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“¿Qué hace un suizo acá?”, “No entiendo por qué no te volvés”, “Si yo tuviese tu pasaporte me iría ya”. A lo largo de los veintidós años que Sandro lleva viviendo en la Argentina expresiones similares desfilan por sus oídos, incansablemente. Y, alguna vez, él se cuestionó lo mismo. Argentina, sin embargo, en algún momento penetró en su sangre de forma inesperada y logró quedarse allí, casi sin permiso, para siempre.
Aún hoy recuerda entre risas agridulces los primeros impactos a su llegada. ¡Todo empezaba demasiado tarde! El trabajo, las comidas, o las salidas con sus nuevos amigos a un bar o a bailar podían acontecer en los horarios más insólitos. Y cuando era tiempo de comer, le ofrecían suprema suiza, helado de chocolate suizo, o el famoso bombón suizo incluido en casi cualquier carta de restaurante de barrio, y no podía evitar sorprenderse y sonreír: "Con el tiempo comprendí hasta qué punto mi suelo natal es sinónimo de calidad en la Argentina. La declaración: `No somos Suiza´ utilizada tan a menudo a la hora de hacer comparaciones solía asombrarme, hasta que me explicaron que mi país es considerado el modelo de perfección".
Nuevo hogar: un extraterrestre en Buenos Aires
Todo comenzó en Zúrich en los años noventa. Sandro tenía 25 y trabajaba en una empresa multinacional suiza que ofrecía posibilidades de trabajo en el exterior, algo usual para una sociedad acostumbrada a salir de "su paraíso" y explorar otros mundos. Al observar desde lejos las vidas de aquellos aventureros, el joven los veía felices y, un buen día, decidió que él sería uno de ellos: "Como un embajador de mi país y de la empresa".
Con su mirada puesta en Sudamérica, y luego de dos años de espera, Buenos Aires le abrió sus puertas a un mundo desconocido: "No sabía nada de Argentina. En épocas sin internet, fui a una librería y hojeé cada libro de turismo para ver las fotos e impregnarme con la vida y las escenografías de la ciudad, que me parecía muy lejana, al igual que para todo mi entorno: a mis padres les dije que pensaba quedarme un año o dos", recuerda con una mirada nostálgica. "Primero me quedé casi cuatro, para luego retornar definitivamente en el peor momento posible: el año 2001, fue durísimo" confiesa.
A pesar de su entusiasmo, los días previos a su partida también estuvieron signado por los nervios y un repentino miedo hacia la tierra extraña. La llegada, por otro lado, fue difícil. Aunque tuvo una recepción cálida, Sandro pudo percibir las miradas indisimuladas y curiosas puestas sobre él, como si fuera un extraterrestre:
"¡No hablaba el idioma y nadie entendía qué hacía ahí!", ríe. "Pero muchos me ayudaron: me llevaban a la cancha, a bailar y a tomar algo, sin embargo, no manejar la lengua me agotaba. Entendí que el éxito de mi experiencia radicaba en dominar el castellano. Es imposible sentirse bien e integrarse en Argentina si no hablas su idioma".
Así, entre cursos y un diccionario siempre a mano, el amiguismo argentino cobró fuerzas y, de pronto, el suizo no solo se sintió acompañado, sino también querido.
De nuevas costumbres y contar la vida en cinco minutos
Con el paso del tiempo, hubo ciertos aspectos de su ya querida Buenos Aires que a Sandro jamás lo dejaron de impactar. El país y su capital, tan enormes para sus ojos habituados a otras dimensiones, se sintieron inabarcables.
"¡Y la ciudad nunca duerme! Al principio me sorprendía que siempre había cosas para hacer", dice el suizo al respecto. "Enseguida me di cuenta de que los horarios no se respetan y que llegar tarde no está mal visto; el transporte público tampoco los cumple y cuando te invitan a cenar te dicen: `Venite a las 21´, lo que en realidad significa `a partir de las 21´: llegaba a las 20:58 y podía quedarme largo tiempo esperando en la entrada".
"Pero, tal vez, una de las cosas que más me llamó la atención fue que el argentino te cuenta su vida entera en cinco minutos por más que ni te conozca, ¡Hasta el sueldo que tiene! Yo soy reservado, cuido mi vida privada", asegura siempre sonriente. "Por otro lado, me costó acostumbrarme a que no haya mucho respeto: No hay consideración con los ruidos, ni con el vecino, ni hay modales en la calle, ¡cada uno hace lo que quiere y hay fiestas a todo volumen hasta las 5 am! En Suiza no queremos llamar la atención: el silencio y el descanso son importantes", continúa.
Calidad de vida y lo mejor que le dio la Argentina
A medida en que los años pasaban, y a pesar de su cariño creciente por el nuevo país, las dudas de irse o quedarse siempre estuvieron. Estas, sin embargo, se disiparon totalmente el día que Sandro halló el amor y supo que iba a ser padre. La pareja no prosperó, pero aun así su decisión se mantuvo firme:
"Stephanie, que hoy tiene 16 años, es lo mejor que me dio la Argentina. Nacida en Buenos Aires, ella es la razón principal por la que me quedé y lo mejor que me pasó en la vida. Ni en los peores momentos se me ocurrió irme. Quería acompañar a mi hija en su infancia y adolescencia; estar presente, aunque implicara un perjurio profesional".
Pero a pesar de su convicción, hasta el día de hoy Sandro no deja de preocuparse por la calidad de vida y el entorno en el cual crece su hija, una cuestión que refuerza su relación afectiva ambivalente con la Argentina: "Vivir acá es un estrés permanente y en cada sentido. Todo cuesta el doble o el triple y los trámites son desgastantes: pérdida de tiempo y energía, aunque mejoró mucho. La seguridad en la calle y de mi hija es lo que más quita el sueño", dice afligido.
"Lo laboral también me preocupa. En Suiza aproximadamente el 80% de la población representa la clase media, acá parece que disminuye con cada año que pasa, una desigualdad que trae muchos problemas. En mi país una recepcionista puede llegar a tener un auto de alta gama. ¡Acá imposible! Allá un gerente general gana tal vez 4 o 5 veces más que un empleado, en Argentina serán 20 o 30 veces más...", agrega. "¡Pero, sin dudas, acá uno en el trabajo se divierte mucho más! En Suiza podés estar años trabajando al lado de alguien sin saber de su vida y sin tutearte".
Entender, cambiar, amar
Cuando visita Suiza hay ciertas cuestiones que a Sandro le cuesta hacer entender: la inflación, los innumerables tipos de cambio, el corralito, el cepo, que los hombres se saluden con un beso y la emoción que implica vivir un superclásico.
Hay otras de su país adoptivo, que anhela con todo su corazón que cambien: la inseguridad, la corrupción, la justicia que no hace justicia, "la viveza criolla", los ruidos irrespetuosos donde es común que las personas griten y hablen al mismo tiempo, y que la gente no tenga conciencia ni le importe el medio ambiente y la cantidad de basura que genera: "Creo que tiene que ver con el sistema político, que no involucra a la comunidad. En Suiza existe la democracia directa, donde el pueblo puede pronunciarse sobre decisiones del parlamento federal, o proponer enmiendas a la constitución. En Argentina el gobierno parece tener todo el poder, hacen lo que quieran, si cambia el gobierno, cambia todo. En mi patria se reparten entre los partidos los siete asientos ejecutivos, por lo tanto el consenso está casi garantizado. El suizo siempre busca que todos estemos de acuerdo, o por lo menos la gran mayoría", explica.
"Eso sí, admiro la buena onda, la creatividad y el hecho de que te hacen sentir bienvenido donde sea. La familia de mi actual pareja me integró como un miembro más desde el primer día, algo imposible en Suiza, así como esas reuniones multitudinarias tan argentinas. A pesar de los muchos problemas la gente nunca pierde su humor (maneja una ironía que adopté y que mis amigos europeos no entienden), y se reinventa", continúa. "En Argentina está la mejor carne del mundo y amo lo que conlleva `hacer un asado´. ¡Acá hay tantos buenos restaurantes, cafés y lugares para salir! Y es incomparable cómo se vive la pasión por el fútbol y la energía en los recitales".
"Argentina me hizo más humano"
Sandro extraña Suiza y ama a su país de origen con el alma. No regresa tan seguido como quisiera, pero valora cada segundo en su tierra. Apenas el avión aterriza en suelo europeo se emociona de maneras inexplicables: allí lo espera su mundo, sus raíces: "Es escuchar a la gente hablar en tu idioma, ver las publicidades locales, distinguir cosas que nunca cambiaron y lugares que lo hicieron completamente. La llegada es lo más hermoso, significa familia y amigos. El problema es la despedida, se convierte en muchísimo dolor, culpa y tristeza", asegura conmovido.
Aunque su corazón sea 100% suizo, Sandro ya se siente como un argentino más. En sus más de dos décadas en suelo austral logró dominar el idioma y comprender qué motiva los pensamientos y acciones de un pueblo, que tantas veces consideró anormales.
"Mi experiencia de vida me enseñó a sentirme en casa en el mundo, no solo en mi país. En Argentina aprendí a ser flexible. Acá hay que estar siempre atento a todo, las reglas cambian casi a diario. Sin flexibilidad y espontaneidad no podés vivir en suelo argentino, te mata", reflexiona el hombre de 52 años."Estando acá aprendí a valorar muchísimo a mi nación. A mi llegada a la Argentina sentí que había hecho un viaje del futuro al pasado, cosa que también tenía su encanto... Pero me preocupa esta tierra en muchos niveles y no sé si mi hija en un futuro también elegirá irse y buscar su suerte en otro rincón del planeta. Se verá. Pero está claro que yo sería el primero en apoyarla. La experiencia a nivel personal no tiene precio, te hace ver las cosas desde otra perspectiva y mejorar como persona. A mí este suelo me enseñó mucho: Argentina me hizo más humano".
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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir . Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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