"Sí, los argentinos pueden resultar algo soberbios, agrandados, pero tienen motivos para serlo: viven en un país hermoso", asegura Alejandro Ordoñez, en un tono convencido.
Años atrás, sin embargo, el colombiano no sabía qué pensar de una tierra que por aquel entonces desconocía, y que cargaba con cierta reputación. Él, como tantos otros inmigrantes, había partido de su país colmado de dudas, incertidumbre y miedo; en definitiva, había elegido despedir toda una vida para comenzar de cero. ¿Le gustaría Argentina? No lo sabía. ¿Podría valerse por sí mismo? Tampoco. Por fortuna, aparte de sus valijas y sus temores, Alejandro llevó consigo una fórmula potente: juventud, espíritu aventurero, ilusión y ganas de esforzarse.
Dejar a su querida Cali natal fue poco traumático. Lo empujaba una adrenalina inédita provocada por el salto hacia lo desconocido. Y no solo la adrenalina fue motor, también su madre, que a su vez había oficiado de ideóloga: "Un día me contó acerca de una amiga, cuya hija estudiaba en la Argentina. Me dijo que la universidad allí era pública, que se trataba de una excelente oportunidad y me alentó a que me fuera a vivir a Buenos Aires. Yo había terminado mi terciario como auxiliar en enfermería y quería realizar una licenciatura. A su vez, tenía a una conocida colombiana que estudiaba en Argentina, que me ayudó a tramitar todos los papeles", revela.
Sus amigos, aquellos espejos cronológicos y compañeros de andanzas infantojuveniles, lo cuestionaron: "¿¡Argentina!?’""¿Dejar todo para transformarse en un inmigrante?" "¿Irse solo y siendo tan joven? ¡Es muy arriesgado!", fueron algunas de las frases que lanzaron.
"No podían creerlo, pero al final me desearon lo mejor y me dijeron que era muy valiente al hacerlo", cuenta Alejandro, quien tenía 19 años al dejar su país. "Lo difícil fue despedir a mis abuelos, vivía con ellos. Pero me apoyan en todo, siempre que sea positivo y beneficioso para mí".
En el aeropuerto sus queridos abuelos y amigos lloraron, él no lo hizo, amaba a su país, pero no sentía tristeza: la adrenalina lo dominaba por completo. A Buenos Aires arribó emocionado, alguien del hostel que había seleccionado para vivir en un comienzo lo aguardaba con una sonrisa en Ezeiza.
Aquel primer día argentino fue fantástico, después devino una realidad desalentadora.
La soledad doliente y el impacto de la inflación
Después de un buen primer día, Alejandro cayó en la cuenta de que estaba solo. No había considerado la posibilidad de que una soledad doliente se apropiara de él, tan angustiante, tan avasalladora. ¿Cómo había imaginado que sería todo? De pronto, la alegría de lo nuevo se esfumó para darle paso a un temor creciente.
"Si no te sientes bien, regresa", le repetía su abuela, pero Alejandro respiraba hondo y le contestaba que ya se le iba a pasar, que era momentáneo, que conseguiría un trabajo pronto y que todo cambiaría: "Sabía que un empleo me ocuparía la mente y ya no estaría pendiente de si estaba solo. Estaba determinado a rehacer mi vida en Argentina".
Alejandro no deseaba recibir ayuda económica de su madre, otro motivo por el cual era urgente comenzar a producir. Buenos Aires, por otro lado, ya había mostrado una de sus realidades más complejas: la economía. "Ahora me acostumbré, pero al principio me impactó la inflación. Que hoy compres algo a un precio y mañana te lo suban, es desconcertante. ¡Y es una ciudad cara!", manifiesta. "Colombia tiene sin dudas sus conflictos, pero la canasta familiar es muy estable", continúa.
Camino a las entrevistas llegaron nuevos impactos culturales. ¿Por qué los colectivos cobran precios distintos, por distancia?, se preguntaba una y otra vez mareado y por momentos perdido en la gran ciudad. Pero, a pesar de las dificultades, la mejor cara de la gran urbe capitalina también se hizo notar: en su camino lo ayudaron siempre, lo orientaron y fueron sumamente amables con él, ¡mucho más de lo que hubiera imaginado!
"Otro aspecto que me llamó mucho la atención al comienzo fueron las plazas, los espacios verdes. ¡Los veo tan hermosos y cuidados!", observa.
Una Buenos Aires esperanzadora y llena de argentinos agradecidos
Tal como lo suponía, trabajar lo cambió todo. El colombiano ingresó en un restaurante a pocas semanas de su llegada y Buenos Aires amaneció esperanzadora. Aun así, los nervios del primer día llegaron inevitables, ¿lo tratarían bien? Tal vez, se dijo, esa fama de soberbios afectaba a las personas en los ambientes laborales.
"Tanto esa experiencia de siete meses, como las que siguieron, fueron excelentes. En el restaurante quedaron encantados, tuve un muy buen jefe y grandes compañeros de trabajo que se transformaron en amigos", cuenta. "Luego comencé a trabajar en internaciones domiciliarias, más precisamente junto a un paciente al que acompañé durante tres años. En general, siento que al argentino le encanta el tipo de atención que brindamos los venezolanos o colombianos, algo muy beneficioso, porque entonces a los dueños o gerentes les gusta trabajar con uno. ¡Es muy lindo sentir el agradecimiento del argentino!".
Con su espíritu servicial y una recepción argentina cálida, los miedos iniciales se disiparon. El colombiano pronto sintió que elegir Argentina había sido la decisión correcta: "Me encanta convivir con los argentinos, me encanta su cultura e integrarme con ellos. Tengo amigos de otras nacionalidades, pero intento siempre compartir ante todo con los locales. Nunca tuve una mala experiencia, los mínimos altercados los descarto porque no son relevantes; me crucé con gente muy buena con un corazón muy grande, que me han ayudado en todo. El argentino es muy hospitalario y social, mis amigos me lo demuestran siempre: están para lo que necesites".
La autonomía universitaria y apostar con una pyme
Alejandro había emigrado con la intención de ampliar sus conocimientos y sus horizontes, sin embargo, estudiar le resultó un desafío más complejo de lo esperado. La Universidad de Buenos Aires lo aguardaba para proponerle una travesía caracterizada por un término: autonomía.
"Al comienzo me costó", confiesa. "Se me hizo difícil que nadie en la universidad esté pendiente; te dan la clase y listo, no están detrás realizando un seguimiento. Depende de uno asistir, tener constancia para estudiar y para rendir. Esto me llevó a practicar la disciplina y, luego de mucho esfuerzo, logré adaptarme".
Mientras tanto, Alejandro le dijo adiós a su paciente domiciliario de años para embarcarse en un nuevo proyecto con su primo, que también había decidido emigrar de Colombia. En su nuevo desafío descubrió las dificultades que puede presentar una economía tambaleante, pero también las virtudes de un país que el joven considera que da espacio para crear y emprender.
"Mi primo armó una pyme y decidí acompañarlo en su empresa", cuenta Alejandro, quien desde esta nueva oportunidad encuentra otras formas de devolver el profundo agradecimiento que siente por el país. "Si pienso en términos de calidad de vida, esta no cambio mucho a la que tenía en Colombia, cuando dependía de mi familia: como bien, puedo salir, puedo comprarme ropa y viajar. En Argentina nunca me faltó nada ni me tocó tener que pedirle ayuda a mi familia, me pude mantener solo. Amo a mi querida Colombia, pero Argentina me regaló las enseñanzas invaluables de la independencia".
"Y tuve la oportunidad de viajar y descubrir un país hermoso, por ello creo que el argentino tiene con qué sentir soberbia. Lo que me resultó un poco extraño es el nivel de vida de las provincias en relación con la capital: vi muchas diferencias, mucha desigualdad, no lo esperaba tan así".
Una argentina que enseña a valorar
Entre el estudio, el trabajo y nuevos grandes amigos, hoy la mente de Alejandro se descubre placenteramente ocupada y alejada de una soledad doliente.
En su travesía, siente que dejó a su Colombia natal para descubrir un mundo nuevo. A la Argentina arribó impregnado de una incertidumbre que lo emocionaba. Solo y muy joven, no sabía si sería capaz de sobrellevar semejante reto: "Al final sí pude y llevo cuatro años felices y muy agradecido", expresa con una gran sonrisa. "En Argentina aprendí a apreciar las cosas con otros ojos. A valorar el dinero, el esfuerzo, a ser más responsable. También aprendí a querer más a la familia. Antes compartía lo justo, y ahora entendí el valor de tenerlos vivos y disfruto de un nuevo modo cada reencuentro. Argentina me enseñó a abrirme al mundo, pero, por sobre todo, a agradecer y valorar de dónde vengo".
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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir. Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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