Escándalo en un casamiento de nobles y ricos
El devenir constante de la sociedad parisina se detuvo el sábado 12 de mayo de 1923. Esa mañana, y el resto del día, un solo acontecimiento acaparó la atención del más exclusivo círculo integrado por familias nobles y ricas. Por lo general, para mayor precisión, eran nobles o eran ricas.
El suceso que concentró a la élite tuvo lugar en la iglesia de St. Honoré d’Eylau, cercana al Arco de Triunfo. Se casaron el conde George de Castellane, 25 años, héroe francés de la Primera Guerra Mundial, y Florinda "Chita" Fernández Anchorena, 21 años, argentina, una de las mujeres más atractivas de su tiempo.
El matrimonio entre el francés y la argentina
La iglesia estaba colmada, desbordando lujo en cada uno de sus rincones. Y si bien todos los vestidos eran dignos de un párrafo, el modelo que lucio la novia encandiló al resto. Se trataba de un diseño de Charles Frederick Worth, el número uno del momento, el hombre que le erradicó el corsé que apretó la cintura de las damas por generaciones. Para la ocasión, Worth le hizo una toilette de satin blanco adornado en sus costados con flores de liz y de azahar. El velo en moderno punto inglés, acompañando la diadema de perlas y más flores de azahares. El conde, con el uniforme militar y la insignia de teniente, además lucía en el pecho la condecoración "Cruz de Guerra". Tengamos en cuenta que durante la contienda mundial, en dos oportunidades fue distinguido por su bravura.
Uno de sus hermanos, más el abogado estadounidense William Nelson Cromwell actuaron de testigos. Mientras que la novia sumó otro dos. Siempre recordando que hace cien años no se permitía a las mujeres atestiguar, Florinda Fernández Anchorena aportó para testigos a uno de sus hermanos y a Otto Bemberg, hijo del fundador de la cervecería Quilmes.
Hasta el papa Pío XI se hizo presente con una nota felicitando a los novios.
El espía misterioso
Mientras se llevaba adelante la fastuosa ceremonia que consagraba el matrimonio del francés y la argentina, afuera de la iglesia se daba una situación insólita. Un caballero que tendría unos cincuenta y tantos años y de una elegancia intachable -galera con arreglo de seda, frac con botones de perlas- se había trepado a una larga escalera y desde un pequeña ventana, ayudado por unos coquetos largavistas de teatro, seguía los pormenores de la ceremonia.
Cuando los novios iniciaron el desfile de retirada, acompañados por la marcha nupcial, el dandy se dispuso a bajar y continuar en el anonimato. Sin embargo, algunos invitados salieron de la capilla antes de tiempo y alcanzaron a verlo en las alturas. ¡Mon Dieu! El misterioso espía era el padre del novio.
La historia de cómo este hombre terminó trepado a una escalera de obra el día del casamiento de su hijo merece algunas aclaraciones.
El matrimonio Fernández Anchorena estaba compuesto por Juan Antonio Fernández, homónimo de su abuelo, médico salteño de los tiempos de Rosas, unitario, que es evocado en el Hospital Fernández de Palermo, Buenos Aires; y Rosa Anchorena, descendiente de la familia patricia que, además, estaba emparentada con Rosas. Las aclaraciones respecto de las simpatías o antipatías hacia el rosismo, solo tienen por finalidad charra que las generaciones posteriores no mantuvieron la distancia que sí existió entre sus padres o abuelos.
El matrimonio partió a Europa con sus cuatro hijos, Chita era la menor, con intenciones de pasar una larga temporada mientras en Buenos Aires, con el diseño del afamado arquitecto francés Édouard Le Monnier, se construía su casa sobre la paqueta avenida Alvear en la esquina con Montevideo.
La mansión de la avenida Alvear
Lo cierto es que la familia se habituó tanto a la vida parisina que, cuando la mansión estuvo terminada en 1909, optaron por quedarse en Francia. Nunca la estrenaron. Solían prestarla a amigos que viajaban a Buenos Aires. Cuando en 1922, Marcelo T. de Alvear abandonó París con su amada Regina Pacini, para asumir la presidencia de la Nación, los Fernández Anchorena le cedieron la casa. Desde allí partió en automóvil Alvear rumbo al Congreso al acto de la jura.
Para no dejar la historia de casa por la mitad, digamos que más adelante fue alquilada por Adelia Harilaos de Olmos, quien luego de varios años consiguió que se la vendieran. La legó para sede de la Nunciatura Apostólica. Esa es la casona donde se alojó Su Santidad Juan Pablo II en sus dos visitas a la Argentina y debería ser la residencia de cualquiera otro papa que nos visite.
Los regalos para los novios
Una vez concluida la ceremonia nupcial, los invitados concurrieron a la casa del novio. Su madre dirigió la excursión de las damas para conocer el ajuar y los regalos que había recibido Chita Anchorena, como la llamaban todos.
Respecto de los regalos, extraemos el fragmento de una carta que publicó Ovidio Lagos, escrita por Sara Wilkinson de Santamaría a regina Pacini:
Yo salgo esta noche para Berna. Compré el regalo para Chita. Es una pulsera de Cartier que representa más de lo que vale. No alcanza a 10.000 francos, estoy aún discutiendo el precio, trataré de sacarla por menos. Me piden 9.800 francos, y todo lo que he visto fuera de esta pulsera los precios son arriba de 20.000 francos. Anoche comí en lo de Fernández, me invitaron para presentarme al novio, es muy simpático, muy fino.
Los padres del novio
Es tiempo de conocer a la madre del novio. Anna Gould era estadounidense, hija de Jay Gould uno de los hombres más ricos de Norteamérica, dedicado al negocio del ferrocarril. El poder económico lo llevó a disponer de una fortuna descomunal. A fines del siglo XIX, se estableció entre Europa y Estados Unidos una relación de conveniencia. Los nobles del Viejo Continente casaban a sus hijos con integrantes de familias adineradas de América. De esta manera, se daba una perfecta combinación de oferta y demanda. Unos daban prestigio social mientras que los otros aportaban una abultada cuenta bancaria. Son numerosos los ejemplos que podríamos sumar, pero apelamos a uno de la ficción por su popularidad. En la exitosa serie "Downtown Abbey", el conde Grantham se unió en matrimonio con Cora Levinson, rica heredera estadounidense.
En el caso que desarrollamos, en 1895, Anna Gould (20 años) contrajo matrimonio con el marqués Boniface de Castellane, Boni para todo el mundo. La boda se realizó en Nueva York, adonde concurrió el novio haciendo un extraordinario derroche de lujo. Se alojó en el Waldorf, adonde llegó con apenas un par de baúles. En los días previos a la boda renovó todo su vestuario. No dejó de enviar flores a su comprometida cada mañana y jamás se detuvo a la hora de elegir los mejores vinos y espumantes en las comidas que ofreció para sus amistades. Una vez casados, la heredera -su padre había muerto- supo que su flamante esposo había gastado a cuenta decenas de miles de dólares que debía pagar ella.
En París, el marqués mantuvo su conducta imperturbable de gastar y gastar. Boni era coleccionista de obras de arte y de autos ultimo modelo. Por eso, cuando ya tenían más de un año, los retiraba de la "colección" y renovaba la flota. Otras de sus necesidades eran los departamentos. El matrimonio construyó una mansión con los lujos del tiempo de esplendor de Versalles, pero además el bon vivant sostenía que, por su posición, debía tener departamentos distribuidos por toda París. Según explicaba, le permitían ir a ducharse y cambiarse para estar siempre impecable. Confesiones posteriores aclararon que en ellos también ejercitaba el deporte de la conquista.
La vida sin límites le duró once años, hasta que llegó el día en que Anna, madre de cinco hijos, inició una demanda de divorcio. Boni se sorprendió y llegó a decir que esa era una conducta impropia para una señora. Él no quería divorciarse. Pretendía la anulación del matrimonio en la Santa Sede. Luego de nueve años de idas y vueltas, le fue denegada.
El marqués de Castellane perdió a Anna y se quedó sin efectivo. La venta de algunas propiedades lograron sostenerlo un tiempo, pero un día la realidad lo puso en su lugar: de esa canilla ya no salía ni una mísera gota.
Mientras tanto, Anna Gould rehacía su vida con un primo de Boni que era duque. De esta manera, la dama subió un peldaño de la escalera nobiliaria (que tiene otros atributos que la que usó el marqués en la iglesia): la rica heredera dejó de ser marquesa para convertirse en duquesa.
La Primera Guerra Mundial encontró a todos los protagonistas en París
Como ya dijimos, el joven George fue un distinguido militar. Poco sabemos de sus actividades entre 1919 y 1921. A fines de diciembre de 1922 viajó a Nueva York. Fue una corta estadía de tres semanas y regresó a París. A fines de enero de 1923 comunicó a su padre la noticia: "Voy a casarme con Chita Fernández Anchorena". Algunos diarios informaron que la primera reacción del marqués fue preguntar si la agraciada tenía fortuna. Georges debe haber sonreído ante semejante comentario. Más allá de que el requisito económico estaba más que resuelto con Florinda, la joven era elegante y de una belleza envidiable. También la madre del novio celebró el compromiso de su hijo predilecto, anunciado el 3 de febrero en muchos periódicos. Ella conocía muy bien a la novia y a sus consuegros, ya que eran vecinos en el espléndido Bois de Boulogne.
El enlace Castellan-Fernández Anchorena dio lugar a una nota publicada en la revista francesa Les modes de la femme de France que sostenía que se habían puesto de moda las bodas franco-argentinas en detrimento de las que, pocas décadas atrás, involucraban a los estadounidenses. En la mencionada nota se citaba, además de casamiento de Georges y Florinda, el de María Rosa Bemberg con el marqués de Ganay y el de Josefina Atucha con el marqués de Jaocourt.
El matrimonio de Chita y el conde tuvo toda la armonía que no había logrado el de los padres del novio. La condesa Florinda era un encanto y brilló en los salones parisinos, aún después de dar a luz a Diana en noviembre de 1927. En 1934 se realizó una encuesta entre los mejores diseñadores de París para elegir a las mujeres elegantes. En la lista plagada de francesas y estadounidenses, Chita Anchorena fue la única argentina elegida. Se llevó muy bien con sus suegros, a quienes, por supuesto, trataba por separado.
Misterio revelado
¿Qué motivó la ausencia de Boni en el casamiento y su frustrante trepada a la escalera que fue motivo de bromas en varios periódicos? Una disposición de Anna Gould. Cuando el hijo le comunicó que contraería matrimonio, ella le ofreció un suculento regalo. Quinientos mil dólares. Pero con la condición de que su ex no pisara la iglesia. Georges consideró que era una recompensa suficientemente generosa para rechazarla. El padre, que de eso entendía bastante, no dudó en sacrificarse. Probablemente haya recibido una buena propina de su hijo para acatar el pedido de Anna.
Pocas semanas después, el señor de la escalera vendió a revistas su historia que salió publicada bajo el título: "Cómo gané y perdí los millones de Anna Gould".
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