Bienvenidos al universo de uno de los autores más secretos del Hollywood de gran presupuesto: el de Shane Black. Solo ha dirigido cuatro largometrajes, el último de los cuales está por estrenarse y es la excusa para esta nota. Los otros tres son buenísimos. Pero antes de ser un director único –no se apure, lector, ya veremos por qué– fue, sobre todo, un cumplido guionista. Su pluma inventó nada menos que a la dupla Riggs (Mel Gibson) Murtaugh (Danny Glover) en el megaéxito de 1987 Arma mortal. Entonces Black tenía 26 años. Ahora tiene 56, lo que implica que pertenece a la generación irónica, juguetona, no atada por la cinefilia clásica a la que se integran tipos tan disímiles como Wes Anderson, J. J. Abrams, Brad Bird o Paul Thomas Anderson, por mencionar algunos. Una gran generación que decidió tomarse el cine en serio y romper con la necesidad de mirar al pasado.
El cine de Black tiene varias características notables. En sus guiones hay muchas vueltas de tuerca, pero nunca son gratuitas ni están "escondidas" a los ojos del espectador, sino que aparecen de modo oportuno. Sorprenden por su oportunidad, justamente. No estetiza de más la violencia ni prolonga suspensos de manera artificial; es absolutamente directo en cada escena, puro núcleo dramático sin dilaciones. Sus personajes tienen una nobleza gigante, aunque también dobleces y debilidades. Pero en el fondo son siempre chicos que desean, ironías o sarcasmos aparte (básicamente, solo hablan con sarcasmos), volver a jugar, volver al estado de inocencia que hacía del mundo una pura aventura. Por eso, siempre hay algún pibe en peligro que termina ayudando a los (anti)héroes. Nada de artificio ni de romantización para Black. Juego poderoso y directo. Y sabe dibujar grandes escenas y encuadrar lo justo.
Sus films anteriores son Kiss Kiss, Bang Bang, gran noir con violencia irónica y bisexualidades varias en el universo de Hollywood; la perfecta Iron Man 3, que es, ni más ni menos, la biografía "disfrazada" de Robert Downey Jr. (el personaje de Ben Kingsley termina siendo un Downey prelimpieza de alcaloides) y Dos tipos duros, otro noir sarcástico donde Russell Crowe y Ryan Gosling generan algunas de las mejores secuencias de comedia violenta de los últimos 50 años. En todas, los personajes son más buenos que el pan, pero hacen como que no.
Ahora Black ha filmado una ¿remake, reboot, secuela? de Depredador, aquella obra maestra que hizo conocido a John McTiernan. Aquel film contaba cómo un grupo de mercenarios lanzados en Centroamérica (era la época de los "contras" en Nicaragua, pleno reaganismo), después de cumplir su misión, eran perseguidos, capturados, destazados, eviscerados, descuartizados y convertidos en puros trofeos de un indiferente cazador extraterrestre. La película se reía del cine político y terminaba siendo casi una fábula nietzscheana sobre la humanidad y sus posibilidades, con un final de una enorme poesía violenta. Ideal para Black, parte de la generación que creció con esas películas (además de trabajar en ellas). En la nueva versión, hay un depredador y hay otro depredador mayor; hay una especie de secretos dentro de secretos y también hay un nene en peligro rodeado de tipos malhablados, pero con gran corazón.
El punto clave consiste en, como siempre en el mundo de Black, un problema aleatorio que proviene de un lugar que no podemos siquiera imaginar (pasa en todos sus films, créanos y véalos) y que parece completamente insuperable. Pero pasa algo: los héroes apelan a cierto sentido común y al estoicismo. Miran a los monstruos como diciendo: "Buéh, un bicho que come gente, a ver cómo hacemos para zafar de este hijo de puta". Esa actitud nunca pasiva en búsqueda de una solución aunque sea violenta o desesperada transforma a sus personajes, siempre un poco marginales, siempre un poco perdidos, en una jungla de intereses que no son los propios; tratando de escapar de ser títeres de otros, los vuelve positivos incluso cuando parecen más bien oscuros. Tener un cazador extraterrestre, algunos humanos confabulados para sacarle provecho, otro cazador más bestial aún y un montón de soldados que creen que se las saben todas es un buen contexto para que un tipo "blackeano" entienda un poco el mundo a los trompazos, salve la inocencia y se divierta –nos divierta– a las puteadas un buen rato. Aquí hay un autor y aquí hay cine, escondido en el medio del negocio del reciclaje.
Un poco más Black
Entre las películas que escribió Shane Black, hay algunas perfectas demostraciones de acción irónica. Una es la subvalorada El último gran héroe, reflexiva y metacinematográfica obra de McTiernan (sí, el creador de la primera Depredador). Otra, El último boy scout, aquella en la que finalmente vimos que Tony Scott era un autor, con un Bruce Willis irrepetible. Y, en el futuro, Black dirigirá Doc Savage, una de superhéroes (el personaje era un pulp de los años 30) con Dwayne Johnson como protagonista. En todas hay chicos duros.