Evelina Cabrera: "Con el fútbol les cambiamos la vida a muchas mujeres"
Vivió en la calle y conoció la violencia, pero gracias al deporte logró dejar atrás la marginalidad. Antes de cumplir 30, fundó la Asociación Femenina de Fútbol y ahora, desde allí, ayuda a cientos de chicas a superarse y encontrar un lugar de pertenencia
Lo primero que vio, cuando logró abrir los ojos, fueron las cortas faldas de las prostitutas. Encorvadas, como si se asomaran a un aljibe, la observaban: la piña que le había dado el hombre la había dejado tendida en el piso, boca arriba.
–Yo tenía que cuidarlas y había fallado. “No vengas más”, me dijo una. Tardé en darme cuenta de lo que realmente pasaba: yo no las estaba cuidando a ellas, ellas me cuidaban a mí.
Quince años después de aquella piña, Evelina Cabrera (31) entra al bar de la avenida Figueroa Alcorta y se disculpa por la demora: la sesión de fotos en las escalinatas de la Facultad de Derecho se retrasó. Ahí posó con ropa deportiva. Ella es entrenadora de fútbol, armó el futsal femenino en clubes como Platense, Nueva Chicago, Defensores de Florida y Villa La Ñata y creó la Asociación Femenina del Fútbol Argentino (Affar). Desde ahí logró cambiar mucho más que la organización del deporte; también mejoró la vida de muchas mujeres. Pero antes debió cambiar la suya.
—Cuando dicen que ser puta es el laburo más fácil… Si hubiese seguido en la que estaba, habría sido puta.
¿Por qué creés que no lo fuiste?
El solo hecho de pensar que tengo que estar con alguien que no quiero se me hace imposible: yo me fui de mi casa porque no me gustaba estar ahí. Verlas a esas minas que se iban antes de que saliera el sol y al otro día cruzarlas vestidas todas formales para llevar a sus pibes a la escuela... No nos saludábamos: era un “yo no te conozco y vos a mí tampoco”. ¿Alguien sabe que a esta mina quizá nadie la ayuda en su casa? ¿Que el tipo la abandonó y tiene que estar ahí porque no hay otro laburo? Aprendí en la calle que en la desesperación cada uno hace lo que puede.
¿Cómo llegaste a cuidar una parada de prostitutas?
En la [ruta] 197 había señoras grandes. Como mis amigas vivían en Larralde, sí o sí tenía que pasar por ahí. A veces, como no tenía plata para el bondi, pasaba caminando. Y miraba, miraba, miraba. Un día les hablé. Al principio pensaron que quería robarles, yo estaba muy mal. Le dije a una que sólo quería ver. “¿Qué querés ver? Acá no hay trabajo para vos.” Yo no quería trabajar, sólo quería estar ahí. La mina me preguntó dónde vivía, le dije que andaba por ahí, que vendía en el Puerto de Frutos. Me preguntó si quería ganarme unos pesos. “Quedate acá sentada, si pasa algo, nos cuidás.” Me daba veinte pesos y un paquete de puchos. A veces iba, a veces no. Hasta que uno se zarpó con una.
A los 13 años te fuiste de tu casa, a vivir en la calle. ¿Recordás el día que lo decidiste?
Mis viejos se habían separado; yo vivía con mi mamá y mis hermanos. Salí de la escuela, volví a casa y me fui con los pibes con los que me juntaba, del barrio. Cada vez volvía más tarde, hasta que un día volví recién al día siguiente. Y ahí sí: mi mamá me cagó a pedos, me cagó a palos; me surtió bien. Pasaron los días y me fui otra vez. Volví y me preguntó dónde había estado, pero el reto no fue tanto como el primer día. Todo se iba dando para que hubiera más quilombo. Yo usé la bronca que se tenían mis papás entre ellos –no se hablaban– para seguir haciendo lo que yo quería.
¿Qué hacías todo el día?
Volvía del colegio a casa, comía, me quedaba un rato y me iba a la calle. Callejeaba. Me quedaba escuchando música en la casa de alguno de los pibes y después me quedaba a dormir en la casa de alguno o alguna. Así, de los 13 años a los 15. Ahí mi mamá se mudó de la calle Rocha (Tigre) a Rincón y todo fue peor; quedé lejos de todo lo mío y, además, mi mamá se quedó sin laburo. Me acuerdo de que entró a los planes esos, Plan Trabajar. Me acuerdo de que en esa época, para que ella pudiera seguir teniendo el plan, la hacían ir a una villa que había cerca de Rincón: tenía que ayudar en el comedor. Iba todos los días y además armó un espacio de casa para que todas las mujeres fueran a hacer costura, para después vender. Todo un quilombo. Mis viejos son muy jóvenes, hicieron lo que pudieron. Cuando me dicen: “¡¿Cómo tus viejos no sabían lo que pasaba?!”. ¿Cuántas cosas los padres no saben de los pibes? No soy ejemplo; no quiero que ningún pibe me escuche y piense en irse de su casa. Fue lo que yo encontré en ese momento. Buscaba mi grupo de pertenencia, alguien que me diera bola. En la calle no te preguntan: “¿Qué te pasó, por qué estás acá?”. Cada uno va y habla de lo que quiere. Ahí aprendí a valorar un montón de cosas.
¿Por ejemplo?
En la calle vos ves a dos que están tomando vino y decís: “Estos borrachos…”. Cuando yo estaba en la calle y compartíamos un pucho, una caja de vino o lo que fuera, eso era todo lo que teníamos: ese momento. Porque no sabíamos qué iba a pasar después [dice entre lágrimas]. Era lo único tangible que tenía. Lo que tengo, te lo comparto; sólo tengo esto: te lo doy. A la gente ni le importa eso, no lo ve. Eso es lo que más extraño desde que volví a la sociedad.
¿Pero te fuiste?
No. ¡Estuve un tiempo de adorno, pero estuve! [sonríe mientras se escurre las lágrimas]. Ahora que volví, cuando me dicen: “Tal quiere dar una mano, si te quiere ayudar es por algo bueno”, tengo que dudar, pensar si tiene una estrategia.
¿Desconfiar de la intención?
Sí, y es triste. Eso es lo que rescato de la calle, aunque sé que la de ahora no es la que yo viví, porque hay mucha más falopa. Antes las drogas que tenías era el pegamento, que era lo peor, el porro y la cocaína. Con el paco es peor.
¿Te dio miedo alguna?
Las probé todas y no me quedé con ninguna. Una vez, me quedé todo el día bajo el sol cuidando autos, pero en un momento de lucidez me vi. Además, veía cómo se caían mis amigos. Pero tenían códigos: no me daban para probar. Cada uno sabía qué pasaba cuando otro se iba. El que me daba no era de ese grupo. Son cosas que siempre voy a tener conmigo hasta el día que me muera, como mis amigas de la escuela, que me abrían su casa para que me bañara, siendo ellas muy pobres. Mis mejores amigas viven ahí en Larralde, en 197. La comida de las pibas era mate y pan todo el día y me daban a mí.
Hasta los 15 ibas y venías, pero ahí tu ausencia en casa se hizo permanente. ¿Qué pasó?
La crisis de 2001. Mi mamá no tenía para comida, mi viejo tampoco. Si yo comía, era menos comida para mis hermanos. Mi vieja hacía malabares con la guita. Me sentía un peso.
Te ibas a la casa de un amigo, a la de otro, ¿dormiste en la calle?
Sí.
¿Cómo se elige el lugar donde dormir?
Yo elegí la plaza frente a mi escuela, para ir a la mañana a estudiar. Me quedaba así [se ovilla en la silla], en el banco, con mi mochila.
¿Se duerme así?
No, dormitás. Si estaban mis amigos, estaba más tranquila; si no, más alerta. Tipo 6 y media yo sabía que empezaban a llegar las pibas.
¿Quisiste suicidarte?
A los 17. Mi novio me pegaba, sentía que mi familia no me quería y que yo era una mierda. A la puta que lo parió todo. Tomé un montón de pelotudeces: pastillas, hasta Blem; lo agarré en la casa de mi mamá. Dormí durante dos días. Me levanté hecha un asco. Me fui a bañar y salí. En el puerto había un lugar en el que vendían panchos. En la tele chiquita que había, aparece una nena en silla de ruedas: pedía un respirador. No sé qué me pasó, pero me puse a llorar sin parar. Yo tenía un montón de cosas y esa piba no. En ese momento sentí que tenía recursos. Le conté a mi viejo que me había querido matar. Ahí se enteró de que viví en la calle. Me acompañó, me llevó a salitas para que viera a un psicólogo. Se acercó más a mí, empecé a vivir con él y fue barajar y dar de nuevo.
Después de terminar el colegio secundario, Evelina estudió para ser profesora de gimnasia. Cuando tenía 21 años y trabajaba como tesorera en un restaurante y daba clases como personal trainer, una compañera del profesorado le contó que jugaba al fútbol. “Y me prendí. El equipo era horrible, ¡horrible! Yo también era horrible, era burra, pero muy inteligente: ganaba porque me anticipaba a las pelotas, pero nada más.”
¿En qué nivel está hoy el fútbol femenino argentino?
De uno a diez… seis. Lo que falta es profesionalizarlo. Tenemos muy buen pie, pero fallamos en la parte física, además de que no hubo buen desarrollo ni buena administración del fútbol femenino en el país. En 2014, ganamos la medalla de oro en los Juegos Odesur de Chile y no se enteró nadie. Publicitaron un montón de atletas de otras ramas, pero el fútbol femenino no.
¿Por qué creés que no?
Porque la Argentina es un país muy machista. Cuando nacés, ¿qué te dan? La muñeca, cositas para la casa... Y al pibe, la pelota. Es una estupidez, pero es así; son estereotipos. La gente no sabe cosas como que cuando yo iba a entrenar nos daban la ropa de los juveniles.
¿De los varones?
Claro, la que les sobraba o la que ya habían usado tres años. Nos quedaba inmensa. De afuera, lo que se veía era a las pibas del fútbol así y a las de hockey todas prolijitas. ¿Qué va a elegir un padre, una madre? Que su hija esté toda prolijita. Se desconoce la trama.
¿Cómo llegaste a Platense?
Por una amiga que quería probarse. No era buenísima jugando, pero sí buena. La acompañé y al llegar a la puerta le agarró un ataque de pánico, no se animaba. Entonces le dije: “Hagamos una cosa: yo me muestro primero –yo era mala jugadora– y después entrás vos”. En ese momento, el nivel del fútbol femenino en el club no era como el de ahora; fichaban hasta a un cono. Y me ficharon. No lo podía creer. Empecé a entrenar sin parar y me puse a buscar sponsors para poder tener ropa linda.
¡Dejar las camisetas de los pibes!
Claro, la camiseta de un juvenil nos daban. Amarilla era, en vez de blanca y marrón. Una cosa espantosa. Decían que era lo único que nos podían dar. “Pensá que estamos últimas”, me decían. Para mí, cómo estábamos no determinaba cómo teníamos que estar para los demás. ¿Porque vivís en una villa tenés que vestirte mal? No. Entonces mandé mails.
¿A quién le mandaste?
A Nike [la marca la eligió como una de las caras de su última campaña], a Gatorade... bien arriba. Y después a la carnicería de la vuelta. Cayeron tres: un local que vendía motores marca Honda, otro que arreglaba aires acondicionados y una fábrica de cables. Con eso pagamos la ropa de entrenamiento y para jugar. Las pibas de los otros clubes pensaban que Platense se había reestructurado; empezaron a venir pibas nuevas y buenas. Pero me empecé a sentir mal. Me dolía la cabeza, todo, y era que se me había elevado una hormona, la prolactina. Era horrible: me salía leche por las tetas. Me detectaron un tumor que era benigno, me lo operaron y ya, pero el endocrinólogo me dijo que tenía que dejar de hacer actividad física. Entré en una crisis enorme. Hasta ese momento yo pensaba que era inmortal. Dejé de ir a la cancha, pero quería seguir en el fútbol. Entonces decidí ser entrenadora. Y pensé en hacerlo en el playón de la estación de Tigre. Usé a mi sobrina postiza, le decía: “Vos quedate acá con la tía, si viene alguien y yo te digo ‘corré’, vos corré”. Era una falsa alumna.
¿Cuántos años tenía?
Nueve. ¡Y funcionó!
¿Ella quería estar ahí?
No [ríe]. La tuve como dos meses así. Cuando veía movimiento, le decía: “¡Corré!”. Había armado una página en Facebook y empezó a caer gente. Desde nenas de 10 años hasta mujeres de 45. Todas jugaban al fútbol, pero no tenían dónde. Desde la municipalidad de Tigre me dieron espacio en el polideportivo Sarmiento. Entonces empezaron a llegar pibas que no podían pagar; yo notaba que algunas no comían. Les pedí que vinieran igual y empecé a llevar leche chocolatada caliente. Algunas chicas empezaron a llevar galletitas y se transformó en un quilombo: corríamos dos horas y comíamos bizcochitos. Mi mujer, que es re exigente, me dijo: “Eve, tu entrentamiento es una porquería” [ríe].
¿Cómo y por qué armaste Affar?
Fue un Día del Padre, hace cuatro años, cuando falleció el papá de una jugadora. Era cartonero. Como era domingo, le dijeron que no había fiscal disponible, que debía esperar al lunes. Con su papá muerto. Ella llamó a su club, en el que jugó catorce años, haciendo pretemporada, amamantando a sus hijos en el banco. En el club le dijeron que era un problema personal, que no les incumbía. Me llamó desesperada; yo ya hacía, junto con otras pibas, cosas para ayudarnos, pero sin ninguna organización. Así nació. Y fuimos a AFA a ofrecernos.
¿Pediste una reunión?
Fui un día, directo. Me presenté a una de las dirigentes que estaba: “Hola, qué sé yo, mire, vengo a ofrecer tatata, tengo ideas y ganas de que crezca”.
¿Quién te recibió?
La única mujer que estaba, no puedo decir el nombre. Me dijo: “Mirá, si querés hacer algo, hacelo afuera, acá no vas a poder hacer nada”.
¿Presentaste algún proyecto y otro lo hizo propio?
¡Muchas veces! En Affar trabajamos la parte social, educativa y deportiva. La parte social, porque creemos que una chica que tiene problemas en su casa, que sufre violencia de género, que no tiene trabajo, que nunca estudió, llega a la cancha pensando en todos sus problemas y no sirve, porque pretendemos que sea una jugadora de fútbol. Muchas de las pibas que han estado con nosotras se recibieron de profesoras de educación física. Yo lo siento un premio, porque le cambiamos la vida a alguien. Y terminar con cierta estigmatización: la pobre en el potrero, la rica acá y la clase media, allá. Nosotras tenemos en los equipos pibas que son de clase alta y clase baja y se bancan entre todas. Todas saben que todas tienen la misma camiseta. Que si pierden la pelota, miran para atrás y está la compañera para bancarla. Si logramos trasladar esos valores afuera de la cancha, es un cambio.
¿Se necesitó que chicas con plata practicaran fútbol para lograr visibilidad?
Más que chicas de plata es que alguien lo viera como un negocio. Que chicas de otro estatus social practiquen fútbol le dio otra visiblidad. Antes, las que se animaban a jugar eran pocas, era más de potrero. Antes una chica iba a un club y no había fútbol femenino. Ahora hay, y también hay torneos exclusivos de fútbol de mujeres. Y se juntan, deciden que quieren entrenar, pagan la cancha, contratan un entrenador, se compran ropa: es un negocio.
Siendo un posible negocio, visto desde la AFA, los equipos de primera división de fútbol femenino son de Capital y Gran Buenos Aires. Nada del interior...
Nunca hicieron nada para que fuese federal. Los equipos del interior siempre estuvieron a la buena de Dios: si hay machismo en Buenos Aires, imaginate en el interior. Ahora en AFA renovaron las personas que representan el fútbol femenino; ojalá hagan cosas. Asumió el vicepresidente de UAI Urquiza (Ricardo Pinela) que labura bien; Urquiza es uno de los mejores equipos de once. También está la hija de Blanco (Bárbara, de Racing) y un dirigente de Estudiantes (Jorge Barrios). Esta semana me pidieron una reunión. Que alguien nos escuche está bueno, quizá puede haber cambios de verdad, da esperanza.
La última actuación del seleccionado argentino de fútbol femenino fue en el Panamericano de Toronto 2015. Luego, durante dos años, la selección no existió: recién hace un mes volvió a entrenar, cuando el DT Carlos Borrello convocó a 24 futbolistas. Por esa inactividad, la Argentina no figura en el fútbol mundial: no aparece en el ranking FIFA.
El país mejor rankeado es Estados Unidos, lo siguen Alemania y Francia. Brasil está en el octavo puesto.
Ninguna de las chicas que juegan en primera hoy cobra un sueldo, ¿no?
Cobran un viático. Boca, River, San Lorenzo, Urquiza. En algunos casos, además del viático les dan trabajo y las becan en la universidad.
El fútbol es visto como el deporte en el que los pibes pobres tienen la chance de salvarse y salvar a la familia. ¿El fútbol femenino podría llegar a lograr algo así?
Hay casos de chicas que se han ido a jugar afuera.
Hay una argentina que juega en el Santos (Brasil), ¿puede ser?
Sí, Sole Jaimes. Lo principal es darles la posibilidad de conocer a otras personas. Darles identidad, que encuentren el sentido de pertenencia. Muchas pibas tienen un montón de herramientas, pero las que no, puede que en el deporte encuentren una compañera con quien hablar. Pero bueno, pensá que muchos clubes tienen de entrenadores a los barras. O un fanático del fútbol, que sin formación le dan a entrenar a las pibas, como si por el hecho de ser hombre y haber jugado cuando era pibe fuera un iluminado.
¿Quién es Mirna?
Mirna Gamarra. Mirna es una chica ciega que un día me mandó un mail. Mirá lo que es mi ignorancia, yo pensé: “No puede escribir un mail, un ciego no escribe un mail”. Me decía que quería un personal trainer que la entrenara. Al tiempo, me confesó que lo que realmente quería era jugar al fútbol. Le dije que fuera a un club, pero ella me explicó que no había para chicas ciegas. Boca, River y Huracán tenían fútbol para ciegos, hombres, no para chicas. Solamente había en Córdoba y en Salta. Me dio bronca, dejé de verla como una chica ciega: la vi como una mina a la que no la dejaban jugar. Empecé a buscar en Internet cómo entrenarla. Entrenábamos en Palermo, al lado de los patos. Un quilombo de ruido... Yo no sabía que ella no tenía que escuchar nada; mi idea era muy visual. Hasta que fui a una capacitación en el Instituto Román Rosell. Ahí aprendí cosas básicas, como ponerle una bolsa a la pelota.
¿Una bolsa de residuos?
Sí, para que hiciera ruido, porque no teníamos guita para la pelota que usan. Ahora las chicas [se formó un equipo] ya tienen una con el cascabel; entrenamos en el Club Banco Nación y nos unimos a Paradeportes.
Hace poco, en Colombia, se jugó la final del campeonato femenino: fueron 43.000 personas a la cancha. Tenemos una visión machista en muchas cosas: una de ellas es como espectadores. ¿Alguna vez pasará acá lo que se logró en Colombia?
Sí. Hoy todos los clubes tienen fútbol infantil femenino: es clave. Empezó hace tres años y ahora ya es fuerte. Hay nenas de seis años entrenando. Eso hace que los nenes, futuros hombres, tengan otra visión sobre las nenas. Antes lo obvio era hockey, pero ahora el fútbol es algo obvio. Hoy veo que son muchos los hombres que llevan a sus hijas a practicar fútbol. Y pasa algo nuevo: los tipos cuando van a jugar ya se quedan mirando cómo juegan las chicas.
1986
Nace el 26 de septiembre en San Fernando, provincia de Buenos Aires
1999
A los 13 años, Evelina comienza a faltar en su casa. Duerme en lo de amigos y, a veces, en la calle
2001
La crisis económica golpea duro en casa de los Cabrera. La mamá se queda sin trabajo. Evelina se instala en la calle
2007
Empieza a jugar al fútbol, tres años después se prueba en Platense y queda elegida
2012
Por un problema de salud debe dejar de jugar al fútbol. Estudia para DT
2012
Dirige al equipo argentino en el Homeless World Cup
2013
Arma equipos de futsal femenino en varios clubes y crea Affar, la Asociación de Fútbol Femenino de la República Argentina
2016
Arma la escuela de fútbol femenino con su nombre. Hoy, entrenan 220 chicas allí
El futuro
"Ser entrenadora en un club, trabajar ahí adentro. Mi sueño máximo es estar en un juego olímpico o en un mundial"
Asistente de producción: Maki Dell. Pelo y Make up: Andrea GonzÁlez Mollo para Mechi Miqueo estudio, con productos Lancôme. Asistente de fotografía: Lucas Pérez Alonso. Agradecemos a nike, Kosiuko y Las Pepas.