Hace siete meses, Pablo Czornobaj vendió su auto y con ese dinero viajó a Europa para ofrecerse como voluntario en el ejército que defiende la tierra de sus ancestros
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“Un soldado sirve 20 días para la guerra. Después hasta el más preparado se empieza a romper”, fueron las palabras que le dijo alguna vez su padre, suboficial mayor del Ejército Argentino, y que él no puede olvidar.
Pablo Czornobaj (43) lleva siete meses en Ucrania. No recuerda el día exacto de su llegada, pero sí el momento en que tomó la decisión de presentarse como voluntario. “Estaba en el local, mi parrilla, cuando escuché que los rusos habían invadido Ucrania. Fue el 24 de febrero de 2022. Unas horas después llegó mi mamá con la intuición: ‘¿Te vas a ir?’, me preguntó. Yo no le había dicho nada. ‘Sí mamá, me voy’, le respondí. ‘Lo sabía, te entiendo’, me dijo”, cuenta a LA NACION a través de una videollamada desde Dnipró, una ciudad ubicada en el centro de Ucrania. Allí se recupera de una lesión en sus oídos.
Pablo Czornobaj nació en Dock Sud y creció en Wilde. Es analista de sistemas, recibido en la UADE. También cursó dos años de la carrera de abogacía. Jugó al fútbol en Argentino de Quilmes, Arsenal y Racing. “Soy fanático de la Academia y del Docke”, define. Su otra pasión es la náutica. Tiene carnet de timonel y junto a un grupo de amigos trabajó haciendo “delivery de barcos” desde Buenos Aires a Uruguay, llegando incluso hasta el norte de Brasil. Durante algunos años, fue un trotamundos: vivió en Miami y en Villa La Angostura. Antes de ponerse el traje de soldado, vestía delantal de cocinero: después de la pandemia inauguró una parrilla en la zona sur del Gran Buenos Aires.
Durante la entrevista se le mezclan palabras ucranianas. Dice que está comprometido con aprender el idioma. Afuera suenan las sirenas que advierten sobre un ataque aéreo. “¿Escuchás? El ataque debe ser grande porque hoy ya sonó varias veces. La sirena advierte la llegada de aviones o misiles, para que la gente se refugie. En Kiev muchos van a las bocas del subte. Algunos, como yo, elegimos rezar. Una bomba de esas hace un agujero como para 20 coches… Pero sigamos con la entrevista”, dice.
Pablo luchó en el frente. Completó distintas misiones hasta que fue herido y evacuado.
-¿Te sorprendió la noticia de la guerra?
-No. Siempre seguí las noticias de Ucrania porque mi anhelo era viajar algún día para conocer. Sabía que iba a suceder. Me enteré que había empezado la guerra por la televisión, lo vi mientras estaba trabajando en el local, en Wilde. Y la decisión de presentarme como voluntario fue inmediata. Mi mamá sabía que iba a venir y lo entendió de inmediato.
-¿Cuál es tu motivación? ¿Qué te lleva a pelear, a arriesgar tu vida, por una causa que parece tan lejana?
-Yo tengo una motivación natural: mi sangre. Está en mi ADN. Mi abuelo paterno, Volodymyr, nació en Ucrania. Llegó a la Argentina en 1924, cuando tenía apenas seis años. Venían huyendo de la guerra. Su padre, mi bisabuelo, no trajo ropa: trajo semillas. Se instalaron en Dock Sud, un barrio de inmigrantes, y en las fiestas de las colectividades se juntaban todos... menos los rusos, porque eran conflictivos. Y cuando vi las noticias, a toda esa gente huyendo de Ucrania, lo primero que pensé fue en mi abuelo. Además, soy sanmartiniano, amante de la libertad, y Ucrania es un país libre que lucha por su libertad. Tampoco tengo hijos ni me casé, creo que eso me permitió tomar la decisión con facilidad.
-¿Cómo tomó la noticia el resto de tu familia?
-Nadie se sorprendió. Yo siento que fui soldado desde chico, porque así me trataba mi padre. Con amor, pero como a un soldado. Yo siempre mantuve mis rutinas: me levantaba a las 5 de la mañana, hacía mi cama, me duchaba, me vestía...
El proceso para llegar a Ucrania y sumarse al ejército fue complejo. “Primero me tenía que vacunar y renovar el pasaporte. Desde la Embajada de Ucrania en Argentina no me respondían. Me pareció lógico, porque debe haber mil operaciones de espionaje en proceso. Vendí mi camioneta para viajar. Llamé a un amigo que tenía una agencia de viajes y compré un pasaje a España. En junio de 2022 aterricé en Barcelona. Desde ahí viajé, por todos los medios que te imagines, a la frontera de Ucrania. Todo el tiempo me mantuve en contacto con gente que estaba en Ucrania y ucranianos de la diáspora”.
-¿Conocés a otros argentinos voluntarios en el ejército ucraniano?
-Sí, habrán venido 15 argentinos. La gente no se vuelve loca por venir a la guerra... Muchos ucranianos, sobre todo los de origen cosaco, volvieron para pelear. Yo en Argentina me realicé, tuve una vida buena, no estaba una situación económica holgada pero vivía bien, y eso me permitió hacer siempre lo que quise.
-¿Qué pasó cuando finalmente llegaste a la frontera?
-Me puse a disposición, para lo que fuera. No sabía que iba a ir al ejército, aún no estaba bien organizada la Legión Internacional. Era raro, porque la gente salía del país, no entraba. ¿Qué hice? Esperé mientras ellos me investigaban. Me quedé en la zona, junto a voluntarios de otros países. Los argentinos éramos un grupo chico. Todos teníamos la misma sensación. No es fácil desprenderse de todo, dejar tus cosas arregladas por si te sorprende la muerte... porque acá todos estamos expuestos.
-¿Cómo se produce tu ingreso al ejército?
-Me revisaron médicos de todas las especialidades y me admitieron. Pertenezco al ejército regular. Una vez que te admiten, entrás en un circuito para ir al frente, a la zona de combate, que está a 1000 kilómetros. Actualmente, el 70 por ciento del ejército ucraniano está formado por voluntarios. Hoy somos todos profesionales. El ejército ucraniano debe ser uno de los mejores del mundo, independientemente de los suministros que son aportados por occidente, por la experiencia que tienen sus soldados.
-¿Sabías usar armas?
-Sí, pero nunca había manipulado las armas que me dieron acá. Tengo un fusil de asalto, entre otras armas de guerra… Y no tenía ninguna experiencia en combate.
-¿Cuál fue la primera sensación que tuviste al pisar el suelo ucraniano?
-Apenas cruzás la frontera te das cuenta que estás en un país en guerra. Aunque el frente esté lejos y la mayoría de los misiles sean derribados por la defensa antiaérea. Por otra parte, sentí a mi abuelo, a mis ancestros.
-¿Cuál fue tu primera misión como soldado?
-Recoger los cuerpos de unos soldados muertos, porque Ucrania le da cristiana sepultura a todos su muertos. ¿Escuchás? (hace una pausa) Otra vez la sirena.
-¿Cómo fue tu experiencia en el frente?
-No hay civilización, es un infierno. A lo largo de mi vida me tocó estar en lugares peligrosos, en el medio del mar… pero nada como esto. Cada 20 segundos una bomba entra o sale de Ucrania. Nunca sabés qué va a pasar. Al tercer día ya no te entra la comida. Te metés una galletita en la boca porque algo tenés que comer y tratás de no tomar mucha agua para no ir tanto al baño porque te puede ver un francotirador... Pero, como todo, después te acostumbrás. Y cuando estás cansado te dormís vestido, echado en cualquier lado, ya no te importan las bombas, podés tener parte del cuerpo bajo el agua... Es el perfecto infierno. Todo lo que yo te pueda contar es poco en relación a lo que se vive en el frente.
-Fuiste herido en combate.
-Hubo un momento muy duro, cuando me tocó estar 20 días sin comunicación con nadie, ni con mi familia. Me angustiaba pensar que mamá no sabía nada de mí. Bajé 16 kilos, volví con anemia y tres esquirlas de bala de cañón. Fuimos a hacer una misión arriesgada y, en un momento, pensamos que no nos estaban viendo... pero no fue así. Tuvimos varios muertos. Murió mi comandante y a un compañero se le partió un brazo por la esquirla. Después de eso, no podía ni subir una escalera de lo mal que estaba. Quedás roto.
Pablo ahora intenta magnificar la guerra con números: “En Malvinas, el ejército inglés tiró 17 mil piezas de artillería por día durante 64 días. La cuenta da algo así como 260 mil... Bueno, acá se tiran 60 mil por día en todos los frentes. Ya te dije, ¡esto es un infierno!”, repite.
-Aún defendiendo una causa, no puede ser fácil matar.
-Yo soy cristiano y católico, la muerte no me reconforta, pero sé muy bien lo que vine a hacer acá. Hacemos lo que hay que hacer para defender nuestra tierra.
-Pensaste en la posibilidad de que te capturen los rusos.
-Eso lo tengo bien claro: peleo hasta el final de mi vida.
-¿Cuál es la reacción de los soldados ucranianos cuando te conocen?
-No pueden creer que venga de tan lejos, aunque hay soldados de todas partes del mundo. Pero mi apellido y mi aspecto hacen que me reconozcan como a un par.
-¿Qué tiene que pasar para que la guerra termine?
-Ucrania tiene que recuperar todo su territorio, incluida Crimea. El pueblo ucraniano jamás permitiría negociar con el ocupante adentro. Lo único que cabe esperar es de qué forma van a pagar el daño que hicieron.
-Ahora, mientras te recuperás de tus heridas en el oído, ¿dónde estás viviendo?
-En la casa de mi novia, Irina. Ella es contadora pero está haciendo un voluntariado en un hospital. La conocí en mi primera salida, hace tres meses. Es un amor de guerra. La vi dos veces y justo cuando íbamos a tener la tercera salida me trasladaron, así que ni siquiera le pude dar un beso. Ella no habla muy bien inglés, nos comunicamos con el traductor del teléfono.
-¿Cómo cubrís tus gastos allá?
-El Estado le paga un sueldo a todos los soldados cuando están licencia, para comer, para comprar ropa. Lo único que abunda son las medias (ríe). Es muy común acá que la gente le regale medias a los soldados. Las medias son muy valiosas cuando estás en el frente, porque siempre terminan mojadas. Hubo días de 23 grados bajo cero, siempre hace frío.
-¿Te preocupan las secuelas psicológicas que pueda dejarte este paso por lo que vos llamás “el infierno”?
-Sí. Me cuesta dormir, me despierto por las noches. Soy consciente que es algo que me puede suceder, por eso cuando no estoy en el frente, como ahora, me pongo a estudiar. Estudio el idioma y la historia, también me gusta la política. Hago cosas que me dan placer. También estar con mi pareja me hace bien. Ella me reconoce el valor de haber venido desde 15 mil kilómetros, no es algo común.
-¿Hasta cuándo pensás quedarte allá?
-No tengo decidido irme de Ucrania. Los que no somos nativos podemos salir del país y regresar, pero no tengo previsto hacerlo en lo inmediato. Mi físico obviamente ya no está bien, la semana próxima me opero de un oído y ahí tengo un mes para recuperarme. Ya me operé del otro pero no quedé bien, me molesta. Si bien se me fueron los dolores, me quedó como un eco… Me pusieron teflón en el oído.
-Vivir en “el infierno” imagino que altera todas las emociones, ¿qué te conmueve?
-Los niños. Cuando los miro, veo reflejado a mi abuelo. Aunque son chicos fuertes, que conocen su historia, no puedo evitar pensar qué es lo que le pasó al mundo que no pudo frenar esta guerra. ¿Qué nos pasó? Esto es una invasión absurda, llevada a cabo por un Estado criminal.
-¿Extrañás algo de la Argentina?
-Mis perros “Liber” y “Capitán”.
-¿Tenés miedo a la muerte?
-En el frente siempre tuve miedo a la muerte, pero sabía que tenía que salir de ese lugar con vida. Trato de pensar mucho en lo que vine a hacer, que es algo bueno. Me da tranquilidad imaginar que si me pasa algo me voy a encontrar con mi padre y con mi primo. Mi vida ha sido hermosa en todo, incluso con los errores. Ucrania tiene una carga emocional para mí impresionante.
-¿Qué pensás que te diría tu padre ahora?
-Primero me diría “sos un Czornobaj”. Creo que estaría muy orgulloso de mí.
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