Se realizó hace 153 años, durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento y duró tres días. Su dirección estuvo a cargo de Diego de la Fuente quien elaboró un extenso documento con el análisis de sus resultados
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En 1869, mientras transcurría la Guerra de la Triple Alianza, durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento, se realizó el primer censo de la población argentina. Los resultados se conocieron tres años después debido a la epidemia de fiebre amarilla que padeció Buenos Aires y se extendió hasta 1871. Bajo la dirección de Diego de la Fuente, superintendente del censo, y con la participación de más de 4000 empadronadores, se estableció que la población del país era de 1.877.490 habitantes. Al mismo tiempo, los datos recogidos permitieron advertir que más del 70 por ciento de la población era analfabeta. Semejante falta de instrucción horrorizó al director del censo, quien advirtió, en sus consideraciones, que las consecuencias para la democracia podrían ser fatales.
Apoyado en la historia de otros pueblos que tenían experiencia en el recuento y análisis de su población, para De la Fuente el censo representaba “una necesidad política y social”, una información clave para definir el rumbo de un país. Fue por ello, que una extensa publicación realizada por la imprenta del Porvenir, divulgó los datos relevados y sus consideraciones.
“Analizar los números, dando su justa aproximación la verdad, saber contrastarlos, descubrir su enlace, explicar su origen, fijar su sucesión es como penetrar con una luz dentro del laberinto eminentemente complexo de la organización de un estado”, razonaba su director.
“Solo tres agentes merecieron algún reproche por no realizar adecuadamente su tarea”
Previo a la realización del primer censo, hubo en la Argentina “tentativas de censo”. En 1810, Mariano Moreno ordenó la realización de un relevamiento, pero terminó siendo incompleto porque solo se realizó en Buenos Aires. Durante el gobierno de Justo José de Urquiza también se ordenó la labor, pero fracasó en muchas localidades: “El resultado fue una simple enumeración de ocho de las trece provincias confederadas en aquella época”, definió De la Fuente. Según los datos que manejaba el director del primer censo nacional, en el nacimiento de la patria, durante la revolución de Mayo, la población –sin tomar en cuenta a los indígena- era de 406.000 habitantes aproximadamente.
Finalmente, en 1869, a través de la oficina de Estadística Nacional, dependiente del Ministerio del Interior, se desarrolló la labor. Con la intervención de 4.043 ciudadanos organizados en 3000 censistas o “empadronadores”, 700 comisionados controlados por 15 comisarios provinciales, dedicados a recibir y examinar las planillas. “Solo tres agentes merecieron algún reproche por no realizar adecuadamente su tarea”, destacó el superintendente.
El método utilizado para el relevamiento de los datos, que se consideró más “prudente”, fue la visita de los censistas a los hogares y la utilización de planillas. “La mayoría de la población adulta no sabía leer ni escribir y había lugares en los que era necesario recorrer una gran distancia en busca de quien pueda escribir una carta”, valoró De la Fuente.
De esta forma, se dividió al territorio en cuatro agrupaciones: Este (Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes), Centro (Córdoba, San Luis y Santiago), Oeste (Mendoza, San Juan, La Rioja, Catamarca), Norte (Tucumán, Salta, Jujuy) y los territorios de Chaco, Misiones, La Pampa y Patagonia. También se contabilizaron los soldados que conformaban el ejército en el Paraguay y los argentinos en el extranjero.
“La democracia bien entendida la hacen los instruidos”
Un capítulo aparte mereció la falta de instrucción de la población y su alarmante analfabetismo. De la totalidad de los habitantes solo 360.683 aseguraron saber leer y 312.011 dijeron que podían escribir. “Es de creer que la verdad sea más desconsoladora. Siendo muchos menos los que realmente no sabían una y otra cosa. Está establecido el hecho, en este dato, es siempre un 30 por ciento menos de lo que dan los censos”, afirmó De la Fuente. Y destacó que la inmensa mayoría de los extranjeros domiciliados en el país no sabían leer ni escribir.
A la inversa: 1.382.669 habitantes revelaron no saber leer (74%) y 1.431.321 dijeron no saber escribir (76%). Y si de estas cifras descartamos los niños menores de 6 años “que por su edad están disculpados de no saber, tendremos más de un millón de habitantes en las peores condiciones de instrucción”, expuso alarmado.
“La mayoría legal en este país pueden hacerla de lleno los ignorantes, en razón de 5 a 1. ¿Puede así extrañarse que un gobierno como el de Rosas haya durado veinte años? La democracia, bien entendida, no la hacen sino los instruidos, los que pueden llamarse ciudadanos; es decir, los que están en aptitud de conocer sus deberes y sus derechos, como miembros de la sociedad constituida. El ignorante no entiende ni de una ni de otra cosa; el ejercicio que se le concede o es una superchería o es una espada en manos de un loco”, analizó.
Y propuso que “la instrucción se difunda hasta conseguir que todo argentino sea positivamente un ciudadano; así se logrará que la democracia se aproxime a una verdad, y que las libertades públicas estén garantidas contra los desmanes de toda especie de poderes”.
No es de extrañar que, considerando estos resultados, durante la presidencia de Sarmiento se impulsara fuertemente la educación pública, amén de la inclinación propia del mandatario por la temática. Fundó 800 escuelas, la Academia Nacional de Ciencias, la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, el Colegio Militar y el Observatorio Astronómico.
Otros resultados del censo
Del total de 1.877.490 de habitantes, se distinguió que 897.780 eran varones y 845.572 eran mujeres. El autor del documento destacó que, si se excluía de la contabilización a los inmigrantes, la población femenina superaba a la masculina, principalmente en las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Corrientes.
También se determinó que a la época había 211.993 extranjeros que se distribuían mayormente en Buenos Aires (más del 70%) y le seguían en menor proporción Santa Fe y Entre Ríos. De los extranjeros, 43.663 eran americanos (orientales, chilenos, bolivianos, brasileros, etc.), 167.158 europeos y el resto asiáticos.
De los contabilizados, se resaltó la longevidad de 234 individuos que superaban los 100 años. De los cuales 87 eran varones y 147 mujeres. Para De la Fuente la “notable” diferencia se justificaba en las guerras y los labores rurales que pesaban sobre los varones. Y precisamente, en la actividad bélica el autor explicó la amplia diferencia entre viudas y viudos. Existían 61.424 viudas por sobre 27.478 viudos.
Otro de los datos registrados fueron las ocupaciones y profesiones. De esta manera, se resaltó la escasez de agricultores y mineros comparada con Chile. De los primeros, en la Argentina había tan solo 8.653, mientras que en el país vecino 116.939. A su vez, destacó la sorprendente existencia de 1.047 curanderos y curanderas por sobre 458 médicos.
Respecto del trabajo de las mujeres el documento destacó que “de las 61.424 viudas, 247.602 solteras y más de 25.000 huérfanas unas 140.000 son costureras, lavanderas, tejedoras, planchadoras, cigarreras, amansadoras, etc. esto es, tenemos que la mitad de la población mujeril adulta, espera con incertidumbre el sustento de jornal, muchas veces difícil y precario”. Para el autor era importante valorar esta “porción de la población argentina olvidada” pues se “hiere a ese pedazo sensible del elemento nacional” y cuestionó que los trajes militares sean importados desde Europa cuando el país contaba con los recursos humanos para esa labor. “Esa clase trabajadora femenil que no tiene voto, ni eco, para hacer sentir sus necesidades y sus dolores”.
Siguiendo las costumbres de aquellos tiempos, se contabilizó 729.287 niños de entre uno a 14 años, de los cuales 153.882 eran ilegítimos (a grandes rasgos los nacidos fuera del matrimonio), siendo Corrientes, San Luis, La Rioja y Entre Ríos los territorios donde se registraban las mayores proporciones. Para De la Fuente la cifra era “demasiado elocuente”.
“Aparte de las cantidades relativamente enorme de nuestros huérfanos e ilegítimos, existe otra que no revela el censo de niños falsamente clasificados y de abandonados por el padre o la madre. Ante tantos significativos datos, ocurre preguntar ¿qué hacen las autoridades de los estados argentinos de todos estos elementos, en parte desheredados? ¿Dónde residen, cómo se reparten, cuál es el destino y cuánto pesan en el movimiento social, en las costumbres y en la moral?”.
De la Fuente defendía que el Estado tenía que ocuparse seriamente de esta cuestión. “Tenemos en provincias muy adelantadas la inmoral distribución al servicio doméstico de todos los niños huérfanos o abandonados. Es como el complemento de una desventura y de una calamidad sociales. Digámoslo claramente, es una especie de fabricación oficial de viciosos y de malvados. Las consecuencias de práctica tan atrasada, por no calificarla de otro, no pueden ser más desastrosas”, expuso.
“Creados sin amor, con crueldad las más veces. Tales seres no logran emanciparse de su esclavitud garantida de oficio, sino cuando la edad les pone en aptitud de tomar la calle por su cuenta, y librarse a su destino sin instrucción, sin vínculos, sin afecciones, rompiendo de frente con una sociedad que empezará por serviles de madrastra”, agregó y consideraba necesario adoptarlos como hijos del pueblo y educarlos.
Para ello, proponía la creación de establecimientos “de corrección” y enseñanza agrícola o industrial, como los que existían en Europa marcaría. “Además de su inmensa trascendencia moral, tienen la ventaja de costearse a sí mismos, y hasta dejar ganancias que sirven para que los alumnos, una vez instruidos, lleven un pequeño capital, que pueda servirles aparte de su oficio e instrucción para establecerse en su nueva existencia”.
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