En 2019 se sintió atrapado por la rutina laboral, decidió hacer una experiencia en Mendoza y no imaginó lo que descubriría en ese viaje.
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Se sintió atrapado en la rutina, sin poder hacer otra actividad distinta que trabajar. Con 27 años dedicados a la medicina y 24 a la cardiología, ese 2019, la vorágine laboral lo agobió. Sin duda alguna, con 51 años, había alcanzado todos los logros dictados por los estándares actuales, que fomentan y premian metas materiales, competitivas. Pero el vacío interior era cada vez más grande.
Nacido y criado en la capital de Corrientes, en el seno de una familia de clase media, reconoce que tuvo una linda infancia. Pero de aquellos primeros años de vida, guarda los mejores recuerdos de los veranos que pasaba en la casa de sus abuelos maternos, en Caá Catí, a 130k de Corrientes. “Desde que tengo uso de razón he querido ser médico, siempre me gustó. Aunque la especialidad que siempre pensaba en seguir era oftalmología, al recibirme, me incliné por cardiología”, explica Gustavo Flores.
A su esposa, que también es cardióloga, la conoció en la residencia. Cuando ella comenzó su primer año, él era Jefe de Residentes del Servicio de Cardiología del Hospital Escuela en Corrientes. Hoy trabajan juntos en su consultorio privado y en el Hospital de Caleta Olivia, en Santa Cruz. Aunque ahora se invirtieron los roles: ella es jefa del Servicio.
“La rutina me agobió”
La época de guardias en la unidad coronaria y la terapia intensiva fueron sin dudas los años más duros de su carrera. Largas horas lejos de la familia, dormir fuera de casa, muchos pacientes críticos a cualquier hora, fiestas de fin de año pasadas en el hospital. “Pero lo gratificante supera ampliamente a todo lo triste y pesado. El saber que cambiaste el pronóstico de un paciente, que inclusive le salvaste la vida, no tiene precio. El agradecimiento de los familiares es algo que te llena el alma y hace que tu día sea completo”.
Sin embargo, Gustavo reconoce que el trabajo es extenuante casi siempre. Y, ese año 2019 no recuerdo que haya sido particularmente agotador, pero evidentemente lo fue, porque necesité hacer algo distinto. La rutina me agobió. Me sentí atrapado, sin hacer ninguna otra cosa que no fuera trabajar. Necesitaba una experiencia para mí, para ver qué logros no materiales podía alcanzar. Algo que me desafiara física y mentalmente. Decidí que quería hacer trekking en Potrerillos, Mendoza. Y lo organicé en cinco segundos. Todos los contactos y averiguaciones me llevaron minutos. Y evidentemente la decisión de hacerlo ya la tenía en mi subconsciente hacía tiempo. A mi familia le encantó mi decisión”.
Serían tres días seguidos en la montaña, partiendo de un refugio a 3200 msnm. Aunque no tuvo preparación especial, Gustavo Flores es muy activo físicamente. En el gimnasio que armó en su casa, hace bicicleta fija de tres a cuatro veces por semana. Los sábados y domingos alterna entre caminatas, mountain bike y algunos ejercicios de fuerza.
“Veía alambrados y cosas inexistentes a 4000 mts”
Ya en marcha hacia la aventura, conocía la posibilidad de la hipoxia y el apunamiento. Pero el guía de montaña que lo acompañó hizo muy bien su trabajo, y le había anticipado exactamente lo que podía pasar, de modo que Gustavo estaba tranquilo en ese sentido. Durmió con temperaturas cercanas a los 0°C y ascendió a alturas de 3500, 3800 y 4200 msnm en días consecutivos.
“Llegué a sufrir algo de hipoxia (disminución de la cantidad de oxígeno en la sangre generalmente acompañada de disnea, es decir, falta de aire) por la altura desacostumbrada para mi cuerpo. Veía alambrados y cosas inexistentes a 4000 mts, que pensaba en ese momento, que podrían detener una caída. Pero no había alambrados ni nada por el estilo, era pura alucinación. Es muy raro tener esa visión de un supuesto alambrado, y a la vez saber que es imposible. Lo veía totalmente real, pero sabía que no estaba ahí. Estaba consciente de que era una alucinación, lo aceptaba con tranquilidad. Y, luego de eso, perder tres uñas de los pies al final, fue una anécdota”.
Asegura que lo más lindo de la experiencia fue justamente superarse, conocer sus límites físicos, saber que había alcanzado lo máximo que en ese momento pudo dar. “Me di cuenta de que mi límite estaba más allá de lo que yo creía. Toda la experiencia en la montaña fue buena. No puedo encontrar algo que haya sido desagradable o mediocre en ese lugar. La majestuosidad del lugar no tiene manera de ser descrita con palabras, hay que vivirla para entenderla”.
Gustavo confiesa que aprendió mucho con lo que vivió, aunque encuentra difícil expresarlo. “Lo del conocimiento interior, conocer los límites físicos y psicológicos de uno mismo, todo eso se puede contar. Pero mucho más grande es lo que queda conmigo, lo que incorporé para siempre, que hace que hoy tenga una forma distinta de tomar las cosas materiales y rutinarias. No puedo describir por qué ni cómo, pero siento que estoy mejor, en todo sentido”. Por supuesto que quiere repetir la experiencia y está seguro de que lo hará, probablemente en otro lugar.
“Lo que gané en plenitud interna, tranquilidad, conocimiento de mí mismo y experiencia, no tiene comparación. Es algo que recomiendo a todos los que se sienten abrumados y acorralados por la rutina y las obligaciones: una escapada hacia el interior de uno mismo”.
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