntos. Para poder salir de esta rutina, que muchas veces es agobiante, nos turnamos con mi marido dos veces por semana para que cada uno haga actividades fuera de la vida familiar, es decir salidas con amigos, hacer algún curso o simplemente relajarse. Y con las niñas también, intentamos en general salir con otras familias para abrir nuestro círculo social y que ellas también interactúen con otras personas”.
Cecilia recibe consultas de personas de habla en español que viven en distintas partes del mundo: España, Italia, Bélgica, Islandia, Argelia, Uruguay, Francia, etc. “Lo que aprendí en este proceso es que la vida es movimiento y que hay que disfrutarla. Creo que una vez que te vas de tu zona de confort -como era para mi Argentina-, ya no da miedo moverse y probar nuevas oportunidades. Esto mismo es lo que trabajo con las personas que me consultan y acompaño en el proceso migratorio. En mi caso, fui poco a poco construyendo mi nueva identidad, con mucho insight y acompañamiento, me reinventé profesionalmente, como esposa, madre, amiga, hija, y tantos otros roles más”.
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