El vehículo, que cuenta con elementos originales y una notable precisión en sus detalles, realiza paseos para todo público en la plaza Terán de Villa Real
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Esta es una historia sobre el amor de un abuelo con su nieta, pero también es el relato de la pasión de un hombre que ama los fierros -especialmente a los colectivos- ese transporte tan característico de nuestro país, un verdadero ícono arraigado en el entramado social. Y sí, el bondi es tan nuestro como el francés Carlos Gardel o la birome.
“Soy mecánico, no soy de la televisión”, refunfuña Jorge Oscar Ignacio, para todos “Bocha”, mecánico de alma, colectivero de vocación y el abuelo -joven abuelo- que le cumplió el sueño más preciado a su nieta. A pesar de su obra maestra, el hombre es reacio a las popularidades. “¿Me vas a sacar fotos?”, se sorprende ante el reportero de LA NACION, pero entiende que su historia lo vale.
Es que aquel deseo de su nieta no era un juguete ni las zapatillas de moda, la jovencita fue por más y le pidió nada menos que la construcción de un colectivo para poder pasear con sus amigos. Órdenes son órdenes pensó “Bocha” y puso manos a la obra.
Hoy, el vehículo, un entrañable ejemplar a escala de la línea 109 – esa que va de Puerto Madero a Liniers- se pasea por la apacible plaza Terán, ubicada en el corazón de Villa Real. Ignacio no quiere fama, pero ya la tiene, al menos en su barrio. Es que este hombre se convirtió en el ídolo de decenas de niños que lo visitan cada fin de semana para dar vueltas en ese mundo donde “correrse al interior” es un gesto de solidaridad.
Allá viene, sobre el empedrado, como uno más. Orgulloso y altanero. Sin complejo de inferioridad. A su lado, circula un ejemplar maduro, de gran porte, que le hace luces a modo de cortesía y lo cobija, como quien cuida de su cría.
Paso a paso
El cuento comenzó con aquel pedido que asombró a Jorge Ignacio: “Le había comprado a mi nieta un autito de Barbie, un jeep a pedales, pero, como ella quería llevar a dar vueltas a sus amiguitos, entonces me pidió que le hiciera una camioneta”, rememora el abuelo que no puede negarle nada a su nieta, aunque su primera respuesta fue “no puedo hacer eso”. Lejos de amedrentarse, la niña le refutó “entonces haceme un colectivo, uno de la 109″.
“Bocha” siente pasión por la mecánica. “De chico quería ser diseñador de autos, algo que no se podía estudiar acá, tenías que irte a Italia y, obviamente, yo no podía. Ahora, por suerte, existe la carrera en Córdoba”, explica este hombre de hablar pausado, mientras acomoda su bello mini bus en el cordón de la vereda. Por Nogoyá pasan los verdaderos hermanos mayores de la línea, quienes no dudan en pegar el bocinazo ante ese antiguo compañero de ruta que hoy los homenajea con el chiche de colección.
“Hacer este colectivo fue una manera de cumplir mi sueño de diseñador”, explica, aunque sabe que la gran finalidad fue complacer a Candela, la nieta que hoy tiene 19 años, trabaja en una concesionaria Mercedes Benz y se recibió de Técnica Mecánica. Herencia que le dicen. “Mi nieta estuvo conmigo en todo el proceso”, confiesa Jorge Ignacio, quien es padre de dos mujeres y que reconoce que su esposa lo apoya en cada uno de sus berretines. Y sí, en el garaje de la casa familiar no hay bicicletas, motos ni autos, sino un lustroso modelo de rojo furioso construido sobre el esqueleto de una motocicleta de tres ruedas, esas llamadas “tricargo”.
“Bocha” contagiaba pasión por su trabajo, algo que siempre maravilló a los suyos, “mi nieta venia conmigo al taller de la línea”. Aquel abuelo empeñado en hacer su tarea con excelencia también fue chófer de la 106, que va de Retiro a Liniers.
Como todo proyecto, la realización del mini bus fue ensayo y error. Primero vieron la luz dos ejemplares más pequeños, preámbulos de la nave que hoy surca los senderos de la plaza barrial y cuyo tanque de nafta tiene una autonomía de 120 kilómetros.
El primer colectivo en miniatura le insumió meses de construcción, pero el segundo de la especie ya se sofisticó en un proceso de cuatro años. Finalmente, el que hoy está disponible para el público es la conclusión de un trabajo de dos años, que, en realidad, nunca está terminado del todo, “siempre le voy haciendo mejoras”, argumenta el diseñador, que mira a su creación desde afuera con indisimulable orgullo.
Ensoñación
Verlo transitar elegante y con autoridad es una fiesta para los ojos de los vecinos y de todos aquellos que llegan desde otros puntos de la ciudad y el Conurbano.
Más allá de los niños, los colegas de “Bocha” también celebran la iniciativa. “Todos mis compañeros me saludan, traen a sus chicos para que paseen. Los choferes sienten enorme cariño por el colectivo, así que muchos lloran de emoción cuando me ven circular por la plaza”. La noticia corrió rápido y los colegas del volante llegan desde diversos puntos del país para maravillarse con el “colectivito”, como todos lo llaman.
Al momento de realizarse esta entrevista, no son pocos los automovilistas que pasan y hacen sonar sus bocinas a modo de reverencia. Una pareja -se los nota forasteros- a medida que se acerca abre sus ojos con asombro. Es que la perfección de los trazos del vehículo es tal que, de lejos, no falta quien se confunde y piensa si su subjetividad no está comenzando a alterarse o si aquello que ven no es más que la concreción de una visión ilusoria.
Para los vecinos de la plaza Terán, el mini bus es una alegre cotidianeidad, pero no por eso, dejan de reconocer su valor. “Una abuela venía siempre y me pedía que la llevase a dar una vuelta, la gente grande también se emociona mucho”.
Y si los choferes de colectivos y los fanáticos de este medio de locomoción dicen presente cada fin de semana en los que “Bocha” sale a hacer rodar su vehículo, también los niños conforman una legión de admiradores. “Los chicos se desesperan por viajar, algunos, hasta me dicen que tiene olor a colectivo”. Los más atrevidos se la juegan a todo o nada: “Me dicen ´mi papá me deja manejar´ y me preguntan si pueden manejar el colectivo”. Algo que, desde ya, no sucede.
Aunque parezca mentira, para muchos la vuelta al perro alrededor de la plaza se convierte en una experiencia iniciática. “Hay chicos que no viajaron aún en colectivo real y la primera vez que viajan es en este vehículo”.
Al detalle
Si para Jorge Ignacio, la construcción de su mini 109 fue una manera de cumplir su sueño de diseñador, también significa una forma de seguir vinculado a su oficio y de volcarle todo el amor posible.
El “colectivito” cuenta con pasamanos, piso de goma, fórmica, farolitos interiores y ópticas reales, propias de sus hermanos mayores. Las leyendas del interior también son originales.
Sobre el parabrisas se encuentra la “ramalera”, ese letrero que indica el recorrido del bus. “Es original, pero está achicada para que pueda caber en el vehículo”. En el dispositivo se puede leer “Tribunales”, “Puerto Madero” y el frustrante “Fuera de servicio”.
El coche está patentado y cuenta con la alarma reglamentaria para la marcha atrás, balizas y limpiaparabrisas. Si en la novela protagonizada por Claudio Levrino y Gabriela Gili se hablaba del mundo de veinte asientos, acá ese universo queda circunscripto a siete niños por vuelta.
Vocación
“Soy mecánico de los de antes, de los que saben hacer de todo. Hoy se volvió a eso y un mecánico también tiene que ser electricista, sino no se puede reparar un auto”, sentencia “Bocha”, quien se crio en la casa de su abuela, lo que le permitió ver trabajar a sus tíos mecánicos en el taller familiar. Su padrino fue colectivero y en la familia había más de un taxista. Así como trasladó en su nieta Candela el amor por los fierros, él recibió también el legado de los suyos.
Como una joya preciada, el mini bus de la 109 ya participó en eventos sobre vehículos sustentables organizados en la Ciudad de Buenos Aires y fue parte de la inauguración del Monumento al Colectivero, ubicado en la intersección de las avenidas Rivadavia y Lacarra, en Floresta.
“Como en todo negocio, hay que saber tratar con la gente”, explica “Bocha”, quien reconoce que “lo peor es el tráfico”, algo que no padece en los senderos de la plaza Terán, donde cada fin de semana hace las delicias de los niños y de unos cuantos mayores.
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