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Los potentes motores del avión se detuvieron y el cuerpo de Tracy Taiclet comenzó a temblar levemente. “¡Estoy en Argentina!”, exclamó para sus adentros, y en su mirada podía percibirse la inmensa emoción, una mezcla extraña entre felicidad, adrenalina y nervios.
El primer impacto en Ezeiza llegó de la mano del idioma. Tal como le habían indicado, se dirigió hacia Tienda León para su traslado a Aeroparque, donde la aguardaba un vuelo a Mar del Plata. Escuchó las voces, incesantes, y fue incapaz de comprender lo que le decían: “En un año, cuando vuelva a estar en este punto, ¡voy a entenderlo todo!”, se consoló, al tiempo que trataba de mantener la calma.
El camino a Jorge Newbery no ayudó. A Tracy le costó mirar los extraños y desiguales paisajes por la ventana, aturdida por un tráfico caótico: “Tuve pánico arriba del colectivo al ver las motos haciendo zigzag por entre los autos”, confiesa hoy la mujer oriunda de Warren, Ohio.
Su familia postiza la aguardaba en el aeropuerto de Mar del Plata para llevarla al destino final, Balcarce. Ya acompañada, le dio comienzo al último tramo de su travesía hacia una nueva vida. En aquel traslado el temor no menguó: “Mi hermana `adoptiva´ estaba en el asiento de atrás conmigo y vio mi boca abierta y mi cara de susto al mirar el velocímetro, que decía 120”, recuerda Tracy divertida. “Ella rio y me dijo, en inglés: `No te preocupes, no son millas, son kilómetros´”.
Balcarce, por fortuna, surgió calma y Tracy pronto descubrió que pocos utilizaban el auto – a diferencia de su lugar en Estados Unidos – y que había amplias veredas para caminar de un punto a otro: “Algo un poco extraño para mí”.
Fue durante la primera semana, cuando circulaba en bicicleta, que alguien le gritó: “Yankeeeee” y la estadunidense regresó a la casa, ofendida: “Le pregunté a mi hermano postizo qué había hecho de malo y por qué ese señor me había dicho eso si no me conocía. Entonces me explicó que tan solo era un término normal para referirse a la gente de mi país y que no era personal. ¡Aprendí rápido los términos!”, continúa entre risas. “Me enamoré de Balcarce. Si mi destino hubiera sido Capital Federal, creo que no hubiese vuelto a la Argentina años más tarde, y hoy no viviría acá”.
Sin dudas los primeros días fueron intensos. Tracy había viajado en avión por primera vez hacia un país absolutamente desconocido, gracias un intercambio estudiantil con el club de Rotary. Corría el año 2000 y estaba a cuatro días de cumplir los 19.
Volver a Estados Unidos y enamorarse en Argentina
En su primera experiencia en Argentina, Tracy se hospedó con dos familias que califica como excepcionales. La primera, por tres meses, y la segunda, por ocho: “Siempre digo que tengo familia en Balcarce, aunque no sea de sangre”.
En aquellos tiempos aprendió el idioma y las costumbres argentinas y, con la misma intensidad, aprendió acerca de su ser y de su propio país de origen. Al regresar a Ohio, pronto comprendió que quería volver a la Argentina lo antes posible, Balcarce había conquistado su corazón: “Ahorré y aproveché los costos bajos después de los ataques del 11 de septiembre. Volví por tres meses en el 2002 y luego por dos semanas en el 2004”.
Los años transcurrieron con la mirada concentrada en sus estudios, pero sus pensamientos jamás abandonaban Balcarce. En la universidad, en Ohio, Tracy inició sus estudios en español y allí, en el año 2010, se contactó con un programa que le abría la posibilidad de realizar un curso intensivo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Una mujer llamada Kitty la hospedó en la gran urbe, tan distinta a lo que ella relacionaba con la Argentina. Su nueva amiga, sin embargo, cambió el curso de su vida para siempre: “Me presentó al hermano de su yerno y nos enamoramos”, revela Tracy. “Así que, cuando terminé mi curso, volví a Ohio para vender y donar mis cosas, despedir a mis seres queridos y comprar otro pasaje a la Argentina, esta vez sin regreso. Kitty terminó siendo la madrina de mi casamiento. Es por ella que hoy tengo un marido argentino, Ignacio, y vivo en este país”.
En aquel 2011, en los días previos a su regreso a la Argentina, Tracy sintió inseguridad. Había conocido a su futuro marido hacia tan solo tres meses y, de pronto, la idea de un viaje con sabor a permanente le trajo temores inevitables: “Al despedir a mis amigos lloré inconsolablemente, porque sabía que no íbamos a estar en contacto como antes, que la vida sigue y las cosas cambian”, rememora. “Sentí melancolía al despedir a mi familia, pero, a su vez, una tranquilidad inexplicable: estaba haciendo algo grande para mí; estaba siguiendo mi sueño y a mi corazón”.
Tirar unos “mangos” para zafar de las multas, el alcohol y otros impactos culturales porteños
CABA no era Balcarce. Tracy vivió en la capital durante cinco años y, al comienzo, acostumbrarse fue complejo: “Venía de una pequeña ciudad en Estados Unidos y de residir en casi un pueblo de Buenos Aires. ¡Sentía que me había ido a vivir a una ciudad como Nueva York, como en las películas!”.
“En mi primera experiencia viví grandes impactos, pero en Buenos Aires todo se multiplicó”, continúa pensativa. “¡Me impresionó el tránsito! En Estados Unidos los patrulleros te paran en el momento y te multan por exceso de velocidad, andar sin luces, no detenerte en un cartel de PARE o no respetar las líneas. ¡Acá el que llega primero, gana! ¡Hasta la policía y las ambulancias manejan sin las luces prendidas, o quemadas! Y es molesto que las multas lleguen de sorpresa y te enteres de ellas cuando querés sacar el registro”, observa.
“Residir de manera permanente también me hizo ver el nivel de corrupción, ¡tan obvio! La hay en todo el mundo, pero allá, o al menos en Warren y sus periferias no se ve ni se habla de ella. Jamás escuché a nadie en Ohio decir: `Tirale unos mangos para zafar de la multa´”.
“Me impresionó como acá, en Argentina, todo el mundo habla de política en todos lados. ¡Te ves involucrado sin querer!”, exclama la mujer de 39 años. “Y, ahora, que tengo a mi hijo en el colegio, me choca y confieso que me sigue sin gustar que a los maestros se los llame rápidamente por el nombre de pila. En Estados Unidos siempre se utiliza el título (Mr. Mrs. Ms.) y el apellido: es una cuestión de respeto”.
“También me sigue asombrado el horario de la siesta y del cierre de locales. ¡Me mató tener que invitar a mi casamiento media hora más temprano para poder comenzar en horario!”, dice a carcajadas. “Y, aunque suene extraño lo que digo, me llamó la atención la poca o casi nula oferta de tampones con aplicadores que hay acá. A veces concluyo que es porque este es un país muy católico”.
“Pero, sin dudas, hay tanto que me gusta de la Argentina”, continúa. “El corazón enorme de mis amigos y familia. El mate y todo lo que significa. Y el beso, que en pandemia tanto extraño: ayuda a romper el hielo”, asegura.
“Y, en otro orden de las cosas, me gusta que la edad permitida para tomar alcohol en Argentina sea 18 y no 21 años, como en Estados Unidos”, dice pensativa. “Allá, una de las razones por las cuales se observan tantas borracheras en chicos de esas edades es porque representa un desafío. Se van de la casa a los 18, trabajan, son independientes y viven solos o con compañeros de su edad, pero no pueden legalmente tomar un trago; mi experiencia a los 18 en Argentina me demostró que acá hay mayor responsabilidad con el alcohol, ya que no es algo ilegal y, por ende, no representa un desafío”.
Trabajar en Argentina y la “sensación” de inseguridad
En un comienzo, sin DNI, para Tracy fue complejo conseguir un empleo bien remunerado. Cuando su documentación estuvo en regla todo le resultó sencillo. Con su inglés materno, las oportunidades surgieron por doquier.
Del mundo laboral, a la estadounidense le impactó la metodología de pago, con un salario a fin de mes: “En Estados Unidos es usual la paga por hora, por semana o cada dos semanas, entonces no hay que `llegar´ a fin de mes. En Argentina, cuando entrás a un local de ropa, por ejemplo, podés ver a tres vendedores mirando su celular. En USA, si no hay movimiento ese día, el jefe/a mandaría a dos de ellos a casa para ahorrarse el pago”.
“En cuanto a la salud, en Argentina es excelente. Y, con buena cobertura médica, como es mi caso, ¡mejor aún! En lo personal, me cubrió todo el tratamiento de fertilidad, algo que casi ni existe en mi país de origen”, afirma sonriente. “En Estados Unidos tenés que vender un riñón para poder cubrir el costo del servicio, tengas cobertura médica o no”.
“Agradezco, por otro lado, la posibilidad de vivir en un barrio cerrado, pero no me gusta que el motivo sea la seguridad. Sé de primera mano que no hay `sensación de inseguridad´. El tema es real y es muy triste. En Estados Unidos hay barrios exclusivos, pero no es la norma, y menos en Ohio. Vengo de un barrio común, con casas normales, gente trabajadora y no hay rejas”.
Aprendizajes de una Argentina que enseña a adaptarse al cambio y a valorar
Cuando se acerca a la salida de Ohio, desde la autopista de Pennsylvania, Tracy se emociona a tal punto, que no puede parar de moverse ni dejar de hablar. Aquellos días son mágicos y las lágrimas no faltan, al igual que las sonrisas y los abrazos. Volver al suelo natal también significa regresar a a la comodidad del idioma: “A veces me resulta difícil expresarme en castellano como quisiera y termino callándome. Eso me limita a la hora de mostrar quién soy realmente”, reflexiona. “A su vez, amo Argentina , pero no evitar sentir alivio en EE.UU., allí no me siento vigilada ni tengo que estar atenta a la seguridad”.
Tracy llegó por primera vez a la Argentina como adolescente, una época mágica que la abrió a otras formas de ver el mundo y relacionarse. Veinte años han pasado desde entonces y su amor por su tierra adoptiva nunca mengua, aunque su visión se transforma.
“Al vivir en Argentina durante mi vida adulta aprendí a valorar a la familia de sangre como nunca antes”, dice conmovida. “Por más buena que sea la relación, no es lo mismo pedirle ayuda a tu madre, que a la suegra; pedirle a un hermano, que a un cuñado”, manifiesta. “También aprendí a valorar las anécdotas junto a mis amigos de la infancia, que me conocen en todos los sentidos y me entienden como nadie”.
“Aprendí la importancia que tiene la tecnología en casos como el mío y a usarla. Me mantiene en contacto con mis seres queridos y me permite participar de alguna manera en sus vidas”, continúa. “En Argentina aprendí a aceptar otra cultura y adaptarme al cambio, aunque quiera estabilidad. En este país que amo, crecí mucho y maduré en todos los sentidos”, concluye.
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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir. Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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