Llegó para explorar la cultura Argentina, un suceso inesperado le cambió la vida y lo llevó a enfrentar dificultades en un suelo donde decidió emprender: “Igual la voy a pelear, me sigue gustando el país”
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En su querido barrio de Palermo, Buenos Aires, Johan encontró el amor. La vida, a veces tan misteriosa, quiso que lo hiciera de igual modo que sus padres, quienes vivían en departamentos contiguos, aunque el escenario en aquel caso fuera un rincón de París.
La primera vez que la vio, ella le tocó la puerta y le contó que no tenía gas. La segunda, se cruzaron en la entrada del edificio, él acababa de regresar de Francia, conversaron amigablemente en el ascensor, Johan la invitó a tomar un café y ella aceptó: se llamaba Silvana.
"Así de cercanos sentí a los argentinos desde el primer día que llegué, en el 2006", reflexiona al recordar sus primeros años en el país austral.
Una Argentina vista con ojos jóvenes y encantados
Johan había aterrizado en Ezeiza con 25 años y un espíritu ávido por explorar, conocer otra cultura y emprender. A su París natal la dejó alentado por su amigo, Lorenzo, que hacía tiempo que vivía en Argentina y le aseguraba que el país lo iba maravillar. Antes de partir, procuró entablar contactos laborales para continuar con su trabajo de agente inmobiliario en Buenos Aires, algo que, en los primeros tiempos y gracias a su experiencia previa, logró desarrollar con éxito.
Colmado de entusiasmo y juventud, en un comienzo nada de la Argentina le pareció feo, malo o negativo. Por el contrario, en las calles porteñas y sus viajes por el interior solo halló calidez, oportunidades, seres relajados, sonrientes, grandes dosis de disfrute y un sinfín de encuentros entre amigos: "Era lo que buscaba. Mi madre nació en Honduras y se crio en la isla Martinica. Allí pasé mis veranos en lo de mi abuela, y el lugar me fascinaba por su gente tan alegre y calurosa, tan distinta al parisino. Quería vivir en un lugar similar y Argentina me brindó eso y más", asegura Johan, quien se graduó en Francia en finanzas e hizo un posgrado en comercio internacional.
Descubrimientos raros y aprender un idioma en el taxi
Johan no sabía si aquella aventura argentina duraría un suspiro o se prolongaría por años, simplemente se dispuso a vivir el aquí y ahora, y a poner a prueba su capacidad de reinventarse lejos de su familia, su idioma y sus costumbres.
Dejó París con una nostalgia provocada por la incertidumbre del reencuentro, y llegó a una Buenos Aires que se presentó tal como la había imaginado: impregnada de vida y gente en sus calles. Su tristeza al dejar Francia quedó rápidamente en el olvido: "Todo fluyó bien al comienzo. Ser francés me abrió puertas y me hizo todo mucho más fácil. Al principio no comprendía, con el tiempo me di cuenta de que al argentino le gusta y respeta mucho todo lo europeo".
"Mi amigo me introdujo a sus amistades locales y pronto descubrí personas que les gusta salir, tomar, bailar y divertirse. Al argentino le gusta disfrutar de la vida", asegura el francés. "En Buenos Aires hay varios compatriotas míos, pero prefieren juntarse entre ellos, se aíslan. En mi caso elegí abrirme a las costumbres locales y al principio fue impactante. Recuerdo la primera vez que me invitaron a un asado en donde varios no se conocían entre sí, fue sorprendente ver la capacidad de integrar y hablar intimidades con los extraños como si se conocieran".
"¡Y al idioma, que no lo hablaba, lo aprendí en mis viajes en taxi! Durante el primer año me llamó mucho la atención cómo los taxistas conversaban conmigo como si fuéramos amigos: gracias a ellos mejoré el español. Sin dudas, en el sentido humano, descubrí a un país sin barreras, a diferencia de Francia", continúa. "Por otro lado, ¡no sabía que comían tan tarde! Las invitaciones a cenar me llegaban en horarios que me resultaban muy raros y me moría de hambre. Me costó mucho acostumbrarme a eso, pero desde el comienzo adoré que la ciudad siempre estuviera con vida las veinticuatro horas. Hay pocos destinos así en el mundo".
La Argentina en duda y la caída de los velos
Al francés, su entorno argentino lo cuestionaba. Todos le preguntaban por qué había dejado el primer mundo y Johan simplemente respondía: porque acá se vive mejor. Con su sentencia llegaban las advertencias, le contaban acerca de las crisis inevitables que emergían con furia cada diez años y narraban duras historias del 2001, en las cuales varios de sus nuevos amigos argentinos lo habían perdido todo. "Me querían exponer a una realidad que no estaba viendo, ni tampoco podía dimensionar aquello que me explicaban", reflexiona.
Pero con el correr de los años, lo negativo de la tierra argentina arribó, irremediablemente. Una mañana, Johan amaneció con otro ánimo, se había dado cuenta de que en el país era difícil tener proyección a futuro: "Lo comprobé al querer llevar un negocio adelante, algo que me tiñó mi optimismo inicial en tonos pesimistas. Igual la voy a pelear, me sigue gustando el país y no tengo ganas de volver a Francia. Ojalá podamos tener un mejor futuro".
Una oportunidad para sobrevivir las tormentas
Finalmente, el primer enamoramiento de Johan con Buenos Aires y la Argentina sufrió transformaciones agridulces. Su espíritu emprendedor, de a poco, comenzó a develar aquellos dichos de sus amigos. Con la llegada de nuevas crisis e inestabilidad, su camino laboral comenzó a flaquear y a marcarle que era necesario trazar un nuevo rumbo.
Durante varios meses desvelados, Johan trató de encontrar una veta, alguna oportunidad que funcionara en una Argentina que parecía estar destinada a las caídas y los ascensos; un negocio que perdurará a pesar de las crisis: “Se me ocurrían varias ideas, pero ninguna era convincente”, rememora. “Y un día conocí a un panadero francés que se quería ir del país. Aunque no tenía idea del rubro, sentí que ese era un negocio que se mantendría incluso en las tormentas”.
"Es difícil sobrevivir en Argentina, pero me sigue gustando y creo que se trata de una tierra con muchas oportunidades. Si alguien tiene una buena idea, creo que es una nación en donde puede llevarse adelante el negocio".
Fue así que Johan apostó a una nueva vida en el mundo de la gastronomía, de la mano de una panadería que contaba con una clientela leal a las recetas originales francesas y que con los años también se convirtió en proveedora de restaurantes y cervecerías. La travesía, sin embargo, no fue sencilla. Antes de adquirir el local, el joven se levantaba al alba para aprender todo lo necesario durante largas jornadas sin descanso hasta que, en 2015, se convirtió en el dueño: "En ese mismo 2015, dos meses después, fui padre de mellizos. Fue un año agotador y transformador", continúa Johan, quien también se dedica al póker, una pasión que ejerce de manera recreativa y que lo llevó a viajar por todo el país.
“Hoy la situación está difícil. Por fortuna me acompaña un equipo de empleados, todos argentinos, y hemos logrado fidelizar a los clientes, ya que nuestras recetas son 100% francesas”, explica. “Mi balance ya no es completamente positivo como a mis veintipico, pero sigo considerando que la calidad de vida argentina puede ser muy buena, aunque noto que bajó. Aun así, se puede vivir muy bien en las afueras de la ciudad y en la capital hay barrios hermosos. Por otro lado, la calidad humana es excelente: entre amigos, en el trabajo y de viaje, siempre fui muy bien atendido”.
Aprendizajes de una Argentina que enseña a borrar todo
Johan Cymermann llegó a la Argentina en el 2006 sin saber si se quedaría. Dieciséis años han pasado desde entonces, tiempos en los que se enamoró de una tierra y una mujer, y en los que atravesó claroscuros, tantas veces inevitables en la búsqueda de un destino y el encuentro de un gran amor. Hoy, con 42 años, sigue apostando por un suelo que le dejó grandes enseñanzas.
“Hace años que no vuelvo a Francia”, confiesa. “Los desafíos argentinos, el trabajo duro en la panadería y ser padre de mellizos, lo complicaron. Sinceramente preferimos ir a un lugar cercano a la playa a descansar junto a mis padres, que me visitan, en especial a Brasil, que también amo, como a toda Sudamérica. Volver a París hoy no significan vacaciones. Antes era un placer regresar para ver a mis amigos y a la ciudad, ¡tan hermosa!, con ojos de turista. En estos últimos tiempos, sin embargo, extraño como nunca mi ciudad de origen y mis amistades de la primera juventud”.
"A mis padres les gusta Argentina, pero están preocupados – como nosotros – por la inestabilidad y la inseguridad, aun así, entienden nuestra decisión y ellos tienen su vida formada allí. ¡A mi hermana la traje a vivir acá hace tres años y se adaptó muy bien!", cuenta sonriente. "Con mi experiencia aprendí que cuesta mucho estar lejos de los seres queridos y que el tiempo pasa muy rápido. Mis padres tenían 50 cuando me fui..."
"Argentina me dio a mi familia, una en donde fusionamos la cultura franco argentina. Solo les hablo francés a mis hijos, ya que el español lo tienen en la vida diaria y en el colegio. Sé de fusiones más complejas: mi papá es judío y mi mamá palestina. Eran vecinos, como lo fui con mi mujer, y son el hermoso ejemplo de que los palestinos y los judíos pueden construir algo juntos", continúa con una gran sonrisa.
"Y en este suelo argentino aprendí a vivir solo, a decidir por mí, a explorar lo que me gusta, por fuera de una carrera de finanzas que poco me representaba. Tal vez lo podría haber hecho en Francia, pero no estoy seguro. Buenos Aires me dio la oportunidad de empezar una nueva vida. Acá aprendí a borrar todo, volver a empezar y sentirme libre", concluye.
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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir. Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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