Tras un paso por España, los padres de Elena Iakovleva dejaron Rusia y eligieron el país del tango y el mate para ejercer su profesión de músicos en una orquesta
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La atípica infancia de Elena transcurrió, en medio de las mudanzas, entre dos culturas. En un principio la familia se instaló en un sitio prestado de City Bell, después pudieron comprar un terreno en Villa Elisa y ahí su papá construyó una casa con sus propias manos. Elena cuenta que su hermana mayor le enseñó matemáticas y le mostró aún más de lo que necesitaba saber, por lo que entró a la escuela en tercer grado y tras un período de adaptación pronto la cambiaron a cuarto.
Los duros inicios y resolver la alimentación
No resultó tan fácil ese primer año. Elena lo recuerda como “desastroso”, ya que el choque cultural fue tan enorme como inevitable. No quedaron traumas. Sí, el aprendizaje de las herramientas para valerse por sí misma en un nuevo escenario. Como el dinero no sobraba, desde pequeña supo que los alimentos eran un tema a resolver y que la tierra era abundante. Apenas aprendió a dominar el idioma y las costumbres, encontró su lugar.
Hoy, desde la tranquilidad del hogar que formó, mientras su bebé de dieciséis meses duerme, Elena recuerda el período que la marcó para ser quien es. No resulta extraño que continuara con el legado familiar. Becada para estudiar música en un conservatorio de Boston, Estados Unidos, se marchó a la aventura sin pensarlo demasiado. Pero la comida no estaba incluida así que entró a trabajar al comedor estudiantil del conservatorio y ahí conoció a Carlos, quien hoy es su pareja. Ella estudiaba violín, él tocaba el fagot. Coincidieron en la cocina, en los planes y en las emociones de una forma que nunca habían imaginado.
El comedor del conservatorio era vegetariano. Mientras trabajaban podían comer gratis pero el encantamiento no duraba tanto. “Cuando no trabajaba no comía”, y aunque parezca difícil, asegura que en plena juventud no lo sufría, que era parte de su aventura. Como ayudantes, cajeros o en el sector de limpieza, el pantallazo les permitió ingresar en el mundo de la gastronomía, una actividad que comenzaron a disfrutar en paralelo a la vocación.
Con un violín y un fagot de vuelta a Argentina
Ya con el título en la mano se mudaron a otra ciudad para hacer la maestría y de regreso a la Argentina, enseguida consiguieron trabajo. Ella, en la Sinfónica Nacional y Carlos, en el Teatro Argentino de La Plata. “No dudamos en quedarnos porque era muy orgánico lo que estaba pasando y además mi familia está acá”.
Eligieron la cocina en parte porque era divertida y se les daba bien, en parte porque sabían que en la naturaleza la disponibilidad de alimentos era mucho más extensa que la que se puede encontrar en una verdulería. Empezamos a experimentar con otras plantas. “De a poquito fuimos atando cabos de que en realidad comiendo plantas silvestres no había que comprar nada. Nos cayó la ficha de que era un procedimiento que nos hubiera servido muchísimo”. Compartirlo con otras personas resultó natural.
“Hay mucha gente que lo necesita en este momento. Y es comida que no tiene nada que envidiarle a la comida comercial”. Por eso, cuando dan talleres, nunca lo promocionan como una forma de ahorrar plata, aunque también sirva para eso. No se trata de una imitación de la comida comercial, sino que es una comida más saludable y nutritiva.
“Una cosa que siempre me hizo ruido de trabajar en gastronomía es que uno no tiene lugar para crear porque con el tiempo la gente va encontrando el producto que más sale y termina haciendo siempre lo mismo. Con la personalidad que tengo, me aburriría enseguida”.
Los descubrimientos gastronómicos
Incorporar las plantas silvestres en la alimentación fue una vuelta de tuerca para Elena y Carlos. Descubrieron que la vaina madura de la acacia negra se convierte en harina o que el diente de león se come en ensalada. Que en los parques y las plazas crecen plantas salvajes comestibles. Eso les cambió la perspectiva de lo que es la gastronomía, los desafió a incorporar creatividad. ¿Cuáles son las plantas disponibles para cocinar? ¿Qué recetas se pueden crear con ellas? No había manera de aburrirse. “Las plantas son infinitas y con cada una tenés que encontrarle la vuelta, hay partes que se usan de distintas formas”.
Lo más importante es la disponibilidad, después llegará el turno de combinarlas. “Si te gusta una combinación de tres plantas tenés que ver que las tres estén disponibles al mismo tiempo. Y es una cosa que en la gastronomía tradicional no pasa porque en general se busca algo contrario: tener ingredientes que estén disponibles todo el año porque son comprados y vienen de otros lugares”.
En lugar de que la receta dicte qué ingredientes conseguir, tal vez de Brasil o de Turquía, Elena deja que la naturaleza proponga los alimentos que llegarán a su mesa. El resultado nada tiene que envidiarle a la cocina gourmet. “Nosotros vemos que hay y en base a eso tenemos que componer algo digno comestible. Es una actividad bastante entretenida que te mantiene siempre pensando”.
Durante la pandemia la cosa estalló. Mientras mucha gente descubría las bondades de la masa madre y el yoga online, el grupo de Facebook Cocina Salvaje empezó a crecer. Así, a través de cada publicación, se sumó gente de sitios diversos, con un objetivo en común: comer mejor y aprovechar la vegetación de la zona.
Las recetas se transformaron en libro en 2021, publicado por la editorial Ecoval y después de algunas presentaciones y difusión, pronto se agotó. Cuando se habilitaron las reuniones empezaron a hacer caminatas de reconocimiento y degustaciones que servían para que la gente apreciara lo que había a su alrededor. “En las veredas y parques es asombrosa la cantidad de plantas comestibles que se pueden encontrar. Son cosas a las que están acostumbrados pero pueden empezar a ver con otros ojos”.
Al año siguiente escribió con más cancha, y ya embarazada, el segundo tomo que contiene una sección de colorantes alimenticios y germinados. Con dos alumbramientos en paralelo aun no hubo presentación, pero el tercero —sobre plantas ornamentales comestibles—, acaba de publicarse en medio de la crisis del papel que encarece cualquier libro.
La difusión de un estilo de vida más natural se hace a través del boca en boca y crece en las redes sociales, y se extiende a otros países. El reconocimiento del terreno también regresó, con una recorrida suburbana por las calles de Villa Elisa, que finaliza en una comida compartida en alguna plaza o terreno ecológico. “Terminó siendo mi forma favorita de hacerlo porque la gente en su vida cotidiana experimenta eso”. Las semillas silvestres circulan por todos lados, también en la ciudad, en donde hay movimiento de gente. Si se evitan las zonas más transitadas y contaminadas, se pueden recolectar sin problemas.
Ante la consulta, recomienda la achira, una planta que es comestible en su totalidad y la mayoría de la gente conoce pero no identifica. “Es una planta que se usa a veces de ornamental pero también se asilvestra, si no la mantenés controlada te invade el terreno y es totalmente comestible”. Todo se aprovecha: las semillas, las flores, las hojas, las médulas de los tallos y los rizomas, que en algunos lugares se comercializa como almidón.
Con la presencia del bebé, cada etapa implica una nueva adaptación, así que de a poco se animan a que participe en los picnics y descubra la comida que consumen sus padres. “Cada vez está más suelto con la gente”, dice Elena con una sonrisa. “Come todos los yuyos, o sea come lo que nosotros le ofrecemos, después él elige lo que quiere”. Ya saben que su favorito es el huevito de gallo y no hay nada comprado que le guste más que eso. También le enseñan a recolectar, siempre con supervisión, ya que quieren que sea una herramienta que tenga más allá de que la use o no. Las plantas silvestres en un contexto de crisis climática pueden significar una revolución frente al hambre. Elena Iakovleva cuenta con el conocimiento para prepararlas en platos deliciosos.
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