El deseo de convertirse en médica la acompañó desde su infancia. Se formó en el país pero encontró su lugar profesional en otras latitudes.
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Cuando hace un ejercicio de memoria, asegura que sintió el deseo de estudiar la carrera de medicina desde chica. Aunque no tiene claro el porqué, entiende que lo asocia con la inspiración que le provocaba el personaje de una novela de su infancia que solía mirar con su abuela. Nacida en la provincia de Buenos Aires, Cecilia Belardinelli (54) se crió en la ciudad de Mar del Plata. Tuvo una infancia que le dejó hermosos recuerdos, con buenos padres y hermanos y una abuela con la que mantenía un estrecho vínculo, días de playa desde la mañana, muchos amigos y una vida escolar de la que guarda un recuerdo entrañable y de mucho cariño.
El deseo de convertirse en médica lo fue confirmando a través de los años. De hecho, nunca se planteó adoptar otra profesión. “Tengo muy presente el día en el que, caminando por el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, mientras cursaba la materia de Pediatría, decidí claramente que quería trabajar con niños, ayudarlos en la enfermedad, a desarrollar su potencial y posteriormente abocarme sobre todo a los problemas relacionados con las emociones y la conducta. Estoy muy agradecida por la formación que recibí en Argentina, y por la oportunidad de aprender de mentores sólidos, generosos y muy respetados en su profesión”.
“Trabajar, estudiar y ser mamá fue una experiencia intensa”
Hacia 2005, casada y con una hija de 18 meses, Cecilia y su marido se mudaron a los Estados Unidos. Se instalaron primero en San Antonio, Texas, donde nació el segundo hijo del matrimonio y luego se trasladaron a New Jersey. En ese país Cecilia obtuvo sus credenciales médicas y completó la especialización en Psiquiatría General y Psiquiatría de Niños y Adolescentes.
“Trabajar, estudiar y ser mamá a la vez fue una experiencia muy intensa. Recuerdo mucho esfuerzo, cansancio físico y, por momentos, bastante estrés. Dejaba a mi hija en el daycare (guardería) y de allí me iba directamente a un instituto a preparar los exámenes. Estudiaba hasta la hora de ir a buscarla. Por suerte conté con un apoyo muy importante de mi marido, quien cubría impecablemente mi ausencia durante los días previos a exámenes, las jornadas de guardia y las largas hora de hospital. También fue una experiencia muy rica de satisfacciones, conocí a gente maravillosa, amigos y colegas”.
Sin embargo, asegura que lo más difícil de la vida en ese país no fueron las jornadas intensas de trabajo ni la necesidad de adaptarse a su cultura y costumbres, sino aceptar la realidad de estar lejos de la familia y de los amigos. “Lo que encontré difícil no se relaciona específicamente con Estados Unidos. Extrañar a los afectos es una dificultad que, aunque te acostumbres, persiste siempre. Eso sí: lo que me gustó de Estados Unidos es la comodidad y las oportunidades a las que accedí, hay muchas posibilidades de hacer cosas”.
Un cambio prometedor y vibrante
En 2018, impulsados por el trabajo de su marido -que es médico oncólogo y trabaja en la industria farmacéutica en el área de investigación y desarrollo de nuevas drogas para el tratamiento del cáncer- se les presentó la posibilidad de trasladarse a Holanda. No quisieron dejar pasar la oportunidad y se animaron al cambio. Los chicos ya estaban grandes y buscaban tranquilidad y un nuevo estilo de vida. Y así, con ese espíritu optimista se asentaron en la ciudad de Utrecht.
“Es una cuidad vibrante por la cantidad de población joven que asiste a su universidad, tiene con mucha historia y una fisonomía muy pintoresca, anillos de canales con típicas casas de arquitectura holandesa a cada margen y múltiples negocios, restaurantes y cafés. Tiene parques hermosos, permanentemente visitados por grupos de estudiantes, mantas de picnic, personas haciendo ejercicio, paseando los perros o simplemente disfrutando del sol, algo muy valorado por estas latitudes”.
Inmediatamente se sintieron a gusto en el nuevo espacio que los invitaba a llevar una vida tranquila. “Nos gustó muchísimo el estilo de vida de los holandeses y el ámbito para criar a los chicos. Lo vimos como el lugar donde nos gustaría envejecer. En lo personal encontré un espacio de descanso que estaba necesitando, una forma distinta de interactuar con mis chicos, más relajada. Me conecte con un estilo de vida más saludable. El simple hecho de tomar la bicicleta para ir a cualquier lado, me puso en movimiento. Para mí, una persona esencialmente sedentaria, significó un cambio importante”.
Fiel a su vocación, se mantuvo conectada con la profesión a través de la tele psiquiatría, una práctica consolidada por la pandemia. Además, comenzó a estudiar holandés y descubrió su pasión por escribir. “Encontré gente amigable, directa, con estilos de vida saludable, atentas a lo que uno necesita para ayudarte. Me gusta la concientización que hay por el cuidado del medio ambiente y el esfuerzo que se hace por lograr efectos sustentables. De todos modos confieso que aunque pasaron muchos años, todavía tengo ganas de volver a la Argentina para compartir tiempo con mis afectos y que mis hijos conozcan las bellezas naturales que tiene mi país y su buena gente”.
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