En Dunkerque, el director de Interestelar narra el rescate de 300.000 soldados atrapados en una playa, uno de los episodios más asombrosos de la Segunda Guerra Mundial.
Por Leonardo M. D’Espósito
Christopher Nolan es un realizador importante y es, también, un problema. Suele unir a dos clases de cinéfilos: los sibaritas del autorismo y los fans del pop brillante. Sería un mérito si toda su obra tuviera el mismo peso. Pero a diferencia de otros realizadores capaces de unir esos cabos (Quentin Tarantino, Steven Spielberg, Takeshi Kitano, Danny Boyle, por poner algunos casos y aclarando que “no siempre”), su obra es demasiado despareja. Se puede decir sin miedo que su ópera prima Following roza la obra maestra, que Batman: el caballero de la noche es una gran película, que la subvalorada El gran truco es una joya de adaptación cinematográfica. Pero después aparecen las pretensiones: El origen o Interestelar, por ejemplo, donde a cada dos pasos de grandilocuencia fílmica (en ese sentido es un realizador “kubrickiano”, aunque mucho más clásico y empático con sus personajes) nos encontramos con chorradas de explicaciones para entender lo que las imágenes no pueden exponer. Nolan es, en esos momentos, un ansioso de campeonato.
Pero tiene una virtud: optar por lo fantástico e intentar volverlo totalmente creíble. Virtud y, también, defecto cuando la fantasía y el vuelo imaginario pugnan por liberarse del racionalismo, que aquí rima con pesimismo. Ahora bien: su próxima película, uno de los proyectos más esperados del año, se llama Dunkerque y se basa en uno de los más increíbles episodios de la Segunda Guerra Mundial. Es decir, estamos en terra incognita para un realizador que busca constantemente la originalidad ya sea narrativa o de premisa, originalidad de invención que a veces, porque el medio o su propia pericia le imponen límites, termina jugándole en contra.
Repasemos: el 26 de mayo de 1940, 300.000 soldados (200.000 británicos y 100.000 belgas y franceses) se encontraban arrinconados por las tropas alemanas en la playa de Dunkerque, al norte de Francia. No solo eso: los bombardeaban constantemente, los Stukas caían en picada y el puerto había sido destruido. En secreto, la Armada británica inició la Operación Dínamo para evacuar a todos esos soldados. Lo hicieron en pocos días, gracias en parte a la intervención de la RAF, que estableció un blindaje aéreo a los cientos de barcos que salvaron a las tropas. Lo llamaron “Milagro”.
Lo que hemos visto hasta ahora es que Nolan usa la creencia popular de que hubo barcos (muchos, porque algunos hubo) civiles que fueron a buscar a los muchachos. Es decir, aun contando una historia real, imprime la leyenda, lo que no está mal. Por otro lado, es un tema perfecto para contar la historia de un personaje atrapado en una red totalmente fuera de proporción de la que solo cierta inteligencia le permitirá salir. Porque recordemos: las películas de Nolan funcionan alrededor de un acertijo, de una situación enigmática que debe resolverse a través de la experiencia y la inteligencia. Aquí, eso se multiplica hasta dimensiones épicas y mucho más dramáticas porque no hay intervención de objetos o procedimientos maravillosos que puedan darles la victoria a los buenos. Es el triunfo, en última instancia, del puro espíritu humano.
En el caso de Nolan, ese espíritu se identifica, siempre, con la inteligencia. Una de las rarezas de su cine consiste en que sea al mismo tiempo fantástico y materialista en el sentido que quieran darle a la palabra. Todo, incluso lo irracional, puede ser reducido a la razón. Y esa razón es material, sigue las reglas de las cosas. Eso es quizás lo que lastra de sobreexplicación sus películas más ambiciosas. También es probable que la ausencia del procedimiento maravilloso sea finalmente el que permita a Nolan desplegar la disciplina de la que es capaz y que ha sido la raíz de sus mejores películas (esas “mejores películas”, de paso, están por encima del lote de buenas películas de las últimas dos décadas). Ayuda también el elenco: Kenneth Branagh, Tom Hardy, Cillian Murphy, Mark Rylance, actores reconocidos, pero no necesariamente estrellas. Aunque lo que es novedad es la masividad, la cantidad de soldados, la batalla. Nolan se había probado un poco en la lid épica con el final de El caballero de la noche asciende y es de los que apuestan al espectáculo gigantesco –su obsesión, aún, es rodar con fílmico y sin 3D– y clásico. Veremos: quizás estemos ante las puertas de una madurez definitiva. Nolan es un director para seguir, aunque a veces tienda a explicarnos el paisaje.
EL COSTADO OSCURO
Hay algo que no se sabe demasiado de Christopher Nolan: su fanatismo por los hermanos Quay. Genios de la animación surreal en stop-motion, discípulos de Jan Svankmajer –a quien le dedicaron el increíble corto The Cabinet of Jan Svankmajer–, tienen en común con el realizador de Memento el gusto por la oscuridad y la densidad de la imagen. Nolan ha realizado un corto documental sobre ellos, Quay, que merece ser visto: es la mejor manera de conocer su genealogía como director.
LA NACION