Esas cosas que nunca llegarás a lamentar
La médica suiza Elisabeth Kübler-Ross (1926-2004) dedicó su vida, desde muy joven, a calmar el dolor humano en el tránsito final de la existencia. Su trabajo con enfermos terminales alivió intensamente el pasaje de miles de personas hacia la muerte, el más profundo misterio que enfrentamos los humanos. "Mis pacientes moribundos, jamás mejoraron en el sentido físico, pero todos mejoraron emocional y espiritualmente", escribe Kübler-Ross en La rueda de la vida, su ejemplar y conmovedora autobiografía. "Mis pacientes moribundos –agrega– me enseñaron mucho más que lo que es morirse. Me dieron lecciones sobre lo que podrían haber hecho, lo que deberían haber hecho y no hicieron hasta que fue demasiado tarde, hasta que estaban demasiado enfermos o débiles, hasta que ya eran viudos o viudas. Me enseñaban sobre las cosas que tenían verdadero sentido, no sobre cómo morir, sino sobre cómo vivir".
Nadie en ese último trance, recordaba Elisabeth, se lamentaba de no haber estado más horas ante el televisor, de no haberse sumergido mucho más en el trabajo, de no haberse dedicado a acumular más dinero, de no haberse enredado en más disputas inútiles por motivos banales, de no haber pasado más horas de su vida discutiendo de política o de políticos, de no haber acumulado más bienes materiales. Hoy podría agregar que ninguno se quejó de no haberse sumergido durante más tiempo en las redes sociales, de no haber estado más horas pendiente de WhatsApp, de no haber viralizado más memes tontos y sin gracia, más noticias falsas, más chismes sobre personas conocidas o desconocidas, nadie se quejaría de no haber dañado más reputaciones, de no haber perdido más tiempo en previas a puro alcohol, en acumulación de resentimientos o en el shopping. Es posible intuir, a partir de las experiencias relatadas por esta médica, que nadie –o poquísimas personas– estaría, en el momento final, buscando al culpable de su vida no realizada. Porque ese culpable no existe. Pero sí hay un responsable. "El mayor regalo que nos hizo Dios –escribe Kübler-Ross– es el libre albedrío. Pero esta libertad exige responsabilidad, la responsabilidad de elegir lo correcto, lo mejor, lo más considerado y respetuoso, de tomar decisiones que mejoren la humanidad". El responsable de su propia vida es quien la vive.
En tiempos difíciles y turbulentos, como los que se transitan hoy y aquí, cabe el desafío de imaginarnos en nuestro momento final preguntándonos cómo distribuimos nuestro tiempo, nuestras energías, nuestra atención, nuestra intención mientras podíamos hacerlo. Aunque provoque cierta aprensión, este ejercicio acaso nos coloque de cara a nuestro presente, al modo en que estamos viviendo y a cómo estamos asignando nuestras prioridades. ¿Las asignamos a lo urgente o a lo importante? ¿A lo banal o a lo trascendente? ¿A lo efectivo o a lo afectivo? ¿A lo que nos intoxica o a lo que nos sana? ¿A mirarnos el ombligo o a mirar los ojos del otro? ¿A buscar culpables o a hacernos responsables? ¿A competir o a cooperar? ¿Al resentimiento o a la compasión?
Es preferible afrontar estas preguntas hoy y no cuando ya sea imposible cambiar las respuestas. Quizás haya que dedicar más tiempo a explorar esas respuestas que a seguir las voces que nos urgen a tomar partido furibundo en alguna de las múltiples grietas que se nos ofrecen para cultivar el odio, la intolerancia, el fanatismo. Quizás haya que construir más destinos comunes y menos fortalezas egoístas y a prueba de prójimos. Quizás haya que prestarle menos atención a los cantos de sirena de políticos y vendedores de variadas fantasías, que no son sirenas sino tiburones voraces, y abrir más espacio a otras músicas, las del arte, las del alma. Quizás no haya que creer ciegamente en quienes, estúpidos, nos dicen que lo principal es la economía. Sería muy triste comprobar que no era así cuando ya resulte irreversible.
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