"Me quiero morir, perdón, la estupidez humana está quemando todo lo que había construido para ustedes", repetía una y otra vez en voz alta mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas y las llamas devoraban todo cuanto estuviera a su paso. Karina Maschio (Kai Pacha) había presenciado más de seis incendios en Villa Rumpai, provincia de Córdoba, ese invierno. Pero este iba a ser diferente. Eran 40 los focos que amenazaban con destruir todo el predio que había levantado para recuperar animales de la caza y el mascotismo con mucho trabajo y voluntad. Y las llamas insistían con reducir todo a cenizas.
El incendio había comenzado en el basural de Villa del Dique. Lo recuerda patente: era un 29 de agosto de 2009. El personal de la Municipalidad había prendido fuego un sector del basural con la intención de achicarlo. Pero en cuestión de minutos, el fuego se propagó hacia el pueblo y pronto se volvió incontrolable. "Ese día nos organizamos con un grupo de vecinos para controlar las llamas que se acercaban a los límites de la reserva. Lo hicimos a pulmón, con baldes de agua y corriendo de un lado a otro. Fue realmente extenuante. El 30 dormí un rato y me desperté con una imagen devastadora: se incendiaba toda la sierra que se levanta frente a nuestros dos predios. Pelé una naranja y me pregunte: ¿estoy lista? Porque se quema". No lo sabía ni lo sospechaba, pero sin quererlo, se había preparado toda su vida para ese momento.
Instinto animal
Se había criado en Río Tercero entre perros galgos, pumas, liebres, aves y animales silvestres. Su abuelo y su papá eran sus ídolos. "Mi papá salía los fines de semana a cazar. Yo tenía miedo que le pasara algo, entonces lo seguía a todos lados. Aprendí a manejar el rastrojero de muy chica y lo esperaba en el monte, me acostaba en los trigales verdes y pasaba horas acostada. Antes no se concebía estar en el monte sin sacar del monte. Pasa lo mismo ahora, sólo que lo hoy lo hacemos con agroquímicos o maquinaria para producir; antes era engrampando un pájaro o cazando para comer, para distraerse y estar. Ahora somos todos cazadores agroquímicos y naturalizamos ese hecho".
Pero un buen día su padre atrapó una corzuela, se dio cuenta que había dejado huérfana a la cría y decidió que nunca más iba a cazar. Entonces armó una reserva de animales. "Mis papás hicieron unos jaulones inmensos para los animales, teníamos un mono con el que yo andaba al hombro y mi hermano dormía con un puma. A mí me habían encargado la tarea de limpiar y darles de comer a las aves. Me daba mucho orgullo cuando me tocaba a mí darles las semillas a los pájaros que tenían un gran comedero. La escuela nuestra era de un barrio sencillo y los nenes venían a mi casa como si fuera un zoológico. Yo iba a comprar el pan con un mono enroscado en el cuello, los animales eran mis amigos, en la escuela me aburría y los temas de los compañeros no me interesaban".
Así transcurrió su infancia y la recuerda con mucho cariño. La adolescencia fue complicada. Kai sentía que iba a contramano del resto de los otros jóvenes. No le interesaba la moda, ni los boliches. "Era una persona muy aislada, me costaba comunicarme, hablar, tendía a estar a un costado y me sumergía en un mundo interior muy grande, con muchas horas de aventura en el monte". Recorría la ciudad en bicicleta con una mochila cargada de ideales de cambiar el mundo. Mientras cursaba sus estudios de trabajo social, vivió en un rastrojero y se ocupó de asistir a los más necesitados de su pueblo.
A los 20 se fue a vivir a una comunidad de jóvenes con los que compartía el propósito de trabajar por un mundo mejor. "Un día mi papá me visitó y me contó que quería hacer una reserva, que había comprado un campo. La reserva se llamó El Edén y la gente entraba con el auto, era como un safari, lo recorrían en auto. Trabajaba ahí durante el verano y al cabo de cuatro años finalmente me instalé en el lugar y me hice cargo de todo". Aquel reducto familiar comenzó a transformarse. Empezaron a llegar animales recuperados del mascotismo: sin poder reinsertarse en su hábitat, tenían en El Edén un espacio para vivir en condiciones similares a las naturales.
Kai les daba de comer a los pumas, cortaba el pasto, cuidaba a los animales que venían de rescate. A veces tenía la ayuda de algunos empleados que podía contratar, otras no. Fueron años y años de trabajo duro. "Tengo mucha energía y capacidad de trabajo. Se lo dediqué a ese mundito de esperanza. Le di una vuelta de tuerca al origen que le dio mi papá, que era más de exhibición, y le sumé mi aporte educativo. Para mí era fundamental en la conservación, la educación". Así le dio forma a la asociación civil Pumakawa, que significa "el que cuida con sigilo al puma", el mamífero natural de América, que es emblema de la asociación civil sin fines de lucro que lleva las riendas del emprendimiento. "Siempre vi un ambiente muy hostil en todo lo que me rodeaba, sentía que no estaba preparada para nacer en este mundo pero los animales me ayudaron a subsistir, ellos fueron mis amigos y me ayudaron a cumplir mi misión". Tan comprometida estaba con la causa que cambió su nombre por el de Kai Pacha, una palabra de raíz quechua. Y obtuvo reconocimiento judicial, aunque no figure en su DNI.
Líder de manada
Aunque ella no lo supiera, su vida entera se había preparado para lo que estaba por vivir. Cuando ese 30 de agosto el fuego quemó las 26 hectáreas de uno de los predios de la reserva, Kai ayudó hasta no poder más. Y cuando se quiso dar cuenta el viento había llevado el incendio hacia el predio donde estaban los animales. Desde Río Tercero, la municipalidad había mandado un camión con agua, pero las llamas, de más de 15 metros, eran tan altas que el camionero tuvo miedo, y regresó por donde había llegado.
Luego vino otro frente de fuego y se dirigió directo a las pumeras, había nueve pumas en ese momento. Las 70 personas que la estaban ayudando, corrieron para huir del humo y la asfixia. Un policía tironeaba a Kai de la ropa para que se fuera. Pero el fuego estaba tan cerca que finalmente el policía desistió de su objetivo. "En ese instante me disocié: tenía miedo de morirme pero el cuerpo corrió hacia el fuego. Tenía que pasar una barranca a ciegas para abrir las jaulas. Empecé a llorar y pedirles perdón a los pumas porque mi mundito de esperanza no era tan cierto, la estupidez humana nos estaba quemando. Pensé que no podía, tuve ganas de morirme con el fuego pero abri las jaulas y seguí corriendo. Cuando llegué al lugar donde las personas estaban a salvo noté que se asustaban al verme. Y presté atención: los pumas que pensé que iban a salir corriendo y que los iban a atropellar, estaban ahí y conmigo y me rodearon".
Kai se secó las lágrimas y se quedó contemplando la imagen en silencio. "Pudieron haber atacado, pero no. Uno se había ido a mi casa, que era donde lo curaba de cachorro. Después de eso volví caminando con ellos, busqué al que estaba en la casa, y ese rato que estuve con los pumas sueltos. Ya no tenía ganas de morirme".
Además de los pumas, hoy Pumakawa tiene bajo su cuidado a llamas, guanacos, chanchos pecaríes, águilas, lechuzón orejudo, entre otros. La apuesta es también por objetivos más complejos y ambiciosos: la conservación de especies autóctonas y la restauración de su ambiente. Su trabajo no es en vano. La propuesta integral que desarrolla Kai fue destacada por la importante primatóloga Jane Goodall, que reconoció a Pumakawa como un lugar dentro del "Tapiz de la Esperanza" que presentó en la reunión mundial por el medio ambiente en París. "Ahora quiero vivir más de 100 años y cuidar mi cuerpo como parte de la naturaleza, tengo mucho que mejorar como especie somos depredadores del monte. Los pumas no viven en manada, pero me tomaron como alfa. Ellos son maestros y me regalaron ese momento para que yo pueda entender que necesitamos seguir trabajando para ellos y por ellos".
La voz del especialista
La Dra. Valeria El Haj es Directora médica de Vittal y en este audio explica cuáles son las consecuencias de estar expuesto al humo de un incendio para la salud.
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