Lo encontró 200 metros antes de llegar a la cumbre. Estaba tendido sobre el camino. Se inclinó con lentitud y posó una de sus manos enguantadas sobre su cabeza. La sensación de respeto y pesar que lo embargó pareció disolver por algunos pocos segundos el frío lacerante. No pudo llegar, pensó, pero ya no hay nada más que hacer. Había que seguir. Para avanzar, tuvo que rodear el cuerpo, y lo mismo hizo el grupo que venía detrás de él, siguiéndole los pasos. Era la segunda vez que se cruzaban con un cadáver. El primero lo habían visto cuando apenas comenzaban a ascender por "el escalón de Hillary". Pero él no dio tiempo para que esas imágenes espectrales pudieran desbordar a algún integrante de la expedición. Vamos, vamos, indicaba con el brazo mientras señalaba hacia adelante. Estaban por arriba de los 8.000 metros de altura. La recta final, conocida como "zona de la muerte". Un punto donde el oxígeno se reduce drásticamente al 30%, la temperatura desciende a -40° y el organismo humano comienza a morir.
Pero para él, toparse con la muerte formaba parte de esta experiencia extrema.En sus años de escalador y guía de montañas había visto varios muertos. Allí quedaban, recostados sobre las rocas, como testimonio de lo desmedido de la hazaña. Así como ahora lo atestiguaban los muertos del Everest.
Tomás Ceppi tiene 37 años, es escalador y guía de montaña y acaba de completar el selecto circuito seven summits, formado por los picos más altos de cada continente.
"Lo que pasó fue una locura. Pero esto es algo que ya se viene dando desde antes y, lamentablemente, va a seguir pasando. La inexperiencia de muchas empresas que llevan al cliente a toda costa hacia la cima y el ego de querer subir a todo o nada fueron algunas de las causas de las muertes que hubo este año", dice Tomás Ceppi, mientras apura el mate en su casa de Pilar y desanda los recuerdos, aún muy vivos, que le dejó su ascenso a la cumbre de la montaña que se yergue en Nepal y que ostenta el título de ser la de mayor altura en el planeta.
La temporada en la que le tocó coronar la cima no fue una más. En menos de 10 días, 11 personas perdieron la vida, lo que significó una de las mayores tragedias de la historia del alpinismo. La foto del 22 de mayo dio la vuelta al mundo: 200 escaladores atascados en una larga fila, a la espera de avanzar sobre una cornisa, a más de 8.000 metros de altura y al borde del congelamiento.
"Sin duda, la masificación que se viene dando en el Everest influyó muchísimo. Se sabe que hay guías locales que reciben un bonus, un extra, si llegan con su cliente a la cumbre. Entonces empujan a toda costa, los hacen alcanzar la cima, extenuados, al límite de sus fuerzas, con poco oxígeno. Y después, ¿cómo los traés de vuelta?".
La montaña mágica
Tomás se muestra distendido y ríe en todo momento. La subida al Everest la describe con naturalidad. A no ser por una pequeña carraspera que lo asalta de tanto en tanto durante la entrevista, nada hace pensar que apenas seis días antes se encontraba en la cordillera del Himalaya, a 8.848 metros de altura, en la cima del mundo. A sus 37 años, con el ascenso al Everest ingresó a la selecta lista de montañistas que lograron completar el circuito seven summits: las cumbres más altas de cada continente, quizás uno de los mayores desafíos de un escalador profesional. Pero, para Tomás, también es una suerte de logro colectivo. "Busqué hacer las siete cumbres trabajando como guía y no a nivel personal y deportivo. Sentía que así el desafío era todavía mayor", dice.
Nació en Choele Choel, provincia de Río Negro. Se crió en una chacra, sitiado por gigantes de piedra, con sus picos altísimos que se elevaban hasta los cielos y que alimentaban sus ansias de aventura. Cuando cumplió los 20, decidió estudiar para guía de montaña, en Mendoza. El Aconcagua fue el primer coloso de la naturaleza que lo forjó como escalador y también como guía profesional. Desde hace 10 años que está al frente de su propia empresa, Tomás Ceppi Expeditions, pero también trabaja para dos firmas norteamericanas. Fue con una de ellas (Climbing The Seven Summits) que concretó la subida al Everest. "El Everest no marca ningún final para mí. Si bien sé la dimensión que tiene haber hecho cumbre en un monte de semejante renombre, hoy me genera la misma emoción que si tuviera que escalar el Lanín, en la Patagonia. El día que deje de disfrutar el Lanín, así como disfruté el Everest, algo se habrá perdido para mí".
Sin embargo, no son pocos los escaladores en el mundo que sí ven el Everest como su cúspide excluyente, el summum de los desafíos, el Santo Grial del montañismo. Desde que fue conquistado por primera vez en 1953 por Edmund Hillary y Tenzing Norgay, se calcula que hasta la fecha, aproximadamente, 4.000 personas concretaron el ascenso. Y, desde el primer intento fallido por llegar a la cumbre en 1921 hasta esta última temporada de 2019, alrededor de 300 escaladores perdieron la vida al tratar de alcanzar su cima.
Desde que fue conquistado por primera vez en 1953 se calcula que 4.000 personas concretaron el ascenso al Everest. Y, desde el primer intento fallido por llegar a la cumbre en 1921, alrededor de 300 escaladores perdieron la vida.
Para Tomás, la epopeya de ir tras la cumbre de la montaña más alta del mundo, aun con los riesgos implícitos que conlleva, dista mucho de ser una travesía suicida. "Pasa a ser suicida cuando uno no está bien preparado, cuando no tomás todos los recaudos necesarios. Y, sobre todo, si tenés que esperar dos horas sin moverte, a casi -40°". De las 11 muertes ocurridas durante esta temporada, solo una se debió a un accidente. El resto falleció a causa de una excesiva fatiga o por el mal de altura. Los embotellamientos que se sucedieron a lo largo de esta temporada aceleraron lo que se podría haber evitado. El 22 de mayo, al cordobés Ricardo Birn lo evacuaron en helicóptero con un edema pulmonar. Había permanecido media hora sobre un piso de hielo, a 500 metros de la cumbre, sin poder avanzar. "Empecé a toser y la tos solo expulsaba sangre", declaró días después desde un hospital en Katmandú.
Tomás fue precavido: "Nosotros nos encontrábamos en el campo 2 (6.500 metros) y, debido a la gran cantidad de gente que subía, decidimos quedarnos unos días ahí. Tenés que lidiar con la ansiedad de tu grupo. Ellos piensan: está yendo todo el mundo, ¡vamos ahora! Pero si nos movíamos ese día, a lo mejor no llegábamos, como les pasó a muchos", explica y ofrece otro mate.
La expedición que guiaba él, formada por cuatro clientes, tres guías y siete sherpas (guías locales), llegó a la cumbre del Everest el 27 de mayo a las siete de la mañana. "Llegar a la cima me despertó sentimientos encontrados. Por un lado, la alegría de saber que estás parado en el techo del mundo. La vista es incomparable. Algo único. Muy difícil de describir. Te queda grabada en la retina para siempre. Y, por otro lado, vos sabés que recién estás a mitad de camino, que todavía falta el descenso y lo tenés que hacer brindándole la mayor seguridad a todo el grupo".
Cumbres y billetes
Las expediciones comerciales al Everest fueron impulsadas por el neozelandés Rob Hall a principios de la década del 90. El servicio consiste en garantizar, de la mano de guías entrenados, el ascenso a la cumbre de escaladores no profesionales. En el caso de Hall, la garantía fue eficaz hasta el año 1996, cuando él y otras siete personas fallecieron en medio de una feroz tormenta que los sorprendió en pleno descenso. Sin embargo, su emprendimiento se replicó en todo el mundo y hoy, cuando llega la temporada de escalar el monte tibetano, agencias de todos los países arriban a Nepal con sus contingentes. Contratar una agencia para escalar el Everest ronda los US$80.000, sin contar el pasaje a Katmandú ni el equipo personal. "Las expediciones comerciales han prostituido el Everest. Su ética deja mucho que desear y su forma de hacer montaña también", declaró el montañista vasco Juanito Oiarzabal, que hizo cumbre dos veces en el Everest sin ayuda de oxígeno, cuando le pidieron que opinara sobre la foto del embotellamiento camino a la cima.
Las expediciones comerciales han prostituido el Everest. Su ética deja mucho que desear y su forma de hacer montaña también.
"Si la gente va al Everest es porque quiere", dice Tomás. "Nosotros somos una herramienta para que puedan cumplir ese sueño. Es cierto que hay que darles un mejor marco de seguridad y organización. Hay empresas nepalíes que llevan gente por un costo mucho menor, pero los guías no son profesionales. Tal vez conocen la montaña por haberla subido, pero no tienen experiencia en subir con personas a cargo".
Nepal es considerado uno de los países más pobres del mundo. Y una de las pocas fuentes de ingreso con las que cuentan es el turismo. Dentro de este esquema, el Everest pasó a ser su gallina de los huevos de oro. En esta última temporada, el gobierno nepalí emitió 381 permisos para escalar la montaña, una cantidad récord. El solicitante debe abonar US$11.000 para obtener el permiso, pero no se le exige ninguna formación deportiva ni tampoco un certificado de aptitud física. "Del lado de China, desde donde se organizan los ascensos por el Tíbet, ahí sí han decidido imponer una cuota en cuanto al número de permisos que se otorgan. Pienso que este puede ser un camino –reflexiona Tomás–. Es necesario que haya un control sobre la carga o volumen de personas, pero no solo como medida de prevención de accidentes, sino también para controlar el impacto en el lugar". Este año, además del saldo mortal que deparó la temporada, las autoridades municipales del Everest recogieron casi 10 toneladas de basura. Desperdicios sembrados por los escaladores: botellas de plástico, envases de oxígeno, carpas rotas, latas de comida y mucha materia fecal.
La cúspide o la vida
Si bien su nombre se remonta al año 1864, cuando la bautizaron en homenaje al topógrafo George Everest, mucho tiempo antes los habitantes del Himalaya habían encontrado su propia manera de llamar a la imponente montaña. Le dieron nombre de mujer: Chomolungma, que significa "Madre del Universo".
Su presencia soberana inspiró decenas de películas, de documentales y de libros. Más allá de que hoy son muchos los escaladores de la vieja escuela que aseguran que el Everest perdió su "espíritu de montaña", su ascensión a la cima no deja de ser un emprendimiento de máximo riesgo y un desafío a los límites humanos. La lista de los que han establecido su propio récord al llegar a la cumbre es amplia y variada: el más anciano, un hombre de 80 años; la mujer más joven, una adolescente de 13. También está el que subió más veces y también el que lo hizo más rápido. Incluso, el que alcanzó la cima siendo ciego.
La inexperiencia de muchas empresas que llevan al cliente a toda costa hacia la cima y el ego de querer subir a todo o nada fueron algunas de las causas de las muertes que hubo este año.
La expedición suele durar alrededor de dos meses. El punto de arranque es Lukla, donde se inicia el valle de Khumbu, que hay que recorrer a pie durante 10 días y siempre en subida, hasta llegar al campo base del monte, con una altura de 5.300 metros. "A mí siempre me gusta decirles a los clientes que esta es la primera cumbre. Y que no estén pensando en la cumbre del Everest, cuando todavía faltan 60 días", dice Tomás. El tiempo de permanencia puede parecer excesivo, pero es lo que se considera necesario para que el cuerpo entre en un proceso de aclimatación tanto al frío como a la altura, los dos obstáculos más peligrosos con los que se enfrenta el escalador. "Es en esta etapa cuando el guía debe estar muy atento a cualquier síntoma que el cliente manifieste. Un malestar en la altura, por más pequeño que sea, cobra otras dimensiones", explica Ceppi.
En una zona tan elevada y con temperaturas tan bajas, los riesgos a los que el cuerpo se expone no son pocos. Los dedos de los pies y de las manos pueden llegar a sufrir congelamientos tan intensos que a veces no queda más remedio que amputarlos. "Mirá este dedo", dice Tomás, mientras acerca su celular y muestra una foto donde se ve el dedo gordo de un pie casi redondo por la inflamación y completamente negro, como si lo hubieran untado en brea. "Lo pierde seguro. Es un norteamericano que subió uno de los días que había aglomeración". Uno de los sobrevivientes de la fatídica expedición de 1996 sufrió tal grado de congelamiento que tuvieron que amputarle su brazo derecho, los cinco dedos de su mano izquierda, partes de ambos pies y también su nariz. La falta de oxígeno también puede ser un escollo letal."Sentís como si estuvieras en una cinta de correr, respirando por una pajita. Por mucho que lo intentes, no conseguís el aire necesario", declaró un escalador que quiso alcanzar la cumbre en 2006 y que sufrió un edema cerebral. Con la ausencia de oxígeno, el cerebro literalmente comienza a crecer de tamaño, se suceden los desmayos y las alucinaciones. Si no se desciende en lo inmediato, sobreviene la muerte. "Yo no quiero entrar en la polémica de si usar oxígeno es deportivo o no, o si es dopaje o no", dice Tomás. "Para mí que el cliente lo utilice es una norma de seguridad. Y yo como guía tengo que usarlo para estar de la mejor manera posible mientras guío la expedición. Es una herramienta y bienvenida sea".
Contar con los recursos económicos para emprender la expedición al Everest no tiene nada que ver con poder llegar a su cima. Tampoco la buena salud. La montaña más alta del mundo posee sus secretos y sus propios filtros. "La preparación que hay que tener es mucha como escalador, pero mucho mayor es la que hay que tener como guía", dice Tomás. "La gente se pone ciento por ciento en la palma de tu mano. Uno debe saber cuándo el cliente puede lograrlo y cuándo su cuerpo no va a responder. Ahí hay que decirle: «Es hasta acá. Tenés que volver». Aunque esté a un paso de la cumbre. Aunque se haya gastado US$80.000. Tenés que hacerlo bajar".
La última cima
El mes de junio marca el cierre de temporada de expediciones al Everest. La primavera nepalí, pero también el cambio climático comienzan a derretir la nieve de los senderos. Ahora las noticias sobre el gigante de Nepal solo giran en torno a la aparición de los cadáveres. "Aunque suene duro decirlo, es sabido que te vas a encontrar con algún muerto. Forma parte de esta travesía". Cada vez que se topa con un cuerpo, Tomás toca su cabeza y deja sus condolencias. "Pero en ningún momento permito que me ganen el dolor o el temor. El cliente no puede ver a su guía, a más de 8.000 metros de altura, nervioso o asustado", sentencia.
En 2010, durante unos chequeos de rutina previos a una expedición a la Antártida, le detectaron un carcinoma papilar. "Era un cáncer de tiroides. Los médicos me dijeron que me olvidara de la Antártida. Para peor, se me había hecho metástasis en los ganglios", cuenta. Se operó y dos semanas después, con los puntos en el cuello y dos drenajes encima, montó en su bicicleta y pedaleó 60 kilómetros. Veinticuatro meses más tarde, en 2012, viajó al Himalaya y escaló el monte Lhotse, la cuarta montaña entre las más altas de la Tierra. Llegó a la cumbre sin ayuda de oxígeno. "El hecho de haber superado el cáncer me impulsó a animarme a todo, a vivir todo con más intensidad, a no negarme a ninguna experiencia que tenga ganas de vivir". Dentro de dos días parte rumbo a Alaska, donde subirá por segunda vez al Denali, una de las montañas que integra el seven summits. El año que viene buscará, de nuevo, hacer cumbre en el Everest.
A pesar de que pasa largos períodos fuera de su casa, lejos de su esposa y de su familia, expuesto a todo tipo de riesgos cada vez que escala una nueva cumbre, sonríe ante una última pregunta:
–Alguna vez, frente al peligro extremo, ¿te arrepentiste de haber elegido la montaña?
–Nunca. La montaña es todo para mí. Es mi forma de vida. Allá arriba me siento en paz, tranquilo. Conectado con una energía que en ningún otro lado logro conseguir.