Estas son las ciudades de culto de la Ruta de la seda, el legado de Marco Polo
En el siglo I, cuando surgió, la ruta de la seda no era un solo camino sino un entramado de diferentes trayectos que como los finos hilos de la seda, la principal mercancía que se comerciaba, conectaban Oriente con Occidente, dos mundos que hasta ese momento no se habían relacionado demasiado.
Para muchos, este recorrido de 8000 km a través de Asia hasta Europa es el origen de la globalización, porque no solo circulaban en ambas direcciones seda, jade, especias, porcelana, miel, papel, oro, marfil, perfumes, tinturas, entre muchos otros bienes, sino también información, cultura y religiones. El budismo, por ejemplo, recorrió el camino inverso a la seda, y llegó a China desde la India, previo paso por el Tíbet.
Salvo Marco Polo, su padre y su tío, no muchos más transitaron la ruta entera y hoy la mayoría de los viajeros impulsados por la curiosidad y la aventura eligen visitar solo algunas de las ciudades, los tramos más legendarios, en los que aún se pueden encontrar vestigios de ese pasado tan fascinante.
Xi’an, donde todo comenzó
El punto de partida era la capital china Chang’an (actual Xi’an), que no tardó en enriquecerse con las ventas de la seda y otras mercancías, incluso algunas partes de la Gran Muralla se financiaron con las ganancias. Durante siglos, China guardó el secreto de la fabricación de la seda, sacar del país gusanos o capullos estaba totalmente prohibido hasta que algunos ejemplares fueron robados y el mercado se expandió por otros territorios.
Al norte de China, cerca de la frontera con Mongolia, Xi’an es la capital de la provincia de Shaanxi y una de las ciudades más antiguas y con más historia del país. Se puede llegar en avión o tren desde prácticamente todas las ciudades del país. La principal atracción de la zona son los famosos Guerreros de Terracota, más de 8000 figuras tamaño real de guerreros y caballos, que fueron descubiertos en 1974 por casualidad muy cerca de la tumba del emperador Qin Shi Huang y que son Patrimonio de la Humanidad.
Además, en la ciudad se puede visitar la muralla y los alrededores, con parques abiertos donde los locales se reúnen a jugar al ping-pong o a conversar; el aromático e inmenso mercado musulmán, que de noche se llena de vida; las antiguas pagodas budistas del Ganso Salvaje, la Torre del Tambor y de la Campana, que se utilizaban para indicar las horas; la Gran Mezquita de Xi’an, una de las mejor conservadas de China que se construyó en el apogeo de la Ruta de la Seda; y en los alrededores el Monte Hua Shan, un conjunto de cinco montañas sagradas con increíbles templos salpicando el camino y la ruta de senderismo más peligrosa del mundo. Xi’an es una ciudad tranquila, que se ilumina de una manera bellísima de noche, donde la oferta gastronómica es fascinante.
Uzbekistán, el corazón de la ruta
En pleno Asia Central, esta tierra exsoviética aún hoy alberga un mítico triángulo de la Ruta de la Seda, formado por las majestuosas ciudades de Samarcanda, Bujara y Jiva. Las agencias de turismo que promocionan la ruta suelen incluir estos tres lugares en combinación con Xi’an y algunos puntos chinos intermedios. La primera que se visita, más cerca de la capital uzbeka, es Samarcanda (se llega en tren), el epicentro de la Ruta de la Seda, que se enriqueció durante más de 2000 años con la influencia de persas, indios, árabes, chinos, turcos y mongoles. La ciudad es bellísima, mágica y sorprendente. El impresionante Registán, la enorme plaza triangular, es quizás el punto más destacado de la ciudad, en la que se reunían los mercaderes. En los vértices se levantan tres madrazas de azulejos turquesas y altos minaretes que componen uno de los conjuntos arquitectónicos más bellos del mundo. También hay lujosísimos mausoleos para visitar, museos, un observatorio y mercados, todo dominado por un azul intenso.
A tan solo 300 km, aparece Bujara, antigua capital de la ciencia y la literatura musulmana, donde Avicena, padre de la medicina moderna, y astrónomos y poetas persas dejaron su huella. Los lugares para visitar son muchos, como el bello mausoleo de Ismail Samani, un emir que vivió en el siglo X; la fortaleza de Ark del siglo VII, que alberga en su interior mezquitas, palacios y jardines; las calles de la parte vieja con casas de baños, bazares y caravasares, donde dormían los viajeros y los camellos que formaban parte de las caravanas; y la colosal mezquita de Kalon y su minarete, ícono del lugar. A diferencia de Samarcanda, el color que predomina en Bujara es el terracota y todo remite directamente al imaginario de Las mil y una noches, que también se vive en Jiva, la última ciudad del recorrido en Uzbekistán, a 450 km. Aquí también palacios, mezquitas, madrazas y fortalezas recuerdan lo que eran los oasis en los que descansaban e intercambiaban mercancías las distintas caravanas.
Estambul, un puente entre dos mundos
Mosaico de colores, formas, aromas y fe, Constantinopla (como se llamaba en ese momento) era la ciudad que le abría las puertas de la seda a Europa, porque conecta los dos continentes. Aquí esperaban los barcos venecianos para llevarse ansiosos la inmensa cantidad de cosas que no solo venían de China sino también de otros países asiáticos y de Medio Oriente.
Estambul es la ciudad más grande de Turquía, pero no su capital. Fue Bizancio para los griegos, rebautizada Constantinopla cuando se transformó en capital del Imperio romano, que al dividirse en dos en el año 395 pasó a ser parte del Imperio bizantino; más tarde fue conquistada por los turcos y fue el centro del Imperio otomano y recién se convirtió en Estambul en el año 1930 luego de la llegada de la República de Turquía.
Si algo queda claro al visitar la ciudad, es que su dualidad resulta inmensa. Está situada entre dos mares —el Mármara y el Negro—, entre Europa y Asia, y entre dos mundos: el tradicional y el moderno. Separados por el Cuerno de Oro, un puerto natural, de un lado está la ciudad antigua y del otro, los centros comerciales, los barrios más occidentalizados y los rascacielos. También es una de las ciudades más visitadas del mundo y una prueba constante para los sentidos. Contemplar los objetos, deambular por las callecitas cubiertas y poner en práctica las habilidades de regateo son tres de las máximas para sumergirse en los templos del comercio como son el Gran Bazar y el Bazar Egipcio (de las especias) que estallan de colores y perfumes, y que evocan sin duda los tiempos en que las lujosas mercancías llegaban a este punto de Asia.
Venecia y Roma, fascinadas por el lujo
Marco Polo había nacido en Venecia y pasó a la historia como un mercader y viajero que dejó escritas sus aventuras, en especial por Asia. Se dice que fue el primer europeo en recorrer la Ruta de la Seda, producto que durante el Imperio romano se consumía con verdadera locura en Italia. Al principio, los únicos que la podían pagar eran los emperadores y reyes, pero pronto todo el mundo quería tenerla, aunque los llevara a la ruina comprar una sola pieza.
Los barcos cargados de las maravillosas mercancías de Oriente llegaban a Venecia, que cuando la ruta por tierra cayó en desuso, se convirtió en uno de los puertos comerciales principales. Este lugar, cuna de grandes pintores, músicos y poetas, está formado por 120 islas unidas por puentes. Aún mantiene esa magia y singularidad que la colocó en el centro del comercio y se comenta que no hay mapa tan preciso que logre evitar perderse en el mágico laberinto de sus calles. El simple hecho de sentarse en un café de Piazza San Marco, con violines callejeros sonando de fondo, ya es mágico; y luego del descanso visitar los edificios más importantes de esta enorme plaza: la Basílica de San Marco y su campanario, el Palacio Ducal, el Museo Correr y la Torre del Reloj de estilo renacentista, que anuncia las horas. O alquilar un barco-taxi, tomar un vaporetto, pasear en góndola o usar un traghetto, en especial para cruzar el Gran Canal, el mayor de todos, que también se puede recorrer caminando por algunos de sus cuatro puentes, entre los que está el Puente Rialto, el más antiguo, que termina en un mercado. También es una buena idea ir a la Isla de Murano, famosa por el vidrio y los cristales; sacar entradas para La Fenice, la ópera local; y en febrero, comprar una máscara y prepararse para el carnaval.
A menos de 400 km se halla Roma, el destino final de la ruta y el sitio donde esperaban ansiosos los grandes consumidores. Esta obsesión por la tela, y por la ropa que se podía confeccionar con ella, es una marca más del pasado artístico y estético de la capital italiana. No solo Roma es sinónimo de Renacimiento, Barroco y Antigüedad clásica, sino también de lujo, moda y modernidad, que hoy se vive a pleno en las miles de trattorias, heladerías y restaurantes con estrellas Michelin que hay en los diferentes barrios. En una primera aproximación a esta maravillosa ciudad histórica y cultural como pocas, lo esencial es caminar y encontrarse de pronto con sus plazas, obeliscos, columnas, palacios, fuentes y monumentos. De todo, el Coliseo es, sin dudas, impresionante. También el Monte Palatino, uno de los sitios más antiguos de la ciudad; el Foro, donde se desarrollaba la vida pública y religiosa, y que hasta el siglo XX, cuando se realizaron las excavaciones, permaneció oculto; la Fontana de Trevi, la más bella y conocida de todas, cuya construcción comenzó en el año 19 a. C. o el cercano Vaticano, otros de los imperdibles de este destino. Y como si esto fuera poco, también hay que hacerse espacio para los museos, visitar el Panteón de Agripa, el edificio mejor conservado; el bohemio barrio de Trastevere; la Villa Borghese, un inmenso parque; las catacumbas, el Arco de Constantino, las Termas de Caracalla, la Boca de la Verdad y muchísimos otros testimonios de un pasado que llegó hasta nosotros.
Datos útiles
¿Por qué viajar a la Ruta de la Seda?
Porque es un destino exótico, que atraviesa desiertos, llanuras y montañas.
Por la belleza de los paisajes y las ciudades.
Porque los grandes imperios y pueblos pasaron por esta ruta y en ella se encuentran los orígenes de las culturas y las religiones.
Porque hay muchísimos tesoros históricos y arqueológicos, y maravillas arquitectónicas.
- ¿Cuánto tiempo se necesita?
Depende el trayecto elegido y la manera de viajar, pero es un recorrido largo, que insume 1 mes o más.
- ¿Cómo viajar?
Los viajeros que buscan realmente emular la ruta la hacen por tierra, como se hacía antes, y planeando su propio recorrido. También se puede ir de un lado a otro en avión, para ahorrar tiempos e incluir más ciudades. O contratar una agencia que organiza el viaje con todo incluido.
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