Su nombre es Jonathan Alan Giménez, es de Rafael Calzada, y despliega su talento entre el caos de las multitudes que se acercaron a festejar la llegada de la Selección argentina al Obelisco.
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Las inmediaciones del Obelisco se han convertido desde temprano en una marea de hichas. Son las 10:30 y en la esquina de Pellegrini y Corrientes, a metros del monumento insignia de la Capital, la circulación es cada vez más complicada. Por el aire vuela espuma, cerveza batida, de todo.
Es allí, en medio de ese caos, que Jonathan Alan Giménez encuentra su paz. En cuclillas, con una paleta de pintura en una mano y un pincel en la otra, el joven, de 27 años, le da las últimas pinceladas a su obra de arte, una copia de estilo realista de una fotografía de Messi. La empezó en ese mismo lugar el domingo pasado por la tarde, luego de que la Argentina ganara la Copa del Mundo, también en medio de multitudes que saltaban, bailaban y tomaban.
“Es una especie de cábala para mí”, explica el joven de Rafael Calzada, mientras retoca las líneas blancas de la camiseta del capitán de la Selección. A su lado, un amigo que se hizo esta mañana protege que los fanáticos no se lleven puesto el atril. “La primera vez que pinté acá fue durante los festejos de la Copa América. Y ahí quedó la tradición, la cábala. Muchos pensarán que estoy loco, pero para mí tiene toda una mística. La gente que pasa me inspira, es parte de mi obra. Todos tienen buena onda. Me saludan, me felicitan. Esta es mi manera de festejar”, cuenta el joven, que llegó al Obelisco ayer a las 23 horas y pasó la noche allí, pintando.
Giménez no vende sus obras, solo las expone. Es dueño de una barbería en su barrio, donde hace tatuajes y vende indumentaria y electrodomésticos. En las paredes del local tiene colgadas todas sus obras. Durante los primeros meses de cuarentena por coronavirus, se vio obligado a mantener su negocio cerrado, por lo que tuvo que reinventarse. Fue entonces que salió a hacer murales. Al principio, los hacía gratis para sus vecinos y los comercios cercanos. Pero en seguida lo empezaron a llamar distintos comerciantes, y así el arte se convirtió en su principal ingreso, al menos hasta que pudo volver a abrir la barbería.
“El arte es mi cable a tierra, lo que más disfruto. No vendo mis obras porque me cuesta mucho dejarlas ir. Estoy muy apegado”, cuenta, entre risas. Jonathan rechazó toda oferta de los hinchas que pasan por vender las dos obras que trajo al Obelisco, aunque asegura que su sueño sería poder regalarle a Messi su retrato hoy, cuando la Selección se acerque a saludar al Obelisco. Y es que, además de fanático del arte, es fanático del capitán de la selección.
Jonathan se destacó en el arte desde pequeño. En la escuela, hacía dibujos a pedido de sus compañeros y era el alumno 10 de plástica. De adolescente, siguió con el arte en tinta, haciendo tatuajes. Pero su mayor paso en el mundo artístico, dice, fue hace tres años, cuando empezó a estudiar muralismo con el reconocido artista Maximiliano Bagnasco, famoso por sus murales de Maradona en Nápoles. “Me lo crucé en las redes varias veces. Veía sus obras. Y un día me animé y le hablé. Empecé clases con él una vez por semana. Me iba todos los martes desde Rafael Calzada hasta Villa Crespo para ir a su taller. Con él aprendí muchísimo, no solo de técnica, sino también a ver el arte de una manera diferente”, cuenta.
Su actual obra la empezó el domingo pasado, luego de la Final de la Copa del Mundo. Jonathan había visto el partido en un bar cercano al Obelisco, junto a su hermana y su madre. Una vez terminada la Final, en un arrebato de felicidad, él y su familia se acercaron al Obelisco y desplegaron el atril y un lienzo en blanco. Se quedaron hasta tarde, pero él no logró terminar su obra. Es por eso que ayer, a las 11, viajó nuevamente al obelisco, esta vez con un amigo. “Pinté desde las 11 hasta las 4, 5 de la mañana. Después dormí un poco y me desperté para seguir. Yo acá estoy feliz. Sí, hace mucho calor, le cae espuma a mis obras, pero es parte de la experiencia”, explica.
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