¿Es posible aprender a nadar de grandes?
Aprender a nadar de niños suele ser fácil. No hay miedos ni demasiada conciencia. El cuerpo se mueve fácil, es nuevo, estamos de estreno y en el mejor momento para empezar a coordinarlo, vacío de malas posturas y de movimientos viciosos. Es como aprender a andar en bicicleta: si nada sale mal, la infancia es el período ideal para incorporar aquellos aprendizajes que no se olvidan jamás. Lo mismo aplica a manejar desde muy joven que evita que con el paso del tiempo uno tienda a desarrollar ideas y creencias que puedan convertirse en miedos que obstaculicen el proceso de aprendizaje.
Por falta de oportunidad o por una cuestión generacional, hay adultos que no saben nadar. Yo misma, por ejemplo, tengo 42 años y solo me animo a caminar por la parte baja de la pileta porque cuando era chica no aprendí y ahora, que soy grande, no solo tengo miedo sino también vergüenza. No sé flotar, no puedo mantenerme con la cabeza afuera del agua en lo hondo porque me hundo.
Me gustaría aprender. Doy por sentado que no lo voy a lograr, pero estimo que debe haber otros como yo que sí lo hicieron. Blanca tiene sesenta años y a los cincuenta le diagnosticaron dos hernias de disco. El médico le dijo que lo mejor que podía hacer era natación. "Siempre le tuve terror al agua, pero me animé a ir una pileta a aprender y en cuatro meses aprendí a flotar en lo hondo. No me animo a todo, aunque sí me encanta tirarme y tocar el fondo", cuenta orgullosa de su hazaña. La escucho y pienso que quizás podría intentarlo, que no soy una hidrofóbica, que varias veces anduve en bote por el Tigre sin salvavidas puesto y no me dio miedo.
"Acá hasta vino una persona que se bañaba con vasos por el terror que le tenía al agua y al final salió nadando. Con constancia y disciplina todos pueden aprender", me explica Diego Silvera, profesor de la escuela de natación Azul Profundo, ubicada en Parque Chacabuco. Me voy sintiendo más animada frente a un horizonte que se hace posible.
El método
Todavía me falta resolver el tema de la vergüenza. Es una situación donde una está muy expuesta no sólo por el traje de baño -que es lo de menos-, sino porque no sé si está bueno que un grupo de gente te vea haciendo papelones en el agua, gestos de desesperación cuando hay un guardavidas a dos metros, la idea me trae recuerdos de burlas de la infancia. Prefiero clases individuales. Consulto con Mariana De Clara, profesora de natación de Aquario, una reconocida escuela de Belgrano R, para preguntarle qué me recomienda: "Nosotros siempre sugerimos tomar clases grupales porque es más entretenido, los alumnos se hacen amigos y se crea un vínculo que va más allá de la pileta". Lo mismo me dice Santiago Questa, que da clases en la escuela Actitud Acuática, "la parte social es muy importante. Lejos de la burla, todos se apoyan entre sí. Nosotros organizamos también salidas a aguas abiertas para hacer el aprendizaje más interesante".
Pareciera no haber obstáculos ni excusas para no anotarme y aprender. Observo a mi hija meterse abajo del agua para buscar formas de peces de goma, la miro desde el ventanal del primer piso del lugar donde toma clases y pienso que quizás yo también pueda. "Me enseñaron igual que a los chicos con juegos como pasar por debajo de un aro para tener que sumergirte, flotar haciéndonos una bolita, nadar con una tabla y también hacíamos campeonatos a ver quién llegaba a tocar el fondo primero", me cuenta Blanca. Pregunto si me van a enseñar a hacer perrito. Silvera me responde que "hoy ya no se enseña esa técnica, se trabaja con la respiración y con el movimiento pausado del cuerpo, con brazadas lentas. En general, tomando dos clases por semana, en dos meses se aprende a flotar, que es el paso clave para poder nadar y sentirse seguro en el agua". Y como para seguir acumulando razones Questa me asegura que "lo que más cuesta es meter la cabeza adentro del agua y flotar, el resto es técnica".
¿En dos meses van a resolver el miedo de una vida entera? ¿Cómo lo hacen? La única clave al parecer es respetar los tiempos de cada alumno sin obligarlo a enfrentarse de forma abrupta al agua y admitiendo que se trata de un miedo real siempre bajo el supuesto del que el alumno desea aprender. "Las primeras clases se dan en la parte baja de la pileta para hacer pie. Es una etapa de familiarización fundamental con el medio acuático que debe cumplirse por demás. Una vez que la persona se siente más segura se le enseña a respirar bajo el agua. La siguiente etapa es la de flotación que se hace en zonas donde el agua cubre poco. Lo más importante antes que nada es saber que aprender a nadar implicar salir de la zona de confort y admitir la vergüenza", me explica Sebastián Valente, uno de los socios de la escuela de natación Interacua, que se encuentra como un oasis en pleno microcentro.
Las generaciones
Voy a ser la más joven del grupo. Todas las escuelas coinciden en que la edad promedio de las personas que toman clases para aprender a nadar, y no para mejorar la técnica, tienen más de cincuenta años. "Es la última generación que no aprendió a nadar desde la infancia. A los que no los mandaron a natación porque no se usaba. Los padres de los que tienen alrededor de cuarenta sí tomaron conciencia de la importancia de saber nadar no sólo como una actividad física sino como cuestión de supervivencia", me explica De Clara.
"Cuando era chica no se usaba que te llevaran a aprender. Mis padres tampoco eran deportistas. No les gustaba el agua. Nadar no era lo común", aclara Blanca acerca de por qué no aprendió desde chiquita. También están los otros casos, los que no se relacionan con la edad sino con miedo provocados por situaciones traumáticas. Gente que quizás había aprendido a nadar y algo la paralizó. Juana tiene 35 años, es fotógrafa y no sabe nadar aunque le gustaría. "Natación era parte de la currícula del colegio al que iba. Nadé bien hasta los siete años. Un día me asusté y cuando tomé conciencia de que estaba nadando, me hundí. Dejé de flotar y me tuvo que sacar la guardavidas. Desde ahí me quedó el miedo. No es una fobia sino la sensación de que nadar no es para mí. Hoy me gustaría aprender por una cuestión de supervivencia. La flotación como soltarse, perder ciertos elementos de referencia, estar a la deriva, suena hermoso pero siento que no puedo, quiero controlarlo todo y no me sale".
Al parecer, siempre hay final feliz. Los profesores coinciden en asegurar que el "no me sale" pronunciado mil veces por los alumnos es reemplazado por el doble de la palabra "gracias" que las personas pronuncian cuando aprenden a mantenerse por sí mismas a flote. Questa es testigo: "Cuando logran flotar y después nadar ,el agradecimiento es increíble. Es la sensación de haber aprendido una habilidad que no se olvida, se los ve más desenvueltos sabiendo que en el agua se pueden valer por sus propios medios".
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