Lo dejó pasar la noche bajo techo aunque sabía que quizás el animal hiciera destrozos; pero lo que vio a la mañana siguiente cambió todo.
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Finalmente habían terminado los “festejos” de fin de año. Sin duda alguna no habían sido las mejores celebraciones en su vida. La reciente muerte de la abuela de su esposa y el divorcio de sus padres habían enrarecido el clima de la reunión y Martín Ibáñez deseaba que los invitados volvieran a su casa para poder mirar televisión y descansar. Pasadas las dos de la madrugada tomó las llaves del departamento y acompañó a sus familiares a la calle para buscar un taxi. Esperaron en la esquina de Libertad e Independencia, en la ciudad de Mar del Plata.
— Dejá a ese perro, está todo roñoso, le dijo un poco enojado a su hermana que estaba acariciando a un perro que parecía perdido mientras el animal, en una muestra de cariño, le llenaba la cara de besos.
Cuando finalmente llegó el taxi, Martín caminó unas cuadras de regreso a su casa. “Si me sigue, me lo quedo”. Pero el perro se alejó para saludar a una familia que festejaba en la vereda. A los pocos minutos hizo contacto visual con Martín y caminó a su lado, como si supiera el camino. Cuando llegaron al edificio, el perro entró sin problema.
“Te traje una sorpresa”
— Te traje una sorpresa, le gritó Martín a su esposa Celeste en tono de broma mientras cerraba con llave la puerta de entrada.
Lo dejaron pasar y lo acomodaron en una alfombra mientras prendían la computadora y buscaban en las redes sociales alguna publicación de un perro con las características del que ahora estaba en su departamento. “Tenía un collar puesto. Y, para desilusión nuestra, lo estaban buscando. Así que a las 3 de la madrugada llamamos al contacto que habían dejado. Más allá de que ya nos habíamos entusiasmado con la idea de sumarlo a la familia y pensábamos que nos había caído del cielo, tal vez había alguien que lo estaba buscando”.
Perdido y buscado
Martín no estaba equivocado en su sospecha. Efectivamente a Rodrigo lo estaban buscando. Hacía ya varios meses estaba en tránsito en la casa de su rescatista Paula, en la zona del puerto de Mar del Plata. Lo habían encontrado sobre la avenida Luro, en situación de calle, lleno de pulgas, garrapatas y muy deteriorado de salud. Pero con cuidados, alimento y un lugar para estar seguro, Rodrigo pronto se había recuperado. Sin embargo, ya lleno de energía, se las había ingeniado para escaparse. Y habían pasado dos semanas desde que se había marchado de su hogar de tránsito.
En ese tiempo se había trasladado unos diez kilómetros, hasta el área de La Perla, donde Martín lo vio por primera vez. “Acordamos que Rodrigo iba a pasar la noche en casa y, al día siguiente, ella lo buscaría. Además, le confesamos a Paula que teníamos muchas ganas de adoptarlo. Pero todo se vino abajo cuando ella nos respondió que ya estaba prácticamente cerrada su adopción con otra persona”.
El joven matrimonio quedó un poco triste con la noticia. Pero de todos modos quisieron que Rodrigo pasara una noche tranquila. Le tendieron una alfombra al lado del sillón del living y allí se acostó el animal después de comer y tomar agua. Se lo notaba cansado. Se fueron a acostar un poco preocupados. “Cuando nos levantemos es probable que tengamos todo destruido”, conversaron antes de apagar la luz. Era lógico. Rodrigo estaba acostumbrado a estar en la calle y, quizás, un espacio chico no fuera de su agrado.
Pero enorme fue la sorpresa cuando, a la mañana siguiente, lo encontraron acostado en el mismo lugar donde lo habían dejado. “Nos encariñamos más cuando vimos eso y desde ese momento no dejamos de escribirle a Paula para preguntarle por Rodrigo. Finalmente ella nos dijo que si no tenía noticias de la señora que había prometido adoptarlo, nos iba a llamar para darnos al perro. Y unos días después nos llamó diciendo que las cosas pasan por algo y que estaba contenta de que nos convirtiéramos en la familia de Zavuka, como lo bautizamos nosotros”.
“Agrandamos la familia con un compañero único”
Una vez que firmaron los papeles de adopción, lo primero que hicieron fue llevar a Zavuka al veterinario. Por el comportamiento e hiperactividad que mostraba el perro al salir a la calle pensaron en un principio que se trataba de un cachorro de dos o tres años como mucho. Pero en la veterinaria les confirmaron que ya llegaba a los cinco o seis años. “Pasaron tres años después de eso y sigue con la misma energía. La gente en la calle nos pregunta si es cachorro. Y desde entonces agrandamos la familia con este compañero único, mimoso, puro amor”.
Zavuka tiene una rutina que no falla. Por la mañana sale a pasear y luego vuelve a la casa mientras Martín y Celeste, que son bancarios, cumplen con el horario laboral. “Al volver lo sacamos a pasear, normalmente hacemos playa o plaza, más playa que otra cosa. pero durante el día sale a pasear unas cinco veces o más. Siempre la mayor cantidad de veces que podamos, justamente porque tiene mucha energía y aparte es muy educado: hace caso y lo podemos llevar a hacer las compras o cualquier mandado que hagamos por el barrio”.
Martín asegura que son tres para todo y que Zavuka se convirtió en su hijo de cuatro patas. “Está contemplado en todos nuestros planes, incluso en nuestra luna de miel. Primero nos fuimos solos y luego buscamos un destino en el que aceptaran perros. Nos cambió la vida, lo ama todo el edificio y en el barrio es súper conocido. Siempre nos preguntamos cómo hicimos para vivir todo este tiempo sin él. No hay forma de que no esté agradecido con este ser maravilloso que se cruzó en mi camino: después de pasar un fin de año triste, encontré a un perro que a pesar de que estaba asustado y perdido, nos llenó de besos y trajo alegría a nuestras vidas”.
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