¡Eureka, eureka!
Eso gritaba Arquímedes cuando corría desnudo por las calles de Siracusa. Su exaltación era de júbilo; acababa de hallar la manera de averiguar la solución a su problema
No es difícil reconocer en uno mismo, una vivencia de exaltación y cierto alivio cada vez que una chispa de lucidez nos abre un camino y le encontramos la vuelta a aquello que nos parecía indiscernible.
Esa captación súbita, iluminadora, nos hace sentir protagonistas de un descubrimiento, más allá de la relevancia de su contenido. Ese preciso instante en el que se destraba el nudo de una novela, el desenlace de un film, se despeja una incógnita, un acertijo, una ecuación, es una verdadera conquista.
Lo he encontrado, eso quiso decir Arquímedes cuando corría desnudo y a los gritos por las calles de Siracusa. Su exaltación era de júbilo; acababa de hallar la manera de averiguar la solución a su problema.
Lo interesante es que no hay que ser físico ni griego ni adulto para conquistar la intensidad emocional de esa experiencia de encuentro inesperado.
Cierta vez le preguntaron al epistemólogo Jean Piaget qué era para él la inteligencia, a lo cual respondió: "Es lo que usas cuando no sabes qué hacer". Ni el conocimiento ni la erudición definen la inteligencia. Sí, en cambio, la comprensión intuitiva que nos sirve para situarnos frente a un problema, justamente cuando no sabemos. Insisto, ni siquiera se trata de la resolución del problema, sino de la aproximación a la posibilidad de plantearlo adecuadamente. Y de allí en más, a explorar.
Cuando un bebe con su dedito enciende por primera vez un Ipad, o se lanza a caminar y despega solo, cuando un niño junta cuatro letras sueltas y accede repentinamente a su sentido, cuando más tarde se percata de que una multiplicación es una suma abreviada, se viven momentos de asombro, excitación y celebración. Pueden generar a cualquier edad una conmoción cercana a un estado de enloquecimiento.
Cuando estamos extraviados en un enredo, y de pronto encontramos la punta del ovillo, estamos poniendo en juego, como Arquímedes sumergido en su bañadera, nuestra posibilidad de descubrir.
Eureka refiere a aquel instante de conexión en el que irrumpe un destello de inteligibilidad con potencialidad transformadora. Un momento de insight donde todo parece reordenarse de otra manera dentro de uno. Un momento en el que podemos captar una relación que hasta entonces no habíamos advertido y que introduce algo nuevo a la experiencia. Este es un concepto que el psicoanálisis privilegia como motor de cambios en el proceso de cura. Freud mismo, cuando escribió La interpretación de los sueños, concluyó el prólogo de su nuevo libro enfatizando:¨Un insight como este no nos cabe en suerte sino una sola vez en la vida".
En general, estos momentos lúcidos están precedidos por un malestar, en el que prima una sensación de desorientación, cierta impotencia, interferencia. Ese estado anímico nublado y poco alentador es el que suele alejarnos conscientemente de la disposición a la novedad. No le encontramos la vuelta, así solemos referirnos a esos estados trabados en los que insistimos en buscar la respuesta por los mismos caminos de siempre. Pero justamente es el agobio que nos perturba y nos desborda, como la bañadera de Arquímedes, aquello que nos hace tomar contacto con nuestras inconsistencias. Acostumbrados a jerarquizar los resultados que surgen de procesos graduales sostenidos en el tiempo, desestimamos con frecuencia el valor de aquellos fogonazos en los que un enigma se nos abre como revelación efìmera.
En esos instantes conectivos –como los llama Julio Moreno– se nos cuelan intuiciones reveladoras, que pueden dar lugar a algo verdaderamente nuevo, inédito. De repente se nos enciende la lamparita, o nos cae la ficha, como dicen los más jóvenes. En esos momentos somos sujetos activos de transformación y descubrimiento.
"La mayor parte de las cosas con que tropecé siguiendo mi curiosidad e intuición resultaron ser de un valor inestimables posteriormente." Con estas palabras acerca de sus propios tropiezos, Steve Jobs alienta a jóvenes profesionales egresando de la universidad. El secreto de una vida inteligente no consiste pues en atesorar sabiduría o buenas respuestas, sino en animarnos a batallar con lo inasible, probando, errando, en el contexto de la interrogación y la búsqueda.