Richard Firth-Godbehere escribió “Homo emoticus”, donde analiza los sentimientos a lo largo de los años
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Vivimos un momento emocionalmente sensible. Pandemia, cambio climático, polarización política, guerras. Este parece un mundo cada menos soportable.
“Pero no es la primera vez que ocurre”, dice Richard Firth-Godbehere, historiador inglés y autor de Homo Emoticus, una historia de las emociones publicada en español el año pasado por el sello Salamandra de la editorial Penguin Random House.
Firth-Godbehere, quien heredó su apellido de antepasados vikingos en Escocia, repasa en su libro la manera como cada cultura, desde los griegos hasta la actualidad, pensó las emociones en busca de una vida más satisfactoria.
Y ahora, ante la tensión que parece inundar el estado de ánimo global, cree que es buen momento para aprender de nuestros antepasados.
Eventualmente, le dice el autor a BBC Mundo, “vamos a salir de este momento de histeria colectiva”. Porque así ocurrió en otros momentos de sensibilidad emocional.
Antes de su charla en el Hay Festival de Cartagena, hablamos con Firth-Godbehere sobre las emociones que caracterizaron a nuestros antepasados, y cómo entenderlas nos puede ayudar a abordar este presente convulso.
En el libro reportás que una de las emociones principales de los griegos era el virtuosismo. ¿Creés que es un pensamiento que sirve para hoy?
Hay muchas cosas de la historia que nos hablan del presente. A veces creemos que una nueva terapia es nueva porque le pusieron un nombre distinto que suena científico, cuando en realidad hace mucho tiempo existe el método.
Encontrarle sentido a la vida a través de un esquema de valores virtuoso, es decir, significativo, altruista, genuino, es lo que dijeron los griegos hace siglos.
Terapias como la cognitivo-conductual o la racional emotiva conductual, por ejemplo, son básicamente principios del estoicismo, una filosofía griega. Y mucho de lo que se recomienda para, digamos, el trabajo de oficina se puede remontar a la retórica de Aristóteles.
¿Por qué creés que es adecuada en especial para el mundo actual?
Porque vivimos en una era en la que nos gusta poner las cosas en cajitas. Siempre lo hemos hecho, por supuesto, porque el cerebro es una máquina busca-patrones. Pero en este momento, más que en cualquier otro, estamos muy preocupados en encontrarle sentido a las cosas. Estamos más conectados y más solitarios que nunca y encontrar un sentido en el presente, en la racionalidad, en el pensar más allá de lo material, nos puede ayudar a lidiar con eso.
¿Qué es lo que podemos aprender de los griegos?
A no ser reactivos. A que cuando se te ocurra algo que decir, pienses. Es el vínculo entre el pensamiento y la razón que tanto analizaron los griegos. Cuando surge una emoción, piensa cuán importante o útil puede ser, qué reacciones puede generar y si puede ser dañina o no.
Otra cosa es entender que las emociones no son buenas o malas, sino que dependen del uso que se les dé. El miedo, por ejemplo, te puede ayudar a no caerte. El amor, en cambio, puede desencadenar desde un homicidio hasta una obsesión.
¿Creés que la sociedad actual está marcada por la polarización y el pensamiento radical?
Cada vez que surge una nueva forma de esparcir el lenguaje, la polarización se pronuncia y toma un tiempo en bajar de tono.
Si vamos al tiempo posterior al surgimiento de la imprenta, el nivel de tensión era enorme. Fue de ahí que se dieron todas las guerras religiosas en Europa tras la reforma protestante y que duraron más de un siglo.
La comunicación se hace más rápida y más efectiva y las respuestas a ella, quizá, más contenciosas.
Con el internet ha pasado más o menos lo mismo. Con la diferencia de que el tiempo que se tarda un mensaje en darse es de milisegundos.
La emocionalidad de la actualidad parece ser radical, contestataria. ¿Creés que pueda cambiar?
Estoy seguro de que eventualmente vamos a calmarnos y dejar a un lado la polarización radical.
Después de la imprenta y las guerras religiosas llegó la Ilustración y alguien, bueno, un puñado de filósofos, que dijo: ‘Oigan, calmémonos un poco y pensemos en los que estamos construyendo’.
Ahora habrá también una ilustración digital en la que surjan nuevos códigos morales, nuevas formas de hacer las cosas, incluso un nuevo sistema político.
Así surgió la democracia, nada menos, tras la Ilustración.
Otra cosa de la actualidad, que tiene un arraigo histórico en Occidente según tu libro, es la idea de la vergüenza o de avergonzar al otro.
Sí, la vergüenza se ha convertido en un motor de ética que controla lo que puedes decir y hacer. Y el origen está en el cristianismo, que es una de las bases de la cultura occidental.
La vergüenza es una moneda con dos caras. Una cosa es avergonzarte si actúas por fuera de lo que es considerado bien moralmente, que es lo que es la cultura woke de cancelar al otro, y es lo que hacían en la Edad Media.
La otra es sentirse avergonzado por hacer algo que no está permitido.
Ambas tienen lados positivos y negativos. Lo importante es ver para qué se usa o por qué sentimos la vergüenza.
La vergüenza puede destruir así como construir. Puede alienar a alguien así como bajarle el tono a una polémica.
Pero, ¿de dónde sale esta importancia que le damos a la vergüenza?
La vergüenza es hija del honor. Y la cultura del honor está muy en el origen de la cultura de Occidente.
Empezando por la manera como te dictaban la pena de muerte, que era distinta para los pobres, a quienes colgaban con una soga vieja y sucia, y para los ricos, a quienes mataban con una espada del mejor acero.
Eso va de la mano de emociones como el pecado y el perdón, que están muy presentes en la cultura latinoamericana. ¿Cuáles pueden ser las consecuencias de darles tanta importante a estas emociones?
El perdón puede justificar cualquier cosa, una idea de que ‘puedo hacer lo que quiera porque eventualmente puedo pedir perdón, acepto el sacrificio y me van a perdonar’.
Hay quienes explican la relación de Latinoamérica con la violencia con ese argumento sobre el perdón.
Es un análisis complicado. Pero te puedo decir que, en Las Cruzadas, por ejemplo, parte de la matanza que hicieron los cristianos de musulmanes tenía que ver con la idea de que era en nombre de Dios y no iban a pasar por el purgatorio.
Pero, ¿acaso otras culturas no le dan esa importancia al perdón?
No tanto, no. En culturas protestantes como en la que yo vivo, o en Estados Unidos, toda gira en torno al castigo. El espacio para rehabilitación no es tan grande.
Si te pillan haciendo algo considerado malo, vas a la cárcel y eres castigado.
Incluso la razón por la cual la gente comete crímenes en estas culturas no es religiosa, sino utilitaria, capitalista, material, mientras que en otras culturas más influenciadas por el cristianismo los crímenes suelen justificarse por una razón espiritual.
También hablás del concepto de deshumanización como fuente de diferentes conflictos. ¿Lo podés explicar?
El peor ejemplo de deshumanización fue el Holocausto, porque activamente proyectaban películas y propaganda mostrando a los judíos como ratas. Les quitaban la faceta humana.
La deshumanización del otro justifica aniquilarlo, o no tenerlo en cuenta como parte de la sociedad. Es muy peligroso.
¿De dónde surge?
Hay un contenido genético en el tema, porque las especies parten del lugar de que son distintas a la otra, y que todo aquel que no sea como nosotros debe ser tratado distinto, por no decir que eliminado.
¿Se te ocurre alguna solución para la deshumanización?
La única forma de superarlo, así suene a cliché, es hablando y desarrollando empatía, dándose cuenta de que a pesar de que tenemos una pigmentación distinta, por ejemplo, somos seres vivos que necesitan vivir juntos.
A veces olvidamos que los problemas se solucionan hablando y entendiendo. Somos muy buenos para tirarnos piedras entre nosotros, pero no para sentarnos a hablar.
Otra de las emociones que analizás es la depresión. ¿Creés que estamos más deprimidos que en otros momentos?
Estamos en el momento en el que más gente reporta tener depresión, pero también es porque nunca antes la gente fue tan abierta ante el tema como ahora. De ahí la sensación de que estamos más estresados que nunca.
Es verdad que estamos en un momento sensible. Algunos lo relacionan a la velocidad que introdujo el internet, pero lo cierto es que el auge de la terapia emocional es anterior a eso.
También están los cambios en el ámbito del trabajo, la caída de los salarios y la ausencia de mejoras en la calidad de vida por décadas. Y está la pandemia, algo que hizo solitaria a una especie que es, inherentemente, social.
Pero, en todo caso, no es la primera vez que ocurre.
Piensa, por ejemplo, en el descubrimiento de América. Es como si llegáramos a Marte y encontráramos una ciudad. Todo cambió: la mitad del mundo cambió literalmente. Y eso tuvo un impacto enorme en la emocionalidad social.
Yo creo que estamos en un momento de cambio radical en nuestras emociones, similar al que generó el descubrimiento de América.
¿Y cómo se relaciona este momento con los anteriores?
Quizá en este punto me pongo un poco marxista, pero la cosa es así: cada vez que hay un cambio importante en las formas de producción, hay un momento posterior en el que la gente se estresa, se enfurece, y genera cambios. Antes fue la imprenta, luego la Revolución Industrial y ahora la revolución digital.
Pero después, y qué bueno que ahora tenemos la herramienta de la terapia, habrá un momento en el que bajemos la guardia.
Durante la historia cada momento de histeria ha sido sucedido de un momento de reflexión y calma. No habría habido Ilustración sin Revolución Industrial. Eventualmente vamos a salir de este momento de histeria colectiva.
¿Qué creés que nos lleve a calmarnos?
Tengo la sospecha de que el cambio climático nos va a obligar a calmarnos y pensar para dónde vamos como sociedad.
También hablás de las emociones en la inteligencia artificial. ¿Crees que estamos ante un escenario distópico?
Sí y no. Creo que la intención de que las maquinas entiendan las emociones puede sacrificar muchas libertades individuales, sobre todo a través de la identificación facial.
Pero, a su vez, creo que estas tecnologías que intentan codificar las emociones no son tan eficientes. Por mucho tiempo se habló de los detectores de mentiras como la panacea y luego nos dimos cuenta de que en realidad no eran tan precisos.
Y la identificación facial, que es la manera como las máquinas pueden percibir nuestras emociones, va a necesitar muchos más procesos y poder y trabajo para llegar a ese escenario distópico en el que gobernantes y empresas pueden saber exactamente qué siente la gente.
Pero además no todo es malo: por ejemplo, la inteligencia artificial puede ayudar a que la gente acuda al psicólogo o al doctor de manera ágil, sin intermediarios.
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