"¿De dónde sos?" "De Finlandia". "¡Ah, de Filadelfia!" Cuando Merja Lunkka llegó a Buenos Aires nadie sabía dónde quedaba su tierra natal, y pocos conocían de su existencia. "Esto se prolongó por décadas", asegura ella. "Mi país aún estaba lejos de tener el reconocimiento que tiene ahora en Argentina".
Merja jamás olvidará las primeras sensaciones al tocar suelo porteño, su corazón comenzó a latir con una fuerza arrolladora provocada por sus emociones desbordantes. Desde el primer instante todo, absolutamente todo le resultó extraño y el asombro cobró protagonismo, ¡nunca había estado en una ciudad tan grande! Le llamaron la atención las casas pegadas unas a las otras, el lechero, el botellero, pero más le impactó ver cómo la gente tiraba el pan.
Para aquella adolescente nacida en posguerra, la imagen del desperdicio le parecía una locura. A su mente llegaba el recuerdo de la felicidad que sintió cuando pudo saborear medio tomate sentada en una hamaca de Finlandia por vez primera, luego de un largo período de comida racionada que debía alcanzar para todo el mes.
La amabilidad, el autoritarismo y la dificultad para adaptarse
En 1962, y con casi 14 años, Merja había llegado a la Argentina por un contrato laboral del padre. No sabía nada de castellano por lo que, junto con su hermana, Didi, tuvieron una maestra particular durante los primeros meses. Sin embargo, fue el contacto diario con la gente ¡tan amigable! y con los chicos del barrio, la verdadera escuela del idioma: "Al comienzo iba con un diccionario en el bolsillo y, poco a poco, lo fui olvidando", cuenta con una sonrisa.
Con el paso de los meses, las primeras impresiones fueron reemplazadas por impactos culturales más profundos. Desde pequeña, Merja había soñado con ser periodista corresponsal, algo que en su adolescencia la impulsó a interesarse por las políticas mundiales y leer todos los diarios posibles:
"Recuerdo cuánto me impactó el autoritarismo tan perceptible en todos los ámbitos, algo que considero que sigue existiendo hoy: una mezcla de autoritarismo, con falta de ejercicio y comprensión de lo que significa una democracia, factor que golpea a una sociedad que pareciera necesitar de paternalismos", manifiesta pensativa. "También me asombró la falta de desarrollo de una educación equitativa para toda la población. Venía de un colegio público en Finlandia – el mismo al que asisten todos los finlandeses - e ingresé a uno privado en Buenos Aires, donde, a través de los dichos de mis compañeros, podía percibir la construcción de brechas sociales. Hoy, ya de adulta, me sigue impactando que cueste tanto pensar en políticas a largo plazo. ¡Mínimo veinte años! Así es como se han reconstruido los países después de guerras y hambrunas", observa.
"Otro choque cultural fue ver tantas cosas tiradas en la calle, que los tachos estuvieran a la intemperie y que la gente arrojara basura mientras caminaba o desde los autos, todo impensado en Finlandia. Es triste observar el desinterés por el ambiente en el que uno vive, porque la calle también sigue siendo de uno. Si bien están los municipios para cuidar, es una responsabilidad de todos. Recuerdo que me afligía mucho al comienzo, pero después me fui acostumbrando. Creo que, por fortuna, las nuevas generaciones argentinas lo están cambiando".
Para Merja, su primera relación con la Argentina fue compleja, así como dejar su Finlandia querida. Despedir a su abuela, con quien mantenía un vínculo muy estrecho, fue uno de los momentos más dolorosos de su vida. "En tres años volvemos", le prometieron. Sin embargo, el contrato de trabajo se extendió a diez, algo que la joven finlandesa no pudo sobrellevar: "Decidí volver al colegio en Finlandia, ya que no pude adaptarme al sistema educativo privado en Buenos Aires, e ir a visitar a mi familia en Argentina durante aquellos años", recuerda con nostalgia. "Jamás olvidaré mi primer viaje sola, a los 15, desde Buenos Aires a Jyväskylä, donde vivía mi abuela. Fue una odisea hacia mi hermosa ciudad en el corazón de la zona de lagos, que incluyó una noche de hotel en el aeropuerto en París.
Las segundas primeras impresiones de Buenos Aires
Merja terminó el secundario en Finlandia e ingresó a un seminario de Letras en la facultad de Jyväskylä. Su familia seguía en Buenos Aires, y fue durante uno de sus regresos en soledad a tierra austral, que conoció a un joven argentino y se enamoró en el año 1971. Sus padres y su hermana regresaron a suelo escandinavo en 1972, y esta vez fue ella la que se quedó. Merja acompañó a su futuro marido en la finalización de sus estudios universitarios, hasta el día en que juntos emprendieron viaje a Finlandia, donde se casaron.
"Allí tuvimos a nuestro primer hijo y luego a nuestra primera hija en Alemania, donde vivimos por casi cinco años, gracias a un contrato laboral de mi marido", cuenta Merja, quien se casó a los 24. "Pero, tras mucha insistencia de mi suegro, volvimos a la Argentina. En esos siete años alejados de Buenos Aires mucho había ocurrido y no regresamos al mismo lugar que dejamos. Esta llegada me costó más que la primera, estaba bien en Alemania, cerca de mi familia en Finlandia, y nos habíamos hecho varios amigos. Fue difícil dejar todo atrás".
El segundo arribo a la Argentina tuvo otro sabor. Corría el año 78 y aquella atmósfera autoritaria que Merja había experimentado tantas veces en el suelo sudamericano, oprimió su corazón. A su vez, ahora tenía dos hijos pequeños y quería hallar un entorno emocionalmente seguro para su familia. "Había vivido tantas mudanzas y movimientos en mi vida, que le dije a mi marido que, si elegíamos la Argentina, quería que fuera definitivo: quería darle a mis hijos la oportunidad de crecer con estabilidad, en un mismo colegio, y que tuvieran la posibilidad de formar amistades firmes y duraderas, porque fue una carencia que sufrí mucho".
Pero a pesar de su sensación agridulce, este segundo regreso le trajo gratas sorpresas. Acostumbrada al trato distante hacia los niños en los lugares públicos de Alemania y Finlandia, quedó impactada con el contraste argentino: "En Alemania tenían que estar quietos y silenciosos y por ese motivo ni podíamos salir a comer afuera. Llegar a Buenos Aires y sentir ese tipo de libertad con los chicos fue lo mejor de todo. Acá cualquier señora en la calle les sonreía y decía: `qué lindos´, mientras que allá hacían eso con los perros. En la Alemania de los años 70 allá se respiraba un aire negativo, que por suerte cambió bastante", reflexiona. "Sin dudas, esta es una de las mejores cosas que sigue teniendo Argentina: quieren a los niños, existe una amabilidad general, quieren ayudar y se puede contar con las personas".
Para Merja, un capítulo aparte significó realizar los trámites de residencia para ella y sus hijos. La sobredimensionada burocracia prolongó los tiempos casi por fuera de los límites y debieron recurrir a un conocido para acelerar el proceso: "Me sorprendió mucho que, sin un contacto influyente, no se pudiera avanzar, más teniendo en cuenta que mi marido es argentino. Y, una curiosidad, fue la obligación de someternos a un estudio por mal de chagas, que fue muy difícil para nuestra hijita de dos años. Un procedimiento sin sentido, ya que veníamos directo de Alemania, ¡donde esta enfermedad no existe!"
Calidad de vida de una Argentina con claroscuros
Hoy, en un repaso por sus impresiones de una Argentina a la que ama y agradece, Merja asegura que, a pesar de los altos y bajos, el país no le negó ninguna oportunidad, aunque sí le trajo algunos miedos y dolores: "La primera vez que llegué, podría decirse que Argentina tenía una mejor calidad de vida que Finlandia, que todavía sufría la posguerra. En la segunda vuelta me asombró ver tantas rejas en las casas, algo que fue creciendo con el tiempo y que tocó a nuestra familia en los años 90, cuando nos robaron a mano armada, un hecho traumático", revela.
"Pero elegir a la Argentina también significó animarme a tener dos hijos más, ¡algo que me parecía imposible en Alemania y Finlandia! Significó elegir a una gran familia extendida y que mis cuatro hijos se rodeen de muchos primos hermanos cercanos y decenas de amigos de la vida. Este suelo me regaló la costumbre de los asados de los domingos y las reuniones de fin de semana, un ritual sin invitaciones necesarias. La espontaneidad que hallé acá es indescriptible. Nos ha sucedido varias veces que llegue un amigo íntimo con un extraño y que te diga: `traje a un amigo´", continúa entre risas. "Argentina me regaló a mis mejores amigas y me demostró que, si uno no pudo en la infancia y la adolescencia, este suelo te permite formar grandes amistades en edad adulta para el resto de la vida".
Los reencuentros y lo que deja el suelo argentino
No es fácil viajar desde la Argentina a Finlandia. Requiere tiempo y dinero, y, aunque Merja no pudo regresar todas las veces que hubiera querido, atesora cada reencuentro como la joya más preciada:
"Cuando el avión se acerca a Helsinki y observo el mar con sus islas, bosques, y lagos me invade una emoción muy fuerte que se traduce en lágrimas imparables. He tenido todo tipo de viajes; felices encuentros y otros muy tristes, donde tocó enterrar a mi abuela y a mis padres. Después de seis años pude viajar en agosto del 2019 para ver a mi hermana, mi sobrino, mi tío y a una vieja amiga. Es algo de lo que estoy especialmente agradecida en estos tiempos de pandemia, que impiden cualquier viaje para ver a los seres queridos que viven lejos".
Cincuenta y ocho años han pasado desde la primera vez que Merja Lunkka divisó tierra argentina. Hoy, cuando la mujer de 71 años dice "Finlandia", ya nadie le contesta "Filadelfia". Lo que no ha cambiado demasiado es que hasta sus propios hijos a veces le digan "¡Ay má, vos tan finlandesa!, porque - según ellos - carece de maldad, no entiende de sarcasmos, ni dobles sentidos.
"La Argentina me ha dado lo más importante de mi vida: mi familia y deseo con toda mi alma que mi país adoptivo pueda salir adelante. Nuestros hijos se formaron en esta nación, y cada uno ha buscado y encontrado su lugar en este mundo. Quizá, debido a sus raíces internacionales, ellos también lo son. Una vive acá y los otros en diferentes países; han formado familia y ven el mundo como una unidad", se conmueve. "Todavía hay momentos en que siento que me `caí en el medio del Atlántico´, que no soy del todo de acá ni de allá. Pero he aprendido a vivir con eso y encontrado cierta tranquilidad", continúa.
"Con mi experiencia aprendí que en el fondo las emociones del ser humano son iguales en todos lados, a pesar de vivir en sociedades con costumbres tan diferentes. Por ello, la tolerancia es muy importante para mí: todos merecemos el mismo respeto. He aprendido a despojarme de las cosas, aceptar las despedidas y esperar con paciencia los tan ansiados reencuentros. Mi camino me enseñó a atesorar lo importante en mi corazón. Comprendí que el planeta nos pertenece a todos y que, en el fondo, las fronteras son tan solo una construcción".
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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir . Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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