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Luego de que Juan Manuel de Rosas fuera vencido por Justo José de Urquiza en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852, los terrenos de Buenos Aires que le habían pertenecido pasaron a manos del Estado. La mayor superficie, en Palermo y Belgrano, se convirtió en Parque 3 de febrero, que en su nombre recuerda la fecha de aquella batalla.
El inmenso pulmón de la ciudad se inauguró en 1875. Al año siguiente comenzó a funcionar el Hipódromo Argentino -también llamado Hipódromo de Palermo- en las avenidas Vértiz (hoy Libertador) y Dorrego. En 1877, en el rincón más alejado de aquellas tierras confiscadas se alzó uno nuevo: el Hipódromo Nacional o Hipódromo de Belgrano. Estaba ubicado en el sitio donde hoy se emplaza el espacio conocido como Barrio River. De hecho, el trazado curvo de la calle Victorino de la Plaza permite establecer cuál era uno de los codos de la pista. El restante se ubicaba donde hoy se encuentra el estadio Monumental de River Plate.
El Hipódromo de Belgrano fue centro de reunión social y deportiva durante años, por más que estaba alejado del centro. Para llegar hasta el mencionado circo de carreras, las posibilidades eran viajar en tren del Ferrocarril Central Argentino (que al nacionalizarse se convirtió en el Mitre) hasta las Barrancas de Belgrano. Desde allí, caminar o tomar el tranvía a caballo en Pampa y Montañeses, junto a las vías de ferrocarril.
La alternativa era el tranvía de la compañía The Buenos Aires and Belgrano Tramways que salía de Plaza de Mayo y terminaba su recorrido en las actuales Libertador y Monroe, a escasa distancia del hipódromo. Esta variante era aprovechada por aquellos que no estaban cerca de las estaciones del ferrocarril. Por ejemplo, le convenía a los que se encontraban en las cercanías de las avenidas Santa Fe y Pueyrredón (se llamaba Centro América).
La decisión de la familia Billinghurst y los tranvías eléctricos
A fines del siglo XIX, la mencionada compañía de tranvías, perteneciente a la familia Billinghurst, resolvió dar de baja y no renovar su concesión en el tramo que unía Barrancas de Belgrano con el hipódromo. El motivo fue que los apostadores preferían bajarse en las barrancas y caminar las doce o quince cuadras hasta el circo de carreras, con tal de no pagar una tarifa más alta para acceder a ese tramo final.
En 1897 se iniciaron los ensayos de tranvías eléctricos. La red comenzó a extenderse y en 1903 se inauguró un trayecto del eléctrico a Belgrano, más precisamente a Pampa y Vértiz. El negocio había remontado y la Compañía de Tranvías Anglo-Argentina (que absorbió a The Buenos Aires and Belgrano Tramways) volvió a tomar la concesión hasta el hipódromo. Pero como una línea autónoma que se tomaba en Pampa y Montañeses y lucía un cartel en su frente que indicaba el destino: Hipódromo Nacional.
Perderlo todo, menos el boleto
Los usuarios compraban el único boleto posible, de ida y vuelta, que costaba diez centavos.
Al finalizar la jornada hípica, eran varios los desafortunados que habían perdido todo el dinero que habían llevado y ni siquiera contaban con una suma para volver a sus hogares. Lo único que tenían era el boleto de regreso a Pampa y la vía, donde quedaban varados. Allí solían vender alguna pertenencia para recaudar el dinero que necesitaban para continuar su camino. Ese es el motivo por el cuál, la frase “estar en Pampa y la vía” describe la situación del que se ha quedado sin dinero.
En 1926 cerró sus puertas el Hipódromo Nacional y se perdió un ingrediente fundamental que permitió gestar la popular frase. El 3 de noviembre de 1935 a las ocho de la noche, aquel tranvía de la Anglo que depositaba a los burreros en Pampa y la vía realizó por última vez el recorrido. De esa manera, desapareció otro de los componentes esenciales de la frase. Ahora, en 2019, las vías del tren del Ferrocarril Mitre han sido elevadas para eliminar barreras y mejorar la circulación. El Viaducto Mitre pasa por las alturas. Por lo tanto, ya ni siquiera nos queda el cruce de Pampa y la vía.
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