Estaba en la ruina, retomó un viejo negocio familiar y logró vencer las burlas para volverse un emprendedor exitoso
Sergio Serrano es el creador de Alicia Wonderland, una reconocida marca de calzado en Colombia
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Con apenas 33 años, Sergio Andrés Serrano Ríos se convirtió en un referente de la industria del calzado en Bucaramanga, una ciudad colombiana reconocida por la calidad de la marroquinería. Este ingeniero mecánico de la Universidad Industrial de Santander (UIS) emprendió en este rubro por la mala situación económica que vivían en su casa, pero con la fiel convicción de que podía imponer una nueva tendencia en una localidad donde lo que se vendía eran los tradicionales zapatos de cuero con la gama café y negra.
Era 2009 y, en medio de uno de los paros de la UIS, cancelaron los semestres en la universidad y Sergio debió irse para la casa y dejar de recibir su única entrada económica: el dinero para los cuatro colectivos que tomaba a diario. La situación era tan difícil que los papás de Sergio debieron cerrar la fábrica de calzado que tenían y llevarse las máquinas para la casa. “Nuestra situación, del uno al 10, era 11 de lo mala”, dice.
Al joven le preocupaba no tener clases porque no tenía de dónde sacar plata para salir el fin de semana. “En la vida de los emprendedores siempre tiene que haber algo que detonó el negocio; y en mi caso, mi preocupación era de dónde iba a sacar para la rumba del fin de semana. Ahí comenzó el afán de rebuscármela”, cuenta Serrano.
Su primera idea fue descargar diseños de Internet y estamparlos en camisetas para venderlos, pero este emprendimiento no fue lo que él esperaba. Con 1.500 pesos en el bolsillo, salió al centro de Bucaramanga y, al llegar a cotizar las camisetas, se encontró con múltiples obstáculos que frenaron su iniciativa. “¿Tiene quién le haga la moldería, el molde y la estampada?”; “Esta tela solo se vende por rollo”; “Los diseños descargados de Internet son ilegales”.
Entonces, se dio cuenta de que no tenía nada. Regresó a su casa, frustrado, sin plata y sin ideas, pero con las ganas de hacer algo. “Vi las máquinas de mis papás en la casa y dije: ‘Tengo que ponerme a hacer zapatos, yo sé hacer todo el proceso de manufactura de un calzado, desde cortarlo y armarlo, hasta emplantillar. Me crié entre eso’. Ahí les dije a mis papás que iba a ser zapatero”.
Su papá le dio un rotundo no. “Mire nuestra situación, usted no va a ser zapatero, estamos pasándola muy mal para que usted se ponga a hacer zapatos”, le respondió el padre a Sergio. Sin embargo, la respuesta de Martha Alicia, su mamá, fue otra: “Si usted quiere serlo, yo lo apoyo”, le dijo, y le prestó 200.000 pesos para que comenzara su negocio, además de presentarle a todos los proveedores.
Llegó a Top Cueros, donde su propietario, Rodrigo, le comenzó a describir el zapato que tenía en la cabeza y sacó una suela, pero una que nadie usaba porque era muy costosa. “Yo voy a vender el zapato bien’, le dije; él me regaló las muestras y ahí comenzaron todos los ‘pero’. Primero, el ‘no’ de mi papá. Y luego, cuando llegué a comprar las telas, comencé a pedir azul, amarillo y rojo, y lo primero que me dice mi mamá es si voy a hacer zapatos para payasos y para gays”, recuerda.
Sin embargo, su mamá no imaginó que lo que tenía Sergio en la cabeza era el ADN de Alicia Wonderland, su exitosa marca de zapatos. Las suelas de Rodrigo comenzaron a pasar por las máquinas de la fábrica-casa de Sergio, y el 2 de mayo del 2009 salieron los primeros Alicia Classic, con suela blanca y tela gruesa color neón.
“Adivinen qué hice: salir a rumbear. Me vestí todo de negro, me puse los zapatos y, cuando mis amigos me recogieron, me dijeron: ‘¡Qué cosa más fea! ¿Usted por qué se puso zapatos de payaso? Si se pierde en la discoteca solo levante los pies y lo encontramos”, recuerda Sergio.
Al día siguiente, entre lágrimas, Sergio habló con su mamá. “Yo crié un berraco, así que póngale el pecho porque ya salieron los otros colores. Póngase a venderlos”, le dijo. Esa charla con su mamá fue determinante. Sergio se paró de la cama, se secó las lágrimas y comenzó a tomarles fotos a los zapatos en sus seis colores.
Una amiga de su mamá le prestó la cámara digital y, sobre una teja de su casa, comenzó lo que sería una revolución de la industria del calzado deportivo en Bucaramanga. “Subí las fotos a mi Facebook personal y comenzó a pasar lo que le pasa a muchos emprendedores: mi familia no me compró y mis amigos me apoyaron poco, pero gente completamente desconocida me comenzó a escribir que quería zapatos”, resalta Sergio.
En un morral, puso un zapato de cada talle, entre la 36 y la 41, y una carta de colores, y se convirtió en un vendedor puerta a puerta. Iba a las casas de los clientes, se medían el zapato y él les pedía la mitad del dinero, que eran 30.000 pesos colombianos (casi US$ 7), para comenzar a fabricarlos, y los otros 30.000 los cobraba cuando entregaba los zapatos.
Así comenzó Alicia Wonderland: con una publicación en Facebook, un morral lleno de zapatos y un joven de 18 años que quería cambiar la idea de que los colores solo eran para el papel. Ese mayo vendió 17 pares. Los papás eran los que los hacían y, sobre el final del trabajo, pegaban el logo de Alicia, que era un hongo negro. “Teníamos los dedos quemados de pegar esa vaina, pero así comenzó a surgir la idea, y fue una idea bendecida porque siempre vendía algo”, ríe Sergio.
Durante ese primer año, vendió zapatos con una computadora prestada y minutos de celular que compraba a 100 pesos en la calle. ”Llegaba a la universidad, pedía prestado una computadora para revisar mi Facebook y mirar quiénes me habían pedido zapatos. De un minutero, llamaba a mi mamá para decirle cuáles eran los pares de zapatos que habían mandado a hacer para que los pusieran en producción”, cuenta mientras mira con nostalgia los zapatos verde neón classic que tiene en una pequeña caja de cristal en su amplía y remodelada oficina.
Meses después, le presentaron a Pirry, el dueño de la marca Latin Lover, que estaba ubicada en una reconocida tienda de la ciudad. Allí tuvo por primera vez sus zapatos en consignación y dejó de ser un vendedor puerta a puerta. Su sueño se había materializado.
Tras ello, abrió su sitio web e inauguró tiendas en las ciudades de Barrancabermeja, Valledupar y San Gil. La marca comenzó a crecer de una manera que no se esperaban, pero por “una mala planificación financiera”, después de unos años, casi quiebran, tal como dice el emprendedor. Pensaban que diversificando el producto iban a lograr aumentar los ingresos, pero no fue así. “Cerramos las tiendas, nos quedamos con Bucaramanga, fortalecimos el canal virtual y nos concentramos en el producto estrella, los zapatos. Entonces, todo volvió a cambiar”.
Después de 2016, el negocio retomó su curso. Además, junto con su hermana Paula abrieron una nueva marca de ropa que se llama Land 98, y tiene -además- una marca mayorista y una de lujo. Pasaron de tener tres empleados a ser 57 y tener 1.600 vendedores por catálogo. Hoy venden más de 5.000 pares al mes; e incluso, en temporada alta pueden llegar a duplicar esa cifra.
En sus redes sociales, es usual encontrar contenido de valor relacionado con lo que hacen: vender zapatos, pero sumado a ello, Sergio se enfoca en mostrar “las verdes y las maduras” de la labor de emprender y hoy es invitado a diferentes empresas para contar su historia y empoderar a los futuros propietarios de grandes compañías.
”Tener una empresa es delicioso, pero también soy muy crudo y digo con sinceridad que no hay que romantizarlo. Esto es una montaña rusa de emociones. Es por épocas, un día te sentís empoderado y, en media hora, te caés, pero luego, volvés a subirte, y eso solo se logra mirando atrás. Valió la pena cada humillación, cada lágrima y cada vez que se rieron de mí creyendo que no lo iba a lograr”, concluyó el joven.
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