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“Serás lo que debas ser o serás abogado”, dijo el profesor el primer día de clases. Y fue quizás esa frase la que marcó los años que seguirían a continuación. La realidad era que, al finalizar el colegio secundario, no sabía realmente qué hacer. No tenía una vocación muy fuerte hasta ese momento. Pero su voz interior era fuerte y se hacía respetar. “Me costó la carrera. Casi la abandono tres veces, pero fui persistente y me propuse terminarla. Mientras estudiaba, también trabajaba en distintos rubros. Pero cuando entré al área de legales en el mundo corporativo me di cuenta de que, más que estudiar derecho, me gustaba resolver asuntos ejerciendo y aplicando el conocimiento. Me sentía atraído por la experiencia que me daba el trabajo”, recuerda Tomás Thibaud.
Los primeros años de trabajo estuvieron marcados por diferentes desafíos. Dedicaba muchísimo tiempo al espacio laboral con la clara intención de crecer en la carrera. Era el primero en llegar a la oficina y el último en irse. Trabajaba los fines de semana. Tenía hambre de crecer. Tanto le gustaba el trabajo que eso lo ayudó a enfocarse en el estudio para terminar la carrera y así poder dirigir sus objetivos hacia lo que buscaba. Con el título bajo el brazo, continuó estudiando. Con esfuerzo y mentalidad de líder, entró a una empresa multinacional como pasante y llegó a una posición de dirección regional para el cono sur. A los 30 años fue designado director de legales.
Una partida anticipada
Sin embargo, aunque todavía no lo sabía, un proceso interno comenzaba a tomar forma tanto en su mente como en sus acciones. Dentro de 3M, la empresa para la que entonces trabajaba, empezó a pensar que no podía seguir muchos años más ocupando esa posición. Veía como única salida hacer una carrera internacional que lo llevaría a trasladarse a otros países fuera de la Argentina, algo que no lo convencía demasiado. No en ese momento. Se puso a pensar cómo hacer para diseñar su carrera. Fue un proceso que le llevó por lo menos tres años. Muchas conversaciones con líderes y colegas, pero también asesorándose con coaches. En 2018 finalmente anunció que se iría de la multinacional, pero le pidieron que se quedara. Y aceptó.
Ese tiempo extra en el ámbito donde se movía con naturalidad fue de un año. Cuando llegó el momento de salir, creyó que se insertaría en otra empresa de mayor envergadura. Aunque honestamente no había hecho nada concreto para que eso sucediera. Por el contrario y casi como algo instintivo, se aferró a su cámara de fotos. En el medio del proceso sucedió la pandemia.
Corría 2020. Tomás vivía en la ciudad de Buenos Aires y lideraba la red de más de 250 abogados del Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina (IDEA)– una organización de prestigio en el ámbito empresarial que promueve el crecimiento y la competitividad de las empresas del país-. “Tenía una carrera corporativa exitosa con muy buenas perspectivas de crecimiento y bien posicionado en el rubro. De hecho, sentía que estaba en el lugar que muchos querrían estar y yo lo disfrutaba. Tenía una muy buena posición laboral, estaba en la cresta de la ola, no me faltaba nada, me sentía exitoso, consideraba que lo que estaba haciendo lo estaba haciendo bien, y que si seguía por ese camino me iría aún mejor. Pero internamente sabía que ya había cumplido con mi objetivo”.
Vida y alma de campo
Nacido en la ciudad de Buenos Aires, a sus nueve años Tomás y sus siete hermanos se mudaron a la localidad de San Isidro. Los recuerdos de su infancia son de momentos de diversión rodeado de naturaleza. “Todos los veranos e inviernos desde que nací nos íbamos a vacacionar al campo en la provincia. En la familia la naturaleza se valora mucho, y siempre desde muy corta edad nos dieron libertad para andar sueltos por el campo con primos y hermanos. Los más grandes cuidábamos de los más chicos y hacíamos largas caminatas campo traviesa a distintos puntos como el arroyo, o cabalgatas a lugares que en esa época parecían muy lejanos. Amanecíamos a las 6 a.m. para salir al campo y no volver hasta que se hiciera de noche. Los chicos teníamos prohibido estar dentro de la casa y el divertimento siempre era a la intemperie o debajo de un ombú”.
Desde temprana edad la vida en el campo le había dado la posibilidad de vivir rodeado de naturaleza y de tener experiencias salvajes. Confiesa que tiene muchísimas historias propias de vivir en la libertad del campo andando sin límites. Una que quizás sea ejemplificativa fue el día que, andando solo a caballo por el medio de un potrero alejado de la casa, se topó con un zorrino con dos crías.
“Hasta ese momento pensaba que era un hurón. El desconocimiento de niño me llevó a querer atraparlo para llevarlo a la casa y jugar con él. Cuando me tiré del caballo para atraparlo con un buzo, la hembra se defendió orinándome con su fuerte olor. Tuve que volver al galope pensando que ese olor se limpiaría con el viento, pero fue imposible. La ropa debió tirarse y yo aún, más de 30 años después recuerdo su olor como si fuera hoy. Otra anécdota que me fue enseñando sobre la fauna ocurrió una vez que vi caer un animal de un árbol, que seguramente no cayó sino que se tiró. Fui a agarrarlo, jugué con él. Lo bañé en un bebedero y lo tuve todo un día cuidándolo. Cuando le mostré a mi padre el supuesto mono que había atrapado, me dijo que en ese lugar no había monos sino que se trataba de una comadreja. La liberé”.
Heredar una pasión
Justamente de su padre, el reconocido fotógrafo de naturaleza Michel Thibaud, heredó la pasión por la fotografía. Ya de niño pudo gozar del enorme privilegio de acompañarlo en sus viajes. “Luego fui metiéndome cada vez más, haciéndome amigos en el rubro, y llegué al punto que se transformó en una pasión muy fuerte. Hoy miro la vida a través de diferentes lentes y siempre tratando de componer la mirada aunque no tenga una cámara de fotos en la mano”.
La fotografía de naturaleza le había dado en esos tiempos de cambio la oportunidad de tener momentos de paz. Solo, en la selva, pudo parar la pelota, estar consigo mismo y pensar mucho sobre los valores importantes de la vida. Fue un proceso en el que se autodescubrió. Sacó miedos de lado. Eliminó prejuicios. Analizó opiniones a favor y en contra. Pero más que nada se tomó el tiempo de pensar cómo sería su vida a futuro y qué era lo que lo ayudaría a encontrar la felicidad.
Fue un proceso difícil en muchos sentidos pero había un aspecto que Tomás consideraba todavía más complicado. “Cuando a alguien le va mal o la tiene difícil, cambiar quizás sea la única opción. En mi caso, cambiar era un riesgo enorme pues dicen que cuando las cosas funcionan bien, mejor no cambiarlas. Pero en el fondo yo necesitaba un cambio, a pesar de que lo que hacía me llenaba. Ese cambio lo necesitaba por algo que me pasaba en el interior, y también porque quería desafiarme a hacer algo distinto. En ese momento tenía 39 años y pensaba en la crisis de los 40. Mi vida necesitaba algo de adrenalina diferente, creyendo que la posición en la que estaba ya había sido el sitio a donde quería llegar y había llegado ocho años atrás. La pregunta que me hacía era si quería seguir creciendo en ese rubro o si quería probar algo distinto”.
Finalmente llegó a la conclusión, pandemia de por medio, de que era el momento de probar el cambio y asumir riesgos. “Si no me animo a cambiar ahora y en unos años me doy cuenta de que debí haber cambiado, me voy a arrepentir y me lo reprocharé toda la vida. En cambio si hoy me animo a cambiar y me sale mal, habrá sido una decisión más de vida y podré volver para atrás, buscar un nuevo trabajo y volver a empezar”, se decía a sí mismo. Ese fue el cuestionamiento principal que lo llevó a tomar una decisión valiente.
“No tenía tiempo para convencer a otros”
La confirmación de que estaba en el sendero correcto llegó una tarde cuando, parado en medio de una laguna pampeana con los waders -las botas de pesca que cubren desde el pie al muslo- y el agua al pecho haciendo fotografía a un tachurí siete colores, se le me ocurrió transmitir en vivo por su cuenta de Instagram para mostrar el comportamiento de esa ave. Era un día de semana. Mucha gente se conectó y comentaban que estaban trabajando cuando Tomás estaba sacando fotos, y se lo hacían notar.
“Ahí entendí que no podía seguir en un sabático, con ese ritmo y que tenía que tomar una decisión. Supe que lo que estaba haciendo me divertía pero sentía que estaba viviendo unas vacaciones o una fantasía. Pensé entonces o me vuelvo a la ciudad a buscar trabajo o pienso cómo resolver esto, pero tengo que hacer algo al respecto. No podía estar sin definir mi futuro. En realidad lo que me gustaba y disfrutaba era estar ahí. No era el hecho de vender fotografías ni de editarlas o revelarlas, sino el hecho de estar allí haciéndolas. Recordé entonces que diferentes personas me habían pedido sumarse a mis salidas, y que muchos tenían realmente ganas de acompañarme a algún viaje. Fue en ese momento que decidí emprender el camino de la prueba y el error para evaluar si funcionaría como forma de vida”.
El primer paso fue animarse a convocar a la gente a que se sumara a una expedición de fotos. Lo hizo, una vez más, a través de Instagram. El segundo paso fue finalmente hacerlo. Y de ahí en adelante empezó a organizar cada vez más viajes y la rueda comenzó a girar.
Tuvo diversas opiniones de parte de su entorno. Hubo comentarios de apoyo, y otros no tanto. También aparecieron los cuestionamientos. Los que le decían que en cualquier cosa que emprendiera sería exitoso, y también los que decían que era abogado y que estaba loco en dejar todo lo que había construido profesionalmente, y precisamente para dedicarse a la fotografía.
“Y todo esto ha sido un gran aprendizaje. Creo que la maduración que uno adquiere cuando está seguro de sí mismo, cuando decide hacer su camino sin importar tanto las opiniones externas, liberándose de cadenas y de estereotipos, es un aprendizaje enorme de autoconocimiento. En un momento me la tuve que jugar, y no me importó si estaba solo o acompañado. Nadie mejor que uno mismo sabe el proceso interno que se está viviendo. No había forma de expresar todo ese camino recorrido que me había llevado a tomar decisiones ni tampoco tenía tiempo para convencer a otros cuando yo era el que tenía que darse la oportunidad y experimentar lo que necesitaba experimentar. El apoyo vino después, cuando vieron que mi cambio tenía sentido y que yo fui encontrando felicidad y estabilidad en el andar”.
La naturaleza como canal de conexión
Hoy la actividad principal de Tomás es organizar viajes a la naturaleza donde la cámara fotográfica es la principal herramienta que ayuda a realizar un viaje con propósito. Pero no es simplemente viajar a hacer fotos. Son viajes que intentan dejar experiencias profundas de la mano de la fauna y la fotografía como canales de conexión. En el camino lo invitaron a ser representante de Canon y eso ayudó mucho para que se animara a incluir en sus viajes a personas que nunca antes habían agarrado una cámara de fotos. Hoy viajan con él desde personas que nunca prendieron una cámara, hasta personas que tienen varios años de experiencia haciendo fotos y cuentan con importantes equipos fotográficos. “Intento aplicar mi experiencia liderando equipos para que esas personas que están en diferentes etapas en relación a la fotografía, puedan convivir y disfrutar de la misma experiencia, intentando que todos aprendamos de todos, pues las personas tenemos mucho para dar si el contexto está preparado para la apertura y la generosidad”.
Aparte de los viajes, las ventas de fotos, y ser representante de Canon, también trabaja con un amigo en la regeneración de ambientes. La fotografía de naturaleza lo llevó a comprender la importancia de los ambientes, los corredores biológicos, la conservación y la sustentabilidad.
Su vida se transformó tanto que hoy habla de una segunda vida, como si hubiera vuelto a nacer. Todo se transformó. Lo interno y lo externo. Lo profundo y lo superficial. “Mi forma de ser, de pensar, de encarar a la vida, de relacionarme con la gente. Todo. Hoy pienso mucho en cómo ser feliz y en cómo brindar felicidad. Lo que gané al animarme a ser quien deseo ser es felicidad. Vencí miedos y tomé decisiones para ser feliz, comprendiendo que la vida está para ser vivida. Vivo con más pasión que nunca. Las cosas más pequeñas me dan alegría y felicidad. Estoy en los detalles. Aprendí a leer a las personas de una manera más valiosa. El contacto que tengo con la gente cambió muchísimo, y eso me hizo también cambiar conmigo mismo. Soy otro. En el mundo corporativo me decían TT. Hoy quienes me conocen como fotógrafo me dicen Tom. Hasta eso cambió”.
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