Es budista y da tips sobre cómo controlar nuestro estado de ánimo: “Estamos siendo hackeados y manipulados”
El Lama Rinchen Gyaltsen es hoy la figura más destacada del budismo en habla hispana
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Puede decirse que su nombre es hoy sinónimo de budismo en todos los países de habla hispana: Lama Rinchen Gyaltsen, un monje nacido en Uruguay, de padres españoles, que creció en Estados Unidos, se formó en la India, el Tíbet y Nepal y recibió de su maestro una misión. ¿Cuál? Transmitir con claridad las enseñanzas del Buda.
Hoy tiene su residencia en Alicante, España, donde es la cabeza del Centro Budista Sakya. Desde ese monasterio creó una comunidad de cientos de miles de personas que siguen sus enseñanzas de manera presencial o virtual. Esta semana terminó una visita que lo llevó a varios países de América Latina, entre ellos Colombia.
El budismo conlleva un compromiso de cambio personal muy importante, pero muchos siguen acostumbrados a que “las cosas les caigan del cielo”…
En parte es algo cultural y en parte es nuestro nivel de conciencia. Adoptamos una postura muy pasiva y esperamos una solución milagrosa de afuera, de algún dios, del gobierno, lo que sea. El budismo nos da la responsabilidad a nosotros. Vos sos responsable de tu vida. Si quieres ver un cambio en ella, tienes que crear las causas y condiciones que van a producirlo.
Un elemento fundamental para esto es la meditación que, entre otras cosas, entrena a la persona a estar en el presente. Algo que es todo un reto, invadidos como estamos por la tecnología y las redes sociales…
La tecnología avanzó tan rápido que, como sociedad, no hemos aprendido a gestionarla. Se creó una economía de la atención en la que todo está diseñado para activarnos emocionalmente. Estamos siendo hackeados, manipulados.
Eso nos afecta. Cambia, incluso, la forma como se organiza el cerebro, el mecanismo de compensación que nos hace atender algo, valorarlo, retenerlos. Los algoritmos están definiendo lo que ves, lo que es tu mundo. Es un bucle que se retroalimenta por las emociones más bajas. Hay un lado positivo, por supuesto: cada vez estamos más conectados, se democratizó la información. Con el tiempo vamos a poder manejarlo mejor, pero ahora nos sorprendió. También parece que buscamos rodearnos de ruido. El más breve silencio lo llenamos con cualquier cosa.
— ¿Evitamos de esa manera oírnos a nosotros mismos?
Exactamente. El ejemplo más extremo es el de alguien que está en la cárcel. Cuando se comporta mal lo ponen en aislamiento. Para un yogui entrenado, eso es un premio: va a estar solo, tranquilo. Pero para el preso es la tortura más dura porque le carcome la conciencia, el mal que ha hecho en el pasado, a sí mismo y a los demás. A nosotros nos pasa algo paralelo.
No nos gusta estar con nosotros mismos. Los síntomas del vacío existencial — como la sensación de soledad, aburrimiento, agobio, incertidumbre — no los toleramos. Pero detrás de ese umbral hay un estado espiritual muy bello. Hay paz y satisfacción. Lo que aparenta ser soledad es libertad. Sin embargo, desde la perspectiva del egocentrismo, eso crea presión. Y entonces piensas: si estoy solo es porque no valgo, no soy nadie. Enmascaramos ese malestar con ruido, distracciones. Si pueden ser agradables, mejor. Y si no, nos torturamos. Reciclamos algún material del pasado y rumiamos sobre esa tragedia.
— ¿Es decir que no solo buscamos ruidos externos sino internos?
Nos abrazamos a cualquier cosa para sacarnos del presente que nos asusta tanto. La meditación es una herramienta muy poderosa para ayudarnos a habitar ese presente y sentirnos cómodos en la realidad de quienes somos. Y una vez que aceptamos esa realidad, podemos irla mejorando paso a paso. Nuestra primera meta es adueñarnos del presente.
-Definís la ira como una de las emociones negativas más peligrosas. En nuestro entorno suele verse mucho. ¿Cuál es su naturaleza?
La ira tiene el potencial de ser muy dañina. Cuando surge es poderosa y es capaz de hacer un daño irreparable en poco tiempo. La causa de la ira, si somos honestos, es una especie de orgullo. Exigimos algo irracional, algo exagerado, del mundo y de otras personas. Nos sentimos ofendidos cuando alguien se comporta como es.
Nos sentimos ofendidos cuando el tráfico es lo que es. Simplemente porque estamos aferrados a nuestra visión de cómo nos deben tratar, cómo nos deben hablar. Cuando las cosas no salen como exigimos, nos frustramos. No reconocemos esa nueva realidad e insistimos ciegamente en que sean como lo demandamos. Esa exigencia es la que causa la ira.
— ¿Una persona católica tendría que dejar de serlo para acercarse a lo que el budismo ofrece?
No necesariamente. Me gusta la presentación moderna que tiene Su Santidad el Dalai Lama. Él dice: budismo es en realidad tres cosas. Es una ciencia interna, una psicología profunda con todo tipo de técnicas meditativas. Es una filosofía, de mucho interés en estudios académicos. Y es una religión, en el sentido en que hay rituales, con simbología y devoción.
Las dos primeras, ciencia y filosofía, pueden ser apreciadas por personas que pertenecen a otras tradiciones que no tienen muchas herramientas contemplativas. Pueden introducir meditaciones sobre amor bondadoso, calma mental o desarrollar la facultad de la atención, y eso no pone en jaque sus creencias.
El Dalai Lama siempre estuvo muy cerca de la ciencia. Y la ciencia, a su vez, se acercó al budismo. Neurocientíficos han estudiado el cerebro de monjes budistas y confirmado que, en efecto, la meditación cambia las conexiones cerebrales…
Sí, son estudios recientes. Hasta hace poco no se creía que el cerebro tuviera cierta elasticidad, que pudiera reproducir neuronas. Ahora se descubre que incluso en edades avanzadas se pueden regenerar y crear conexiones entre ellas. En general, los maestros tibetanos están muy interesados en la ciencia porque ven el budismo como una ciencia, como el desarrollo del gran experimento en uno mismo. Eso fue lo que más me interesó en mi primer encuentro con el dharma: que es, por encima de todo, pragmático. Queremos resultados. Queremos mejorar genuinamente de una forma que pueda ser verificada por nuestra experiencia.
—Como vos dijiste: “Si a todos no les va bien, a mí no me va bien”…
Así es. En su libro Ética para el nuevo milenio, Su Santidad el Dalai Lama argumenta que debemos dejar atrás la moralidad religiosa que se impone desde afuera y desarrollar una ética práctica que surge de reconocer la interdependencia. Antiguamente vivíamos aislados.
Pero hoy todo está conectado. Lo vimos con la pandemia: el virus no necesitaba pasaporte ni visa. La mejor manera de protegernos a nosotros es ayudar a nuestros vecinos. Si Colombia quiere ser exitosa, debe interesarse por Ecuador, por Venezuela, por Brasil, porque si la economía de alguno no está bien, si su política no está bien, eso se filtra. Nos afecta a todos. A largo plazo ese juego de suma cero no funciona. Tenemos que salir ganando todos para que el bienestar sea sostenible.
-En general solemos pensar mucho en cuidar el cuerpo, pero muy poco la mente, ¿no le parece?
El desarrollo tecnológico de los últimos años cambió para bien la sociedad. Hay más longevidad, más calidad de vida. Casi todos los parámetros han aumentado. Pero hemos descuidado nuestro mundo interno. Hoy existe todo un movimiento para cuidar el cuerpo, mejorar la dieta, ir al gimnasio.
Somos cada vez más conscientes de que el azúcar nos causa daño, pero no nos damos cuenta de que también consumimos información, de que nutrimos la mente con ideas, conceptos, relaciones, y eso define nuestra realidad incluso más que la externa y material. Debemos tener mucho cuidado con qué introducimos en nuestra mente porque todo nos afecta.
— Habla de simplificar la vida. ¿En qué consiste?
Si viajamos en una máquina del tiempo y regresamos a cien o doscientos años atrás, vemos cómo vivían de diferente nuestros tatarabuelos. Hoy hemos normalizado algo que es muy radical. Estamos viviendo a una velocidad que antes era impensable, manejamos muchas cosas simultáneamente. Antes, por ejemplo en mi familia, en Galicia, se vivía una vida muy simple, rural. Había una persona todo el día encargada de la comida.
Otra de buscar el agua. Otra, la leña. Ahora una persona hace muchas cosas al día. Es bueno, por una parte, ser más efectivos, pero sin darnos cuenta llegamos a un punto de saturación en el que hay cantidad y no calidad. No debemos dejarnos contagiar por una moda, por una ola, sino parar y decir: ¿qué es realmente importante para mí? Y buscar más calidad. Mejores amigos, pero menos amigos. Menos comida — me atrevo a decir —, pero mejor comida. Menos distracción, pero mejor entretenimiento e información. Se nos vende un modelo de vida y pagamos un precio muy caro.
—Uno de esos precios puede ser la depresión…
Cada vez hay más depresión, más ansiedad. Tanto suicidio en adolescentes, por ejemplo. Hay muchos factores, por supuesto, pero en parte es que cada vez las expectativas son más altas. Lo que es mínimamente satisfactorio se ha elevado por las nubes.
Los jóvenes ven en Instagram las imágenes de los mejores momentos de otra persona, que son artificialmente creados: toman cien fotos para publicar una retocada. Pero ellos lo ven como el promedio y piensan: esto es lo que me debe pasar a mí, si no, mi vida no es aceptable, no vale la pena, no estoy cumpliendo las más mínimas expectativas. Eso causa mucho daño.
—¿De ahí la importancia de la autoestima?
Si no tenemos ese sano valor propio, estamos continuamente compitiendo con los demás. Sentimos envidia por los que vemos delante de nosotros y desprecio por los que van detrás. En el contexto espiritual también hay una pobreza de autoestima. Las personas no creen en su potencial de hacer un cambio significante en sí mismas. Se rinden, bajan la cabeza, se conforman. Debemos tener una ambición sana de querer mejorar y creer que podemos hacerlo a todo nivel.
—¿Se puede cambiar?
Podemos hacer un cambio. ¿Cuánto cambio? Eso depende de nuestro desarrollo. De cuánta libertad hemos conseguido de nuestros patrones, nuestras emociones, nuestros dogmas personales. Técnicamente podemos hacer un cambio radical en nuestra vida. Levantarnos este lunes y redefinirnos.
Pero no nos lo permitimos porque el pasado, nuestra historia, pesa. Lo difícil de entender es que karma es causa y efecto al mismo tiempo. Es pasado y presente. Cuando podemos reconciliar destino y libre albedrío, descubrimos el camino del medio. El pasado influye, pero en el presente vos puedes crear tu propio futuro.
*Por María Paulina Ortiz
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