Cuántas veces no comprendemos lo que les pasa a nuestros hijos y lanzamos frases como "¡no te podés poner así por esa pavada!, "¿cómo te vas a enojar por eso?", "es ridículo lo que decís", "no discutas, ya sabés que es la hora de…", "¿le tenés miedo a ese perrito?", o "¡cómo vas a tener hambre si acabamos de terminar de comer!" y podría seguir hasta el infinito con los ejemplos… ¿Qué ocurre entonces? Con esos comentarios, como los hacemos desde que son muy chiquitos y permeables a lo que les decimos, ellos pueden creer que piensan mal, que lo que dicen no tiene sentido ni razón de ser, que desean cosas equivocadas, que sus sentimientos no corresponden y no deberían tenerlos. Y como no dudan de nuestra palabra sino de ellos mismos y de su mundo interno llegan a la conclusión de que ellos son tontos, o malos, o demandantes, celosos, egoístas, cobardes…. que una gran parte de las ideas y temas que brotan desde adentro de ellos no so aceptables.
¿Lo hacemos por maldad? ¡No!, es algo que aprendimos de chicos por lo que seguimos haciendo -sin revisar- lo que nuestros padres hicieron con nosotros. O lo hacemos por amor a nuestros hijos: no queremos que sufran y tratamos de convencerlos de que lo que ocurre no amerita ese dolor o ese enojo. Pero por este camino se lesiona la imagen de sí mismos.
Ponernos en su lugar
Cuando en cambio nos ponemos unos instantes en su lugar y respondemos desde lo que comprendimos: "cómo te duele que no te hayan elegido para el acto", "es que molesta que no inviten a todos al cumple", "te asustan las cosas nuevas", "estaría buenísimo comer un alfajor ahora", o "qué rabia que se suspenda el partido por lluvia!" y otras respuestas empáticas, los chicos confirman ,porque queda implícito en nuestra respuesta, que vale todo lo que sienten, piensan, desean, aunque no siempre se pueda hacer lo que ellos quieren.
Así, de a poco, y con nuestro acompañamiento, se acostumbran a confiar en lo que su mundo interno les informa de ellos mismos, y pueden usar esa información para saber lo que les pasa. Este es un paso fundamental en la construcción de una autoestima sólida. Es muy difícil vivir tratando de agradar y de ser aprobados por las personas de nuestro entorno.
Fortalecer la mirada interna
Imaginemos lo que les pasa a los chicos que no van fortaleciendo esa mirada hacia adentro para saber quiénes son, lo que valen, lo que necesitan o desean: se ven tironeados entre esas personas cuyas miradas aprobadoras buscan, sin saber cuál elegir, a cuál renunciar y lo más complicado: cómo aceptarse a sí mismos.
Por otro lado la baja autoestima suele estar por detrás, o por debajo, de muchas dificultades de nuestros hijos:
o los problemas de conducta:
- a) me porto mal porque ya me rendí, no tengo esperanza de ser aprobado, valorado, confirmado, o
- b) lo hago porque sigo intentando que me miren bien, intentado "curar" a mis padres, tratando de que ellos cambien su mirada, me acepten a mí como soy,
o # algunas dificultades de rendimiento escolar (estoy muy ocupado buscando aprobación y no puedo pensar, aprender, imaginar, no confío ne mi criterio, no me animo a equivocarme, etc.),
o # el hostigamiento o bullying cuando ellos maltratan: necesito hacer sentir mal a otro para sentirme bien yo, o hacerle a otro lo que me hacen a mí (ya sea mis padres, otros amigos, etc.),
o # el hostigamiento o bullying, cuando los maltratan y no pueden defenderse o apartarse porque sienten que no merecen -ni pueden lograr- otro trato de esa u otra persona,
o # algunos problemas de carácter, como inseguridad, mal humor, exigencia, pereza, miedos, tiranía, irresponsabilidad, miedos, niveles de demanda altos, etc., porque la falta de confianza en sí mismos no les permite hacer un buen desarrollo y fortalecimiento de sus personas,
y muchas otras…
Una imagen sólida de uno mismo no significa soberbia, orgullo, certezas ni tiranía, ni querer hacer siempre lo que uno quiere. Es más bien esa callada confianza de que somos valiosos que nos permite sortear los inevitables contratiempos de la vida.
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