Plataformas como Hulu buscan unir la vieja televisión con las nuevas tecnologías. ¿Será el fin de la tele basura?
Hace poco un amigo me contó que su hijo mira a través de su tablet tutoriales de videojuegos. Es decir, mira cómo un jugador experto pasa de pantalla en pantalla, pero no lo hace para aprender y luego jugar, sino porque le divierte aquel registro perfecto a través de los paisajes gamers. “Se puede pasar horas así”, me contó mi amigo, sin entender. Hace 20 o 30 años nosotros hacíamos lo mismo en los locales de Arcade. Mientras alguien jugaba al Wonder Boy, a la mayoría nos gustaba observar, fascinados. Ahora que los locales de Arcade casi no existen, en la soledad de sus consumos audiovisuales los nacidos del 2010 en adelante siguen más o menos en la misma. Puede que las autopistas de imágenes que corren dentro de sus retinas no sean tan diferentes de las nuestras, o tal vez los cracks de la TV han encontrado la manera de descifrar ciertas obsesiones y comercializarlas, una vez más.
Dos meses atrás Disney Company retiró sus contenidos de Netflix como parte de un programa que prevé el lanzamiento de su propia plataforma de streaming en el año 2019. Por supuesto, Disney no es solamente Disney, sino que incluye dentro de su conglomerado empresarial a Pixar, Marvel Entertainment y Lucas Films, entre otras unidades de negocios que prometen ampliarse ante el surgimiento de la nueva ventana de exhibición. Simple: ¿por qué Disney continuaría cediendo los derechos de sus producciones originales cuando puede explotarlas a través de su propia plataforma? Siguiendo esta lógica, las plataformas de streaming seguirán multiplicándose alrededor del mundo y competirán, sin ninguna clase de frontera geográfica, por el multimillonario negocio del entretenimiento audiovisual. El diferencial, al menos como está planteado en la actualidad, estará en la síntesis entre la producción de contenido exclusivo y en los servicios de curaduría, que ocupan un lugar de privilegio ante la enorme oferta cultural existente. Para lo primero bastan un par de nombres: Stranger Things, en el caso de Netflix, que pronto lanzará su segunda temporada, y The Handmaid’s Tale, la extraordinaria serie que ha colocado bajo el radar mundial a Hulu, el servicio que tiene una década de vida, 12 millones de suscriptores en Estados Unidos y todavía no está disponible en el país. Ambas producciones son la cara visible de cada plataforma y su gran joya publicitaria; es más, bajo su sombra, poco importa si el 90% de la oferta de Netflix es de pésima calidad. Y, si en cambio pensamos en ejes curatoriales, imposible obviar a Qubit.TV, con su magnífico catálogo de películas, ideal para cinéfilos.
En este escenario de competencia entre plataformas de streaming, Hulu viene picando fuerte en cuanto a innovación y rasgos diferenciales. Hace algunos meses lanzó un paquete promocional (Hulu with Live TV) por US$ 40 que no solo permite el acceso al contenido de su plataforma, sino también la posibilidad de seguir en vivo las transmisiones de canales de TV como CBS, ESPN y FX. Hulu nuclea en un mismo servicio la nueva y la vieja TV, reconfigurando así el escenario y brindándoles a los viejos canales televisivos una tabla de telgopor para no ahogarse en el agitado océano audiovisual de nuestro presente. Así, a través de Hulu, es posible seguir en vivo y en directo, especialmente interesante a la hora de visualizar espectáculos deportivos y, al mismo tiempo, embeberse de maratones de series. Pero, por si esto fuera poco, suma un servicio de notificaciones sobre noticias locales –por ahora, solo disponible en San Francisco– y también la promesa de desarrollar una suerte de red social televisiva, para que los usuarios compartan sus programas, recomendaciones y puntuaciones. Acompañado de una interfaz, Hulu se posiciona en la vanguardia de las plataformas de TV. Pero entre tanta innovación, Hulu no descuida la lógica que dicta que el contenido es lo que realmente cuenta. The Handmaid’s Tale, inspirada en la novela ochentosa de Margaret Atwood y protagonizada por Joseph Fiennes y la gran Elisabeth Moss –la inolvidable Peggy Olson de Mad Men–, es una producción arriesgada, absolutamente contemporánea, con un guión, un trabajo actoral y una densidad estética de alto vuelto. Y es, además, una serie especialmente comprometida con su tiempo: en la República de Gilead, que reterritorializa los Estados Unidos, los hombres ocupan los estratos jerárquicos más altos y las mujeres fértiles funcionan como esclavas sexuales. Ante este escenario de sometimiento y autoritarismo, la criada Defred se rebela. Así las cosas, no suena nada raro que las típicas cofas de la serie hayan sido usadas en las últimas protestas contra Donald Trump en distintas ciudades de Estados Unidos.
Pero volvamos un momento al luminoso universo de Disney: hace poco leí que investigadores de Disney Research y la Universidad de Massachusetts están desarrollando redes neuronales –léase unidades de Inteligencia Artificial– para predecir los índices de popularidad y éxito de sus guiones. El eje no solo está puesto en la manera en que ven televisión los millennials, sino en descifrar qué hace exitoso a un programa o no, esta vez mediante programas y algoritmos inteligentes. Se trata de programas capaces de predecir lo que los humanos, o sea nosotros, consumiremos en el futuro. Y es probable que lo hagan con un nivel de eficiencia que roce la perfección.
Tal vez la pregunta que nos estuvimos haciendo durante todo este tiempo –¿cómo será la televisión del futuro?– no sea la correcta y haga falta reformularla: ¿cómo podemos evitar que la TV basura se reproduzca en las plataformas de streaming y contenidos digitales? ¿Qué tal si esos pequeños oasis de contenidos de alta calidad desaparecen al volverse cada vez más masivos? Después de todo, si algo ha probado la historia de la TV a es que lo que predomina es el entretenimiento a cualquier costo. Pero tengamos fe: la evolución de la web y nuestros consumos culturales pueden depararnos varias sorpresas.
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