Espejos para espantar a las visitas pileteras
Tengo una clienta que, entre las reformas que hizo el año pasado en su casa, colocó dos espejos: uno en la galería (pequeño, enmarcado en madera) y otro (más grande) en el living. Ambos reflejan el jardín. Y si uno está en el jardín le resulta de una extrañeza abismal ver esos dos reflejos simultáneos del lugar en donde uno está.
El espejo de la galería parece un cuadro, lo que hace que uno deje de verlo como un mero espejo: porque permite pensar que es un raro cuadro cuyo reflejo no es un mero reflejo, sino la voluntad artística de reflejar el jardín. El otro, aún más inquietante, mete al jardín adentro de la casa.
Cuando limpio la pileta de mi clienta, cada jueves del año, me quedo embobado en esa rara multidimensionalidad que los dos espejos le otorgan al jardín.
Hoy tenía que cobrarle algunos meses atrasados a mi clienta (algo que siempre viene bien para las fiestas) y casi sin querer le pregunté:
"¿Para qué tiene esos dos espejos que reflejan el jardín?"
Ella me miró y sonrió: "Al fin lo notaste. Es para las visitas, son molestas, Dalmiro y yo estamos grandes".
Luego explicó que cuando uno está en la casa, y pasa muchas horas en el jardín, si no la conoce, si es visitante, siente miedo, inseguridad, inquietud extrema.
Es porque los espejos desorientan la percepción, le dan planos a la realidad que esta en otros lugares no tiene, y eso termina asustando a cualquiera. "Así no joden tanto, ¿entendés? Y se van rápido, como molestos. Vos que te dedicás a esto debés saber lo que es tener pileta: todos se te quieren venir a meter".
Cuando me voy recuerdo al Hombre del Fernet. Un cliente del verano pasado que se quedaba en la casa de unos amigos mientras ellos se iban de vacaciones. Me llamaba todos los días para limpiar la pileta y siempre me ofrecía fernet. Tenía instalada una heladera en la galería. La llevaba él y la usaba como barra, expendiendo todo tipo de bebidas a cualquiera que pasara por la casa. Cuidaba esa casa, y la pileta, como si en eso se le fuera la vida. Quería especializarse en el arte de mantener piletas y me hacía preguntas de todo tipo, algunas muy sofisticadas.
Llegamos a ser bastante amigos. Hasta me invitó a su cumpleaños, y me acerqué un rato a festejar, y a tomar más fernet. Lo festejó el mismo día en que llegaba el dueño de casa. Tan atildada era su conducta como inquilino temporal que parecía él mismo el dueño de casa, y reprendía al verdadero dueño por algunos mínimos descuidos.
Ojalá todos los visitantes sean como el Hombre del Fernet. Te extraño, Hombre del Fernet. Ojalá algún verano pases por la casa de mi clienta con espejos. Serías el tercer espejo. El verdadero.
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