Alia Trabucco es la autora de la novela “Limpia”, que tuvo una fuerte repercusión en Chile, de donde es oriunda la autora
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La niña muere y lo sabemos desde el comienzo. Nos lo cuenta Estela, la empleada doméstica, sirvienta, criada, muchacha de la limpieza o nana, según el país donde estemos.
En este caso es Chile, donde es habitual el término nana, especialmente cuando se cuida a niños, aunque después de años de lucha sindical por sus derechos laborales, ellas quieran ser llamadas trabajadoras de casa particular. Cuando Estela llega a su nuevo trabajo, la señora está embarazada de la niña, y la niña muere cuando tiene 7 años.
Estela es la protagonista de Limpia, la nueva novela de Alia Trabucco (Santiago, 1983). Ella viene del sur a la capital para trabajar un tiempo corto como interna, es decir, viviendo en la casa de sus jefes o patrones, la señora y el señor, los dueños de casa, para hacer las tareas domésticas y cuidar a la niña. La autora de la aclamada novela La resta y del libro Las Homicidas, que cuenta historias de mujeres asesinas, entra ahora en la vida de las empleadas domésticas:.
“Una figura tremendamente incómoda en la cultura latinoamericana, presente en ciertas clases sociales en regímenes de semiesclavitud como es el caso de las trabajadoras de puertas adentro, como se dice en Chile, o cama adentro, como se dice en Argentina, porque supone la suspensión de la propia vida en favor de la existencia de otro”, reza la sinopsis. Alia Trabucco formará parte de los diálogos del HAY Festival de Cartagena.
—¿Por qué anuncias la muerte desde el principio, tienes una visión trágica de la vida?
—Hay cosas trágicas, pero no tengo esa visión, porque no creo que sepamos los finales de las historias, salvo el único gran final de que vamos a morir y sin embargo, seguimos viviendo.
Esa contradicción está presente en las tragedias griegas, donde te dicen quién va a morir, a quién le van a sacar los ojos, quién se va a acostar con su madre. Estela dice ‘la niña va a morir’ y eso produce la suficiente curiosidad, ¿pero, qué pasa en las páginas siguientes? Limpia, refriega, corta una cebolla, cocina, piensa, reflexiona y cuenta su propia historia.
—“Me entrené como se entrenan los deportistas para aguantar el dolor”, dice Estela, y se convierte en la que “preparaba pollo a la cacerola”;“limpiaba las costras de caca de la loza del guáter” y “recogía los pelos atorados en la boca abierta del desagüe”. ¿Por qué habla con esa crudeza?
—Me sirvió leer Las criadas, de Jean Genet, una obra donde las empleadas están enojadas y son muy irónicas. Me parecía valioso que no tuviera los típicos sentimientos que tiene que tener: gratitud, cierta sumisión, tal como está retratada en la literatura latinoamericana. Me preguntaba ¿qué pasa si el personaje tiene otro tipo de voz y otra actitud?
Y así surgió Estela, que tiene un espesor reflexivo y que al mismo tiempo ironiza con las expectativas de cómo tendría que hablar alguien como ella. Tiene rabia, también siente cariño y siente desesperación. Vive en una gran soledad y tiene una tremenda lucidez a la que también tiene derecho.
—La señora llega con un vestido nuevo y Estela se lo prueba a escondidas, pero su jefa la descubre, y le dice “lávalo”. ¿El contacto con su piel lo ensució?
—Hay una violencia en hacer que otro haga la limpieza, pero que no vaya a ensuciarte. El racismo y clasismo que hay detrás de eso me parece brutal. Hay un momento en que Estela ironiza sobre el hecho de que le moleste a los patrones que ella lave su ropa al mismo tiempo, en la misma carga del lavarropas.
Son cosas que uno ve: comer por separado, otro tipo de comida, microviolencias que están presentes en este tipo de relaciones tan verticales, gestos que hablan de una manera de ser de nuestros países y que todavía no se subvierten, por más que hubo impulsos democratizadores.
—¿Tuviste alguna vez una nana?
Desde que soy independiente y vivo sola o en pareja, no. Pero cuando niña, tanto mi papá como mi mamá trabajaban fuera de la casa, y esa figura estuvo presente en mi infancia. Es un tipo de trabajo que lentamente cambió, al menos en su lógica de puertas adentro, pero sigue existiendo mucha desregulación, donde el adentro y el afuera, el trabajo y el cariño, se mezclan de una manera ambigua, cercana al modelo hacendal.
—Al llegar Estela se siente una extraña, pero de pronto eso cambia “cuando comenzó a pedirme que le lavara a mano sus calzones, a decirme Estelita, la niña vomitó, échale cloro al piso, por favor”. ¿Es este tipo de relación a la que te refieres?
—Hubo cambios importantes al nombrar el trabajo como lo que es, porque ir a la casa de alguien a limpiar, cocinar y planchar es ir a trabajar con un horario, un contrato, condiciones que fueron conquistadas hace muy poco.
Revisé la historia del sindicato, sus demandas; es impactante la lucha que han dado y terrible la exclusión que sufrieron dentro de las propias clases populares, porque su labor no era vista como trabajo.
Tengo la impresión de que el puertas adentro desapareció y se formalizó, porque Estela no tiene horario y ella simplemente no sale nunca de su lugar de trabajo. ¿Estas trabajadoras le facilitan a otras mujeres la posibilidad de desarrollarse fuera de la casa?
¿Por qué lo verbalizamos de ese modo? Es como si la que explota a la trabajadora es la mujer porque sale, ya que la responsabilidad de la casa es suya, pero en realidad es una explotación de la familia como institución profundamente opresora. Yo misma lo repetí, pero luego me quedé pensando: ¿por qué el marido sale sin culpa? Tiene que ver con una estructura patriarcal que al otorgarle ese rol a la mujer la obliga a ponerse en esa posición.
¿Y cuántas de las filósofas, las grandes académicas, han tenido que recurrir a esto para cumplir el deseo de ser madres y no renunciar a sus vidas intelectuales y profesionales? Es una contradicción que está sin resolver, muy presente en ciertas clases sociales y en cierto tipo de mujer que pudo insertarse a este sistema con un costo tremendo para otras, sin pagar correctamente, sin estimar el trabajo.
—¿Los padres delegan parte de la crianza y cuidado de sus hijos a las nanas, porque hacerlo todo es insostenible?
—No emito juicio respecto de que la crianza sea algo hecho en colectivo. Me parece una locura que la sociedad esté en una vuelta conservadora de exigirle a las familias y a las madres ser unas súpermadres, que estén en la crianza mañana, tarde y noche. Es un retroceso gigantesco para las mujeres.
Aparece como algo liberador y deseado, pero no están las estructuras para apoyar a las mujeres ni a las familias. Se les impone una exigencia brutal de ser no solo esposas y madres, sino trabajadoras excepcionales, ganar sus propios sueldos y ser exitosas profesionalmente mientras crían al 100% del tiempo.
Es necesario que la sociedad se haga cargo de la crianza también, establecer lazos comunitarios con la familia y fuera de ella a través de las instituciones, devolverles la confianza. Siento que, en los años 80, las madres llevaban a sus hijas e hijos a salas cunas y a jardines infantiles con menos culpa que ahora.
La demanda me parece irrealizable y profundamente machista, y se le está dando una vuelta de tuerca como si fuera feminista, con cosas que son armas de doble filo. Es tramposo y recomiendo la lectura del libro de Lina Meruane Contra los hijos, sobre las exigencias neoliberales respecto de la maternidad.
—La niña también está muy exigida: debe tocar el piano, ser un as en matemáticas, valiente en la piscina… ¿El hijo como trofeo o manifestación de éxito de sus padres?
—Es una niña totalmente atrapada, como sus padres, en exigencias de perfección y de éxito que ya caen sobre ella desde antes de nacer; es una especie de producto neoliberal también. Sufre tremendamente y está angustiada, desesperada, y eso se manifiesta en cuestiones físicas como comerse las uñas, los padastros y las cutículas y otros actos de violencia hacia su propio cuerpo que yo quise trabajar porque lo veo.
—¿Dónde lo ves?
—Veo, veo ansiedad, veo a padres angustiados y a hijos angustiados. He visto a niños que se sacan el pelo y que se dejan pelones en la cabeza. ¿Qué es esa ansiedad? Son seres vulnerables. La niña por un lado es completamente insoportable y a la vez produce una gran angustia y una gran ternura, porque es frágil, pero sigue siendo el producto de sus padres y de esta sociedad, y es una especie de protopatrona desde la primera infancia, pero con toda esa autoagresión. Me parecía interesante tratar una infancia más gris, porque suele ser abordada desde la pura inocencia.
—La niña no come. ¿Es la manera que tiene de rebelarse?
—Es desesperación, porque la rebelión requiere un poco más de conciencia. Son maneras de llamar la atención y mandar señales de alerta, de expresar una desesperación que está no vista, porque esa niña no es vista por sus padres.
—“Una niña infeliz, una mujer que aparenta y un hombre que calcula”, observa Estela. ¿Es la única que ve a la niña?
—Efectivamente, la está mirando y es consciente de su soledad, algo que era bonito de explorar. Está la idea de que una trabajadora doméstica está ahí, en la casa, y es tratada como si no tuviera ojos, como si no tuviera voz.
Me parecía desafiante que mirara con atención y lucidez, porque lo que se ve debe ser muchísimo. Es el tras las cámaras de una familia, el tras las cámaras de la sociedad: el sexo, la suciedad, la violencia, la exigencia, las pastillas de la patrona, las ratas.
Todo lo ve, ve la podredumbre. También ve a la niña y empatiza, la quiere y sin embargo, no la quiere, me interesaba ese vaivén y explorar la posibilidad de un sí y un no verdadero.
—Entonces, la que se rebela es Estela…
—Su voz exuda rebelión, porque ella sí está consciente, y creo que es algo que resulta especialmente aterrador para algunas personas: la posibilidad de una trabajadora doméstica con este nivel de conciencia social, aterrador.
—Como es habitual, ella tiene un dormitorio al lado de la cocina -”ahí viví yo durante siete años, aunque nunca, ni una vez, la llamé ‘mi pieza’”-. ¿Por qué se queda tanto tiempo en una casa que no es la suya?
—Leí varios testimonios y trabajos académicos sobre trabajadoras puertas adentro en Chile y me llamó la atención este irse. Podría ser un trabajo temporal, pero está mal pagado, no es posible ahorrar, entonces dejarlo es difícil y para mujeres que no son de la ciudad implica pagar un arriendo.
Estela se queda porque como le dice su madre es una trampa, no es por voluntad, ni porque esté contenta, es un camino para ayudar a su familia; lo vemos en los migrantes ahora, son caminos para ganarse la vida, pero ¿qué pasa con la propia? La pregunta es desoladora.
—¿Y cómo son las bambalinas de la sociedad que observa a través de esa familia?
—Ve una parte de la sociedad, porque es una familia burguesa contemporánea, no está en la familia popular ni en las familias de clase media. Son profesionales jóvenes, exitosos, con dinero. Pero lo que entra por la ventana o por la televisión es un descontento hondísimo, que termina de explotar, y que en Chile tuvo la posibilidad de canalizarse en un proceso constitucional y fracasó.
Entonces sigue ahí y es una bomba de tiempo. Está muy tensa la sociedad chilena y no solo la chilena, estamos viviendo en un modelo insostenible que nos conduce colectivamente a la muerte. El descontento está en América Latina, está en Europa, en Estados Unidos, en todas partes, el modelo bajo el cual vivimos no da más.
—“Limpia” es una palabra de muchas lecturas, ¿por qué la elegís?
—Está el rol de limpieza de la mugre de otros; está la exigencia de ser pulcra, pero también es una orden: “¡Limpiá!”. Incluso está la idea de un ser humano limpio, una exigencia que se le impone a la trabajadora, pero también a su patrona, el tener vidas sin impurezas, sin tropiezos.
Limpia contiene otra palabra: impía, que es la idea de pecar y transgredir. Tiene algo misterioso, bonito, potente y algo violento también si se usa en otros sentidos: cuando se habla de limpieza étnica, que es un eufemismo del asesinato de quienes no pertenecen al mismo grupo; cuando se habla, como ocurre en Chile, de limpiar las calles, expulsar a vendedores ambulantes, personas sin casa o migrantes; aquellos que la sociedad califica como prescindibles o indeseables, y en ese sentido, como “sucios”. En la idea de limpieza hay una violencia radical, oculta un deseo de pureza que niega lo mezclado y lo impuro o sucio en la propia identidad.
—Y a pesar de que todos conocemos el final de la vida, ¿cómo logramos seguir viviendo?
—Nos hacemos las locas y los locos. Si no, sería invivible. Nos hemos negado a la muerte y tal vez si nos negáramos menos, tendríamos una relación más sana con la vida.
Antes las personas sabían que iban a morir, morían en sus casas; ahora, ¿quién muere en su casa? Se muere más en el hospital, entubado. Si la muerte formara parte de la vida como una cuestión menos terrible, me pregunto si no incidiría positivamente en nuestro vínculo con el cuidado, con la naturaleza y en nuestros vínculos con los demás también.
*Por Diana Massis
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