Un curso de pintura fue el punto de partida. Italia el destino que abriría su suerte a una nueva vida.
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Sentía que su nivel de estrés estaba liberalmente por las nubes. Después de ocho años de haber trabajado en la misma empresa y de varios cuatrimestres de exámenes y entregas en la carrera de Diseño de Indumentaria en la Universidad de Buenos Aires, algo había comenzado a hacer ruido en su interior. “Había llegado a estar sin dormir durante casi un mes para poder terminar una entrega y la presión se había vuelto insostenible. Seguramente hay carreras y trabajos más estresantes, pero la rutina y el modo de vida que estaba atravesando ya no me convencía, me pesaba mucho, y con esto se vio perjudicada mi salud. Claramente necesitaba un cambio”, asegura Carolina Correa.
Siempre había fantaseado con estudiar en el exterior. Tenía el extraño pasatiempo de pedir información sobre cursos a universidades y academias de Francia e Italia, pero la búsqueda quedaba en la nada. Lo hacía porque sí, quizás -pensaba- como sabía que no lo iba a llevar a cabo, el solo hecho de pedir información sobre un curso le daba una pequeña satisfacción.
Hasta que llegó 2015 y, gracias a las ganas de viajar que tenía una amiga, se animó de a poco a que ese anhelo se convirtiera en realidad. “En ese entonces mis ganas de pintar y de profundizar mis conocimientos en la pintura y el dibujo eran enormes. Desde pequeña tuve la pasión por el dibujo y la pintura, y en los últimos años había logrado que la gente me hiciera pedidos de retratos. En ese momento me había picado el bichito de qué lindo sería que esto se convierta en mi trabajo, que me paguen por pintar, pero lo veía como algo muy lejano, casi una utopía”. La curiosidad y su pericia en averiguar sobre cursos, la llevaron a interesarse por uno en Florencia, Italia. ¿Por qué Florencia? Fue casi como un impulso. No había una explicación lógica para aquella elección. Y se dejó llevar.
Un descuido fortuito
Al año siguiente comenzó su aventura. En marzo del 2016 viajó por dos meses a Florencia para estudiar pintura contemporánea. En ese tiempo, además de estudiar en una Academia de Arte, viajó, conoció gente de diferentes países, aprendió sobre diferentes culturas, sobre arquitectura e historia “La apertura mental que me generó el viaje en cuestión me voló la cabeza a tal punto que, cuando llegó el día de volverme, inconscientemente perdí el vuelo y decidí quedarme. En realidad ni siquiera lo tuve que pensar tanto, estaba muy convencida de que quería dedicarme al arte. Nunca me había pasado en la vida que una vez que estaba sumergida en el acto de pintar, me perdía en tiempo y espacio. Suena exagerado pero es así”.
Pero la decisión no fue fácil y tuvo que arremangarse para poder sostener su deseo. Consiguió empleo donde pudo. “Trabajé vendiendo tickets de museos, de camarera, de baby sitter, entre otras cosas. Pero nunca dejé de pintar. Y de a poco, gracias a que escuché la radio en italiano y a mis amigos italianos, mi oído se fue acostumbrando y lentamente me fui animando a hablar en este idioma. No fue fácil, pero aprendí escuchando”.
Carolina comenzó entonces con los trámites para conseguir la ciudadanía italiana. Y, mientras ponía en marcha toda su creatividad e ingenio para sostenerse económicamente, recordó con cariño los relatos de su bisabuelo italiano cuando hablaba de su pueblo natal, Molfetta, en la provincia de Bari. “Él siempre contaba sus historias, su viaje en barco por 40 días hacia una tierra desconocida de Sudamérica, llamada Argentina. Me contaba de su pueblo, de las costumbres que tenían, vaya a saber, pero eso me quedó muy marcado”.
Se agranda la familia
Y así, una vez más, puso su corazón al servicio de su deseo y viajó hacia Molfetta en busca del certificado de nacimiento de su bisabuelo. “Antes de viajar, me aseguré de que todo saliera bien. Realicé una búsqueda en Facebook con el apellido de mi bisabuelo y el nombre del pueblo, para encontrar posibles parientes. Asombrosamente como resultado aparecieron 12 personas. A todos les envié el mismo mensaje preguntando si tenían algo que ver con Domenico (mi bisabuelo). Tuve varias respuestas negativas, otros no respondieron y una chica llamada Ilaria me respondió que Domenico había sido el hermano de su bisabuelo. Sin dudarlo, ella y sus tíos me dijeron que me pasaban a buscar por la estación de trenes. ¡Así fue y fue todo una fiesta!”.
Fue impensado para Carolina conocer primos lejanos y parientes, nunca se lo hubiese imaginado. “Luego de pasearme por la casa de todos, típico de un pueblo del sur de Italia, yo ya estaba perdida de saber quién era quién, así que nos sentamos a una mesa para formar el árbol genealógico de la familia. Fueron días inesperados para mi, mucha información nueva y de golpe. ¡Cómo me hubiera gustado haber tenido a mi bisabuelo conmigo para contarle que había estado caminando por las calles de Molfetta, su amado pueblo, y que conocí a gran parte de la familia!”.
Pero no todo fue color de rosa, los momentos duros también tocaron su puerta y, a la distancia, tuvo que vivir la muerte de su padre. No poder viajar por una cuestión burocrática le partía el corazón. Y aún así con el deseo muy fuerte de convertirse en artista, decidió quedarse y seguir.
También llegaron momentos inesperados, por ejemplo cuando conocí a Guido, un rosarino que luego se convirtió en su marido. Tuvieron un increíble casamiento en medio de la Toscana y, para alegría de todos, la mamá y la hermana de Carolina pudieron viajar y acompañarla.
Una vida en cinco años
Pero nunca perdió el foco y la búsqueda personal. Se aferraba a la pintura para mantenerse activa y, cuando menos lo esperaba, comenzaron a ocurrir una serie de hechos que le hicieron saber que había tomado el camino correcto. Así, por ejemplo, fue convocada para pintar en vivo en un evento en un castillo medieval, pudo montar su atelier en el Palacio Pandolfini, rediseñado por Rafael, probablemente en 1514, para el obispo Giannozzo Pandolfini.
Hoy, después de cinco años, Carolina confiesa que “casi” puede vivir del arte: vende cuadros, hace trabajos a pedido, participó y sigue participando en muestras en Florencia y alrededores. Y ya hace varios años da clases de pintura. Pinta con óleo y espátula, una técnica que descubrió en Florencia, en la academia de arte. “Descubrí esta técnica - que ahora es mi sello personal - gracias a Bianca, una de las profesoras que me guiaba en mi aprendizaje. Al ver mi manera de pintar con pincel me aconsejó que probara con la espátula. ¡¡Qué importante que un maestro sepa guiar a su alumno de esa manera!! Encontré mi técnica, mi estilo. Y no solo me parece super interesante y divertido este modo de pintar, sino que también no tengo que lavar pinceles. Mi vida cambió muchísimo, y no me arrepiento de nada de lo que hice...todo lo contrario. ¿Qué hubiese sido de mi si me hubiese vuelto en ese vuelo?”.
Carolina reflexiona y siente que, cuando revisa su vida en Buenos Aires no se reconoce. “Me pasaron más cosas interesantes en cinco años, que en el resto de mi vida cuando vivía en Buenos Aires. Y creo que eso es clave, al estar inmersos en la rutina del día a día tal vez no nos damos cuenta que perdemos los sueños, o pensamos que no son posibles. Es un prejuicio que llevamos inconscientemente porque somos parte de un sistema que te impide ver otras alternativas. Realmente encontré mi pasión, cuando pinto siento felicidad, me pierdo en tiempo y espacio, me siento plena”.
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