Hubo magia entre ellos, pero la distancia en sus diferentes formas complicó el vínculo.
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No se estaban buscando. Pero se encontraron... o no. Quiso el destino que sus caminos laborales coincidieran en diferentes viajes alrededor del mundo. Varios países de Europa, otros tantos de Sudamérica, ciudades en los Estados Unidos e incluso África formaban parte del itinerario anual que ambos tenían que cumplir.
La vio por primera vez en Asunción, Paraguay. Ella había llegado directo desde Buenos Aires y representaba a la Argentina en el evento de esa jornada. Nada pasó. O algo tal vez sí. Siguieron otras reuniones en las que se veían durante los siguiente años. Por alguna extraña razón, siempre terminaban juntos en la mesa del almuerzo o en las cenas.
Una noche perfecta
Un día, al despedirse, quedó el compromiso de tomar algo cuando ambos pudieran. Las ganas evidentemente eran obvias para los dos lados. Se notaba en sus miradas, en las sonrisas que intercambiaban, en las charlas que generaban. Ella estaba por terminar el contrato en aquel trabajo y, como las conversaciones se habían vuelto algo habitual entre ellos cada vez que finalizaban con los compromisos laborales, acordaron que esa última vez, a modo de despedida, pasarían el rato en una cervecería artesanal cuando recién empezaban a popularizarse.
Esa noche fue perfecta para él en todo sentido. Ella era inteligente, atractiva, graciosa y le generaba un especial interés intelectual que hacía rato no sentía por una mujer. Pasó el tiempo, quedaron en contacto y él se animó una tarde a invitarla a tomar algo. Esta vez la cita sería en Buenos Aires. Tenían unas pocas horas para conversar ya que esa noche él viajaba nuevamente. Charlaron horas, el avión salía tarde. Finalmente ella lo acercó al servicio de buses que lo llevaría Ezeiza. Una semana más tarde volvió y ella lo buscó en el aeropuerto de Ezeiza. Se propusieron trabajar juntos.
Viajes, reuniones y obstáculos que sortear
El aire era eléctrico entre ellos. La atracción irresistible. Ella estaba separada, pero él no. Hubo más viajes, más reuniones en Buenos Aires. Más café, pizza y una despedida en el río. Ese año terminó mal, él tuvo miedo de afrontar lo que pasaba. Al siguiente año se volvieron a encontrar. Juntos eran magia. A pesar de la distancia, cada encuentro era mejor que el anterior.
Él partió en un viaje prolongado que a ella le costó. Cuando él finalmente regresó, el padre de ella enfermó de gravedad. Pasaron pocos meses y, lamentablemente, murió. La tristeza enorme, la contención con un abrazo se convirtió en ella en una necesidad que él podía brindar. Pero algo faltaba. Algo no se daba naturalmente. Aunque cada vez que se veían la magia se repetía.
Cuando llegó fin de año ella decidió terminar con el vínculo. ¿Quizás él no estaba aún preparado para comprometerse? ¿Qué pasaba por la cabeza de aquel hombre que no daba el siguiente paso? Ella no quiso entregarse a la incertidumbre y se refugió en los brazos de otro. Aunque tuvo el coraje de aclarar: “somos dos adultos pasándola bien pero no hay nada más entre nosotros”.
Él sentía que no tenía derecho ni lugar para decir nada. Seguía encerrado en un matrimonio sin vida pero tampoco estaba decidido a separarse.
Adiós a la magia
En el verano murió la abuela de ella y buscó consuelo en él. Volvieron a verse, a estar juntos. Él finalmente se separó pero la distancia, esta vez física -pero quizás también emocional- seguía allí. Viajes, idas y vueltas. Lo intentaron, pero era difícil.
Al final llegó la pandemia. Y como a tantos otros, les cambió los planes. El aislamiento les impidió verse. Volvieron a trabajar juntos. Pero no se veían. Parecía que el tiempo se había detenido y no les daba opciones para que la magia entre ellos se encendiera nuevamente.
Hasta que un día ella dijo basta. Salió al cine, a cenar y empezó otra relación buscando la compañía que él solo podía darle por Whatsapp. Él se enojó. Buscó desquitarse. Pero solo encontró en todas, la cara de ella, su sonrisa, su mirada inteligente y una magia que tal vez había dejado pasar para siempre.
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