"¿Podrías quedarte en casa de 15 a 17, por si viene el electricista?" Ante el pedido, Ksenia miró a su suegra sorprendida. Lo habían esperado el día anterior sin éxito, y desde aquella mañana, cada miembro de la familia se venía turnando para aguardarlo, tras la promesa de que esta vez no los fallaría. "¿Acá es aceptable que no se cumpla con un día y un horario?", la interrogó la joven rusa sin comprender la situación. Fue entonces que llegó una explicación extraña, como tantas otras que venía oyendo del país austral, acerca de los comportamientos aleatorios de las personas al contratar un servicio.
"Esto me pasó a los pocos días de mi llegada a la Argentina desde Rusia, cuando aún vivía con mis suegros", rememora Ksenia entre risas. "Con los años, situaciones similares se repitieron, una y otra vez, y confieso que me amargaba mucho. Me impactó no poder confiar en la palabra del otro cuando necesitaba reparar algo en mi casa. Me ha pasado que desaparezcan de la faz de la tierra o tomen el dinero por adelantado y se esfumen. Hoy, luego de trece años en la Argentina, al fin logré dominar la mala sangre que me hacía. ¡Tengo un truco! Cuando pido un servicio, no lo espero. Lo solicito tal como si pidiera un deseo que lanzo al universo. Si me dicen que sí, para mí no significa nada, no pienso que van a venir, entonces, cuando cumplen, los recibo como a un milagro. ¡Y ellos no entienden por qué estoy tan feliz! Con este método mejoré mucho mi vida", continúa a carcajadas.
Sin dudas, para Ksenia Sidraschi, quien por entonces tenía 26 años, los primeros impactos bonaerenses fueron intensos. Más allá de electricistas incumplidores, Argentina había emergido hermosa ante su mirada alegre. Jamás olvidará sus primeras caminatas por las calles de Ramos Mejía:"¡Ir al supermercado era una aventura, una fiesta! Estaba absolutamente encantada con las casas, todas diferentes, unas chiquitas, otras grandes, con fachadas cambiantes, tal vez algún patio o con un jardín y hasta alguna estatua".
No podía ser de otra forma, Ksenia, de espíritu aventurero y mirada eternamente curiosa, había dejado atrás a su Moscú natal, junto a los paisajes de su infancia, adolescencia y juventud, caracterizados por monoblocks, tonos grises y dos inviernos: el verde y el blanco.
Una lista, un amor y el nombre para el país de sus fantasías: Argentina
Allá, en el año nuevo del 2007, y cuando por fin su corazón había dejado ir una relación dolorosa, Ksenia hizo una lista. En ella describió al hombre que deseaba para compartir la vida, un compañero con sueños propios y cálido, como el país aún sin nombre en el que algún día viviría: "Jamás pensé en irme a la Argentina, lo que siempre supe desde muy chica es que quería irme de Rusia a un lugar sin nieve con clima bondadoso, pero no sabía dónde iba a ser eso", revela.
Ese invierno del 2007 la joven tomó otra decisión que le transformaría la vida: optó por cambiar los seis meses de crudeza rusa por Egipto, algo usual para los habitantes de su país. "Moscú en invierno es muy caro: debemos cambiar muy seguido las cubiertas del coche, lo mismo pasa con los zapatos; el transporte público es costoso, y la gente se dio cuenta de que, en vez de gastar en eso y tanto más, ese dinero se puede invertir para pasar el invierno en un lugar cálido, siempre que el trabajo lo permita, como fue mi caso. En Rusia el teletrabajo es muy normal".
En aquel viaje, Ksenia se dispuso a trabajar, aprender bien inglés y a practicar deportes acuáticos, sin imaginar que la aguardaba el gran amor. Al extremo, como el freediving y otros deportes que practicaron juntos, así sintió que latía su corazón: "Me enamoré a primera vista de un argentino".
Por ella, él extendió su pasaje y más adelante viajó a Rusia; por él, ella finalmente le puso nombre al país de sus fantasías: Argentina.
De la Rusia gris a la Argentina colorida
"Ojo, ¡Te van a vender a los prostíbulos!" ¡Mirá si te toca vivir en una villa y no salís más!", le advirtieron sus amigos, fanáticos de series latinoamericanas, cuando anunció que se iría a vivir a Buenos Aires. Ksenía reía, con esa carcajada tan suya, "Con esos miedos jamás me podría haber ido a Egipto", les contestaba.
Luego de trámites complejos, la joven pisó la Argentina eufórica. Estaba muy enamorada, aunque a su familia mucho no le entusiasmó su nuevo rumbo. A pesar de que a sus siete años les había anunciado que algún día se iría, para su madre fue un golpe duro.
"Desde niña veía que todo lo bello, lo colorido y lo aventurero estaba afuera. Entonces yo quería vivir afuera", reflexiona. "Me tocó transitar la caída de la Unión Soviética y en mi infancia las tiendas estaban vacías, todo era gris y cuando una amiguita tenía algo lindo, se lo habían traído de otro país. Ahora en Moscú hay de todo, nada que ver, pero cuando algo te queda clavado, surge un deseo que uno quiere alcanzar".
Así fue que un buen día, y sin hablar una palabra de español, la Argentina la recibió con los brazos abiertos. A partir de entonces, su futuro marido y su familia política comenzaron a ser su referencia de vida, integridad, sacrificio y amor. "Mi suegra es médica y mi suegro ingeniero. Los dos jamás dejan de estudiar, hablan buen inglés y entregan su corazón a los que aman, algo que, años más tarde y con la llegada de mi última hija, pude comprobar gracias a un evento increíble".
Lo bueno, lo malo y lo incomprensible de Argentina
Ksenia vivió los primeros tiempos "loca de alegría", como solía contarles a sus amigos rusos. Se enamoró del azul del cielo, de las plantas, de los aromas agradables y de poder salir a correr en cualquier mes del año: "Es tan diferente a Rusia, y para mí eso es calidad de vida".
De a poco, otros impactos no tardaron en arribar. Por aquellos primeros años, a la joven rusa los precios le resultaron irrisoriamente baratos, le sorprendieron la abundancia de negocios familiares y le fascinó que las mujeres usaran pelo largo, como en Rusia.
"Aunque me llamó la atención que no hagan topless en la playa y que la vestimenta sea tan diferente. En Rusia las mujeres se visten muy bien y usan joyas en la vida diaria. La argentina es más sencilla. Al principio lo sufrí, ahora me gusta, ¡ahorro mucho tiempo y dinero! Además, padecimos un robo a mano armada en la calle estando muy arreglada. Desde entonces, si no trabajo, las remeras y calzas se transformaron en mis mejores amigas. También asisto a un curso de defensa personal, ¡no lo hago por el amor a las artes marciales!", ríe. "Me impactó mucho la inseguridad y voy a seguir con el entrenamiento".
Fue así que, con el correr del tiempo, los colores argentinos evidenciaron sus claroscuros. Pero, aun a pesar de las revelaciones penosas de un país fragmentado, para Ksenia, Rusia había quedado casi definitivamente atrás.
"Me chocó comprobar que mi país natal es más machista de lo que creía. Allá todavía hay roles marcados. Por eso, a mi llegada, me maravillé al ver que los hombres saben cocinar y participan en las tareas del hogar. ¡Y cómo se ocupan de sus hijos! En Rusia casi ni ves hombres que, por ejemplo, lleven o retiren a sus niños del colegio", afirma. "Sin embargo, hay una actividad familiar que extraño mucho de Moscú. ¡Ir al circo! Al llegar no podía creer que no hubiera un circo estable en el país. En Rusia es una parte muy importante de la vida".
Con la llegada de su primera hija al mundo, y a medida que los meses se transformaron en años, Ksenia se descubrió malabarista de los horarios. Acostumbrada a sacar a pasear a su perro en Moscú a las 12 de la noche y, de paso, recoger algunos faltantes del supermercado, los ritmos argentinos surgieron complejos.
"En Argentina, y viviendo en un lugar como Ramos Mejía, cierran varias horas al mediodía, justo en esa franja horaria en donde uno tiene tiempo para hacer las compras, lo mismo a la tardecita, cuando uno termina su horario laboral. ¡No lo entiendo! Me ha pasado salir 12:45 con el bebé en el carrito corriendo para lograr comprar lo que necesitaba antes del cierre", cuenta siempre sonriente.
Besar a un equipo sudoroso y esconderse en el baño
Por más que comprenda lo bello del gesto, Ksenia jamás olvidará la primera vez que tuvo que besar en la mejilla a todo el equipo de rugby para el que juega su marido. Por fortuna, aquella vez fue al inicio, no como esa otra vez, cuando le tocó hacerlo al terminar un partido: "Tuve que besar decenas de hombres con sus barbas, sangre, barro y sudor. ¡Estaba espantada!", asegura riendo.
"Sinceramente fue terrible para mí al comienzo. Ahora que con la pandemia se cortaron lo besos, ¡no me quejo! Mi familia argentina - italiana y numerosa- se ríe de mí porque en los festejos, cuando llegamos, aguanto saludar hasta quince personas y después me escondo en el baño y dejo que pase un tiempo. ¡No es que no me guste la gente! Es difícil de explicar, siento que te invade, es duro. De igual manera me impactó el mate, porque sé que se pueden contagiar muchas cosas por ahí", continúa sin dejar de reír.
"Y algo que tampoco logro entender es por qué cuando llueve (¡que no es seguido!) la gente se comporta como si estuviéramos ante una guerra atómica. ¡Todo se paraliza!"
Calidad de vida, calidad humana: Un suceso extraordinario
Los años argentinos transcurrieron focalizados en el estudio, para luego sumarle el trabajo. A pesar de que contaba con un título universitario, Ksenia tuvo que volver a cursar un secundario acelerado, para luego entrar nuevamente en la universidad. Ningún papel ruso era válido en la Argentina.
Decidió ingresar a la universidad de Morón para estudiar turismo. Sin embargo, un suceso inesperado sacudió sus planes: quedó embarazada de Elisa, su última hija. Junto a este evento, llegó una de las mayores sorpresas que le regalaría el país.
"Había estudiado por años y mi embarazo llegó justo hacia el final. Para recibirnos, debíamos realizar un viaje de once días por el país, a fin de poner en práctica parte de lo aprendido. Elisa nació a fin de julio y el viaje era a principios de septiembre y creí que no tenía otro camino que renunciar a todo y que no lograría el título en aquel momento", cuenta. "Mis suegros, que por entonces tenían 73 años y habían tenido un pasar de grandes esfuerzos, me dijeron que no debía abandonar nada, que debía viajar y recibirme. Pero yo no deseaba que mi beba se quedara sin mí tantos días ni que consumiera leche artificial. Estaba en un gran dilema porque no podía llevarla conmigo en la travesía".
"Ellos agarraron su auto, lo equiparon con todo lo necesario y durante los once días viajaron junto al micro universitario. Mi hijita iba con sus abuelos. En cada parada de descanso, me dirigía hacia ellos para darle mi calor y alimentarla. Cumplí con todo lo asignado para la facultad y mis compañeros me apoyaron muchísimo", continúa Ksenia emocionada. "Esta amorosidad, este sacrificio al que se expusieron mis suegros, es impresionante, por lo que mi experiencia en calidad humana argentina es increíble. Mi suegra, a quien admiro tanto, es mi punto de referencia en la vida. Nunca dejó de estudiar, aprende idiomas, maneja, es médica ginecóloga, y todo lo que se propone, lo encara con compromiso y entusiasmo. Con ella logré una mejor relación que con mi madre... Tal vez, porque mi madre es un producto de la Unión Soviética, con todo lo que eso conlleva".
Rodeada de un amor inconmensurable, Argentina amaneció colmada de oportunidades. Ksenia se transformó en una de las pocas guías matriculadas de turismo de habla rusa y, con mucho esfuerzo, logró acceder a trabajos magníficos que la llevaron a conocer a importantes figuras de su Rusia natal, como Serguei Kiriyenko, Ziad Manasir, Leonid Michelson y otras personalidades de la lista Forbes. "Al haberme criado en Moscú, conozco la idiosincrasia de mi país, lo que hace que pueda manejar los grupos con comodidad, algo no muy sencillo para quienes no conocen el carácter de la gente de mi patria", aclara Ksenia.
"Mi calidad de vida subió notablemente, en especial por la cercanía del mar y el buen clima, que para mí es muy importante. También subió mi alegría por vivir, así como mi energía. En el primer año ni me di cuenta cuando llegó el invierno, porque todo estaba verde. En Rusia tenemos dos inviernos: el verde y el blanco; acá para mí hay dos veranos: el bueno y el malo".
`Es mejor hacer y lamentar, que no hacer y lamentar´
Hoy, con 39 y tras casi trece años en la Argentina, Ksenia recuerda aquellos días de infancia rusa envueltos en fantasías de un hogar impregnado de colores y calidez, sin nostalgia. Su sueño de volar llegó en la mítica tierra egipcia de la mano de un amor, que cumplió y superó todos sus deseos volcados en aquella vieja lista. Moscú quedó lejos, y cada día se distancia más.
"Ya me siento más argentina que rusa", confiesa. "Primero a Rusia volvía todos los años, luego cada dos, y ahora ya pasaron tres sin ir. El viaje es tedioso y costoso, no significan vacaciones. Quisiera mudar a mi mamá, ¡allá el clima es invivible! Y la última vez tenía olvidado lo cerrada que es la gente. Traté de sacar charla en una tienda y no funcionó. Pero está bien así, lo entiendo. ¡Y acepto que las eternas conversaciones en los negocios argentinos me molestan un poco! ¡Querés comprar rápido y se quedan conversando por horas y todo es tan lento! Pero creo que es bueno para la gente. Está comprobado que uno necesita los abrazos y charlas para vivir. Una persona mayor que vive sola, por ejemplo, en Argentina recibe esto solo al salir de compras. En mi país no tienen esta ventaja, están totalmente solos y caen en la depresión".
"Con mi experiencia de vida aprendí que hay que soñar, pero también hay que animarse, probar, ser curioso y estar abierto. No importa a dónde vayas, tu casita está en vos, la trasladás como los caracoles. Nuestras costumbres, objetivos, sueños, capacidades, ¡todo eso está en nosotros y lo trasladamos! Salir al mundo es muy enriquecedor. A mis hijos ya les estoy aconsejando que tienen que ir a estudiar afuera, porque te abre la mente y las posibilidades. En Rusia decimos: `Es mejor hacer y lamentar, que no hacer y lamentar´".
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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir. Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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